Capítulo 7 Yo puedo sola

-¿No viene a menudo?

Hebert no contestó.

-¿Cuándo te irás tú? -me preguntó sin mirarme.

-Acabo de llegar. Si te parece bien, me gustaría quedarme aquí un tiempo contigo.

Hebert volvió su rostro hasta mí otra vez y me miró. Noté su mirada un tanto perdida y angustiada. Su angustia se me contagió, porque entendí que en ese instante algo se le escapaba, algo faltaba en él y lo sabía. Si se confirmaba su diagnóstico, llegaría un momento en el que su vida seria más que nada lagunas. Deseé tanto poder hacer por él mucho más que cuidarlo, por él y por los suyos, para que sus nietos pudiesen disfrutarlo, para que sus amigos no lo perdieran, para que él no quedara consumido en los vicios de una enfermedad que disolvería lo más importante de él, su espíritu.

-Ya me he instalado en la habitación de la buhardilla y me encanta -le conté con una sonrisa en alto, una que debí forzar un poco, pero, en cuanto él en respuesta me sonrió, fue completamente verdadera.

-Bien, bien... -Palmeó los dos apoyabrazos-. Te prepararé de cenar.

Seguro que tienes hambre y yo estoy siendo mal anfitrión.

Fue a levantarse; lo frené posando mi mano sobre su antebrazo.

-No es necesario, Hebert, Thiago está encargándose de eso.

Miró mi mano en su brazo y luego a mis ojos.

-Tienes un bonito color de piel.

-Gracias Hebert.

-Eres una mujer hermosa. ¿Tienes novio?

- No Hebert, no tengo novio.

-Bueno, no te presentaré a mi hijo, porque no vale la pena. Ya no recuerdo si él ahora está casado o divorciándose de alguna otra con la que contrajera matrimonio sin contármelo.

Sentí mis dos cejas trepar por mi frente.

-Sí, eso ha sucedido en más de una ocasión -explicó en respuesta a mi mueca.

-Bueno, ¿qué te parece si planificamos para más adelante que tu nieto venga a visitarte? Podríamos ir de paseo a algún sitio. A mí me encantaría ir a pasear por la playa. Me gusta correr; corro todas las mañanas, soy buena -le conté, porque hasta ese momento, más allá de hablarle de mi familia, no le había contado nada de mí.

-¿Corres?

-Sí, como deporte. Corrí un par de maratones, pero nada a nivel profesional.

-Tienes las piernas muy largas, seguro que eres veloz.

-Lo soy -admití con una sonrisa.

-Bueno, a mí ya no me gusta la playa, trabajaba en el puerto, ¿te lo había contado?

-Sabía algo de eso. ¿Qué hacías allí? -le planteé, y él me explicó que se encargaba de la organización de la entrada y salida de barcos al puerto. Sin que tuviese que preguntarle mucho más, me contó un par de anécdotas y cómo funcionaba el puerto cuando él trabajaba allí. Habló de lo mucho que había cambiado la ciudad en el último tiempo, que tuvo varios barcos con el correr de los años, que le enseñó a su hijo a navegar. Luego se puso a explicarme cómo habían remodelado la casa su esposa y él, también me habló de los vecinos que habían pasado por esa calle, de una panadería que ya no estaba y que según él era la mejor que jamás hubiese existido. Me habló de Brown y del pub, de la biblioteca, a la que ya no iba, pero me explicó que una amiga suya que había sido la mejor amiga de su esposa venía a leerle un par de veces por semana.

Cuando le pregunté qué libro estaba leyéndole, no pudo recordarlo.

Thiago apareció al rato y solamente entonces me percaté de que había caído el sol y que el aire olía a comida.

Hebert se sorprendió al ver a Thiago todavía allí, pero no se explayó en el asunto y accedió de buen grado a que este le prestara su brazo para ir hasta la cocina a cenar. Yo cargué su bastón.

La cena, en honor a la verdad, estuvo muy buena, y además agradable, porque Hebert y Thiago se llevaban muy bien. Permanecí la mayor parte del tiempo en silencio, observándolos, sonriendo ante su amistad y compañerismo, ante el modo en que Thiago lo guiaba para evitar que Hebert se angustiara cuando tenía algún instante en el que se perdía o confundía las cosas.

Vi a Hebert relajarse y reír. También lo oí soltar unas cuantas palabrotas sin pudor pese a mi presencia cuando él y Thiago comenzaron a discutir sobre fútbol.

Después de retirar los platos sucios, Thiago me indicó dónde estaban las medicinas de Hebert y me dejó a mí definitivamente a cargo del asunto.

Con un sorbo de su vaso de leche que se llevaría a la cama, Hebert tomó sin rechistar sus pastillas de la noche.

Thiago se ofreció acompañarlo arriba y, al despedirse, Hebert me dijo que había sido un placer conocerme y que esperaba volver a verme pronto. Sonrió cuando Thiago le explicó que yo me quedaría allí con él y que tenía suerte porque volvería a verme pronto por la mañana.

Hebert me dio las buenas noches y salió de la cocina apoyándose en Thiago.

Terminé de ocuparme de los platos sucios y puse orden en la cocina, familiarizándome un poco con el espacio y su distribución.

Thiago regresó unos veinte minutos después para encontrarme terminando de limpiar la encimera. Se detuvo debajo del dintel de la puerta y volvió a sonreírme; estábamos solos otra vez.

-Debería dormir toda la noche de corrido; una de las pastillas es para eso, porque tenía insomnio y si no descansa correctamente... Bueno, se ponía muy irritable cuando no dormía. Es un sedante suave.

-Sí, lo sé.

Thiago terminó de entrar en la cocina.

-Creo que la noche ha ido estupendamente bien. Es un alivio. Hebert se ha relajado. De cualquier modo, si quieres puedo venir mañana temprano, tan pronto como amanezca, para estar aquí. A veces se pierde un poco y si ve un rostro familiar...

-No, no hace falta. No te preocupes, puedo manejarlo. Estaremos bien, pero gracias por el ofrecimiento.

-Podría traer el desayuno -canturreó con una sonrisa ladeada, alzando una ceja-. ¿Qué me dices?

-Salgo a correr por las mañanas muy temprano. Planeo salir antes de que Albert despierte. Suele levantarse pasadas las siete y media, ¿no?

-Sí, bueno, pero...

-Y mañana viene Jasmine.

-Sí, por la mañana. Por la tarde viene Vanessa. Generalmente ellos toman el té juntos.

-Y tú vendrás el viernes.

-Por la mañana, sí -confirmó sonriendo y asintiendo con la cabeza lentamente-. Y por la noche Charles se lo lleva al pub.

-Bueno, entonces supongo que nos veremos el viernes.

-¿No me permitirás que pase a ver cómo vais?

Le sonreí.

-¿A ver cómo vamos?

-Albert es importante para mí y no me molestaría volver a verte -bromeó haciéndose el tonto.

-Bueno, a mí tampoco me molestaría volver a verte, pero...

Jamie dio un paso al frente para plantarse firme delante de mí.

-De ser por mí, no me iría a casa esta noche, pero no quiero que pienses que soy uno de esos tipos que no piensan antes de tirarse a la primera mujer hermosa que se le cruza por el camino. Pienso, y mucho. En este momento estoy pensando.

Sentí su mirada pasear por mi rostro para al final detenerse en mis labios.

-Bien por ti.

-Victoria -sonó quejumbroso.

-¿Qué?

-Adoro que le caigas tan bien a Albert. Solamente me faltaba que te diese su aprobación y ya la tienes.

-¿Te faltaba que me aprobara?

-Jamás podría salir con nadie que no tratara bien a Albert, que no le cayera bien a Albert. Es un gran hombre, confío plenamente en su juicio.

Se me aceleró el pulso y me vi en la obligación de cruzar los brazos para no tenderlos en dirección a su cuello, para así, colgada de él, comenzar a besarlo para luego arrancarle la ropa y pedirle que me despojara de la mía.

-Dime que puedo invitarte a beber algo el viernes. ¿Te he dicho ya que, de no haber aceptado tú el trabajo, planeaba ir hasta Londres para invitarte a salir?

Porque no tenía palabras, me limité a negar con la cabeza.

-Pues eso, que quiero invitarte a tomar algo el viernes, o a cenar si quieres.

Podemos ir a comer.

Asentí con la cabeza, sonriéndole como una tonta. Apenas si podía creer que eso resultaría así de fácil con él. Las últimas citas a las que me había atrevido muchos meses atrás habían sido hasta incómodas de acordar, y para qué hablar de vivirlas. Con Jaime no era difícil porque, además de gustarme físicamente, él era terriblemente agradable; ambas cosas ya las estimaba de antemano; sin embargo creí que parte de aquello se disolvería cuando nos encontrásemos frente a frente. No fue así, sino todo lo contrario.

Jamie puso una mano sobre la encimera y se inclinó hacia ese lado.

-Me había dado la impresión de que eras bastante más locuaz. ¿Qué sucede? ¿Estás cansada, te aburro, no te entusiasma la perspectiva de tener una cita conmigo?

-Me encantará tener una cita contigo -le dije sonriéndole embobada.

-Es recíproco. -Jamie volvió a quedarse mirando mi boca.

Yo sabía que lo que estaba a punto de hacer no era del todo profesional, porque esa era la casa de Albert y yo recién acababa de llegar; sin embargo...

Sin perder de vista su cálida y dulce mirada, que en ese instante había cobrado un tinte más picante, como una de esas galletas muy especiadas que se preparan para la Navidad y a las que con el correr de los días se les intensifica el sabor y se ponen más picantes, vibrantes y deliciosas, me incliné un poco sobre él, alzando mis labios a los suyos; en realidad apenas si debía inclinar la cabeza, porque era casi tan alta como él.

Su sonrisa se expandió al verme hacer.

Mis labios tocaron los suyos y de pronto su mano derecha estuvo en mi cintura.

En cuanto toqué sus labios con los míos supe que su boca sería agradable de besar. Sus labios tiernos, el perfume de su piel, el que no quitase su mirada de la mía, el que deslizara despacio su boca sobre la mía para acariciarme apenas tocándome...

Adoré que no intentase partirme la boca de un beso si bien en realidad lo deseaba. En ese mismo instante imaginé qué sentiría al tener sus manos recorriéndome sin pudor. Pero no, él estaba tomándose su tiempo y me permitía a mí tomármelo. Además, no creía que en el fondo hubiese acabado de sentarme bien que me hubiera arrinconado contra la encimera para que nos comportásemos como si el resto del mundo no existiera; ese no era ni el momento ni el lugar y él lo comprendía.

Con delicados besos, recorrió mis labios en sentido contrario, apenas intensificando el agarre de su mano sobre mi cadera.

Parpadeó y, después de sonreír a milímetros de mis labios, se apartó un poco de mí, sin soltarme.

-Intentaré pasar por aquí mañana, después del mediodía, pero no para verte a ti, sino para ver a Albert. Tú y yo nos veremos el viernes -me soltó-. Es un hecho. ¿Te parece que te recoja a las ocho? Charles suele pasar a por Albert a eso de las seis treinta, como muy tarde a las siete. Por lo que he entendido, tienes libre la noche de los viernes y definitivamente necesitas que alguien te enseñe el lugar.

-Puedo recorrer el lugar sola, pero, sí, me parece bien.

Jamie me sonrió.

-Sí, sí, imagino que no me necesitas.

            
            

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