Estaba trabada. Maldijo entre dientes, apretándolos, cuando lo hacía, la herida de sus labios le ardía. Miró hacia las ventanas, supo inmediatamente que podía salir por ellas, pero estaban completamente selladas y no se veían fáciles de romper. Con su mirada, examinó la habitación, tenía que encontrar una forma de salir de allí, escapar. Encontró una mesita de noche, sin pensarlo dos veces fue hacia ella. Había un cuchillo en el primer cajón, un cuchillo de carnicero. Se estremeció, dudó, pensó. Después de unos segundos, escuchó que Edward había terminado lo que fuera que estaba haciendo en el baño. Alargó la mano y tomó el cuchillo, y rápidamente se llevó la mano con el cuchillo a la espalda.
Edward salió del baño con una toalla alrededor de su cintura, con el ceño fruncido. Su cuerpo tonificado exudaba deseo, y dominación sexual. Edward la ignoró al principio, como si ella no estuviera allí. Caminó hacia un pequeño bar que se encontraba en un rincón de la habitación, abrió una pequeña puerta y sacó de un allí una botella de vino, color rojo intenso, tal cual como le gustaba.
Marianne se le quedó mirando a la expectativa. Detrás de su espalda, asía el mango del cuchillo con fuerza.
-No creo que deberías hacer lo que estás pensando hacer. -dijo Edward sin mirarla. Le quitó el tapón a la botella, y bebió directamente sin necesidad de usar un vaso ni una copa-. Es muy arriesgado. Lo sabes, Marie.
-¡No me llames Marie! -rugió Marianne, con una mirada llena de furia-. ¡No tienes el derecho de llamarme así!
-¿Ya no? -Edward bebió otro trago, un hilillo de vino rojo intenso caía por la comisura de su boca y descendía por el cuello, el pecho tonificado, su abdomen, hasta perderse por debajo de su vientre-. Pensé que te gustaba que te llamara así. Me disculpo. -sonrió, arrogante.
-Tu personalidad es muy volátil, Edward. -dijo Marianne, asqueada, perturbada. Su respiración se detuvo abruptamente y luego se volvió pesada.
Edward Wellington tenía el cuerpo perfecto con el que todo hombre soñaba, y toda mujer deseaba, Cada línea de su cuerpo estaba bien definida. Dios parecía preocuparse particularmente por este hombre, bendiciéndolo también con un hermoso rostro. Un rostro tan hermoso como el de una mujer. Este hombre, que debería haber sido como un dios, ahora disgustaba a Marianne Cooper.
-Hiciste lo que querías hacer, ¿puedo irme ahora? -preguntó Marianne, agarrando con fuerza el cuchillo detrás de su espalda.
En ese momento, hace seis años, no conocía la verdadera identidad de Edward. Y él nunca mencionó que era el hijo de un magnate del oro, el único heredero y ahora el jefe de la famosa Corporación GoldMark
-Las cosas no son tan simples como crees. -dijo Edward, mirándola con lascivia. Dejó la botella sobre la encimera del bar. Caminó hacia ella lentamente. Se paró frente a ella y la miró como si fuera el Dios que podía declarar su vida o su muerte en cualquier momento.
-¿Qué quieres de mí? -preguntó Marianne. Su corazón latía con fuerza. Parecía delicada y vulnerable.
-Guarda tu súplica para otra ocasión, Marianne. -Edward parpadeó y entornó los ojos-. El dolor que estás sufriendo ahora no es ni la décima parte de lo que yo sufrí hace seis años
-Yo... Me vi forzada a hacerlo. Era ella o yo. Nunca quise hacer eso. No debía hacerlo. Quería huir de ella. Pero ella me seguía arrastrado una y otra vez.
-¿Forzada? -Edward se rió, sus ojos relampaguearon-. ¿Quién te obligó a quedarte más tiempo después de haber descubierto quien era realmente?
-Iba a huir. Pero ella...
-¿Te amenazó?
-Tal como tú lo hiciste.
-Pero yo no te habría hecho daño, Marianne. -Edward ladeó una sonrisa-. Te habría dejado ir.
-Pero ella no.
-Me mentiste, Edward. -escupió Marianne-. Durante tres años. ¡Tres malditos años! ¡En ese entonces nunca me dijiste que eras en realidad! -Marianne sintió que no tenía nada que perder en este momento.
-Si hubieras sabido mi verdadera identidad, las cosas podrían haber resultado de manera diferente. Quizás nunca hubieras pasado por todo eso, y te hubieras ido del país antes que las cosas se salieran de control. Y después de haber hecho lo que hiciste. No te fuiste. ¿Por qué?