El Diario de Romina.
img img El Diario de Romina. img Capítulo 7 Vainilla
7
Capítulo 9 Manos temblorosas img
Capítulo 10 Abandonado en un rincón img
Capítulo 11 Una tumba. img
Capítulo 12 Agua helada img
Capítulo 13 Misterios img
Capítulo 14 Ver mi reflejo img
Capítulo 15 Fachada img
Capítulo 16 Un lugar cálido img
Capítulo 17 Tarde para bajar la cabeza img
Capítulo 18 Ventanas del alma img
Capítulo 19 Derrotada img
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Capítulo 7 Vainilla

7 de abril, 2017

Querida Moon.

La semana ha transcurrido con monotonía y mis días se han resumido en:

✔Ir al instituto.

✔Hacer mis tareas.

✔Fugarme antes de la última clase con Tada y Adrien para que ellos fumen detrás de las gradas (Sí, éste último ya regresó, casi como por arte de magia y no respondió ninguna de mis preguntas... Porque no hice ninguna, claro)

Tenía ojeras bajo los ojos y la piel pálida. Y su sonrisa era la de un chico cansado de la vida.

Me frené en contra de mi voluntad para hacer mil preguntas.

Y por último:

✔Evitar a mi madre.

Ya se acabaron las mini vacaciones así que ya estamos de vuelta en el instituto.

Nunca creí agradecer tanto algo. ¡Yuju! Regreso a clases.

Adrien tiene un nuevo tatuaje en su tobillo derecho, es un ruiseñor y tiene exactamente los colores de sus ojos.

Es bastante bonito.

Pero sin un significado en especial. Eso dice él. Pero yo sé que no es así.

Y voy a dar con el significado ¡Lo juro!

También regresé con Tada al mismo lago de la última vez y Adrien aún no ha podido acompañarnos.

Cada que vamos Tadaline acostumbra a comprar cigarrillos y galletas con sabor a fresa para ella. Chocolates, agua y jugo de naranja para mí.

Nos sentamos a la orilla a conversar y tomamos el sol.

Incluso ya descubrí por qué viste siempre de negro.

Su madre murió cuando ella tenía trece años. Dijo que desde ese día su mundo perdió color. También descubrí que le gustaba cantar, pero desde el fatídico suceso dejó de hacerlo. Por eso vive enojada con el mundo, cree que su madre nunca debió irse, que la vida es injusta.

Pero, ¿cuándo no lo es?

Y decidimos brindar. Levantamos nuestros vasos de plástico con jugo de naranja y los hicimos chocar.

Ella brindó porque creía fielmente que la vida era una total mierda y yo lo hice porque ella lo hizo.

Aunque muy en el fondo concordaba con su opinión.

-Si tan sólo fuese vodka o tequila -lamentó mirando en redondo su vaso de plástico, con un mohín en los labios que se me antojó adorable.

Y sonreí a pesar de sentir que se me revolvía el estómago al mirar mi propio vaso de soslayo e imaginar dicho contenido en él.

No, no me gusta el alcohol.

¿Por qué crees que sea?

Exacto.

Tener una madre alcohólica es suficiente explicación.

Y recordé la primera vez que probé el tequila, la forma en la que el líquido bajó dolorosamente quemando en el proceso mi garganta.

Tenía catorce años y Peter (Sí, el mismo Peter que mamá nombró. El mismo al que le gustaba Michael Jackson. El mismo a quien no le di suficientes abrazos) él me había obsequiado una botella de Whisky.

Él era cuatro años mayor que yo.

¿Y por qué me refiero a él en pasado?

Imagina el más triste de los escenarios para explicarlo.

Si, Moon, está muerto.

Él en ese momento dijo que tenía la edad suficiente para beber, por eso me la dio. Pero sólo pude tomar un sorbo.

Sabía horrible.

No comprendía cómo él podía tomarlo tanto cada fin de semana cuando salía con sus amigos.

Ese día lo recuerdo mirándome con sus ojitos azul oscuro brillantes y una sonrisa malévola en su rostro pero que aun así inspiraban ternura.

El era dulce conmigo siempre.

Él tenía diecinueve y cuando murió yo tenía quince años. Él era mi mejor amigo. Fue el amor de mi vida...

-Vamos, Romy. No pasará nada. Si no te gusta te llevaré a comer helado.

Comí helado hasta cansarme.

-Sólo un poco -declaré y me llevé la botella a los labios. Me arrepentí luego. Jamás volví a probarla.

Y odié con toda mi alma cuando mamá volvió a beber.

Y aunque ya han pasado tres años y ya no recuerdo el sabor del whisky, en algunas ocasiones regresa la misma sensación de ardor cuando los recuerdos comienzan a pesar.

Por lo tanto desconozco totalmente la sensación de estar ebria, pero soy consciente de los resultados de ingerir alcohol en exceso.

Y estoy bien con eso.

Y en cuanto a Peter, bueno, él solía vivir al lado de la casa de la abuela, lugar en el que viví con mis padres desde los seis años. Lo conocí una mañana soleada de octubre, caí sobre el césped de su casa luego de tropezar con mis propios pies. Él me limpió las rodillas y vendó los raspones.

Lo recuerdo sentado en los escalones y con una vieja guitarra que perteneció a su abuelo. Él era realmente malo tocándola, pero fue mejorando con el tiempo.

Nos hicimos amigos de inmediato.

Y para cuando cumplí los doce ya no era extraño verlo entrar por mi ventana. Me contaba historias y cantaba para mí.

Él era como una especie de luz en la oscuridad.

Y me consolaba cuando mis padres peleaban o no podía soportar a mi madre.

Él siempre estuvo ahí.

Por esa razón luego de recibir la noticia de que había muerto sentí una parte de mí desaparecer.

Fue devastador.

Era inexplicable la sensación de vacío dentro de mí.

Y aún no lo he superado del todo.

Él fue una de las primeras personas en abandonarme. Y una parte de mí no podrá perdonarlo por eso, jamás.

Peter estaba ebrio la noche en que falleció.

Una razón más para odiar el alcohol.

Un camión de carga impactó contra su auto. No tuvo oportunidad, murió antes de que llegara la ambulancia. Su auto quedó hecho trizas.

Sólo llegó a los diecinueve y los tendrá para siempre.

Sus padres recién le había obsequiado un auto, ellos estaban muy orgullosos de él. Ellos jamás se enteraron de su adicción al cigarrillo, o que tomaba su peso en alcohol los fines de semana. O que dormía por las noches en mi cuarto y yo me encargaba de levantarlo para enviarlo a su casa antes de que ellos despertaran, para que no notaran su deplorable estado.

Ellos lo siguen recordando con orgullo y yo no soy nadie para cambiar eso.

No me quedó nada del chico sonriente y amoroso que lloró conmigo cuando mi perro fue arrollado por un auto o quien me decía que todo estaría bien cuando no quería ir al colegio porque me aterraba la idea de no hacer amigos, salvo el agridulce recuerdo de la última vez que lo vi.

Él nunca paró de repetirme que los amigos eran para siempre y que debía llevarlos en el corazón, incluso si no se quedaban lo suficiente.

Si lo tuviese de frente ahora le daría un puñetazo y lo haría callar, luego lo abrazaría fuerte hasta dejarlo sin aire.

Y estoy completamente segura de que a él le hubiese encantado conocer a Tadaline y también a Adrien.

Lo sé...

¡Pero ya basta de nostalgias!

Y ahora, la noticia del año.

¡Tengo empleo!

Durante el tiempo sin clases me enfoque en conseguir uno y Adrien y Tada me ayudaron con ello.

Me encantó, fue una buena manera de convivir.

Productivo.

Y ahora podré trabajar de medio tiempo en un local de McDonalds, serviré helados, estaré fuera de casa el mayor tiempo posible, podré estudiar y no tendré que soportar a mi madre.

Genial, ¿no lo crees, Moon?

Mucha suerte.

La primera vez que llegamos al local Adrien y Tada estuvieron conmigo.

El chico de los ojos de dos colores sólo se limitó a sentarse junto a la ventana con un enorme helado de vainilla, Tada y yo conversamos con el hombre que ahora es mi jefe. La chica que atendió a Adrien, una chica pelirroja, se mantuvo con la cabeza baja y la mayor parte del tiempo, sonrojada.

Claro que no quisiera sonar paranoica, psicópata o violenta, pero ganas inmensas de sacudirla y gritarle que no lo mirara de esa forma invadieron mi cuerpo.

Pero me contuve.

Cuando estábamos conversando con Garret (nombre de mi jefe) él tomó la mano de Tada y acariciándola suavemente, murmuró un suave:

-Lo siento -permanecí mirándolos raro, sin entender.

Aún así, no hablé ni pregunté... Al menos aún no lo he hecho.

No entendí el "lo siento" o la suavidad de sus palabras.

Supe que se conocían de hace mucho tiempo por la confianza con la que interactuaban. Y porque ella lo aclaró al rato.

Y como era de esperarse Tadaline ignoró sus suaves palabras y sólo asintió en su dirección con expresión vacía. Garret ni se inmutó, supongo que como ha de conocerla de hace mucho, estaba acostumbrado a su actitud.

Él no dudó ni dos segundos en contratarme. Incluso nos ofreció helado y terminamos sentadas en la mesa junto a Adrien, quien ya se había comido dos e iba por un tercero.

Para cuando salimos le dolía la cabeza.

Y mientras estuvimos sentados nuestros ojos hacían contacto cada pocos minutos, me sonreía y el calor envolvía mi cara obligándome a desviar la atención a mi copa.

Adrien es amante de la vainilla y por un remoto momento deseé ser ese helado y así poder derretirme en su boca...

No sé qué me sucede, Moon. Creo que me estoy volviendo loca.

O quizá me gusta Adrien.

Pero esa es una exquisita idea que no me debo permitir. No tengo tiempo para esas cosas.

Antes debo ordenar mi vida.

Y no olvidar por qué me gusta Adrien.

Para siempre tuya... Romina

            
            

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