Capítulo 9 07. Fluffy, el guardián y el duelo a medianoche.

-Pero, ¿¡Qué haces aquí, niña tonta!? -gritó Argus Filch, sobresaltando y despertando a Cassiopeía, que dormía entre las grandes patas del perro gigante.

Fluffy -que supo su nombre gracias a la placa que llevaba en el enorme collar alrededor de su cuerpo-, se despertó de manera brusca y comenzó a ladrar hacía Flich, airadamente.

El pobre hombre tembló del miedo y salió corriendo a avisar a Dumbledore. Qué había estado buscando a la niña junto con el profesor Snape casi toda la noche.

Cassiopeía volvió a recostarse contra el animal unos segundos, hasta que la puerta volvió a abrirse; revelando a Albus Dumbledore, Minerva McGonagall y Severus Snape. Cassiopeía se desperezo y las tres personas entraron a la habitación. Con Filch cuidando la puerta.

-Señorita Orwell-Drakonis- dijo la vieja cabra, mirándola por sobre sus anteojos de media lunas-. Que dicha encontrarla bien y en tan grata compañía.

Para asombro de McGonagall, su alumna y Severus hicieron la misma acción, rodar los ojos mientras un bufido salía de sus labios.

La niña cruzó sus brazos sobre su plano pecho y alzó la barbilla, petulante.

Severus la miró enfadado a causa de esa acción y Cassiopeía lo ignoró olímpicamente.

-Lo que me parece extraño, es que Cassiopeía pudiera estar con Fluffy sin que éste le hiciera nada-le dijo Dumbledore a McGonagall, realmente sorprendido-, ¿Tuvo algún contacto con animales peligrosos. durante estos últimos tres años, Severus?

-No que yo sepa, director Dumbledore-espetó Snape, completamente indiferente.

Iba a matar a Narcissa y a Walburga Black, que le enseñaban a estar con él maldito Hades, el malcriado dragón ucraniano Ironbelly, que pertenecía a su antiguo amigo Regulus Black y que lo había dejado al cuidado de su madre; mientras éste estaba terminando su maestría en Medimagia.

La muerte de Cygnus, le había afectado tanto que decidió huir hacía Rumania y quedarse ahí por los últimos diez años, para claro disgusto de la matriarca Black; que creyó conveniente enviarle una foto de Cassiopeía cuando está cumplió siete, provocando que Regulus se negará aún más en volver. Pero, no le molestaba que la niña fuera a ver a su dragón y sí lo cuidaba bien en su ausencia, podría quedárselo.

-Eso espero, profesor Snape- dijo McGonagall, de forma severa.

Severus puso una expresión de hastío en su rostro. Pero, no tan evidente cómo para que la profesora de Transformaciones lo notará.

-Querida niña, ve con el profesor Snape y vuelvan a las mazmorras de Slytherin-pidió Dumbledore, mientras Snape colocaba su mano sobre el hombro izquierdo de Cassiopeía.

La niña se tenso y para no parecer insubordinada frente a los otros dos adultos, dejó que Severus la guiará a través de miles de pasillos, hasta que llegaron a las mazmorras de su casa.

Al entrar, miles de alumnos la miraban con distintos grados de enfado en su rostro. Aunque, no le hacían nada; porqué Severus Snape, su Jefe de Casa, estaba presente. A los alumnos rebeldes los encabezaba Matt Burkes, el líder de la casa verde y plata. Detrás de él estaban Niko Dolohv y Karen Yaxley. Sus indiscutibles subordinados.

Cassiopeía avanzó, con cada parte de su cuerpo estaba en tensión, pero ella no lo demostraba.

-¿Qué fue lo que hiciste para que perdieramos siete puntos, Orwell? -dijo Burkes, a punto de sufrir un paro cardíaco.

-Nada, solamente tuvimos un intercambio de opinión con el profesor Snape-dijo Cassiopeía, haciéndose la inocente; mientras Matt Burkes la miraba con los ojos entrecerrados.

-Ya déjala, Matt -dijo Niko Dolohv, salvando a Cassiopeía de la ira de su amigo-. Sólo son siete puntos, los recuperaremos enseguida; no te sulfures por ello.

Cassiopeía fue dejada con todos sus compañeros de Slytherin que la seguían mirando igual que cuando había entrado.

-Orwell, sigueme a mí habitación-le dijo Burkes, pasando por su lado.

La niña tragó grueso y le siguió a la habitación de los Slytherin de segundo año. Subió atrás de Burkes y cuando éste abrió la puerta, pudo ver un cuarto muy parecido a las de las chicas; éste dejó su suéter en la tercer cama a la izquierda. Se sentó sobre ésta y le indicó a Cassiopeía que se sentará en la cama enfrente suya.

-¿Cassiopeía es tú nombre verdad? -preguntó Matt, con aire despreocupado-. Bien, Cassiopeía; hablaremos claramente. Tú y yo haremos un trato, te ofrezco mí protección y mí ayuda en todo lo que necesites mientras que tú accedas hacerme caso en todo lo que te diga, ¿tenemos un acuerdo?

Miró la mano que ese chico le ofrecía y sinceramente, sentía cómo sí estuviera vendiendo su alma a Hades. Tragó grueso y se la estrechó, Matt sonrió cómo el gato Cheshire. Sin saber que eso, era el inició de todo; no sólo estaba sellando su destino, sino el de Matt Burkes también.

● ● ●

Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que detestara más que a Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy. Sin embargo, los de primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que encontrarse mucho con él, lo negativo de eso era que no podría ver a Cassiopeía más seguido, ella era la única Slytherin que le agradaba, hasta ese momento.

El punto era que ya no creía ver a Malfoy por casi toda la semana. O, al

menos, así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a todos. Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves...

y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.

-Perfecto -dijo en tono sombrío Harry-. Justo lo que siempre he

deseado.

Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy y lo peor de todo, también frente a Cassio.

Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.

-No sabes aún si vas a hacer un papelón -dijo razonablemente Ron-.

De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería y nunca he visto a Orwell sobre una escoba, tal vez ella tampoco sepa volar bien.

La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque los de primer año nunca estaban en los equipos de quidditch y

contaba largas y jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles. Pero no era el único: por la

forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que había pasado toda la

infancia volando por el campo con su escoba, Cassiopeía nunca hablaba de Quidditch con Hermione, ella estaba muy ocupada con las clases y últimamente, se la veía mucho con Burkes y sus amigos, arrastrando a Granger con ella, lo que hacía hervir los celos de Harry cómo nunca. Hasta Ron podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un planeador con la vieja escoba de Charles.

Todos los que procedían de familias de magos hablaban

constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran

discusión con Dean Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no

podía ver qué tenía de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar.

Harry había descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.

Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela no se lo permitía.

Harry pensó que ella había actuado correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra.

Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo. Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había intentado.

En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado

Quidditch a través de los tiempos, Cassiopeía no estaba para nada preocupada, volaba en escoba desde los seis y había seguido entrenando durante sus vacaciones en Malfoy Manor, bajó la atenta mirada de su tío Lucius.

Neville estaba pendiente de cada palabra,

desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se alegraron mucho cuando la lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.

Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo que

Cassiopeía ya había notado, por supuesto. La lechuza de los Black o los Malfoy siempre le llevaban decenas de paquetes con información sobre los recientes acontecimientos en sus hogares vacacionales y palabras de aliento, a diferencia de Draco, recibiendo paquetes llenos de golosinas que el muchacho abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.

Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.

-¡Es una Recordadora! -explicó-. La abuela sabe que olvido cosas y

esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta así,

con fuerza, y si se vuelve roja... oh... -se puso pálido, porque la Recordadora

súbitamente se tiñó de un brillo escarlata- ... es que has olvidado algo...

Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado,

cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la

Recordadora de las

manos.

Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy, pero la profesora McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.

-¿Qué sucede?

-Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.

Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.

-Sólo la miraba -dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.

Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron

corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo. Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban

tenebrosamente en la distancia.

Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas,

cuidadosamente alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

-Bueno ¿qué estáis esperando? -bramó-. Cada uno al lado de una

escoba. Vamos, rápido.

Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja

sobresalían formando ángulos extraños.

-Extended la mano derecha sobre la escoba-les indicó la señora Hooch-, y decid «arriba».

-¡ARRIBA! -gritaron todos.

Las escobas de Harry y Cassiopeía saltaron de inmediato hacía sus manos extendidas, pero fueron unos de los pocos que lo consiguieran. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y la de Neville no se movió en absoluto. «A lo mejor las escobas saben, como los caballos, cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de Neville que indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla.

Harry y Ron se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años y felicito a Cassiopeía efusivamente por su perfecta forma de montar en la escoba, para envidia y disgusto de su primo.

-Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada -dijo la

señora Hooch-. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada

antes de que sonara el silbato.

-¡Vuelve, muchacho! -gritó, pero Neville subía en línea recta, como el

corcho de una botella...

Cuatro metros... seis metros... Harry le vio la cara

pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear;

deslizarse hacia un lado de la escoba y..

BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba

seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.

La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

-La muñeca fracturada -la oyó murmurar Harry-. Vamos, muchacho...

Está bien... A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

-No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las

escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.

Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.

Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a

carcajadas.

-¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?

Los otros Slytherins le hicieron coro, salvó Cassiopeía; que lo miraba con un profundo gesto de desaprobación.

-¡Cierra la boca, Draco! -dijo Cassiopeía, en tono cortante.

-Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? -dijo Pansy Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro-. Nunca pensé que te podían gustar los

gorditos llorones y de Gryffindor, Orwell.

-No estoy hablando contigo, Parkinson-le espetó, despectivamente y con enfado nublando su mirada.

-¡Mirad! -dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba-. Es

esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.

-Trae eso aquí, Malfoy -dijo Harry con calma.

Todos dejaron de hablar

para observarlos.

Malfoy sonrió con malignidad.

-Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque...

¿Qué os parece... en la copa de un árbol?

-¡Tráela aquí! -rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se

alejaba. No había mentido, sabía volar.

Desde las ramas más altas de un roble

lo llamó:

-¡Ven a buscarla, Potter!

Harry cogió su escoba.

-¡No! -gritó Hermione Granger-. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos.

Nos vas a meter en un lío.

Harry no le hizo caso. Le ardían las orejas.

Se montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió.

El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras él y,

en un relámpago de feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo enseñaran. Era fácil, era maravilloso. Empujó su escoba un poquito más, para volar más alto, y oyó los gritos y gemidos de las

chicas que lo miraban desde abajo, y una exclamación admirada de Ron.

Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire.

Éste lo miró

asombrado.

-¡Déjala -gritó Harry- o te bajaré de esa escoba!

-Ah, ¿sí? -dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.

Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Se inclinó hacia

delante, cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba.

Abajo, algunos aplaudían, entre ellos Cassiopeía; que se había quedado abajo, para no meterse en problemas y para dejar que Harry pateará el trasero de Draco, se lo tenía merecido por comportarse cómo un patán.

-Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy

-exclamó Harry.

Parecía que Malfoy también lo había pensado.

-¡Atrápala si puedes, entonces! -gritó. Giró la bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba.

Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y

luego comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la

escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban, mientras que Cassiopeía cerraba sus ojos con fuerza, para no mirar cuando se estrellará contra el suelo de césped recién cortado. Extendió la mano y, a unos metros del suelo,

la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente

sobre la hierba, con la Recordadora a salvo, provocando los saltitos y vitoreos de Cassiopeía.

-¡HARRY POTTER!

Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall corría

hacia ellos. Se puso de pie, temblando.

-Nunca... en todo mis años en Hogwarts...

La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas

centelleaban de furia.

-¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...

-No fue culpa de él, profesora...

-Silencio, señorita Orwell Drakonis.

-Pero Malfoy..

-Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.

En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y

Goyle, mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al

castillo.

Lo iban a expulsar; lo sabía. Quería decir algo para defenderse, pero

no podía controlar su voz. La profesora McGonagall andaba muy rápido, sin

siquiera mirarlo.

Tenía que correr para alcanzarla. Esta vez sí que lo había

hecho.

No había durado ni dos semanas. En diez minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a la puerta de su casa?

Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de mármol.

La profesora McGonagall seguía sin hablar.

Abría puertas y andaba por los

pasillos, con Harry corriendo tristemente tras ella.

Tal vez lo llevaba ante Dumbledore.

Pensó en Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse

como guardabosque.

Quizá podría ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron y los otros convirtiéndose en

magos, mientras él andaba por ahí, llevando la bolsa de Hagrid.

La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y asomó

la cabeza.

-Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?

«¿Wood? -pensó Harry aterrado -. ¿Wood sería el encargado de aplicar los castigos físicos?»

Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió de la clase de Flitwick con aire confundido.

-Seguidme los dos -dijo la profesora McGonagall.

Avanzaron por el

pasillo, Wood mirando a Harry con curiosidad.

-Aquí.

La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba Peeves,

ocupado en escribir groserías en la pizarra.

-¡Fuera, Peeves! -dijo con ira la profesora.

Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo.

La profesora McGonagall cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.

-Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.

La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.

-¿Está segura, profesora?

-Totalmente -dijo la profesora con vigor-. Este chico tiene un talento natural. Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba, Potter?

Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación para lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba

a sentirse más seguro.

-Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros -explicó la profesora a Wood-. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría

hecho mejor.

Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.

-¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter?

-preguntó

excitado.

-Wood es el capitán del equipo de Gryffindor-aclaró la

profesora McGonagall.

-Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador -dijo Wood, paseando alrededor de Harry y observándolo con atención-. Ligero, veloz... Vamos a

tener que darle una escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una

Cleansweep 7.

-Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender la

regla del primer año. Los cielos saben que

necesitamos un equipo mejor que el del año pasado. Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar a la cara a Severus Snape en varias semanas...

La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de

sus gafas.

-Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea sobre tu castigo.

Luego, súbitamente, sonrió.

-Tu padre habría estado orgulloso -dijo-. Era un excelente jugador de

quidditch.

-Es una broma.

Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron todo lo

sucedido cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un trozo de carne y pastel de riñón en el tenedor; pero se olvidó de llevárselo a la boca.

-¿Buscador? -dijo-. Pero los de primer año nunca... Serías el jugador más joven en...

-Un siglo -terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la boca.

Tenía muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde-. Wood me lo dijo.

Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo

boquiabierto.

-Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene -dijo Harry-. Pero no se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.

Fred y George Weasley aparecieron en el comedor; vieron a Harry y se acercaron rápidamente.

-Bien hecho -dijo George en voz baja-. Wood nos lo contó. Nosotros también estamos en el equipo. Somos golpeadores.

-Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch este curso -dijo Fred-. No la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será muy bueno. Tienes que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.

-Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un nuevo pasadizo secreto, fuera del colegio.

-Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory Smarmy, que nosotros encontramos en nuestra primera semana.

Fred y George acababan de desaparecer, cuando se presentaron unos

visitantes mucho menos agradables. Malfoy,

flanqueado por Crabbe y Goyle.

-¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver

con los muggles?

-Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y tienes a

tus «amiguitos» -dijo fríamente Harry. Por supuesto que en Crabbe y Goyle no había nada que justificara el diminutivo, pero como la Mesa Alta estaba llena de profesores, no podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño fruncido.

-Nos veremos cuando quieras -dijo Malfoy-. Esta noche, si quieres. Un duelo de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?

-Por supuesto que sí -dijo Ron, interviniendo-. Yo soy su segundo.

¿Cuál es el tuyo?

Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.

-Crabbe -respondió-. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos

encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con

llave.

Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.

-¿Qué es un duelo de magos? -preguntó Harry-. ¿Y qué quiere decir que seas mi segundo?

-Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te matan-dijo Ron sin

darle importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente-: Pero la gente sólo muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo que podéis hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro.

Ninguno sabe suficiente magia para hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te negaras.

-¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?

-La tiras y le das un puñetazo en la nariz -le sugirió Ron.

-Disculpad.

Los dos miraron. Eran Hermione Granger y Cassiopeía Orwell.

-¿No se puede comer en paz en este lugar? -dijo Ron.

Hermione no le hizo caso, Cassiopeía lo miró con expresión indiferente y se dirigieron a Harry.

-No pudimos dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo...

-No esperaba otra cosa- murmuró Ron.

-... y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos que

perderás para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy egoísta de tu parte.

-Harry, no te preocupes por mí primo, ladra más de lo que muerde y yo lo persuadiré para que olvidé éste estúpido duelo de magos.

-Y la verdad es que no es asunto vuestro-respondió Harry, completamente borde.

-Adiós -añadió Ron.

Cassiopeía miró a Harry cómo sí éste la hubiera herido de gravedad, el azabache quiso arreglarlo, pero la pelirroja no le dejo ni moverse de su sitio.

-Ya los escuchaste, vamos Hermione -dijo, completamente enfadada, aunque ellos no lo notarán-. Perdonad, por... Haberles quitado su valioso tiempo.

De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que llamaría un perfecto final para el día. Estaba acostado, despierto, oyendo dormir a Seamus y a Dean (Neville no había regresado de la enfermería). Ron había pasado toda la velada

dándole consejos del tipo de: «Si trata de

maldecirte, será mejor que te escapes, porque no recuerdo cómo se hace para pararlo». Tenían grandes probabilidades de que los atraparan Filch o la Señora Norris, y Harry sintió que estaba abusando de su suerte al transgredir otra regla del colegio en un mismo

día.

Por otra parte, el rostro burlón de Malfoy se le aparecía en la oscuridad, y aquélla era la gran oportunidad de vencerlo frente a frente. No podía perderla.

-Once y media -murmuró finalmente Ron-. Mejor nos vamos ya.

Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se lanzaron a través del

dormitorio de la torre. Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común de Gryffindor. Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea,

haciendo que todos los sillones parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando una voz habló desde un sillón cercano.

-No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.

Una luz brilló. Eran Hermione Granger y Cassiopeía Orwell; una con rostro ceñudo y una bata

rosada y la otra sin mirar siquiera a Harry y con un camisón verde con unas chanclas plateadas.

-¡Ustedes! -dijo Ron furioso -. ¡Vuelvan a la cama!

-Estuvimos a punto de decírselo a tu hermano-contestó enfadada

Hermione-. Percy es el prefecto y puede deteneros.

-Habla por ti, Herms-replicó Cassiopeía, hablando por primera vez-. Sí fuera por mí, dejaría que Potter y Weasley fueran ahogados por el Calamar Gigante.

Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido, pero tenía que ser sincero; le dolió el comentario de Cassio más de lo que él mismo se permitía admitir.

-Vamos -dijo a Ron.

Empujó el retrato de la Dama Gorda y se metió por el agujero.

Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través del agujero, gruñendo como una gansa enfadada, siendo seguida por Cassiopeía, quién ignoraba los gritos furiosos de la mujer del retrato de Gryffindor.

-No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo no quiero que Slytherin gane la copa de las casas -sin ofender, sabes que te adoro; Cassio-, y vosotros vais a perder todos los puntos que yo conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos para cambios.

-Vete.

-Pero, ¿de que vas, Weasley? No eres nadie para decirnos que hacer, así que; métete tú prepotencia por dónde mejor te quepa, porque yo no voy a hacerte ningún caso.

-Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho cuando

estéis en el tren volviendo a casa mañana. Sois tan...

Pero lo que eran no lo supieron. Hermione y Cassiopeía habían retrocedido hasta el

retrato de la Dama Gorda, para volver; y descubrieron que la tela estaba vacía. La

Dama Gorda se había ido a una visita nocturna y ambas estaban encerradas, una fuera de la torre de Gryffindor y la otra a 142 escaleras de las mazmorras de Slytherin.

-¿Y ahora qué vamos a hacer? -preguntó Cassiopeía, con tono agudo.

-Ése es su problema-dijo Ron-. Nosotros tenemos que irnos o llegaremos tarde.

No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione y Cassiopeía los alcanzaron.

-Vamos con vosotros-dijeron a coro y escalofriantemente sincronizadas.

-No lo harán.

-¿No creeréis que nos vamos a quedar aquí, esperando a que Filch nos atrape? Si nos encuentra a los cuatro, Hermione o yo le diremos la verdad, que estábamos tratando de

deteneros, y vosotros nos apoyaréis.

-Son unas caraduras-dijo Ron en voz alta.

-Callaos los tres -dijo Harry en tono cortante-. He oído algo.

Era una especie de respiración.

-¿La Señora Norris? -resopló Ron, tratando de ver en la oscuridad.

No era la Señora Norris. Era Neville. Estaba enroscado en el suelo, medio dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.

-¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy aquí.

No podía recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama.

-No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de cerdo», pero ahora no te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.

-¿Cómo está tu muñeca? -preguntó Harry.

-Bien -contestó, enseñándosela -. La señora Pomfrey me la arregló en

un minuto.

-Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más

tarde...

-¡No me dejéis! -dijo Neville,

tambaléandose-. No quiero quedarme

aquí solo. El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.

-Neville, querido-dijo Cassiopeía, con tono conciliador -. El Barón Sanguinario es inofensivo, salvó que seas Peeves; no te hará daño.

Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione, Cassiopeía y Neville.

-Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra

vosotros.

Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición

de los Demonios, Cassiopeía lo miró como sí fuera mierda en sus zapatillas de dormir y estuvo a punto de replicarle, pero Harry susurró que se callaran y les hizo señas para que

avanzaran.

Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por

los altos ventanales.

En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la

Señora Norris, pero tuvieron suerte.

Subieron rápidamente por una escalera

hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el salón de los trofeos.

Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos

brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna.

Copas, escudos, bandejas y

estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las

paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry empuñó su varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.

-Se está retrasando, tal vez se ha

acobardado-susurró Ron.

Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.

-Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.

Era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizado, Harry gesticuló salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se

escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch.

Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.

-Tienen que estar en algún lado -lo oyeron murmurar-. Probablemente

se han escondido.

-¡Por aquí! -señaló

Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras.

Podían oír los pasos de Filch,

acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra

una armadura.

Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.

-¡CORRED! -exclamó Harry, y los cinco se lanzaron por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía.

Pasaron por el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry junto a Cassiopeía delante, sin tener ni idea de dónde estaban

o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de

Encantamientos, que

sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.

-Creo que lo hemos despistado -dijo Harry, apoyándose contra la pared fría y secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con

dificultad.

-Te... lo... dije -añadió Hermione, apretándose el pecho -. Te... lo... dije.

-Tenemos que regresar a la torre Gryffindor-dijo Ron-, lo más rápido

posible.

-Draco te engañó -dijo Cassiopeía a Harry-. Te has dado cuenta, ¿no?

No pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber gente en el salón de los trofeos. Mi primo debió de avisarle.

Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a decírselo.

-Vamos.

No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos,

cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos.

Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.

-Cállate, Peeves, por favor... Nos vas a delatar.

Peeves cacareó.

-¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos, malitos,

os agarrarán del cuellecito.

-No, si no nos delatas, Peeves, por favor.

-Debo decírselo a Filch, debo hacerlo -dijo Peeves, con voz de

santurrón, pero sus ojos brillaban malévolamente-. Es por vuestro bien, ya lo

sabéis.

-Quítate de en medio-ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves. Aquello

fue un gran error.

-¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! -gritó Peeves-. ¡ALUMNOS

FUERA DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!

Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto

hasta el final del pasillo, donde chocaron contra una puerta... que estaba

cerrada.

-¡Estamos listos! -gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la puerta-. ¡Esto es el final!

Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía hacia el lugar

de donde procedían los gritos de Peeves.

-Oh, muévete -ordenó Cassiopeía. Cogió la varita de Harry con brusquedad, golpeó la

cerradura y susurró-: ¡Alohomora!

El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió, Hermione le sonreía a su amiga con orgullo mientras que Weasley dejaba salir bufidos indignados. Pasaron todos, la cerraron

rápidamente y se quedaron escuchando.

-¿Adónde han ido, Peeves? - decía Filch-.

Rápido, dímelo.

-Di «por favor».

-No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.

-No diré nada si me lo pides por favor -dijo Peeves, con su molesta

vocecita.

-Muy bien... por favor.

-¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me lo pedías por favor. ¡Ja,

ja! -Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.

-Él cree que esta puerta está cerrada -susurro Harry-. Creo que nos

vamos a escapar. ¡Suéltame, Neville! -Porque Neville le tiraba de la manga

desde hacia un minuto-. ¿Qué pasa?

Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un

momento, pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de todo lo que había sucedido.

No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso. Y ya sabían por qué estaba prohibido.

Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro

que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres bocas

chorreando saliva entre los amarillentos colmillos.

Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo que la

única razón por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo

había cogido por sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos

gruñidos eran inconfundibles.

Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.

Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos, sin percatarse que Cassiopeía le sonreía al perro gigante y éste le movía la cola con alegría. Corrieron, casi volaron por el pasillo, la niña Slytherin siguiendo a sus amigos de cerca. Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no lo vieron.

Pero no les importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo. No dejaron de correr hasta que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda en el séptimo piso.

-¿Dónde os habíais metido? -les preguntó, mirando sus rostros

sudorosos y rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.

-No importa... Hocico de cerdo, hocico de cerdo -jadeó Harry, y el retrato se movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para entrar en la sala

común y se desplomaron en los sillones. Cassiopeía se quedó discutiendo con la Dama Gorda, que se negaba a dejarle pasar; ya que ella no era una Gryffindor, después de escuchar cómo la amenazaba con práctica el hechizo incendio sobre su retrato y que la mujer se negará de nuevo a dejarla pasar, se escuchó el ruido de alguien chillando enfurecido y pasos alejándose airados.

-¿En dónde estaban?

-preguntó una voz, tras ellos; provocando que los cuatro lanzarán un chillido agudo-. Oh, disculpen, soy Natasha Bagshot; Gryffindor de segundo curso. Vuelvo a reformular mi pregunta, ¿Qué hacían fuera de la cama a ésta hora?

Los cuatro chicos se miraron entre ellos y voltearon a ver a la chica pelirroja, que los miraba con ambas cejas alzadas. Hermione se puso de pie, mirándolos indignada, en vez contestar la pregunta de su compañera de casa, salió airada hacía las habitaciones de primer curso de las chicas.

-Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor,

expulsado. Ahora, si no os importa, me voy a la cama -espetó, desde lo alto de las escaleras, se dio media vuelta y desapareció.

Ron la contempló boquiabierto, Natasha no entendía nada de lo que estaba pasando, pero Granger era una chica extraña, así que no le tomó importancia.

-No, no nos importa-dijo-. Nosotros no las hemos arrastrado,

¿no?

-Yo no entiendo nada, así que; me voy a dormir-dijo Nat, entre confundida y extrañada.

Pero Hermione le había dado a Harry algo más para pensar, mientras se

metía en la cama. El perro vigilaba algo... ¿Qué había dicho Hagrid? Gringotts era el lugar más seguro del mundo para cualquier cosa que uno quisiera ocultar... excepto tal vez Hogwarts.

Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el paquetito arrugado

de la cámara setecientos trece.

            
            

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