/0/8882/coverbig.jpg?v=eca8a950503d67ee54c9449ff1d8f9f3)
5
Capítulo 10 Hermosa

Capítulo 11 No quiero olvidar


/ 1

Terminamos nuestras tazas de té y, tras darme las últimas indicaciones, la señora Gomeri se despidió de mí para ser acompañada por Thiago a la puerta, dejándome a solas con Hebert.
-¿Estás casada? No veo alianza en tu dedo -disparó en cuanto las pisadas de ambos se perdieron por el pasillo.
-No -le contesté entregando mi respuesta corta a esa pregunta.
-¿Tienes novia? Ahora todas las mujeres tienen novia. Y quizá hagan bien, los hombres no valemos la pena.
Reí.
-No, no tengo novia, señor Strong. ¿Puedo llamarlo Hebert?
-Es mi nombre, ¿no?
-Sí, pero si prefiere que mantengamos las formalidades y que no lo tutee...
-Lo que yo preferiría sería que te largaras. Es mi casa y estoy acostumbrado a vivir solo aquí. El resto me da igual.
-Prometo que no te molestaré. Tan solo quiero que sepas que, para lo que necesites, aquí estoy.
Su mirada acuosa se fijó en la mía.
-No deberías estar aquí. Esta casa... -Su mirada se perdió por lo que nos rodeaba.
-Es una casa estupenda. ¿Te parecería mal si me tomo el atrevimiento de ocuparme del jardín? Cuando no llueva, eso sí. Si le dedicamos un poco de cuidado, podría llegar a la primavera...
-¿Dedicamos, así en plural?
-Sí, tú y yo.
-Yo estoy demasiado viejo para eso.
-No, no estás tan viejo -repliqué bromeando. Realmente no lo era y tenía entendido que, hasta antes de ser hospitalizado, era un hombre bastante activo.
Albert me contempló con una ceja en alto.
-Anda, necesitaré de alguien que me eche una mano. Yo siempre he querido tener un jardín así.
-No te quedarás con mi casa -gruñó.
-No era mi intención insinuar eso -le sonreí-, lo que quiero decir es que...
-No deberías estar aquí.
-Albert, entiendo que estuvieras muy acostumbrado a tu independencia y te juro que pretendo invadir lo menos posible tu vida, pero, por el momento, necesitas a alguien que te eche una mano y yo estoy dispuesta a hacerlo. Confío en que podremos llevarnos bien... o incluso mejor que eso, podríamos divertirnos juntos.
-También estoy viejo para eso. -Su mueca me dijo que bromeaba, por lo que reí.
-Albert, no sabía que eras un casanova.
-No seas ridícula, soy un viejo que por momentos cojea y tiene una sola mano útil para hacerse una paja en caso de que se le empine.
Me permití volver a reír, porque por su tono entendí que ese era su modo de hacerme un espacio. Ese era él, no su rechazo.
-Albert, nunca es tarde, seguro que más de una de tus vecinas interrumpe tus paseos...
-Porque son cotillas y quieren saber de mi hijo, de mi salud.
-Bueno, se preocupan por tu familia y por ti.
-Y una mierda, son curiosas, nada más.
-¿Y tu amiga Patricia?, ¿la que viene a leer para ti?
-¿Cómo sabes de ella?
-La señora Gomeri me habló un poco de tus rutinas y Thiago me contó el resto. Él es un tipo increíble, ¿no te parece?
Albert volvió a quedarse estudiándome con una ceja en alto.
-Sí, claro -murmuró-. Te gusta, ¿no?
Procuré que el rubor que trepaba por mi cuello no me delatara.
-Tú le gustas, lo he visto sonreírte. A Jasmine no le sonríe así. Es normal que él les guste a las mujeres. Ese hombre debe de pasar demasiadas horas en el gimnasio y mirándose al espejo.
-Bueno...
-Si te lo vas a tirar, no hagas ruido. Tengo el sueño ligero.
Abrí la boca, pero nada salió de entre mis labios.
-Hasta lo que creo recordar, no tiene novia.
Le sonreí.
-¿Tienes muchos problemas con tu memoria? -le pregunté, porque me parecía correcto que él supiera que yo estaba al tanto de su condición.
-A veces -farfulló-. Hace unos días tuvimos un problema porque olvidé un fuego encendido. Hicieron un escándalo por aquello. -Hizo una mueca graciosa con la que se atrevió hasta a sonreírme-. Al menos recuerdo que olvidé el fuego encendido -bromeó.
-Sí, eso es bueno.
-De cualquier modo, yo no necesito a nadie aquí. Me toca los huevos que me traten como a un inválido.
-Procuraré recordar eso. Créeme, sé que tienes problemas con tu lado izquierdo, pero no considero que seas un inválido.
-El puto bastón.
-Es para tener más estabilidad y para golpear los tobillos de quienes te fastidian -bromeé, y él rio.
-No lo había pensado, buena idea.-Buscó el mango del bastón y lo alzó bajando su mano por el largo del tubo, como advirtiéndome.
-¿Ya te fastidio? -jugué.
-No por lo pronto, pero fastidiarás, todos lo hacen.
-Bueno, si hay algo que yo haga que te moleste, me lo dices, pero apenas acabo de llegar. Dame unos días, Hebert.
-No necesitabas venir hasta aquí para cuidar de mí.
-¿Tú qué sabes? Además, quizá sea yo la que necesite cuidado.
-¿Esperas que yo cuide de ti? ¿Estafas al Gobierno haciéndoles creer que cuidas de los viejos decrépitos como yo para pegarte la gran vida?
-Tal vez. Quizá demande que todas las noches toques el piano para mí, y podría ponerte a trabajar a destajo en el jardín para que lo dejes bonito.
-¿De dónde te han sacado a ti?
- Hebert, yo creí que sabías de dónde sale la gente -bromeó Thiago entrando en la cocina.
-Idiota. Mejor dejas de decir tonterías y subes las cosas de Anahí a su cuarto. A ver si así eres útil para algo.
-Yo soy útil para muchas cosas, Hebert, y tú me adoras. Vamos, admítelo.
Estás a punto de adoptarme de lo mucho que me quieres.
-Eres insoportable.
-Bueno, ya que no necesito convencerte de lo contrario, te diré que me alegra que aceptes que Anahí se quede aquí con nosotros.
-Conmigo -lo corrigió Hebert, y Thiago sonrió con un deje de vergüenza en sus labios.
-Recién acaba de llegar y ya quieres acapararla toda para ti. Es buena señal.
-Ya cierra la boca. ¿Tú no sabes lo que es el silencio?
-Admite que disfrutas de mi compañía.
-Ayúdala a instalarse y enséñale la casa de una puta vez.
-Hebert, que no soy un niño.
-No eres mucho más que un niño.
-Tengo veintisiete años, Hebert.
-Todavía te falta para ser hombre.
Thiago se carcajeó con ganas.
-Mi hijo tiene cuarenta y tantos y todavía no lo es. Las últimas generaciones son un desastre.
-Vamos, Hebert, no generalices.
-¿Cuántos años tienes tú? -disparó en mi dirección.
Thiago giró su rostro hacia mí a la espera de mi respuesta.
Tragué saliva.
-Cumpliré cuarenta en un par de semanas.
-Tú, ¿cuarenta? -soltó Thiago junto con una sonrisa que me aseguró que, a los pies de los cuarenta o a la edad que una mujer pudiese tener, su sonrisa causaba efecto-. Eso no es posible.
-Se nota que eres toda una mujer hecha y derecha.
No supe cómo tomarme el comentario de Hebert. ¿Parecía vieja? ¿Madura?
De hecha y derecha, nada. Si él supiese...
-Y seguro que sabes que los hombres de ahora no son lo que deberían ser.
-¡Eh, Albert, que yo sigo aquí! -se quejó Jamie riendo.
No podía tener una sonrisa más fácil y deliciosa.
-Como sea, la dama es demasiado para ti. Compórtate y ve a enseñarle todo para que luego puedas torturarme con tus malditos ejercicios.
La sonrisa tembló en los labios de Jamie y comenzó a desinflarse. Entendí que él hacía fuerza por mantenerla en alto. El esfuerzo no dio resultado.
-Ya hemos hecho los ejercicios hace un rato, Albert, ¿recuerdas?
Albert tardó una fracción de segundo demasiado larga en contestar, durante la cual fue obvio que no se acordaba.
-Por supuesto que sí -resopló-. Es que tú me confundes.
-No soy yo, es la presencia de Victoria, que te nubla la mente. Basta que pongan junto a ti a una mujer bonita para que...
-Cierra la boca, Jamie, que yo podría ser su padre. Un poco más de respeto y mueve el trasero de una vez.
-Claro, Albert. Ya mismo. No te preocupes por las tazas, luego bajo y lo recojo todo. ¿Quieres que te acompañe a la sala y que te ponga la televisión?
-No, no, no. Yo me quedaré aquí un momento.
-¿Necesitas que te busque algo o...?
-Lo que necesito es que subas su maleta.
-Bien, bien, ahora mismo. Si necesitas algo, grita. Bajaré en un segundo.
-Piérdete -le gruñó Albert.
-Tus deseos son órdenes. ¿Me sigues, Victoria?
Asentí con la cabeza y me levanté de la silla recogiendo mi abrigo del respaldo.
Acomodé la silla en su sitio y me volví hacia Albert.
-De verdad que me alegra estar aquí.
Albert me respondió con un gesto de su mano izquierda que no fue nada.
Le sonreí y seguí a Jamie por el corredor.
Yo dejé la cocina un tanto incómoda y preocupada porque no me gustaba la idea de dejarlo solo, sobre todo después de los últimos minutos de nuestra conversación.
-¿Tiene muchos episodios de olvidos? -le pregunté a Jamie cuando nos alejamos lo suficiente de la cocina como para que no pudiese oírnos.
-Empeora cuando se estresa. Desde ayer por la tarde ha estado un poco angustiado por tu llegada. Insistió hasta el cansancio sobre que no quería a nadie aquí, pero en el fondo... -Se detuvo a los pies de la escalera, junto a mi maleta.
Yo recogí mi bolso y mi mochila.
-Yo sé que lo inquieta estar solo. No le gusta saberse necesitado de apoyo, pero lo necesita. No es fácil para él, porque, desde que su hijo se fue a la universidad, ha vivido solo sin la ayuda de nadie.
-Entiendo.
Jamie levantó mi maleta del suelo y me sonrió.
-Debes haberle caído bien, porque de otro modo todavía estaría insistiendo en que te largaras.
-Habría necesitado hacer mucho más que echarme para sacarme de aquí.
-Me alegra oír eso, porque sería una pena que te fueras tan pronto. Es un placer tenerte aquí al fin. Es mejor hablar cara a cara que por teléfono. La próxima podría ser con algo de beber de por medio... ¿o es que estoy pasándome de la raya? No quiero que pienses que... Yo soy muy profesional, por eso hablo de salir a beber algo fuera de nuestros horarios laborales. ¿Qué te parece? Esto no es Londres; sin embargo, hay unos cuantos sitios que están muy bien.
Mis piernas perdieron fuerza otra vez y por dentro las insulté con todas mis fuerzas, aunque, en el fondo, no me quedaba más remedio que darles la razón, porque ellas y yo llevábamos un buen tiempo sin tener sexo y para qué hablar de follar con alguien como Jamie, con esa sonrisa suya, esos brazos, esos hombros y todo lo demás que se adivinaba debajo de sus ropas azules que, aunque nada favorecedoras, no lograban nada en pos de ensombrecer su hombría. Y por Dios que olía a hombre del mejor modo posible, con un toque a loción fresca pero muy masculina. Embobada en sus ojos y sus labios, me pregunté si toda su piel olería así y a qué sabría su boca; mi cabeza desvarió en la posibilidad de prenderme de su cabello y besar su cuello.
-¿Qué me dices? ¿Puedo invitarte a tomar algo o no sales con colegas?
No con colegas, sí con él.
-Claro, me encantaría -respondí conteniendo en mis rodillas las ganas de ponerme a dar saltitos de entusiasmo. Si saltaba con esas piernas reblandecidas, acabaría en el suelo.
-Estupendo. Ahora mejor te enseño tu cuarto, la casa y dónde está todo para que luego podamos hablar de Albert.
-Bien, mejor. Además, no quiero dejarlo mucho rato solo abajo.
-Sí, mejor... además, insisto en que desde ayer está un tanto inquieto. De cualquier modo, te aseguro que esperaba más oposición por su parte. Me alegro de que no haya armado mucho escándalo. No es un hombre sencillo, pero vale la pena una vez que llegas a conocerlo... Lo entenderás cuando veas su atelier y cuando puedas hablar un poco con él -me dijo tomando la delantera por la escalera-. Tiene sus momentos terribles, pero les da batalla. Los médicos han hablado con claridad con él y, si bien por momentos se olvida, lo tiene presente. Yo creo que ahí radica el motivo de su enfado continuo... No le gusta saber que un día él no... -Jamie se detuvo para morderse el labio inferior-. Es una pena, en serio que es un gran tipo. Pese a lo que puedas oír por ahí de él, lo es. Ha pasado por mucho, eso es todo. Crio a su hijo solo y perdió al amor de su vida muy pronto.
Yo había leído que Ángela, su esposa, había muerto cuando su hijo William apenas había cumplido los cinco años.
-¿Y su hijo? ¿Él ha estado por aquí? ¿Está al tanto del estado de su padre?
-Sí, eso creo. Tengo entendido que la señora Spencer está en contacto con él. Vino cuando hospitalizaron a Albert. Me contaron que pasó unos días aquí y luego, cuando Albert ya estuvo fuera de peligro, se largó de regreso a Londres. No se llevan muy bien. -Se encogió de hombros-. Una lástima, pero qué se le va a hacer... No son ni los primeros ni los últimos padre e hijo que no tienen relación -añadió mientras dejábamos atrás la primera planta.
-¿Tú te llevas bien con tus padres?
-Sí. Mi padre es genial, ya te lo presentaré. Mi madre te adorará.
Su último comentario me provocó palpitaciones, pero hice ver que nada me sucedía.
-¿Y los tuyos? ¿Te llevas bien con ellos?
-Sí, por suerte sí. Mi madre lloró anoche cuando la llamé. Amenazó con venir a visitarme en unos días.
-Tendrás que presentármela.
Sonreí nerviosa, porque eso iba demasiado rápido y yo ni siquiera sabía hacia dónde íbamos. En realidad no planeaba ir a ninguna parte, sino pasar alguna que otra noche agradable, nada más, que yo estaba allí por Albert, no para encontrar a alguien a quien presentarle a mis padres.
-Aquí es -anunció Jamie cuando llegamos a la última planta, que tenía un corredor mucho más corto que el del piso de abajo, y parte del techo era inclinado, porque encima estaba el tejado. Aun así, el espacio era adorable.
-Este es el armario del que te he hablado antes -me explicó tirando de una de las dos puertas blancas, la más próxima a la escalera.
A la vista quedaron estantes con ropa de cama, toallas, frazadas, artículos de limpieza, incluso detecté una linterna y bombillas de repuesto.
Jamie cerró la puerta y fue a abrir la otra.
-Y este de aquí es tu baño. No es muy grande, pero... -Empujó la puerta y se apartó un poco para permitirme echar un vistazo hacia dentro. Tuve que pegarme a él para poder pasar, porque, entre mi maleta y que el pasillo era angosto, no había mucho espacio.
El baño, íntegramente blanco, era mucho más moderno de lo que yo esperaba y, si bien era pequeño, tenía ducha y bañera y una ventana en diagonal que cuando saliera el sol tornaría el espacio en uno increíblemente luminoso. En ese momento, sobre el cristal repiqueteaba la lluvia.
Había una puerta para tener acceso directo desde la habitación, o al menos eso me pareció.
-Es muy bonito. La casa fue remodelada últimamente, ¿no?
-Sí, tengo entendido que Albert hizo remodelar todos los baños y la cocina hace unos dos años. Los cuartos también están pintados desde hace muy poco.
Toda la casa está preciosa. Todo menos el jardín. Por lo que sé, incluso antes del accidente cerebrovascular, Albert ya había dejado de ocuparse de este. Los vecinos me contaron que antes su jardín daba envidia.
-Es una pena. Intentaré convencerlo de que me ayude a devolverle la vida.
Ya se lo he propuesto.
-Admito que yo no he tenido éxito en convencerlo de que haga algo por el jardín. A mí no se me da bien la jardinería y él no... -Se interrumpió-. Ojalá tuviese más tiempo para dedicarle a Albert, pero lamentablemente...
-Bueno, después de todos los que han pasado por aquí, eres él único que ha resistido a su lado; imagino que es producto de tu esfuerzo y paciencia. No todos habrían hecho lo mismo.
-Sí, lo sé, pero de todos modos... -Cerró la puerta del baño-. Por eso me alegra que estés aquí y que él no haya montado una escena para aterrorizarte.
Le sonreí.
-Vamos, te enseñaré tu cuarto. -Recogió mi maleta y guio mis pasos.
Resultó que mi habitación era enorme, con una cama de hierro pintada de blanco, un mullido edredón, las paredes blancas y una ventana enorme que daba al jardín. El suelo de madera clara era antiguo y bonito, el mobiliario simple pero sumamente agradable a la vista y nada invasivo, puesto que era del mismo color de la madera del parquet. Había un par de mesitas de noche, una de ellas con una lámpara; un ropero, una cómoda con seis cajones, una televisión nueva... Aquello era simplemente demasiado y no resultaba para nada frío o húmedo.
Jamie me dejó para que me instalara y me dijo que me tomara todo el tiempo que necesitara, que él bajaría a hacerle compañía a Albert mientras tanto, y luego, cuando yo terminara de acomodarme, si quería, él aceptaría de buen grado que lo ayudara a preparar la cena.