Marianne miró aquella espalda tonificada, había cicatrices en sus omóplatos. Signos de tortura, como si algo había sido arrancado con violencia de su piel. Se estremeció, era la primera vez que veía algo semejante. Lo había visto desnudo anteriormente, durante el tiempo que mantenían una relación. Pero nunca había visto aquellas cicatrices.
-Edward. Yo.
-Cállate, Marianne. Y hazlo de una maldita vez. Sé que quieres hacerlo. Lo veo en tus ojos. Lo leo en tus gestos. Lo percibo en tu voz. -Edward hizo una pausa-. Me imagino que me odias de la misma manera que te odio yo a ti. No tengo porque me imaginarlo, tengo la certeza de ello. Hazlo. No dudes. Yo no dudaría en hacerlo si estuviera en tu posición.
-¿Por qué no lo has hecho hasta ahora? -Marianne bajó los brazos, sin soltar el cuchillo-. No me digas que no lo has hecho por remordimiento. Sé que no tienes esa clase de sentimiento.
-Tan poco me conoces.
-Cierto. -Marianne frunció los labios-. Tan poco te conozco. -repentinamente soltó el cuchillo, que cayó en un ruido sordo en el suelo tapizado con terciopelo-. Habías dicho que me odiabas. Pero, ¿Por qué me besaste hace un momento?
-Algo me impulsó en hacerlo. -respondió Edward, aun dándole la espalda-. Una clase de necesidad que me aferra a ti. No lo puedo evitar, pensé que podía lograrlo.
-Déjame marchar, Edward. Olvidaré todo este asunto. Incluso me marcharé de la ciudad si me lo pides.
-Lo que hagas en adelante no me interesa en lo más mínimo.
Marianne entornó los ojos, sabía que eso era una mentira. Edward disimulaba muy bien sus acciones, pero sus sentimientos eran muy evidentes, palpables a simple vista. Había odio y amor en el ambiente. Y ella necesitaba saber si su sentimiento de odio no era mayor que el amor.
-Sé que me odias mucho, Edward. -dijo Marianne-. ¿Por qué no me has hecho daño?
Edward giró sobre sus talones, para estar frente a ella, tenía los ojos enrojecidos. Sonrió. -¿Quieres que lo haga?
Marianne mantuvo su compostura y negó con la cabeza.
-¿Me juras que nadie más sabe sobre mi verdadero yo? -preguntó Edward dando un paso al frente, se percató de la reacción inmediata de Marianne, tensa y a la expectativa, un grado de estrés que conocía muy bien-. Respóndeme eso, Marianne. Depende de tu respuesta, decidiré si te marchas o no.
-Nadie más. -dijo Marianne levantando la barbilla, una actitud decidida, valiente.
-Bueno. -Edward ladeó una sonrisa y suspiró, caminó. Marianne retrocedió unos pasos, con los puños apretados. Pero Edward le pasó por el lado y llegó a la puerta. Había un truco para destrabar la puerta que solo conocía él. Abrió la puerta, se hizo a un lado y la miró-. Puedes marcharte, Marianne. Con una condición.
-¿Cuál?
-Cancela cualquier acuerdo que hayas hecho con mis socios. Inventa cualquier excusa. No me importa. No te quiero ver en Red Pulse ni en cualquier club ni establecimiento que tenga la firma de alguno de mis inversionistas...
-Hecho... -soltó Marianne sin necesidad de dejarlo terminar.
-Hazlo, Marianne. Aléjate lo más que pueda de mí, y de mis socios. Como bien sabrás, no soy el único que está molesto contigo. No soy el único hombre poderoso que te odia.