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-¿Cómo pasó? -le preguntó la muchacha con los ojos llorosos.
-Lo estaban robando y se negó al robo. Le dieron tres disparos y ahí quedo -Gladys lo contaba como quien habla de algo insignificante-. Qué lástima el muchacho. Justamente la semana que viene se iba a vivir a México a donde una hermana que tenía. Eso es lo que tienen que hacer los jóvenes, irse de este país. ¿No te quieres ir Mafer?
-Todos los días de mi vida. Hay días en los que odio todo -respondió sin pensarlo mucho-. También me quedaré con este conjunto. El pantalón me gusta y la blusa también. ¿Cuánto serían las cuatro piezas?
-todo sería millón quinientos, pero tranquila, como te dije antes me puedes pagar en varias partes. Yo después paso.
Mafer sólo asistió y se fue a su cuarto. Se tiró en la cama a llorar mientras afuera la señora Gladys se despedía de Carmen. La vecina se fue, se cerró la puerta de la casa y Carmen entró al cuarto de la jovencita y sin decir una palabra se sentó en la cama y la abrazó. Sabía que la noticia le había roto el corazón a su hija. Unos segundos después le preguntó que si había traído los panes. Ella asistió con la cabeza y le dijo que estaban en la sala. La madre se levantó los buscó y al cabo de un rato la llamó para que fuera a cenar.
Mafer se levantó y fue a la cocina y en la mesa habían cuatro platos plásticos con dos panes rellenos con mantequilla y poquitísimo queso, casi imperceptible de lo poco que era. Le preguntó a su madre que dónde estaban sus hermanitos y ella le respondió que en un cumpleaños. Estaba cumpliendo años uno de los niños del barrio que vivía a unos tres callejones de su casa. Las dos se dispusieron a comer, pues los niños podían llegar tarde.
A mitad de la cena Carmen le preguntó sobre el trabajo que había conseguido. A Mafer ya se le había hasta olvidado la emoción que sentía por ello, pero al recordar que ya al día siguiente comenzaría volvió a cambiar su semblante, nuevamente se contentó. Le contó que era en una tienda de ropa interior, que comenzaba al día siguiente y que tenía que llegar temprano.
-Qué chévere, mi amor. Tu primer trabajo ¡Upa! Ya eres toda una adulta -su madre estaba muy feliz de que Mafer comenzara a trabajar, así la ayudaría con los gastos y más que eso, estaba contenta de que viviera la experiencia-. ¡Ajá! Mafer ¿Cuánto te van a pagar? ¿Cuántas horas son?
Mafer de la emoción no había preguntado mucho sobre el trabajo, típico de quien busca un trabajo de manera desesperada. Ella sólo sabía que mañana a las siete y punto de la mañana tenía que estar en la puerta de ese local y que ya tenía un trabajo.
-Mmm...-le causó hasta risa que no había preguntado cosas tan importantes-. Conchale, mamá. Se me olvido preguntar esas cosas, pero tengo trabajo -Mafer finalizó con una risa burlona hacia ella misma.
-Ay, mijita. Hay que ver que usted es un caso -le dijo su madre mientras se reía.
De repente empezaron a tocar la puerta. Carmen dejó de comer y se levantó de la mesa para ir a abrir. Habían llegado los niños del cumpleaños. Los hermanitos de Mafer siempre andaban juntos, pelaban a cada rato, pero siempre los veías pegados como el mugre y las uñas. Manuelito era el más pequeño, tenía nueve años. Juagaba beisbol y soñaba con un día jugar en las ligas mayores de Estados Unidos. Su otro hermanito se llamaba José María, pero todos lo llamaban Joselo. Tenía once añitos, pero él se creía que tenía veinte, siempre andaba metido en un problema. Era el típico niño que todos llaman "niño imperativo", siempre quería estar en la calle jugando con sus amigos o simplemente hablando con los del barrio. De camino a casa luego del colegio se pasaba por todas las tiendas para hablar un rato con los trabajadores, los dueños, los clientes, los vecinos que se consiguiera y si pasaba por unos de los callejones y habían niños jugando, se le olvidaba que tenía casa. Su madre lo había inscrito en varios deportes, pero según él los odiaba a todos, en especial a beisbol, decía que un juego donde puros gordos intentan batear una pelota no se podía llamar deporte. Aunque era un niño, parecía que se llevaba mejor con las personas mayores.
Los dos le pidieron la bendición a su madre no más al verla. La abrazaron y empezaron a mostrarle los dulces que les habían dado en la fiesta. Cada uno cargaba su cotillón, que es como una bolsita de recuerdo que se le da a todos los niños que asisten a una fiesta infantil; dentro trae caramelos, galletas y en ocasiones algún juguete. Su madre los besó en la frente a cada uno y les dijo que pasaran a la cocina que ya la cena estaba lista. Los dos corrieron para sentarse a la mesa y tratar de agarrar el plato que tuviera más comida. Eso de competir con los hermanos por quién agarra el plato con más comida es como una tradición familiar rara en las familias. Al entrar vieron a Mafer y la saludaron mientras peleaban por las sillas. Mafer sólo se reía de lo tontos que podían llegar a ser sus hermanitos, pero los entendía y se contentaba que siempre se acompañaran los dos. Ella había crecido prácticamente sola, de pequeña su única compañía era su madre que siempre trabajaba y su padrastro, el papá de sus hermanitos quien un día simplemente se fue y jamás se volvió a saber de él. Muchos dicen que se fue con otra familia y se mudó a Maracaibo o Apure, pero la verdad nadie sabe bien a ciencia cierta que fue de ese gran canalla. Igual si estuviera y no ayudara, seria hasta peor su presencia.