Capítulo 6 Sea Mi Asistente

¡Dios santo! No quiero pararme. La noche de anoche se tornó larga gracias a ciertos mensajes con el señor Don Mateo. No puedo evitar sentir tanta vergüenza y creo que será peor cuándo llegué a la oficina y tenga que pasar el día entero viéndole.

Si bien en los mensajes no hubo nada del otro mundo, ni mucho menos nada caliente pero, sí hubieron dobles sentidos. Mateo es un loquillo.

Me levanto de la cama en contra de toda mi voluntad y me dispongo a organizarme para el trabajo.

Anoche no pude evitar sentir de nuevo esa ponzoñita de decepción al hablar con Mateo y que él me llamara por el nombre de mi hermana, sé que al momento de arreglar al fin mi problema de identidad tendré que abandonar mi trabajo. Ese que hasta ahora amo y estoy dedicada a el.

Lo único bueno es que será un nuevo comienzo y siempre he dicho que las primeras cosas son buenas e inolvidables. Nuevo comienzo, nueva vida y por supuesto nuevas cosas.

Debo apresurarme dentro de poco llegará la florecita por mí y no quisiera hacerlo enojar. Jajaja aunque no puedo evitar pensar que enojado se ve demasiado bien, como las venas se le marcan en algunos lugares de su rostro y le hacen ver tan hombre, tan viril, ver cómo sus músculos se adhieren a su traje es la mejor parte.

Pero ¡Santo Padre de la Creación! ¿Agnes desde que momento tus pensamientos se volvieron tan sucios? Sinceramente esto está grave, debo dejar esos estúpidos pensamientos impuros, después de todo es mi jefe.

Escucho el timbre de mi departamento sonar y voy de inmediato a abrir la puerta antes de que mis pensamientos me sigan traicionando.

- Aunque no me molesta para nada la excelente vista que me está obsequiando señorita Ainara, creo que a usted sí le importaría estar dando tremendo espectáculo. Digo porque hasta ahora es muy santa y refinada.

Cabe mencionar que sus buenos días no son gratos pero ahora la de los malos modales soy yo. Por andar de calenturienta pensando cosas que no debo, salí de mi habitación con mi camisa sin abotonar. Los sostenes blancos de encaje semi transparente que utilizó no dejan mucho a la imaginación y ahora aquí en frente tengo a mi estúpidamente guapo de infarto, jefecito que mira descaradamente lo que jamás en la vida se va a comer.

- ¡Dios mío! Señor, emm disculpeme por favor. ¡Escuche el timbre y salí corriendo!

Dije tapando mis pechos lo más que podía.

- No tengo nada que disculpar señorita Bachelet, si jura recibirme así todos los días no me quejaría y pasaría a buscarla a la hora que sea.

Le di una mirada de odio.

>> Aunque quisiera quedarme aquí parado viendo sus luchas internas, tenemos trabajo y mucho. ¡Apresurese!

Con una delicadeza y elegancia muy digna de él agachó un poco su cuerpo e ingresó a mi departamento, se dirigió a mi pequeña sala y tomó asiento en uno de mis muebles.

>> ¿Se va a quedar viéndome ahí como boba o irá a terminar de arreglarse? Le doy diez minutos.

Como una completa boba, asentí. ¿De cuando acá los jefes buscan a sus empleados a sus casas y se toman el atrevimiento de pasar y tomar asiento en sus salas?

¿O es que se toma lo de los tratos igualitarios muy en serio? No creo.

Bueno en realidad tampoco es que sea algo del otro mundo o para mal pensar, él está reconociendo que ayer la embarró al llevarme a ese almuerzo y hacer que dejase mi único medio de transporte en la empresa.

Errar es de humanos, al menos eso me confirma que es uno.

Cuándo me disponía a irme a mi habitación a terminar de vestirme recordé que anoche cuándo llegué a casa me quite toda mi ropa en la sala y justo dónde se había sentado Mateo se encontraba mi tanga de encaje, aquella negra que compré para impresionar no sé a quién ya que mi vida sexual estaba extinguida e inexistente.

- ¡Tierra ábrete y tragame! - Susurre.

Ingrese a mi habitación rezando que él no se diera cuenta del regalito que había dejado en mi mueble. Terminé de arreglarme, justo nueve minutos me tarde.

Cuándo salí a la sala, él estaba ahí aún, el cojín que adornaba mi mueble reposaba sobre sus piernas y su expresión se veía algo agitada. No quise prestarle mucha atención.

Se puso de pie y salió al pasillo del departamento, sin decirme ni una palabra. Eché un vistazo rápido al mueble a ver si lograba ver mi ropa interior y ni señales de la susodicha, quizás anoche en algún momento se cayó al piso y me salvó del cataclismo de la vergüenza.

Tomé mis llaves y decidí que ya era hora de salir de casa o si no el ogro me iba a pegar una insultada.

Salí al pasillo y al final de este visualice la alta e imponente figura del magnate, me acerqué a él y le pedí cortésmente que me diera permiso para llamar el ascensor. Aún con su semblante serio se hizo a un lado para permitirme hacerlo.

Nos subimos a este y rápido llegamos a planta baja, nos dirigimos a la salida y abordamos el auto.

El camino a la empresa fue en completo silencio. Al terminar de llegar y subirnos al ascensor que nos llevaría a nuestra oficina no pude aguantar más tanto silencio así que le hable:

- Los días como hoy, hago un recorrido por todas las áreas de la empresa. Me pongo al tanto de todas las cosas que suceden, quizás si se anima a venir conmigo podremos recopilar información.

- Señorita Bachelet mi madre siempre habla de su manera tan competente de realizar las cosas, ahora veo que se queda corta.

Aunque había cierto tono sarcástico en su conversación decidí responderle tranquila y Serena.

- Me alegra saber que no uno, si no dos de los grandes les complace mi trabajo.

- Y podrían complacerme más cosas de usted.

Mi mirada la cuál estaba fija en mis pies se alzó al espejo frente a nosotros. Hubiese deseado no haberlo hecho, por dios Padre santo hubiese no deseado haberlo hecho.

Su mano cerrada en un puño se encontraba posada en su nariz, se encontraba oliendo algo.

Pará mí mayor sorpresa y gran vergüenza, de entre sus dedos los cuales se aferraban con fuerzas a aquel pequeño trozo de tela que sobresalía de ellos, una tela negra, una muy parecida a mi tanga, de hecho muy parecida, de inmediato supe que se trataba de mi tanga.

Él olía mi tanga.

Mis orejas se calentaron a una temperatura increíblemente alta, mis mejillas se tornaron rojas al igual que parte de mi pecho. Sentía que el pequeño cubículo que era el ascensor se hacía pequeño con cada milisegundo que pasaba.

Quería salir huyendo de ahí, juro por dios que lo quería.

>> Por cierto señorita, hice una extensa investigación, una en la que averigüe hasta el lugar de nacimiento de todos y cada uno de mis empleados.

Palidecí. Toda la calentura se enfrió en un instante.

Él hizo una pausa a la par con el ascensor que justamente ya había llegado a nuestro destino. Si ya no era suficiente mi vergüenza por descubrirlo oliendo mis tangas, ahora sentía que estar a su alrededor me asfixiaba.

Es un loco, Dios mío es un psicópata.

Salí rápido, casi corriendo del ascensor.

>> Encontré algo interesante de usted, si bien sé que usted es gemela. Bueno tiene una hermana gemela. Comparten el cien por ciento de sus genes es decir son idénticas, gracias a que cada ser humano por más gemelo que sea, tienen sus huellas dactilares diferentes y por consecuente únicas, di con la gran sorpresa que...

Se detuvo.

Mi corazón ya latía al mil y mis lágrimas querían salirse de las cuencas de mis ojos, él me había descubierto y ahora mi trasero usurpador se iría a la cárcel.

Él tomó con delicadeza mi cintura haciendo que entrará a la oficina, cerró la puerta detrás de nosotros y prosiguió hablando:

>> Usted no es la excelente Ainara, pues no está casada y mucho menos tiene una linda hija... Al contrario...

Volvió a pausar su hablar, haciéndome desfallecer.

Su tono acusador me acechaba así como su imponente figura acercándose a mí. Me acorraló, mi cuerpo quedó pegado a la fría pared y él con ambos brazos me rodeo no dejándome escapatoria alguna.

Su cara se pegó a mi cara, sus labios quedaron a la altura de mi oído. Soltó sus palabras :

>> Usted se llama Agnes y antes de cualquier cosa déjeme proponerle algo. Sea mi amante y también sea mi asistente desde ahora, frente a los demás empleados no degradare su puesto seguirá siendo la encargada de esta sucursal. Si de algún modo no quiere aceptar mi oferta me veré en la obligación de poner ese lindo culo en la cárcel. No debe disgustarse, ¿No sabe que un favor se paga con otro?

Dos lágrimas lograron salirse de mis ojos, las limpie rápidamente y muy envalentonada decidí responder:

- Creo que mi culo se verá mucho mejor en la cárcel. ¡Muchas gracias por su propuesta señor! Pero, afrontaré las consecuencias de mis actos.

Y sin esperar a que siguiera chantajeandome abrace fuerte mi bolsa y me agache logrando así escapar de él.

Salí corriendo de la oficina, pude escucharlo gritar:

- ¡Vuelva aquí Señorita Bachelet!

Pero no le presté atención, mis pies corriendo se adentraron al ascensor que por suerte se encontraba aún abierto y marqué rápidamente el botón del estacionamiento.

De nuevo me encontraba huyendo.

Maldita sea mi suerte.

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