Capítulo 2 Una tregua implícita

Thomas respondió mi mensaje un día después. Creí que tardaría más, pero en realidad lo hizo casi de inmediato, me sorprendió tratándose de él. Habíamos quedado de hablar en la cafetería de la calle seis a las siete de la noche.

Al llegar la hora, me encontraba sentada esperando que llegara. Deseaba, por mucho, que no me dejara plantada o de lo contrario le pediría a Max su dirección y yo misma lo ahorcaría.

Si bueno, eso no fue necesario porque Thomas apareció. Cuando lo vi, me quedé en shock. Vestía un traje gris que ceñía su cintura y espalda ancha. Su cabello rubio se veía desordenado y su sonrisa no había cambiado en nada. Se había vuelto más atractivo de lo que pensaba.

En cuanto me vio sus cejas se alzaron o eso creí ver, luego solo vi seriedad en su rostro.

-Abby Frank, que milagro.

-Toma asiento por favor. - Señalé el lugar frente a mí y él acepto la invitación dejando su abrigo en el respaldo de la silla.

-Es bueno verte, supongo.

-Lo mismo digo. - Sonreí levemente.

-La pequeña Abby ha crecido, aunque tu altura sigue siendo la misma. Eres como un minion. - Ahí estaba el Thomas que conocía. El odioso Thomas Tristán.

-Y el idiota se ha hecho más idiota.

-Ufff... sigues teniendo esa chispa pequeña niña fea. - Sonreí sarcástica.

-¿Podrías dejar de burlarte?

-¿Quieres seriedad? - Alzó sus cejas mientras yo asentía. -Bien, habla.

-No sé si Max te comentó algo. La cuestión es que necesito una noticia que destaque en el periódico para las fiestas. Max me comentó que dirigirás la reconstrucción de la villa y quiero seguir ese proceso. - Colocó una mano en su barbilla y pareció meditarlo luego me miró y sonrió con burla.

-¿Qué?

-No puedo creer que me estés pidiendo un favor.

-Si no estuviera desesperada, no lo haría.

-Oh Dios, me dueles Abby. - Le di un sorbo a mi chocolate intentando relajarme, pero no me estaba funcionando. Su tono sarcástico era algo que me sacaba de quicio todos los días. Por eso me puse feliz cuando se fue a la Universidad.

-Thomas, por favor. ¿Vas a ayudarme o no?

-¿Qué me darás a cambio?

-¿Qué es lo que quieres? - Me crucé de brazos mirándolo fijamente. El rubio se apoyó en la mesa para acercarse a mí.

-¿Harás lo que sea?

-Qué no me parezca denigrante ni asqueroso.

-Le quitas lo divertido a la situación.

-Eres un pervertido. - Bufé y él solo se encogió de hombros. -¿Entonces?

-Te pediré un favor.

-¿Cuál?

-Cuando publiques tu nota, te lo diré.

-Dímelo ahora o no acepto.

-Es tu problema pequeña, yo no tengo urgencia con la nota. - Sentí que mis mejillas se ponían coloradas de la ira. Ay, como lo odiaba.

-Bien, bien, acepto. - Thomas sonrió vehemente y luego me extendió su mano. Pensaba que estaba a punto de hacer un trato con el diablo, pero necesitaba la nota así que la estreché.

-Es un trato entonces.

(...)

Al llegar a la vieja villa de Greensfield sentí un nudo en mi corazón. Estaba en la completa ruina. Recuerdo que cuando mis padres vivían solíamos venir a este sitio. Pasé mi infancia durante las navidades en este lugar junto con Max y sí, el tonto de Thomas. Mis padres habían fallecido ya hace diez años. Recién había cumplido los dieciocho cuando, debido a la nieve, perdieron el control del auto causando un terrible accidente.

Gracias a los padres de Max, tuve quién cuidara de mí y, además, mis padres habían sido precavidos dejando ya una herencia para mí, la cual me ayudó a estudiar en la universidad y además, me dejaron mi propia casa. Una casa que se sentía vacía todos los días. Por ello, Max se mudó conmigo, lo cual le agradecí bastante. Con ella las cosas no eran tan complicadas. Mis otras amigas también fueron un gran apoyo para mí, ellas nunca me dejaron sola y yo tampoco a ellas.

-¿Te trae recuerdos pequeña? - La voz de Thomas hizo que me sobresaltara. Al darme la vuelta se encontraba mirándome con una enorme sonrisa de oreja a oreja.

-¿No puedes hacer más ruido?

-Obvio no. - Comenzó a caminar hacia el grupo de gente que se encontraba desarmando las antiguas piezas que servían para las atracciones. Estaban oxidadas y completamente sucias.

Yo lo seguí detrás.

-¿Puedo sacar fotografías?

-El lugar es tuyo, pero creo que esos zapatos no te vayan a servir de mucho. - Señaló las botas con tacón que llevaba. Ahora que lo veía mejor, él vestía unos jeans, botas de construcción, y un suéter junto con su abrigo.

-No intentes darme consejos.

-Solo no me llames cuando te caigas.

-No lo haré. - Caminé dejándolo solo. Me acerqué la gente que trabajaba y saqué algunas fotos. Había maquinaria pesada por detrás y supuse que sacarían los restos para instalar piezas nuevas. Llegué a la mitad del recorrido de la villa y me di cuenta que estaba el asiento de la reina y el rey de la villa. Recordaba que eran elegidos por la gente que llegaba a la villa. La tradición era coronar a los más votados el primer día de la actividad. Era divertido, recuerdo que mis padres ganaron una vez ese evento.

-¿Le tomarás foto? - A Thomas se le estaba haciendo costumbre llegar a mí de esa forma.

-¿Planeas dejar eso para la villa?

-No lo sé. Hay muchas cosas que quiero quitar y otras que poner. Quiero decir, ahora hay muchos adolescentes y niños. Ya sabes, la generación z y todo eso.

-Puedo saber tus ideas. - Me miró con curiosidad.

-Bueno, quiero que la villa se aperture luego de encender el árbol. - Asentí. No sonaba mala idea. - Probar nuevos puestos de comida y juegos.

-¿Tienes negocios en mente? Cómo ayudar a empresas pequeñas.

-Tenía la misma idea, tengo algunos nombres en mente, si tienes alguna sugerencia...- Lo pensé y si, conocía a alguien.

-¿Recuerdas a la señora Grayson? - Asintió. -Ella vende unas deliciosas galletas de jengibre, podrías unir su negocio con alguien que venda chocolate y bebidas calientes.

-De hecho, creo que tengo a la persona indicada. Pero, ¿crees que ella quiera participar?

-Podemos preguntarle. Hace años que no te ve y para ella eras un niño encantador.

-Sigo siendo encantador. - Bufé por su mala broma.

-Podemos ir a buscarla a la hora del almuerzo, si gustas.

-Bien, sigue tomando fotos y lo que tengas que hacer, estaré por allá. - Señaló a los hombres con las máquinas. Asentí y lo observé irse. No podía creer que por primera vez habíamos concordado en algo. Parecía ser una tregua implícita.

            
            

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