Ya no extraño a papá o digamos que lo extrañé en su momento pero su ausencia ya se volvió un adorno en una repisa. Un adorno muy cerca del borde a punto de caerse. Era lo mismo cuando era más pequeña. Él nunca estaba en casa, viajaba constantemente, iba de un lugar a otro, todo por su trabajo.
Nunca estaba.
Y no está una vez más.
En casa sólo reina el silencio. Mamá sale temprano y llega tarde. Y claro, me aseguro de hacer todos los labores domésticos antes de que ella regrese. Las clases en el instituto fueron suspendidas por una semana y aún no consigo empleo así que no me queda de otra que quedarme en casa.
De modo que cuando ya estoy bajo las mantas, escucho la puerta de la entrada y los pasos torpes a coro con maldiciones de mi madre.
Por la mañana la consigo en el sillón.
Y hace dos noches en particular, llegó más temprano que de costumbre. Tenía un moratón en el pómulo, al día siguiente noté que había perdido el celular y su anillo de bodas ya no estaba en su lugar.
Está roto. Toda está situación errónea. Distante de lo que solía ser, cuando teníamos que guardar las apariencias.
Pero todo eso murió con la abuela.
Y mi paciencia se agota.
Y lo odio.
Y quiero que pare.
Mi madre estaba tirada en el sillón, ayer cuando volví del centro comercial. Tada me dejó en la puerta, como de costumbre. La madera del suelo crujió bajo mis pies y dio anuncio de mi llegada. Y ella volteo a mirarme, temí por un momento que se hubiese roto el cuello.
Di otro paso y sentí el eco vacío de la casa burlándose de mí.
En ese momento supe que odio la casa y que fue un gran error comprarla en un precio tan bajo, en cualquier momento caerá sobre nosotras.
Grace se colocó sobre sus pies y se acercó a mí tambaleante, sus ojos estaban inyectados en sangre y no hacía falta detallar demasiado para notar que no se había bañado en días. Se acercó a mí, con sus ojos grises mirándome fijamente.
Ella olía a alcohol, cigarro y sudor.
-Hola, mamá.
-¿Cómo estuvo el colegio hija? -preguntó hipócritamente.
No me molesté en contarle lo que había sucedido. Tampoco que nos habían dado una semana de mini-vacaciones.
Pero ella nunca me hacía ese tipo de preguntas, por lo general yo le importaba una mierda. Ella me lo había gritado muchas veces. Que preguntara por el colegio la hacía ver ridícula.
Busqué con mis ojos algo con lo cual distraerme e ignorar su repentina cercanía.
Un mes sin mi padre y ella ya había vuelto a ser la misma alcohólica que había sido en el pasado.
-Bien -le respondí y me dispuse a subir las escaleras, pero una vez más su voz me detuvo.
-Llegas tarde -giré y la miré, pegó sus labios a la boquilla de la botella y sus ojos rojos me atravesaron. -¿Por qué?
-El autobús...
-¡Mentira! -me interrumpió en un grito sin dejarme terminar la frase. Salté en mi lugar. -Me avisaron del instituto que no habría clases. Te vi bajar de ese auto, no soy estúpida, Romina.
No dije nada y ella aprovechó para burlarse un poco de mí
-¿Quién es, eh? ¿Algún cabrón qué buscaba meterse entre tus piernas y tú, cómo la zorra que eres, se lo permitiste? Así como Peter ¿eh? Dime, hija -su tono era arrastrado pero había burla en el.
Y estaba tan borracha que no pudo notar que la persona en el auto era una mujer.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y ganas incontenibles de poder estrellar su cabeza contra la escalera, hasta romperla, despedazaron mi interior. Quería gritar, luego correr y esconderme en el lugar más recóndito del mundo.
Donde ella no pudiese encontrarme nunca.
Pero en su lugar tragué, dejando que el nudo se deshiciera por sí solo. No tenía fuerzas para pelear con ella, Moon, siempre era igual, yo siempre salía llorando así mi madre estuviese borracha o sobria.
Yo siempre salía perdiendo.
En ese momento no me pareció cobardía. Sino supervivencia.
Me sentía como una bola de estambre en las garras de un felino.
Su risa cínica me hizo enfurecer, pero sólo apreté mis puños hasta que sentí como mis uñas se enterraban en la carne blanda de mis palmas. La observé en silencio, no quería explotar, no tenía caso.
Tranquila. Calma... Respira...
-Siempre supe que serías una zorra facilona, hija, pero no creí que sería antes de los dieciocho -continuó con sus insultos y recogí toda mi fuerza de voluntad para no gritarle en la cara que si yo era una zorra ella lo era el doble, quería gritarle que la odiaba, que por su culpa estoy defectuosa, vacía. Dios sabe cuanto quería gritar en ese momento. Y también sabe que después de eso lloraría como un bebé.
Tranquila. Calma... Respira... Me repetía.
-Tengo cosas que hacer -le di la espalda e hice mi camino. Su brazo me hizo pararme en seco, sus uñas largas y mugrientas se clavaron con tanta fuerza en mi brazo que el ardor me hizo apretar los dientes.
Y un sabor metálico se fundió en mi lengua.
-Soy tu madre y me debes respeto, estúpida mocosa -siseó con los dientes apretados, su aliento golpeó mi rostro.
-Por favor...
No explotes, no explotes, no explotes, no explotes... Me imploré a mí misma.
-Tu padre estaría tan decepcionado. ¿Pero qué se le hace? Después de todo es lo único que nos das; decepciones. Tienes suerte de que no te dejara en aquel hospital -sus palabras fueron como un cuchillo cortando mi carne. Las lágrimas picaron con fuerza, pero aún así obligué a mi cerebro a mantenerse fresco.
¿Por qué lo metía a él? Aunque sus palabras dolían, no di mi brazo a torcer.
-Siempre has sido un maldito estorbo y una vergüenza.
Pero no lo pude evitar.
Mi lengua se había cansado de sangrar
Liberé mi brazo con brusquedad haciendo que sus uñas rodaran en mi piel con fuerza, lastimándola aún más.
-¿Y tú? -cuestioné mirándola con asco. Vi su expresión de sorpresa, pero ésta se ensombreció al instante. -¿Tú no eres una vergüenza? -seguí enojada, podía sentir mi sangre hervir. -Eres una mujer miserable y vacía, toda tu puta vida lo has sido. Eres una enferma. Eres una maldita adicta al alcohol, que no esperó nada para volver a ser la misma alcohólica de mierda que siempre fue y ahora quieres que yo pague eso. Quieres que yo pague por tus errores, que asuma la responsabilidad de tus acciones cuando tú eres la única culpable de todo lo que sucedió. ¡Quieres que yo pague por todos tus malditos errores, cuando tú eres la única que no se cansa de vivir miserable! -di un paso hacia ella y retrocedió -Y si, soy una zorra fácil, pero, ¿qué crees? ¡No somos muy distintas...! -no seguí, el impacto de su mano contra mi mejilla me hizo callar.
En ese instante saboree mi propia sangre. Sentí el dolor en mi pecho, Moon.
Pero se sintió bien desahogarse por un momento.
Y eso no era lo único que tenía para decir.
La di una última mirada.
-Eres una mierda de madre -escupí con amargura.
Subí las escaleras a mi habitación con las lágrimas bañando mi rostro.
Deseo la vida de mis sueños.
Esa donde aún lo tengo a él. Donde Peter.
Donde no tengo una madre alcohólica.
Me duele el alma, Moon. Me duele mi vida, jamás tuve una infancia feliz, ni siquiera una familia normal.
¿Hice algo en mi vida pasada y lo estoy pagando ahora?
¿Por qué tiene que ser así Moon?
Se acabará pronto.
Es lo que más deseo.
Para siempre tuya... Romina