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Capítulo 10 Hermosa

Capítulo 11 No quiero olvidar


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Pero lo quería, aunque no se lo dije. Yo acababa de llegar y ya sentía como si llevase mucho tiempo estando allí.
En honor a la verdad debo decir que no entendía cómo era posible que Thiago no tuviese novia o, al menos, un séquito de mujeres locas por él. Mujeres de su edad sobre todo, o más jóvenes. Procuré no sentirme vieja a su lado, lo logré al verlo guiñarme un ojo.
-Si necesitas algo, no dudes en llamarme. A la hora que sea.
-Claro, gracias.
Thiago terminó de darme unas últimas indicaciones sobre la casa, las costumbres que Hebert seguía por las mañanas, también me indicó dónde estaban escondidas las llaves del coche, me preguntó si tenía los números de teléfono de los vecinos y el resto de los números importantes y le dije que sí.
Me explicó cómo funcionaba la alarma y me pasó el código.
Después de dos bostezos por mi parte, me dijo que era hora de largarse y dejarme descansar.
Lo acompañé a la puerta y, encogiéndome dentro de mis ropas, lo vi alejarse marcha atrás con su camioneta.
Se despidió de mí haciendo parpadear las luces delanteras y yo lo saludé con una mano.
Tomó la calle y lo perdí de vista.
Entonces me metí en la casa, puse la alarma y, de camino al primer piso, fui apagando las luces. Antes de subir a mi cuarto, revisé que no saliera ningún sonido de la habitación de Hebert.
Fue extraño dirigirme hacia el que iba a ser mi cuarto, pero no porque me sintiese fuera de lugar, sino por todo lo contrario: el espacio me brindaba una importante sensación de seguridad y bienestar que yo no pensaba despreciar.
Toda la casa parecía abrazarme, acogerme en su seno.
Lo único que me incomodaba un poco era que me hubiese gustado decirle a Thiago que no se tomara lo nuestro tan en serio, porque yo no quería tomármelo en serio y luego sufrir las consecuencias de la decepción. No quería más decepciones, solamente quería no tener que pensar y disfrutar. Y por otro lado quería que todo saliese bien con Hebert, porque él ya me gustaba, y mucho.
Me gustaba estar allí.
Entré y cerré la puerta. La cama me llamaba a gritos.
De camino a esta fui desprendiéndome de mis ropas, que cambié por mi pijama mientras ponía la alarma del despertador para que sonara muy temprano.
Fui a lavarme los dientes y espié hacia abajo por el hueco de la escalera.
Nada, solo silencio, porque ya no llovía.
Caí rendida tan pronto como puse la cabeza en la almohada y, en cuanto la alarma sonó a la mañana siguiente siendo todavía de noche, salté de la cama y me enfundé en mis ropas de deporte, para salir a correr.
Pasé por delante de la puerta de Hebert y comprobé que todavía dormía, porque todo era silencio.
Salí a un cielo todavía oscuro y con estrellas y anduve en la dirección que me había indicado Thiago hasta encontrar la salida a la playa, la cual me arrancó una sonrisa en cuanto la vi.
Podría correr todos los días por esa playa y eso no podía hacerme más feliz.
Se me alegró el corazón y la adrenalina echó a circular a toda prisa por mis venas, adelantándose a la carrera de mis piernas por la arena.
Desde los pies de la escalera, eché un vistazo a un lado y al otro y vi que, desde mi derecha, venía una pareja corriendo. Comencé a bajar los peldaños mientras programaba mi reloj para medir y registrar de todos los modos que permitía la tecnología mi carrera de esa mañana.
La pareja, al verme prepararme para salir a correr, me saludó y siguió con su ruta.
Como todavía no sabía qué recorrido prefería, hice estiramientos y seguí las pisadas que ellos habían dejado.
La ruta resultó ser excelente, pero imaginé que, de haber corrido en la otra dirección, la experiencia habría sido igual de maravillosa.
Regresé a la casa empapada en sudor cuando apenas si comenzaba a clarear.
Después de una ducha, bebí una taza de café y comencé a preparar el desayuno de Hebert y a adaptarme a la rutina que a partir de entonces sería la de todos los días.
Con todo ya listo para el desayuno, subí a despertarlo.
Resultó que Hebert ya estaba despierto cuando toqué a su puerta. Lo encontré leyendo en la cama, con la lámpara de su mesita de noche encendida. Hebert me dio los buenos días llamándome por mi nombre; aun así, a continuación no se abstuvo de volver a la carga.
-A ver si puedo demostrarles a todos, de una vez por todas, que no necesito que nadie cuide de mí. No soy un viejo decrépito e inválido.
-Nadie ha dicho que lo fueras. Yo simplemente estoy aquí para acompañarte y para facilitarte las cosas. Tengo el desayuno listo. ¿Te gustaría bajar ahora?
Los dos oímos su estómago crujir.
Yo sonreí, él puso mala cara.
-¿Necesitas que te eche una mano para levantarte? -ofrecí, si bien tenía entendido que se levantaba y lavaba solo.
-No, y todavía puedo limpiarme el culo solo también.
-Estupendo, esas son buenas noticias.
-Ven a por mí en quince minutos, no pienso cambiarme delante de ti.
-Claro, como quieras; en quince minutos regreso. Si necesitas algo, me llamas -le dije, y me fui cerrando la puerta al salir.
Bajé la escalera pero no me alejé, quedándome atenta a cualquier ruido que pudiese ser indicio de que algo malo hubiese sucedido.
Pasado un cuarto de hora volví y lo encontré ya avanzando hacia la puerta, apoyado en su bastón e impecablemente vestido.
Le dije que estaba muy elegante y él me soltó que yo iba muy informal y me preguntó, no del mejor modo, si todas mis zapatillas deportivas eran tan ridículas o si tenía algunas más normales.
Le expliqué que, de hecho, todas mis zapatillas eran ridículas y él aceptó mis palabras.
A continuación me preguntó si el «insoportable de Thiago», palabras textuales, iría a hacerle hacer «aquellos ridículos ejercicios» a los que tenía por vicio someterlo, palabras textuales también. Mientras descendíamos la escalera, le expliqué que era jueves y que los jueves Thiago no venía, pero que sí que lo visitaría Patricia y que por la tarde vendría Margarita.
Hebert me dijo que le jodía que invadieran su casa y que Patricia le hacía perder el tiempo con tonterías aburridas y sin sentido.
-Bueno, pero yo quiero conocerla -repliqué intentando suavizar la situación, que parecía comenzar a ponerse tensa.
-¿Te gustan las mujeres?
-No, Hebert, es que he oído cosas muy buenas de ella, nada más.
-Bueno, abúrrete tú con ella si quieres -me contestó, apoyándose en su bastón para empezar a andar de camino a la cocina-. Yo prefiero ver las putas noticias.
Reí y él me dijo que no era gracioso.
Mi desayuno debió de gustarle, porque no hizo volar ningún plato y, de hecho, comió bien. Sí renegó un poco cuando le di su medicación, pero la tomó.
Él se puso a leer el periódico mientras yo limpiaba y ordenaba la cocina después de desayunar.
Otra vez le propuse que juntos nos ocupásemos del jardín y él me respondió que estaba demasiado viejo para eso.
-Acompáñame fuera al menos mientras yo quito algo de maleza. No hace tanto frío.
-Eres mayorcita, puedes salir tu sola.
-Te hará bien que te dé un poco el sol; anda, acompáñame fuera. ¿Tienes herramientas de jardinería
-En el cobertizo si es que no las robaron todos esos que enviaron a cuidarme antes de que tú aparecieras.
-Hebert, no creo que ellos te robaran nada. ¿Sales conmigo?
Rezongando, pero salió. Él se instaló en una de las sillas de metal que rodeaban una mesa también de metal que había visto mejores épocas (ya vería si encontraba alguna pintura con la que darle una lavada de cara).
Sus últimas palabras antes de que me alejara en dirección al cobertizo fueron que sería divertido verme luchar contra la maleza.
Resultó que no le habían robado nada y que el cobertizo estaba meticulosamente ordenado con todo lo necesario para dedicarse a la jardinería profesional.
Vi que también había otras herramientas, muchas latas de pintura, pinceles y algunas herramientas eléctricas.
No me atreví a ir mucho más lejos de lo esencial. Cogí unas tijeras de podar, una pala y unas bolsas de tela para descartar los desechos y salí.
Hebert estaba con el periódico en alto y ni siquiera me prestó atención.
Le eché un vistazo al jardín sin saber por dónde empezar.
Recordé la pequeña fuente y comencé por allí, para despejarla y que volviese a verse.
A los cinco minutos regresé al cobertizo en busca de guantes, porque definitivamente no estaba acostumbrada a hacer de jardinera.
A la hora ya estaba sudada y sucia, y apenas si se notaba que había hecho algo alrededor de la fuente. La tierra estaba dura a pesar de la lluvia del día anterior, imposible de trabajar, y por poco no pincho una tubería de agua que era la que proveía la fuente.
Clavando para sacar raíces secas, di con lo que me pareció que eran los huesos de una mascota muerta mucho tiempo atrás, los cuales volví a enterrar de inmediato.
Planeaba escoger un nuevo rincón por el que seguir cuando una voz cantarina nos dio los buenos días llegando desde el camino que bordeaba el lateral de la casa.
Resultó que Patricia era una adorable criatura a la que yo debía de llevarle al menos dos cabezas, que era pura sonrisa de blanca dentadura, increíble melena negra que le llegaba a la cintura y un buen humor que lo invadía todo, eso se le notaba en el rostro.
-Es un placer conocerte al fin -me dijo tendiéndome una mano después de que yo me quitara las guantes.
-Lo mismo digo.
-He hablado con Thiago esta mañana, me ha dicho maravillas de ti. Dice que vosotros dos ya congeniáis de fábula.
En respuesta a su comentario, Hebert dejó escapar un gruñido.
-Se le ha metido en la cabeza que tiene que arreglar el jardín y no tiene ni la más remota idea de lo que hace.
-¿Y por qué no la ayudas tú? Podríamos trabajar los tres en el jardín hoy. ¿No te parece buena idea, Hebert? Si le dedicamos los tres un buen rato, seguro...
-Yo no quiero trabajar en el jardín.
Jasmine se descolgó el bolso que llevaba al hombro para dejarlo en una de las sillas.
-Bueno, tal vez en otra ocasión. Si no quieres, pues entonces nos dedicaremos a las actividades que teníamos programadas para hoy.
Hebert la miró, luego a mí y al final sucedió. Se puso de pie empujándose con su bastón.
-Yo no puedo hacer fuerza, pero vosotras dos no tenéis ni la más puta idea
de lo que debéis hacer
Ante sus palabras, Patricia dejó escapar una risilla infantil y cómica. Yo reí con ganas.
-Bueno, tú das las órdenes, nosotras las acatamos -propuse, y la mirada se le iluminó de inmediato.
Pasamos hora y media trabajando en el jardín, siguiendo sus indicaciones, lo cual no me complació solamente a mí, sino también a Patricia, quien me aseguró que nunca lo había visto así de entusiasmado por algo.