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-Soy Ezequiel Gandul - se presenta el chico guapo tomando mi mano y dejando un beso en ella.
Olía a menta y canela.
Frescura y tranquilidad.
-Un gusto, Gala Martin.
-El gusto es mío al tener el honor de conocer a una dama tan encantadora.
Mi sonrojo es inevitable y desvío la mirada a Kiki, que me hace señas para que suba al ascensor mientras está al móvil.
-Nos vemos guapa - dice Ezequiel antes de que las puertas se cierren.
-Quiero aperitivos en la sala de reunión uno - Kiki presionó el botón del último piso - Y que no lleve colorantes o azúcares, la señorita Muller se enfadará si hay algo con eso dentro de los aperitivos. Si, no eso no, lleva todo lo que es papeleo.
Me di vuelta y me concentré en los números del elevador, no quería parecer entrometida o chismosa por escuchar una conversación ajena. Sí, tal vez pasaba a ser parte de mi trabajo, pero no por eso iba a escuchar todo.
-Gala - mi vista recae en ella cuando me nombra - tu puesto es secretaria del jefe ¿correcto?
-Eso fue lo que dijo la señorita Stuart.
-Bien, tienes un lapso de tiempo de media hora para arreglar tu zona de trabajo antes de que el jefe llegue a su oficina, el señor Volkov es una persona generalmente fácil, pues parece que no esta - se abren las puertas del ascensor - pero cuando se enoja si hay que tener cuidado porque su paciencia es nula y su carácter fuerte.
-Ok.
Mi respuesta nula le da paso a su charla sobre mi jefe, quien es hermano del señor Nikolay, el hombre que dispuso la reunión.
Este piso era sumamente grande y estaba muy vacío, solo había siete oficinas y todas eran de cristal a excepción de la del centro cuyo cristal era oscuro, de resto todas eran iguales. Tenían en la puerta el puesto y nombre del propietario de la oficina en letras doradas, y frente a estas, a un espacio muy prudente, habían barras de recepción distintas con su propia silla y escritorio.
Por otro lado, de la barra hacia el frente había varias mesas con trabajadores concentrados en lo suyo.
-El señor Volkov, el anterior, era un hombre de gustos extraños, así que no te asustes por la cosa tan rara de tener más fe cinco barras de recepción en un solo piso - Kiki me llevó hasta uno vacío, el que estaba frente a la oficina de cristales oscuros - tu tarea es sencilla, agendas reuniones y cosas específicas que te pida el jefe, siempre debes darle un café hirviendo con dos de azúcar antes de comenzar la jornada, en tu tiempo libre suele haber papeleo que hay que realizar y siempre que alguien quiera entrar a la oficina del señor Volkov debes avisar presionando el cero del telefonillo.
-¿No hay excepciones? - pregunté previniendo si alguien llega a ofenderse por que no la deje pasar.
-Solo la señora Chiara y el señor Nicolay, son la madre y el hermano - encendió el ordenador antes de volver a mirarme - Oh y el señor Marco Muller, es el mejor amigo. De resto si tienes que avisar obligatoriamente.
-De acuerdo.
-Bueno, esa puerta de allá - señaló a su izquierda una puerta de caoba que no había notado - es la entrada a la zona de descanso y mini cafetería, allí puedes ir a ver el café del jefe, ¿todo claro?
-Todo clarísimo - contesté regalándole una sonrisa.
-Pues genial, te dejo adaptarte, y no olvides el café del jefe. Se le sube un cabreo... que ni la mamá lo aguanta.
-Ok.
Y ante eso ella desapareció, casi literalmente.
Tomé asiento en mi nuevo puesto y dejé mi bolso sobre el escritorio que la barra tapaba. Junto al ordenador había una pequeña nota con el usuario y la clave del monitor, con un pequeño apartado que me indicaba que debía cambiar la clave por prevención.
Hice lo indicado y abrí mi correo de la empresa y descargué archivos que habían enviado de oficinas inferiores para que los enviara a mi jefe, eran solo cinco. Por lo que cuando envié los que parecían estar perfectos me encaminé a la zona de la mini cafetería a hacerle el café al señor Volkov.
-Hola.
La voz masculina me exaltó, y casi le tiro el café hirviendo encima.
-Mon dieu - exclamé con la mano en el pecho - que susto.
Era el mismo chico de hace rato, Ezequiel.
-Lamento haberte asustado - se disculpó apenado - te vi y quise saludarte, otra vez.
-Pues hola, de nuevo.
Una risita salió de su garganta y sonreí.
¡Que sonido tan tierno!
-Y cuéntame, ¿Cómo lo llevas?
-¿Cómo llevo el qué? - cuestioné colocando las dos de azúcar.
-El ser la secretaria del actual Joseph Stalin.
-Pues aún no lo he tratado, pero que lo compares con un dictador no me la pone fácil - rodé los ojos alejándome de la cafetera con cuidado y volviendo a mi puesto.
-Tal ves es muy poco, el jefe es un ogro. Si fuera alemán sería hijo del mismísimo Hitler - me siguió hasta mi puesto.
-El hecho de que intentes darme una mala imagen de mi jefe antes de que lo conozca no dice cosas muy buenas de ti - miré fijamente al ojiverde.
El sonrojo leve de sus mejillas me indicó que se avergüenza de su conducta, por lo que lo dejo en paz y saco mi móvil del bolso, más que nada para distraerme.
-Disculpa por darte una imagen equivocada de mí, que no ha sido mi intención parecer el típico tío de oficina que odia al jefe.
-No pasa nada - lo miré de vuelta - tendrás tus razones y lo respeto, pero no intentes meterlas a la fuerza en mi.
-¿Meter qué cosa en quién? - Una voz grave se hizo presente a nuestro lado y miré a la persona que apareció de la nada asustándonos.
Si su voz me asustó, su rostro me hizo entrar en pánico.
¿Qué hacia él aquí?