-Veo que te gusta mucho mi hermano, Marianne. -Elizabeth sonrió. Una sonrisa amigable, reconfortante, había cierto agrado en su porte, exquisita, divina, una sensualidad envidiable-. También le gustas mucho. Me doy cuenta cuando se miran.
-¿Cuándo nos miramos? -inquirió Marianne, con una sonrisa de oreja a oreja. Apenas tenía diecisiete años, y demostraba una belleza innegable a pesar de eso. Aun así, se sentía intimidada delante de Elizabeth-. Me mira como un niño hambriento.
-Igual que tu mirada, Marianne. Sé de esas cosas. Conozco el deseo cuando lo veo. No te cohíbas conmigo, por favor. Sé que apenas nos conocemos, pero te considero como una amiga. -Elizabeth tenía una voz sensual, una mirada sensual, incluso sus gestos corporales eran muy sensuales-. Puede que te parezca raro escuchar de esto de mí. Pero, si. Mi hermano es muy sexy.
-Sí que lo es... -Marianne se le escapó, no pudo aguantarse el comentario, se sonrojó-. Pero.
-No hay peros cuando de deseo se trata, Marianne.
-Tengo diecisiete años. -Marianne bajó la mirada tímidamente-. Y él...
-Siete años más. -le recordó Elizabeth. Se acercó a ella. Olía tan bien, tan femenina. Entrelazó su brazo derecho con el brazo izquierdo de Marianne, como si la acompañara a altar-. En Eslandia la edad de consentimiento comienza a los dieciséis. Si ambas partes están de acuerdo, obviamente. Y, viendo como miras a mi hermano de manera muy hambrienta, estoy más que segura que tú estás muy ansiosa de darle ese consentimiento. -miró que Marianne se sonrojó-. No te cohíbas conmigo, Marianne. Ambas somos mujeres. Tarde o temprano hablaremos de este tipo de cosas. -hizo una pausa. Sonrió-. Y sé que le gustas mucho a mi hermano.
-¿Cómo lo sabes? -Marianne entornó los ojos, curiosa.
-Lo sé, querida. -Elizabeth se detuvo, haciendo que Marianne también se detuviera de caminar. Ambas se miraron a los ojos. Marianne se intimidó nuevamente, sonrojada. Elizabeth era muy despampanante. Demasiado hermosa, irreal. Elizabeth tomó de las manos a Marianne, se las acarició dulcemente-. De lo contrario, no estarías hablando conmigo. -Marianne frunció el ceño, como si estuviera tratando de descifrar esas palabras. Elizabeth sonrió, mirándole el rostro, con cierta lujuria».
Marianne parpadeó, volviendo al presente, con la mirada perdida en la noche.
-Creo que sería mejor que olvidara todo este asunto. -dijo el asistente de Edward mirándola de reojo por el espejo retrovisor-. Edward no es tan mala persona... -Marianne sabía que eso era mentira y lo interrumpió.
-¿Tú crees? -Marianne miró con veneno el reflejo del hombre en el espejo retrovisor-. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para él? ¿Un año? ¿Un par de años? ¿Mas?
-Dos años para ser preciso... Mi nombre es Jon.
-No me interesa tu nombre.
-En fin. -dijo Jon, giró delicadamente el volante para tomar una ruta a la derecha-. El Jefe ha tenido una semana agitada. Está irritado por ciertos asuntos en su negocio que no le salieron tan bien como esperaba. Él no suele tener esa clase de comportamiento.
-No me digas. Es que no lo conoces lo suficiente. ¿O si?
-¿A qué se refiere con eso? -Jon sentía la mirada venenosa en su nuca.
-¿Conoces su verdadera naturaleza?
-Conozco que es un hombre de negocios dedicado arduamente a la dirección de su corporación.
-¿Te has preguntado alguna vez...?
-No me pagan para hacer preguntas. -Jon la interrumpió secamente-. Lo poco que sé lo he visto con mis propios ojos y eso me basta.
-Entonces no has visto lo suficiente.
-Ni falta que me hace, mujer.
Marianne se rió.
-Claro, no te hace falta. Eres como un perro fiel a su amo que no lo importa a que se dedica el amo si lo único que le importa es que le dé de comer. -Marianne lo fulminó con la mirada, satisfecha por la inmediata reacción de Jon. Jon aferraba sus dedos al volante, el cuero crujía, totalmente tenso, indignado y furioso.
-¿Suele provocar mucho a la gente de esta manera? -Jon torció el gesto.
-Lo siento, es mi mayor defecto. -dijo Marianne, seria, desviando la mirada.
-Un defecto muy desagradable como bien sabrás.
-Si lo conocieras como realmente es, no estuvieras alabándolo. -Marianne volvió a mirar su reflejo-. Ese hombre es un demonio.
-¿En qué sentido? -Jon esbozó una sonrisa, burlona, disgustando a Marianne.
-En el peor sentido del que puedas imaginar. -escupió Marianne.
-¿Puedo preguntar cómo lo conoce usted? -preguntó Jon, totalmente intrigado.
-Habías dicho que no te pagan por hacer preguntas.
Jon maldijo entre dientes, apretando el cuero del volante con sus manos. Detuvo el auto enfrente de un edificio de transporte subterráneo. La Estación de Rosebury. Apagó el motor.
-Creo que recordar que usted se presentó en Red Pulse con su propio auto. Bueno, es lo que había dicho. ¿Recuerda?
Marianne bufó y abrió la puerta bruscamente, sin decir más salió del auto, y luego cerró la puerta bruscamente. Se fue caminando con prisa hacia la Estación, dejando a Jon en el auto con la pregunta en el aire.