Capítulo 6 Elegancia la de Francia

No era mi intención tardar tanto en instalarme, pero entre que primero llamó mi madre para preguntarme si había llegado bien y para que le contara cómo iba todo y que quince minutos después de colgar con ella lo hizo mi hermano para hacerme las mismas preguntas, y luego el tiempo que me llevó ponerme al día con todo el papeleo referente a la

toma de mi puesto en la casa, lo cual indicaba una cantidad inhumana de formularios que completar, para cuando bajé y fui de regreso a la cocina, Thiago ya estaba allí preparando la cena. Creí que lo encontraría un tanto molesto por mi retraso; en vez de eso, me recibió con una sonrisa enorme que desbordaba entusiasmo.

-Perdón por la tardanza.

-Comenzaba a creer que nos habías abandonado. Estaba a punto de subir a ver si debía preparar cena para dos en vez de para tres.

-Para tres y te echo una mano.

-No, no es necesario, que acabas de llegar. ¿Ha sucedido algo? ¿Lo has encontrado todo en orden?

Rodeé la mesa de camino hacia él.

-No, todo está perfecto. Es que he tenido que ocuparme de unas cosas del trabajo por mi llegada, papeleo, y... -Dudé en si contarle que había hablado con mi familia. Pudo conmigo su cálida mirada, que inspiraba confianza-. Y cuando estaba deshaciendo el equipaje me ha llamado mi madre y luego mi hermano para saber cómo iba todo por aquí.

-Qué dulces, cómo te cuidan. ¿Ya te extrañan?

-Mi madre, sí. Mi hermano quería saber si todo estaba bien.

-No me habías mencionado que tenías un hermano. ¿Es mayor o menor que tú? -me preguntó abriendo la puerta de la nevera.

-Mayor, un año y ocho meses. Brendon. Se llama Brendon.

-¿Son solo ustedes dos o tienes más hermanos?-pregunto al mismo tiempo que abría la nevera y agarraba una bolsa de brócoli y luego una de zanahorias.

-Sí, solamente nosotros dos.

-Y, por lo que deduzco, están unidos. -Sacó una de patatas.

-Sí, bastante.

Alzó sus cejas e hizo una mueca.

-¿Es uno de esos hermanos mayores de los que uno debe cuidarse? -tonteó sacando una pieza de carne envasada al vacío. Esperé a que la colocara sobre la encimera y cerrara la puerta de la nevera para contestar.

-Eso depende -canturreé siguiéndole el juego.

-¿Y de qué depende?

-¿Dónde está Hebert? -lo esquivé, porque la respuesta que debía darle implicaba que mi hermano quisiese matarlo, a él o a cualquier otro hombre que se me acercara con intenciones poco nobles, justo de esas mismas que yo tenía en ese instante. Sin condiciones, sin promesas, yo necesitaba que las cosas pasaran; no quería prever nada ni pensar en el día siguiente. Antes solía planearlo todo y así me había ido. No tenía ningún sentido procurar buscar un respaldo a largo plazo si tenía que caérseme el mundo encima otra vez; se caería así como antes, sin piedad, sin preguntar previamente si yo estaba preparada para soportar su peso o para recibir el golpe.

Que sucediera lo que tuviese que suceder, pero fuera de mi horario de trabajo.

Dentro de mi horario laboral estaba Hebert, él debía ser lo único importante.

Thiago me sonrió, si bien no vencido, al menos resignado a que ese no sería el momento para flirtear conmigo o fuera lo que fuese lo que estábamos haciendo un instante atrás.

-En la sala, viendo las noticias. Acabo de venir de allí. Está tranquilo, lo cual es un alivio. Ahora con la cena le toca su medicación de la noche.

-Sí, lo sé. Me aprendí sus tomas de memoria antes de venir. ¿Te molesta si voy a verlo y luego vengo a ayudarte con la cena? Me gustaría poder hablar un momento a solas con él.

-No, para nada... Anda, ve, ustedes dos tienen que conocerse y, como te digo, está de buen humor. Además, se ha quedado mirando el telediario porque no había nada más para ver, pero no es que sea su pasión ni nada por el estilo; de hecho, le harás un favor, que luego, si no, acaba rezongando por las noticias y se hace mala sangre con la situación política.

Le sonreí.

-Es más agradable ver tu rostro que el de cierto tipo que... -Se interrumpió -. Bueno, ahora me dirás que eres partidaria de él y así habré arruinado nuestra relación para siempre.

Reí.

-No, para nada; de hecho, me pone de muy malhumor escucharlo.

-Bueno, si a Hebert le parece bien, puedes apagar la tele y poner un poco de música.

-Veremos.

-Anda, ve, yo me ocupo de la cena. Prepararé carne asada y unas verduras.

¿Te parece bien?

-Suena estupendo.

-No lo digas muy alto, que todavía no lo has probado; no soy muy bueno en la cocina.

-La próxima vez me encargo yo de la comida.

-Me muero por probar lo que sea que quieras preparar. A mí me gusta todo, de modo que...

Con mi enorme sonrisa, él se interrumpió para quedarse mirándome.

-Es genial que te hayan enviado a ti. Anda... -apuntó con la cabeza hacia la puerta-, ve a hablar con él. Sé que ustedes dos se convertirán en buenos amigos, lo presiento.

-Ojalá así sea.

-Ve, ve, quizá no será la mejor cena de tu vida, pero lo tengo bajo control. ¡Ups, he olvidado las cebollas! -exclamó dando un respingo para abrir la nevera otra vez.

Me despedí con una sonrisa y salí de la cocina para recorrer la planta baja de la casa por segunda vez, descubriendo nuevos rincones y más detalles; uno de estos fue una fotografía que parecía recortada de una revista, de un tipo elegantemente vestido, de pie frente a lo que parecía ser un pesado telón de terciopelo rojo vino. La foto estaba sobre una de las tantas repisas, esta arrinconada en una esquina a unos metros del piano.

El marco apenas si tenía espacio en el estante por delante de lo que vi que eran partituras de distintas obras.

Di un paso al frente y estudié la fotografía un poco más de cerca, porque mi gafas habían quedado arriba y allí no había suficiente luz.

Al acercarme vi que iba con traje de tres piezas de un gris claro que acentuaba la claridad de sus ojos, que bien podrían ser de un gris muy claro o celestes. Tenía una mirada seria y punzante, implacable; amplia frente, cejas espesas y un anguloso mentón que se marcaba todavía más por la forma en la que llevaba recortada la barba canosa. Poseía labios bonitos, carnosos, quizá un tanto femeninos, y una nariz suave, algo infantil ; aun así, su postura y el modo en que llevaba su cabello decretaban que era un hombre con todas las de la ley, uno tal vez un tanto serio, porque la verdad es que, con aquella boca, bien podría haber sonreído.

Recorrí las líneas de sus hombros y me parecieron en extremo rígidas; además estaba en una actitud como si reclamase aquel espacio para sí, como si se supiese rey de aquello.

Estuve tentada de sacar la foto del marco para ver si la nota del recorte estaba allí, porque aquel individuo no podía ser otro que el hijo de Hebert, ¿o no? Salvando la distancia de los años, tenían la misma nariz, la misma boca y, si bien los ojos de Hebert eran más redondos y los del tipo de la fotografía eran más rasgados, algo en su mirada indicaba una familiaridad que solamente puede dar la sangre. Además de eso, hasta lo que me constaba, Hebert no tenía sobrinos; él había sido hijo único, su esposa también. A Hebert no le quedaba más familia que su hijo y, a menos que en uno de sus momentos de confusión por algún motivo hubiese cogido aquella fotografía de una revista para ponerla allí sin más explicación que lo nublada que podía ponerse su mente, aquel debía ser su hijo.

La edad que tenía encajaba con el aspecto del hombre de la imagen.

Me concentré en él otra vez, buscando más allá de la primera impresión, en la que quedaba claro que era muy bien parecido, por no decir guapísimo. Lo que sucedía era que la primera impresión pasaba pronto y te acostumbrabas a su belleza de un modo extraño, como si él supiese que aquello no era lo más importante en su persona, y ¡bien por él! La segunda impresión al verlo era la distancia que ponía entre su cuerpo y la cámara, porque, cruzado de brazos como estaba, una barrera se alzaba entre él, la lente y todos los que estuviésemos de este otro lado.

Me esforcé por hacer memoria y procurar recordar si lo tenía visto de alguna película o alguna serie de televisión, porque después de todo estaba delante de lo que parecía el telón de un teatro, por lo que podía ser actor.

No pude asociarlo con nada que hubiese visto, aunque en realidad yo podía olvidar por completo de qué iba una película a las veinticuatro horas de haberla visto y tele no veía. También podía ser actor de teatro y yo no era muy fan de este.

Entre los datos familiares de Hebert no figuraba a qué se dedicaba su hijo.

Enderecé la espalda para alejarme del estante después de percatarme de lo mucho que me había aproximado a la fotografía para estudiar a Fernando.

Me pregunté qué relación tendría con su padre; si, a pesar de la distancia y las discusiones, estaría unido a él, porque, después de todo, eran familia. Nadie más que Thiago me había hablado del hijo de Hebert, para limitarse a explicarme que lo visitó cuando estuvo hospitalizado y luego se fue. ¿Qué habría provocado la distancia entre ambos y cómo de profunda sería esta? ¿Estaría al tanto de que a partir de ese día era yo la que ocupaba el puesto?

Yo no concebía a Brendon dejando solo a mi padre si no hubiese nadie más para cuidar de él y él se encontrase en una situación así. Esos dos tenían una relación muy estrecha, era cómplices y compañeros, y podían tener discusiones muy airadas por cuestiones de trabajo, pero fuera de este... fuera del trabajo, mi padre y Brendon eran una unión solida forjada a base de mucha vida. Nos sobraban historias amargas que contar, porque mi padre, moreno, alto y de ojos oscuros, muchas veces había tenido que lidiar con gente estúpida que no entendía que Brendon, por su color de piel, era su hijo. Eso entre tantas otras situaciones de similar cariz, incluido el tener que pasar mucho tiempo lidiando con su propia familia para que sus padres nos aceptasen a Brendon y a mí como sus nietos, cuando el resto de su descendencia había tenido niños que podían ser el perfecto estereotipo inglés.

Y además de eso, mi hermano, pese a toda aquella rectitud que imperaba en él al ejercer su profesión, jamás podía plantarse frente a una cámara sin sonreír.

Muchos lo criticaron por eso, jurando que era poco serio.

Mi hermano se tomaba en serio lo que debía tomarse en serio y, para lo demás, era un tipo amable que no lo pensaba dos veces antes de ofrecer su ayuda a quien pudiese necesitarla. Mi hermano no se cruzaba de brazos así, mi hermano tendía la mano, y probablemente hubiese preferido que lo fotografiasen, en vez de frente al telón, sentado en una de las butacas o de pie en la alfombra del pasillo si realmente eso era un teatro, porque así era él.

Parpadeé un par de veces y retrocedí sobre mis pasos, alejándome de la estantería, y volví a concentrarme en Hebert; él era lo importante en ese momento.

Entré en la sala para oírlo despotricar contra el personaje que aparecía en la pantalla.

-¿Interrumpo? -Me asomé por el costado del respaldo en el que él estaba sentado. Hebert se agarraba la frente con la mano del brazo cuyo codo estaba apuntalado en el apoyabrazos.

Bajó la mano y alzó la cabeza para estudiarme.

-¿Todavía estás aquí? Creía que te habías largado. Thiago estaba a punto de subir a buscarte; me ha dado la impresión de que le aterraba que te hubieses ido.

Bien, por lo visto Hebert podía tener momentos de mucha lucidez. ¿Así de perspicaz era, de atento a lo que lo rodeaba? Aquello, a pesar de mi momentánea incomodidad, era una buena noticia; podía utilizar eso a su favor y en el mío, para ayudarlo.

-Sí, todavía no me he ido. Estaba ocupándome de unas cuantas formalidades con respecto a mi trabajo aquí. -Señalé el sofá a mi derecha-. ¿Te molesta si me siento un rato aquí contigo? Thiago ya está preparando la cena.

-Pobre, se esfuerza pero no es bueno.

-Bueno, es esforzándose como uno aprende.

-No, yo no creo que aprenda. Ese tiene la cabeza en las nubes, no es más que un crío. ¿Tú estás casada?, ¿tienes niños?

No mencioné que ya me lo había preguntado; bueno, en realidad lo primero nada más.

-No, no estoy casada y no tengo niños.

-Pero antes has dicho que ibas a cumplir los cuarenta, ¿no? ¿Tienes congelados tus óvulos? Ahora las mujeres hacen esas cosas.

-Tal vez otras, no yo. Tengo tres sobrinos. Dos niños y una niña, de mi hermano Brendon. Todavía no te había hablado de él. ¿Tú tienes nietos?

-Un montón -me contestó devolviendo su atención a la pantalla.

-¿Sí? Eso es maravilloso.

Masculló algo entre dientes que yo no logré comprender.

-¿Vienen a visitarte?

Hizo un sonido con la nariz que me dejó claro que mi pregunta le parecía estúpida.

-¿Qué edades tienen?

Lo vi fruncir el entrecejo, pensando.

-Fernando tiene diecisiete.

Por un momento me quedé trabada. Fernando era el nombre de su hijo, pero no por eso podía desconfiar del todo de sus palabras; después de todo no era improbable que su nieto mayor llevara el nombre de su padre. Brendon llevaba el segundo nombre del mío, que era el primero de mi abuelo y el de mi bisabuelo paterno.

-Es un chico inteligente. Irá a la universidad.

-Eso es estupendo. ¿Qué estudiará?

-Literatura.

-Bueno, creo que tu nieto ya me gusta. ¿De quién lo ha heredado? -Cada detalle que pudiese darme no me hablaría solamente de su nieto y de quien conversáramos, sino también de él, de su estado, incluso de sus sentimientos.

-A mi hijo siempre le fascinó leer, lo heredó de su madre; yo comencé a leer mucho cuando la conocí a ella. Mónica... ya la conocerás, ella puede recomendarte... -Hebert se detuvo tapándose la boca con su mano derecha.

Giró la cabeza y me miró-. Mi nieto me llama al menos una vez por semana y me escribe a menudo. Tengo uno de esos portátiles muy modernos y ridículamente caros. Mi hijo me lo compró. Yo ya tenía uno, pero él insistió en que era viejo. No lo utilizo demasiado. Como te decía, mi nieto me envía correos muy a menudo para contarme de su vida. Es un buen chico, no uno de esos que se emborracha todos los fines de semana. No fuma y ayuda a cuidar de sus hermanas.

-¿Tienes nietas?

-Sí, sí tengo. -Se detuvo para quedarse mirando la pantalla... Me dio la sensación de que sin ver en realidad-. Fernando tiene dos hermanas y luego... - Volvió a fruncir el entrecejo-. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que mi hijo se ha casado. Los matrimonios no le duran nada, es una vergüenza. No fue eso lo que yo le enseñé. Su madre y yo..., nosotros nunca... Ahora la gente se divorcia por cualquier cosa. En cuanto la situación se complica un poco, enseguida se dan por vencidos. La gente se decanta por lo fácil y lo divertido, pero la vida no se trata de eso.

No me quedó más remedio que sonreírle.

-No, no se trata de eso -convine.

Yo tenía experiencia de sobra en aquello de que cuando se complicaba todo... -Mica y Patri -soltó Hebert, interrumpiendo mis pensamientos.

-¿Esas son las hermanas de Fernando?

-Sí.

-¿Y también te escriben?

-No, en realidad no. Fernando a veces me envía fotografías de los tres y en ocasiones él me hace video llamadas, y Mica, la más pequeña, está allí.

-Eso suena bien. ¿Cuántos años tiene?

-Doce, creo. Tengo más nietos de los otros matrimonios de mi hijo, pero... -Esa vez fue su frente la que se pobló de arrugas-. Ahora mismo no recuerdo sus nombres -me dijo volviendo la vista hacia el televisor.

-Tu hijo...

-Fernando está en Londres.

-Sí, lo sabía. ¿Vendrá a visitarte?

-Desde que se fue a la universidad... -comenzó a decirme con la vista fija en la pantalla; en ese momento emitían anuncios-. A él no le gusta estar aquí.

            
            

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