Perseguida por la Mafia
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Capítulo 6 6

-¿Entonces? -insistió Edward. Se alzaba sobre ella, con la mirada llena de desprecio-. Entonces, si te hubiera dicho quién era realmente desde el principio. ¿Te hubieras quedado por amor? ¿O me hubieras expuesto antes de marcharte? ¿Me amaste alguna vez?

-Amé al Edward que conocí en aquella fiesta en la playa. -dijo Marianne mirándole a los ojos-. No al Edward que descubrí en aquel club nocturno, que ya ni recuerdo su nombre. Ahora te hago la misma pregunta, Edward. ¿Me amaste alguna vez?

-Si. -fue la respuesta inmediata y contundente de Edward, sin vacilar-. Pero me traicionaste.

-No pretendas ser la víctima en todo este asunto. -dijo Marianne-. Tuve pesadillas por eso, Edward. Aún las sigo teniendo.

-Yo te amaba, Marianne.

-¿Es posible que todavía guardes sentimientos por mí? ¿Después de lo que hice? -Marianne sabía que solo estaba buscando más problemas al preguntar eso. Estaba en las fauces del lobo. No hacía falta que le provocara a cerrar las fauces.

-No...

-¿No? -inquirió Marianne, poco convencida por esa respuesta-. Entonces, ¿Qué estás haciendo ahora?

-Marianne. -Edward extendió la mano, tocó la barbilla de Marianne. Ella se estremeció-. ¿Quién soy yo?

-¿Es un truco?

-¿Quién soy yo?

-Edward Wellington. -respondió Marianne. Luego frunció el ceño-. ¡Un demonio!

-Cierto. -Edward ladeó una sonrisa-. Mientras lo desee, yo seguiré siendo Edward Wellington el tiempo que me plazca. -la miró, sus delgados dedos acariciaron sus mejillas, riéndose-. Marianne Cooper. Tan hermosa. Tan traicionera. Te había olvidado. Hasta esta noche. Cuando te vi en Red Pulse después de tanto tiempo, mis sentimientos de odio regresaron a mi corazón.

Marianne cerró los ojos con fuerza. Sus pensamientos se convirtieron en recuerdos. Recuerdos que la transportaron seis años atrás. Cuando solo tenía veinte años:

«En el pasillo largo de aquel club, caminaba. Tenía puesto un vestido negro con tirantes, su cabello recogido, tacones altos. Tan hermosa. Tenía en sus manos una llave, que había escondido momentos antes al entrar en el club. Mientras caminaba, sus manos temblaban, dudaba. Cuando introdujo la llave en aquellas puertas dobles de madera roja, con el tallado de un arcángel que cubría cada parte de ambas puertas. Cuando abrió las puertas, comenzó la pesadilla».

De vuelta en el presente. Marianne abrió los ojos, encontrándose con los ojos fríos de Edward, llenos de odio.

-Te haré una pregunta, Marianne. -Edward le soltó la barbilla, dando un paso atrás, con la mirada fija en sus ojos-. ¿Le contaste a alguien sobre lo que viste aquella noche?

-No, Edward.

-No me mientas, Marianne. Sé cuándo lo haces. ¿A quién le hablaste sobre mí?

-¿Sobre el verdadero tú? -Marianne frunció el ceño-. A nadie.

-¿Qué hay de Ben? -preguntó Edward con malicia. Torciendo el gesto en una sonrisa maliciosa.

-Ben está muerto, Edward. -dijo Marianne con un nudo en la garganta y el corazón encogido.

-Pero él lo sabía obviamente.

-Lo sospechaba.

-Esas sospechas llegaron a ti y querías asegurarte que fueran mentiras. ¿No es cierto? ¿Tan poca confianza me tenías entonces?

-En algún momento iba a pasar, Edward.

-No si podía evitarlo. ¿Quién más lo sabe?

-Nadie más. -dijo Marianne, decidida.

-¡No me mientas! -Edward gritó, furioso. Dio un paso al frente, pero retrocedió inmediatamente en cuanto vio el cuchillo en la mano de Marianne, a un costado de su cuerpo, con la punta filosa apuntándole. Ladeó una sonrisa.

Un estallido incontrolable de ira brotó dentro de Marianne. Las brasas de ira eran evidentes en sus ojos. El cuchillo estaba tenso, la hoja centellaba al reflejarse la luz de la bombilla de la habitación. -¿Por qué no me dijiste?

-¿Sobre mí? -Edward miró el cuchillo, luego miró a Marianne-. Te espantaría.

-Eso es absurdo. -Marianne apretó los dientes-. ¿Estabas dispuesto a ocultarme tus secretos toda una vida?

Edward se encogió de hombros. -Vivía una doble vida incluso antes de conocerte, Marianne. ¿Por qué no seguiría con eso?

-¿Habría cambiado algo al decírmelo? -preguntó Marianne, no sabía si esperaría una respuesta convincente.

-Al principio pensarías que era un loco, o que estuviera tomándote el pelo. Pero si te lo demostraba. Te marcharías, Marianne. Y no quería perderte.

-Me perdiste de todas maneras.

Edward frunció el ceño, su mandíbula se tensó, su cuerpo se tensó, su mirada se llenó de odio. -Perdí más que tu amor. Perdí mucho, más de lo que te imaginas.

-Elizabeth....

-¡Cállate, maldita sea! -Edward rugió. Marianne retrocedió, levantando el cuchillo, como si estuviera defendiéndose ante un ataque de ira-. ¡No vuelvas a decir su nombre!

            
            

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