El automóvil finalmente se detuvo frente a un lago artificial. Había una pequeña isla en medio del lago, encima de la cual se encontraba una villa, que ofrecía una hermosa vista.
Edward salió primero del auto. Marianne estaba prolongando su tiempo de salir. La paciencia de Edward finalmente se agotó y la arrastró fuera del auto. Sus labios estaban rojos e hinchados, y las comisuras estaban mordidas hasta el punto de estar enrojecidas.
El asistente de Edward estacionó el auto a un lado y esperó.
Edward arrastró a Marianne detrás de él todo el camino, a la villa, un lujoso solar, al segundo piso y luego al dormitorio. Su expresión era oscura y fría, como si fuera un demonio. Arrojó a Marianne sobre la cama. No importaba cómo Marianne gritaba a todo pulmón o suplicar clemencia en voz baja, Edward no vaciló en absoluto. Era como si estuviera poseído.
Bajó la cabeza, escuchando los pequeños gemidos de dolor de Marianne. Él la miró.
-¿Qué, duele? -preguntó Edward con desdén-. ¡Así que ya sabes cómo se siente estar herido ahora! Marianne Cooper, ¿tiene deseo de morir? -Edward hizo una mueca de desdén, como si la presencia de Marianne le causara asco-. Como ya escapaste, ¿por qué volviste? -El rostro casi perfecto de Edward estaba cerca al de Marianne.
-¡Suéltame!
El rostro de Edward estaba cerca, sofocándola, su nariz hacia contacto con el de ella, presionándola.
Ella quería darse la vuelta, pero fue violentamente detenida por la mano de Edward, presionándole la mandíbula.
-¿Por qué volviste? -preguntó Edward, furioso. La mano en la mandíbula de Marianne comenzó a ejercer presión, y Edward volvió a besarla con furor, maniático, haciéndola gemir de dolor y desesperación.
Él la estaba mordiendo, haciéndole brotar sangre en la herida que le había hecho en el auto. El olor y el sabor de la sangre inundó los sentidos de Edward.
Justo cuando sintió que se desmayaría, Edward soltó sus labios. Cuando levantó la cabeza, el rojo de la sangre fresca en los labios de Edward era amenazante.
-Han pasado seis años, tus besos no han mejorado, me pregunto cómo te ha ido ahí abajo. -Edward Wellington usó su pulgar para limpiarse los labios manchados de sangre.
Marianne todavía estaba recuperando el aliento, pero un fuerte escalofrío le recorrió la espalda después de escuchar eso.
-Edward, vamos a.... vamos a.... -suplicó Marianne con voz temblorosa.
-No tengo nada que decirte -Edward sonrió. Se apartó de ella-. Después de lo que has intentado hacerme.
-Tú... tú eres el monstruo. -Marianne balbuceaba-. Yo no...
Edward soltó una carcajada, arrogante y llena de desdén.
-Edward... por favor, no...
-¿No? -Edward la miró, con lascivia-. ¿Tienes miedo de que no te haga sentir bien?
-Edward...
Edward desvió la mirada y de un empujón arrojó nuevamente a Marianne a la cama. La miró con desdén una última vez antes de dirigirse al baño, dejándola allí toda temblorosa y ahogada en su desesperación.