–Alteza,– dijo María acercándose,–¡Gracias a Dios!, al fin la encuentro, ¿dónde estaba?.–Maria no tenía idea de todo la que había pasado.
–¿Dónde estaba?,– repitió furioso,– señorita Bonnet, ¿está usted intentando convencerme de que no es cómplice de la loca idea de la princesa.
–¿Qué idea, mi Lord?.– preguntó confundida.
–De ayudar a salir a la princesa del bazar sin que nadie lo note, ¿le suena eso señorita Bonnet?.
–Ella es inocente,– intercedió Alice,–no es cómplice de nada, Le engañe, igual que lo hice con usted.– Alexandre apretó la mandíbula.– por cierto, no fue para nada difícil, creí que engañar a un hombre como usted requeriría de más astucia pero no fue así.– Alexandre la miró aún más molesto.
–Señorita Bonnet, le queda rotundamente prohibido dejar sola a la princesa durante los momentos en los que tenga que ausentarme.
–Lord Fontaine, le pido me disculpe, prometo que no volveré a dejar sola a la princesa.– dijo María angustiada.
–Lord, Acepte el trato que le ofrezco.– insistió Alice, mientras observaba a su madre acercarse junto a la marquesa.– le doy mi palabra de que no volverá a suceder algo igual.– dijo casi suplicando.
–Le he dicho que no, y es mi última palabra.– contestó severamente.
Alice sintió miedo y ansiedad, sabía que su padre era un hombre muy duro y estricto, sin duda su castigo sería mayor de lo que ella podía imaginar. El pánico se apoderó de ella, se comenzó a sentir abrumada, y sin oxígeno.
–¡Hace mucho calor!– exclamó agitando la mano,– creo que no puedo respirar.– dijo con sofoco.
–No, Alteza.– negó Alexandre con sarcasmo,– Debo reconocer que tiene talento para las artes dramáticas, pero, está vez no va a funcionar su teatro.
–No puedo respirar.– comenzó a hiperventilar.
–Lord, creo que no esta fingiendo.– dijo María preocupada.
–No,– negó,– lo siento, alteza, pero no estoy para sus juegos.
–¡Santo cielo!, ¿qué te ocurre, querida?.– preguntó con preocupación la reina una vez llegó donde ellos se encontraban y miró a su hija en ese estado.
Ya habían llegado a oídos de la reina algunos comentarios mal intencionados sobre lo ocurrido, algunos decían: ¡corre detrás de un caballero!, ¡Que escándalo!, ¡Es una desvergonzada, perseguir a un hombre como si fuera una mujerzuela!. La reina no sabía la razón de dichos comentarios, y aunque deseaba que su hija le diera una buena explicación, en ese momento, le preocupaba mucho más saber lo que le ocurría, ya que su rostro lucía muy pálido.
Alice no jugaba, tal como lo creía el joven Fontaine. La verdad, estaba cruzando por una crisis de ansiedad, tal vez el no haber comido ni bebido nada desde la mañana, sumado el estrés y el calor, llevó a que su cuerpo reaccionará de esa forma. Se sentía sin fuerzas, No podía mantenerse más en pie, así que no tardó en desplomarse; afortunadamente Alexandre reaccionó a tiempo, y pudo evitar que su cabeza se golpeara contra el mármol.
–Alteza,– dijo el joven inquieto, dando pequeños golpecitos en su mejilla para que reaccionase.– Alteza, míreme.
–¡Dios santo!,– exclamó La reina, se inclinó hacia Su hija, –Alice, querida, reacciona, abre los ojos, ¡por amor a Dios!.
Las persona no tardaron en aglomerarse, para poder mirar de cerca lo que ocurría.
–Háganse a un lado, necesita respirar.– pidió Alexandre a la multitud.–Señorita Bonnet,– llamó, María se había quedado pasmada,–Señorita Bonnet, reaccione por favor, necesito su ayuda.– María parpadeo varias veces,– Necesito que busque un doctor.– asintió sin decir nada, se levantó con prontitud y fue a buscar al doctor.
Mientras tanto, la reina llena de angustia por no saber lo que le ocurría a su querida hija lloraba mares.
–Majestad, todo estará bien,– dijo Marie,–no llore, seguro fue un colapso debido al calor.– Intentó dar consuelo a la reina.
La señorita Marga, que apenas llegaba al lugar de los hechos, intentaba dispersar a la multitud con ayuda de las criadas. Por otro lado, María buscaba desesperadamente al señor Dubois, doctor muy reconocido en la alta sociedad, y quien seguramente se encontraba en el bazar, ya que su presencia era infalible en ese tipo de eventos.
–Señor, señor Dubois.– dijo casi sin aliento,– La.. la..
–Niña, habla, ¿Qué ocurre?.– preguntó inquieto.
–La.. princesa.– logró pronunciar.
–¿Qué ocurre con la princesa?,– preguntó, esta vez con gran preocupación.– Niña, habla de una buena vez.
–Sufrió un desmayo, se ve muy mal...
–¡Santo Dios!,– interrumpió el señor Dubois,– ¿Dónde se encuentra?.
–Por allá,– señaló María hacía la salida del bazar.
–Vamos niña, llévame hasta donde está la princesa.
Rápidamente se dirigieron hacia donde estaba Alice, que aún permanecía inconsciente. El señor Dubois pidió que la sacaran del bazar para poder examinar su estado de salud mucho mejor, pues ahí la multitud no le permitía hacer bien su trabajo. Alexandre tomó entre sus brazos a Alice y la llevó hasta el carruaje real, una vez salieron del bazar, la princesa comenzó a reaccionar, eso le dio tranquilidad al joven. Finalmente, el doctor procedió a examinarla, por supuesto, en Presencia de la reina, mientras Alexandre, María, Marie, y Marga, esperaban impacientes fuera del carruaje.
Dentro del bazar, la multitud hacían muchos comentarios sobre lo ocurrido, algunas viudas chismosas sembraban cizaña en los presentes. ¿un desmayó?, ¡Que escándalo!.pronto corrió la voz por todo el bazar sobre lo ocurrido, seguro para la mañana siguiente ese sería en tema de conversación en toda paris y alrededores.
En la noche de ese mismo día, el Rey y Alexandre Fontaine se encontraban reunidos en el salón donde se llevaban acabo las reuniones privadas del rey. Alexandre le informaba al rey sobre todo lo ocurrido en el bazar, hasta ese momento el ambiente parecía extrañamente calmado.
Aunque no en la habitación de Alice, que esperaba con ansiedad y con gran preocupación la entrada de su padre. Sabe Dios que tipo de castigo le daría, recordó la vez que amenazó con enviarla a Londres, tragó saliva solo imaginar que ese fuera el castigo.
Le temblaban las piernas, ¿se arrepentía de haber escapado del bazar?, si alguien se lo preguntara en ese momento seguramente la respuesta sería si, aunque en el fondo no sentía ni una pizca de arrepentimiento, sin embargo, lamentaría que por ello fuera enviada a Londres y por lo tanto alejada de su madre y María. Reflexionó por un instante y se dijo así misma, Fui una tonta al pensar que Alexandre no se daría cuenta de mi ausencia en el bazar, en consecuencia, ahora obtendré la furia de mi padre, ¡Dios me asista!.
–Alice, puedes quedarte quieta por un momento, me estás mareando.–dijo María, que observaba a Alice caminar en círculos por toda la habitación.
–No.– miró hacia la puerta,–Al menos no hasta saber lo que Alexandre le dijo a mi padre.
–No es evidente.–dijo María, acabando con la poca esperanza que guardaba la princesa de que Alexandre omitiera algunas cosas ocurridas en el bazar.
Soltó un gemido frustrado y se dejó caer sobre el sillón.–No podría ni empezar a imaginar una vida lejos de aquí.– María la miró sin comprender lo que hablaba. Pues desconocía la amenaza que el rey había hecho.
De repente la puerta de la habitación se abrió.
Alice y María se giraron hacia la puerta y tuvieron que ponerse en pie cuando vieron al rey entrar a la habitación en compañía de Alexandre Fontaine.
–¡Padre!– exclamó Alice, sin poder resistirse a poner más nerviosa de lo que ya estaba.
–¿Cómo te encuentras?.– preguntó su padre, no parecía estar enfadado. Alice no sabía a ciencia a cierta lo que ocurría con su padre, y se preguntó, ¿porqué no se ve molesto?,– Alice.– insistió el rey.
–Eh...Yo...Eh...–cayó en la cuenta de que su boca no podía pronunciar una palabra,– Eh... lo siento. Si, me siento mucho mejor.–Logró pronunciar.
–Me alegra escuchar eso.– dijo el rey con un toque de simpatía. Y eso sorprendió aún más a Alice, normalmente su padre era cero simpático.
–Gracias.– masculló.
–Lord Fontaine me ha informado sobre todo lo ocurrido, y...
–Lo siento mucho,– interrumpió Alice.
Alexandre la miró, y rápidamente hizo una señal indicando que guardara silencio.
–¿Por qué te disculpas?,– preguntó su padre ceñudo.
–Eh...– Alice miró a Alexandre intentando entender lo que le quería decir, pero no tuvo éxito,– Yo... Yo... Lamentó lo ocurrido.– dijo sin estar muy segura de si sus palabras eran las correctas.
–¿Te disculpas por sufrir un desmayo?– preguntó el rey confundido.
–Eh...– pasó la mirada de su padre a Alexandre y de Alexandre a su padre.–creo que si.– respondió ella muy confundida.
–No deberías, no es algo que puedas controlar.– explicó su padre.
–Supongo que tiene razón.– dijo ella, miró a Alexandre buscando entender lo que él le intentaba decir.
–Es mejor que descanses, fue un día bastante agitado.
Alice asintió.– que tengas buna noche.– se despidió y sin decir nada más salió de la habitación.
–Feliz noche, Alteza.– dijo Alexandre.
–Pero.. ¿Qué...
–Descanse, lo necesita.– interrumpió guiñando un ojo, –Señorita Bonnet, buenas noches.
–Buenas noches, Lord.– dijo Maria.
Alexandre salió de la habitación, dejando a Alice y Maria con muchas preguntas.
–¿Qué descanse?, pero... No podré pegar el ojo en toda la noche pensando, y buscando respuestas a todas la preguntas que tengo.– dijo haciendo un pequeño berrinche.
–Bueno.. Es más que evidente que Lord Fontaine no le informó al rey sobre todo lo ocurrido.– dijo María, que era más inteligente analizando.
¿Por qué, por qué, por qué?, pensaba Alice. Eso no podía ser verdad, se supone que Alexandre era un hombre intachable, no podía ocultar nada al rey, o ¿si?.
–No puede ser.– dijo.
–Parece que si lo puede.– dijo María con una sonrisa.–Después de todo Lord Fontaine no es tan malo como lo pensabas.
Era penoso, espantosamente penoso, después de todo lo mal que lo ha tratado. ¿Y ahora qué?, ¿estaría en deuda con Lord Fontaine?, se preguntó mentalmente,–No, por supuesto que no.– se respondió en voz alta. María la miró confundida.
–Creó que aún no te sientes del todo bien.– le sugirió sentarse en el sillón, pero Alice se negó.
Lo más desconcertante aún era que ella se lo había pedido casi en súplica antes en el bazar, hasta propuso un trato, trato que suponía él le haría cumplir. ¡Dios santo, como pude caer tan bajo!, ¿Alice, no tienes orgullo o qué?, se volvió a preguntar,–No, por lo visto no.– respondió de nuevo en voz alta. María ya se estaba asustando. No era la primera vez que Alice sostenía una conversación con ella misma, la diferencia es que en otras ocasiones mantenía toda la conversación en voz alta, y así María podía enterarse de lo que hablaba, sin embargo, este no era el caso.
María carraspeó,– ¿Puedo saber de que hablas exactamente?.– preguntó intentado entender algo.
Alice abrió la boca para decir algo, pero en ese mismo instante decidió guardar silencio.
–Es mejor ir a descansar, ¿no lo crees?.– sugirió.
–Eh... Si. Es lo mejor.– dijo María.
–Lord Fontaine debe muchas explicaciones.– habló Alice muy bajo, tan bajo que María no puedo escuchar bien las palabras.
¡Demonios!, pensó Alice mientras daba vueltas sobre el mullido colchón de plumas. Tendría que cumplir su parte del trato, portarse con excelencia, y llevársela bien con Alexandre. Imaginar la cara de satisfacción que pondría él cuando le restregaré en la cara que la había salvado de un horrible y espantoso castigo la llenaba de furia.
De todos modos, era imposible no elucubrar acerca de que si la había salvado de ser enviada a Londres, porque estaba segura de que ese hubiera sido el castigo; sin embargo, su orgullo no le permitía aceptar con agrado el gesto de Alexandre y mucho menos agradecérselo, eso significaría darle la victoria de una importante batalla.
Al día siguiente, María entró a la habitación de la princesa, y lo que miró fue sorprendente, Alice se encontraba despierta, y lista a excepción de su peinado.
–Buenos días.– dijo María sorprendida.
–Buenos días,– dijo Alice, intentado arreglar los mechones de cabello que caían sobre su cara.–¿Me puedes ayudar con esto?.– Alice nunca había sido buena para los peinados, en realidad nunca antes había intentado arreglar su cabello.
–Si, para eso estoy aquí.– dijo María acercándose y tomando el peine. Guardó silencio por un momento mientras peinaba la larga cabellera de la princesa, pero no pudo callar más.– Me sorprende enormemente.
–¿Qué es lo que te sorprende tanto?.– preguntó Alice.
–Es muy temprano, estás despierta, lista, y lo mejor, no tuve que hacer ningún esfuerzo para conseguirlo.– dijo con una sonrisa.–Estoy muy orgullosa de ti, al fin te estás convirtiendo en una señorita responsable.–dijo con gran ilusión.
–Es porque anoche no salí.– aclaró.
–No te entiendo.– dijo María confundida.
–¡Dios santo!, siempre tengo que explicarte todo.
–¡Por amor a Dios!, dime que no sigues escapando de tu habitación.– dijo poniendo la mano en su boca.
–Por supuesto que lo sigo haciendo, no sé porqué te sigues sorprendiendo.– respondió con tranquilidad,– Es lo más emocionante que hago, en realidad, es lo
Único emocionante en mi vida.
–No puedo creer que te sigas arriesgando tanto.– Dijo María preocupada.
–Lo seguiré haciendo, y ahora debo hacerlo mucho más.– se apresuró a decir.
–¿a qué te refieres cuando dices, ahora debo hacerlo mucho más?– dijo Maria, impaciente.
–No me hagas caso, ya me conoces digo cosas sin pensar.– dijo una vaga explicación.
–Espero no te estés metiendo en problemas.
–No digas tonterías, no soy el tipo de persona que gusta meterse en problemas.– María la miro incrédula.
–Menos mal que no te gusta meterte en problemas.– dijo María con sarcasmo.
Alice la miró con los ojos entre cerrados,– Está bien,– soltó un suspiro,–reconozco que doy algunos problemas, pero nada grave. Ademas si no fuera una princesa, ni siquiera se consideraría lo que hago un problema.– se excusó.
–No tienes remedio.– dijo María, negando con la cabeza. Finalmente, ultimó detalles en el peinado,– Ya está listo.
–Muy bien, Gracias.– dijo Alice,– Ahora debo ir a buscar a Lord Fontaine.– A Maria se le cayó la mandíbula al escuchar decir eso.
–Creí que te caí mal, que no querías ni siquiera verlo en pintura.
–Y no te equivocas, María.– se aclaró la garganta,– Pero tengo una conversación pendiente con él.
–Es por lo ocurrido ayer, ¿verdad?.– Maria se puso las manos en la cintura.
–Si.
–Le agradecerás lo que hizo.– preguntó curiosa.
–Por supuesto que no, solo quiero hacerle algunas preguntas.– dijo con altivez.
–¿Quieres que te acompañe?.
–No, pero voy a necesitar que vigiles a mi padre.
–¿Al rey?.– dijo María temblorosa.
–Si, al rey.– confirmó Alice,– No seas miedosa, solo quiero saber que planea, aún me cuesta creer que Fontaine no le haya dicho nada sobre...– bajó la voz, temía que su padre estuviera vigilándola. Abrió la puerta para asegurarse que no hubiera nadie en el pasillo.– ya sabes.– Susurró.
–¿Por qué susurras?.– Preguntó María haciendo lo mismo.
–Pueda que la paredes tengas oídos.– susurró de nuevo.
–¿Oídos?,– preguntó confusa mirando alrededor.–¡Oh!, ya lo entiendo.– dijo con una pequeña sonrisa.
–Bien, ahora ve hacer tu parte y yo iré hacer la mía.– María acepto un poco indecisa.
Alice y María salieron de la habitación, después de darse una última mirada se dirigieron hacia direcciones opuestas. Alice hacia la habitación de Alexandre, y María hacia donde quiera que estuviera el rey.
Cuando Alice llegó a la habitación de Lord Fontaine, abrió la puerta atrevidamente. Alexandre dió un sobresalto cuando escuchó abrir la puerta, Había terminado de vestirse, de llegar unos pocos segundos antes habría... ¡Dios santo!, mejor ni pensarlo.
–¡Alteza!,– dijo con asombro, pero a la vez molesto.–¿Qué hace aquí?.
–Buenos días, Lord Fontaine, gracias por su saludo.– dijo sarcástica.
–No puede entrar a la habitación de un caballero de esa forma, ¿Sabe lo que estaba haciendo?.– preguntó él, su voz era fuerte, y un tono molesto.
Alice abrió la boca para decir no, pero la mirada fuerte de Alexandre le dijo que no esperaba una respuesta, así que volvió a cerrarla.
–Estoy tratando de decir que no es correcto lo que acaba de hacer, había acabado de... olvídelo.– intentó controlar su furia,– Alteza,– dijo en un tono más suave,– Le pido salga de la habitación, no es correcto que esté aquí.
–Lord Fontaine, lo lamento mucho pero no saldré de aquí, necesito hablar con usted.– dijo ella, antes de que él pudiera decir algo más.
–Pude hacerlo cuando salga...
–No puedo,– interrumpió,–no quiero que nadie escuche nuestra conversación.– Susurró,–Mi padre tiene oídos en todo el palacio.
–Y si es así, ¿qué le hace pensar que no tiene oídos en mi habitación?.– preguntó él.
–Muy fácil, porque confía en usted.– explicó.
–Alteza, no puede estar aquí, no debe estar aquí, ¿puede imaginar lo que pasaría si alguien se entera de que está aquí, en mi habitación?.– dijo él, dando la impresión, por su tono de voz menudamente monótono, que estaba haciendo esfuerzos por dominar su mal genio.
–No, la verdad no, me es imposible imaginar algo en este momento, lo único en lo que puedo pensar es en hablar con usted.– dijo en un tono relajado, que a él le sorprendía. ¿Cómo podía estar tan tranquila?, si alguien se daba cuenta de que ella estaba en su habitación estarían metidos en un gran problema, especialmente él.
–No lo puedo creer.
–¿Qué no puede creer?, ¿Qué tenga el valor de estar aquí en su habitación?.– Él se limitó a mirarla, visiblemente sorprendido y furioso.
–Es evidente que soy el único adulto responsable aquí.– dijo él.
–¿Entrar a su habitación hace de mi una niña irresponsable?. Porque...
–Si.– interrumpió él.–Además, tengo veintitrés y usted quince.– señaló él.
–Bien, tiene razón, la diferencia de edad es muy notoria, pero eso no...
–Alteza, ¿Qué quiere hablar conmigo?.– preguntó Alexandre. Sabía que no se marcharía sin antes hablar con él, así que lo mejor era hacerlo rápido, antes de que alguien se diera cuenta de que la princesa estaba en su habitación.
–Eso está mejor,– dijo ella, se sentó en una silla que estaba cerca y se puso cómoda. Alexandre la miró impaciente.
–La escucho,– dijo él.
–¿Qué fue lo que le dijo a mi padre?.– preguntó ella.
–No le dije sobre su salida del bazar, si es eso lo que quiere saber.
–¿Por qué?, lo correcto era decírselo, ¿no?.
–Sí, lo era.– dijo él, pasado la mano por su frente.
–Entonces... ¿por qué no hizo lo correcto, Lord?.– preguntó ella con picardía.
Él no dijo nada, no tenía una respuesta, en ese momento ni siquiera él sabía la razón por la que no le había dicho toda la verdad al rey.
–En primer lugar,– habló Alexandre,–Usted me propuso un trato...
–Si,– interrumpió ella,–y usted no quiso aceptarlo.
Él movió la cabeza hacia la izquierda, parecía que el cuello se le estiraba como si estuvieran retorciendo. Evidentemente estaba muy molesto.
–Creó, que es muy evidente de que si lo acepté.– dijo él.
–Una decisión muy sabia...
–No estoy seguro de que haya sido sabia.– contradijo él.
–Eh, no tiene importancia, si lo fue o no, lo importante es que no estoy en problemas, ¿no lo cree?.– dijo ella, con la esperanza de reducir el mal genio de Alexandre.
–¿Tiene idea de lo que pasaría si el rey descubre que le oculté una parte de la historia?.– preguntó él, su dura máscara de autodominio algo resquebrajada.
–Eh... muy poco, en realidad,–dijo ella, tragando saliva,– pero no se preocupe. Será nuestro secreto, prometo no decírselo a nadie.– Alexandre la miró ceñudo,– Y no se preocupe por María, ella sabe guardar muy bien los secretos.
–La verdad, no tengo idea en lo que estaba pensado cuando decidí encubrir lo que hizo.– apretó con los dedos el puente de su nariz.
–Bueno, supongo que pensaba en mí.– bromeó ella.
Alexandre la miró, en su rostro se había formado unos surcos que le daban una expresión dura y fría, hielo puro.– o quizá no.– masculló.
–Como sea, ya lo hecho está hecho.– dijo él,– Ahora espero cumpla su parte del trato, Alteza.– le recordó.
–Eh... ¿cuál parte?.– preguntó. Alexandre la miró con dureza, la mirada más dura que había visto.– ¡ah, si!, esa parte.– dijo ella, con una risita nerviosa,– Lo recuerdo muy bien.
–Que bien que lo recuerde, Alteza.– dijo él, con tono frío.
–Bueno, lo intentaré.– Él le dio otra mirada, y esa mirada fue como una daga filosa.– Era broma.– dijo entre risitas temblorosas.
–Bien, ya que hemos terminado...
En ese momento alguien tocó a la puerta. Alexandre hizo una señal de silencio, y Alice se quedó como una estatua.
–¿Quién es?.– preguntó, en voz alta.
–Lord Fontaine, Su Majestad el rey, quiere hablar con usted ahora mismo.– dijo un hombre, parecía la voz de uno de los mensajeros del rey.
Alexandre y Alice se quedaron congelados. ¡que Dios nos asista!, pensó Alice.
–Por supuesto, le pido me dé un momento, estoy terminando de vestirme.– dijo Alexandre.
En ese momento Alice pensó, que eso era lo que Alexandre estaba haciendo antes de que ella invadiera su habitación sin permiso. ¡Que vergüenza!, No pudo evitar sonrojarse.
–Muy bien, El rey lo espera en su despacho.– dijo el hombre, al otro lado de la puerta.
–No tardó.– dijo el joven.
Alexandre y Alice se quedaron en silencio por unos segundos. Él se acercó a la princesa, mientras ella permanecía inmóvil,– voy a salir,– Susurró–usted espere unos minutos, y luego salga con cuidado de que nadie la vea.– Alice asintió con la cabeza.
Alexandre no podía creer, verse en una posición como esa lo hacía sentir como un delincuente, estaba furioso, muy furioso por lo que Alice había hecho; pero estaba aún mas furioso con sigo mismo, por no haber dicho al rey toda la verdad. Ya era demasiado tarde para retractarse.
Cuando Alexandre se disponía a salir de la habitación, la puerta volvió a sonar. El sonido de los golpes les puso los pelos de punta.
–Alice, Alice.– era la voz de María,–¿Estas ahí?, Alice,– preguntó entre susurros. Alexandre tomó un respiro y abrió la puerta. María dio un sobresalto– ¡Milord!,– exclamó con asombro.
–Señorita Bonnet.– dijo él.
–Lo siento mucho, pensé que...
–María,– dijo Alice, detrás de Alexandre.
–Alice... digo,– se aclaró la garganta,– Alteza, ¡Santo Dios!, ¿Qué hace aquí?.– Alexandre la miró fijamente. La mirada era más que clara, así que Maria supo que no tenía sentido seguir fingiendo delante de él. Soltó un suspiro,–Vi al rey dirigirse a su despachó, luego a su mensajero hacia aquí, supuse que el rey lo había enviado con un mensaje. Quise adelantarme para avisar, pero fue imposible lograrlo, al menos no sin causar ningún tipo de sospechas– explicó,– debo confesar que temí lo peor.
–Te lo agradezco.– dijo Alice con una sonrisa,– Y No te preocupes, Él no se ha enterado de qué estoy aquí.– dijo Alice con un tono relajado.
–Afortunadamente nadie está en problemas, aún.– dijo él en tono ominoso.
–¡Gracias a Dios!.– dijo María un poco aliviada.
–Si me disculpan, debo ir con el rey.– dijo él, saliendo de la habitación.–Tengan cuidado al salir.– susurró antes de cerrar la puerta.
–¡Santo Dios!, Lord Fontaine debe estar pensado lo peor de mí.– dijo María inquieta.
–En realidad, no creó que tenga cabeza para pensar en nada que no sea la razón por la que mi padre le ha pedido que se reúnan.
–¿Sabes cuál es la razón?.–preguntó María con curiosidad.
–No.– contestó Alice, sujetando su barbilla.
–¿Crees que se haya dado cuenta de...
–¡Dios no lo quiera!.– interrumpió Alice.–No lo digas ni en broma.–Maria tragó saliva, de las dos ella era la más nerviosa, imaginaba lo peor.
De camino hacía el despacho del rey, Alexandre
pensaba, ¿cuál sería la razón por la que el rey quería hablar con él?. Existía la posibilidad de que el rey se hubiera enterado de toda la verdad, y si así era, sin duda alguna estaba metido en un problema muy grande. Todavía había tiempo para escapar, ¿no?, pensó, miró alrededor, aún cuando estaba claro de que así no encontraría ninguna solución a su problema, negó con la cabeza. Él no era la clase de hombre que huía de los problemas, siempre se había caracterizado por enfrentar con valor y decisión cualquier situación sin importar cuál fuera.
El primer pensamiento de Alexandre al abrir la puerta del despacho real fue que el día, no se iba desarrollando de la mejor manera tal como él lo había pensado esa mañana al levantarse de la cama.
Su segundo pensamiento fue que acababa de entrar a su peor pesadilla. Porque el rey no parecía estar de buen humor, además no estaba solo en el salón. Estaban ahí su padre, su madre, la reina, el mensajero real, e incluso los guardias que los habían acompañado en su visita al bazar de la caridad.
Ese conjunto de personas le estaban haciendo vivir el momento mas aterrador de toda su vida. No era que considerará al rey, a la reina, o a sus padres, como personas aterradoras; pero dadas las circunstancias si que lo parecían.
No se le ocurrió ninguna palabra ni siquiera para saludar. Así que, sencillamente guardo silencio, casi siempre daba buen resultado, y en ese momento no fue la excepción, lo mejor era dejar que el rey tomara la primera palabra.
–Lord Fontaine.– dijo el rey, visiblemente intentaba controlar la rabia,– Le agradezco que haya venido tan pronto.
–Majestad,– saludó al rey,– Majestad, padre, madre.– continúo saludando a la reina y a sus padre, después hizo una reverencia.– caballeros.– saludo con un leve gesto, al mensajero y a los guardias.–Majestad,– se volvió hacia el rey,– Me informaron que quería hablar conmigo.– pasó la mirada del rey al mensajero, y del mensajero al rey.
–Así es.– contestó el rey.–Tomé asiento por favor.– le dijo señalando el asiento junto a sus padres.
Todavía no sabía cuál era la razón exacta por la que estaban todos reunidos, pero en sus pensamientos aún estaba la idea de que ya se sabía toda la verdad. Debía ser eso.
–Majestad, ¿Puedo saber el motivo de esta reunión?.– Alexandre, se apresuró a preguntar.
–Tenemos que hablar.– dijo el rey.
–Majestad, Me está preocupando, ¿Qué sucede?.– dijo Alexandre inquieto.
–El general Simón Fraser, ha encontrado el cadáver de un hombre en la periferia.– Alexandre se asombró, pero a la vez se sintió aliviado, por un momento pensó que está en problemas. Sin embargo desconocía porqué el hallazgo de un cadáver era motivo para hacer esa reunión.
–¿El cadáver corresponde a un hombre o una mujer?.– preguntó para intentar obtener algo más de información.
–Un hombre.– contestó el rey.– Le he pedido al general que investigue más a fondo.
–Majestad, disculpe si soy inhumano o cruel por lo que voy a decir pero, no es normal en esa zona de la ciudad este tipo de cosas. Es decir, algunos, por no decir que la mayoría de los que ahí residen son crimínales, ladrones, e incluso me atrevo a decir que ahí se ocultan grupos rebeldes.– dijo Alexandre.
No entendía porque se le daba tanta importancia a ese tema. Lo que el joven decía era verdad, la periferia era guarida de muchos crimínales.
–Tiene razón Lord Fontaine, pero no es normal que en las últimas dos semanas se hayan encontrado diez cadáveres.– Alexandre abrió los ojos asombrado por la cifra.–Según investigaciones del general Fraser, los cadáveres corresponden a personas del común, gente humilde, ninguno corresponde a crimínales o rebeldes.
–Eso si es bastante extraño.– dijo el joven.
–Más que extraño diría yo.– dijo Louis. Alexandre volvió la mirada hacia su padre.
–Padre, ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando?.
–No.– contestó pensativo,– He compartido algunos pensamientos con el rey, pero ya los hemos descartado todos.
–¿Es esa la razón por la han venido?.– preguntó Alexandre.
–Si, es correcto.– contestó Louis,–El rey, me informó mediante una carta lo que ocurría, así que quise estar más cerca para ayudar con la investigación.
Alexandre se quedó unos minutos en silencio, pensado.
–Lord Fontaine, es usted un muchacho muy inteligente, y audaz.– habló el rey,– Hemos pensado qué tal vez usted...
Marie interrumpió con un lamento.
Alexandre miró a su madre, se veía muy preocupada.
–Majestad, lamentó interrumpir.– se disculpó con tristeza.
–Querida mía, no tienes ninguna razón para preocuparte.– dijo Louis.
El rey se aclaró la garganta para continuar.–Como decía, Hemos pensado, que podría infiltrarse en la zona y tratar de averiguar lo que sucede. Estoy seguro de que con su audacia lo conseguirá, además dudo mucho que lo reconozcan, ya que a permanecido muchos años fuera. Esa es una ventaja que no debemos desaprovechar.
–Hijo, las personas de esa zona reconocerían con facilidad a los otros militares, podríamos encargarle esa misión a un militar de la frontera, pero confío en ti, y se que en poco tiempo llegarás a la raíz del problema.–Explicó Louis.
–¡Dios santo!, ¿cómo puedes enviar a nuestro único hijo a la boca del lobo sin tener la más mínima contemplación?– protestó Marie.
–Madre, no tienes que preocuparte.– dijo Alexandre en un tono suave.
–En cuenta te vean sabrán que no perteneces a ese horrible lugar.– dijo angustiada,– mírate,– lo señaló,– hasta un ciego se daría cuenta de que perteneces a la alta sociedad.
–Madre...
–No lo estamos obligando a aceptar.– interrumpió el rey.–No quiero poner a su hijo en peligro.– se dirigió a la marquesa.–Lord Alexandre, usted tiene la ultima palabra. Yo, al igual que su padre confío en usted, y en que hará un excelente trabajo, pero es usted quien debe tomar la decisión de aceptar o no.
Alexandre sabía que aceptar la misión era bastante arriesgado, también significaba causarle una gran angustia a su madre. Pero debía hacerlo, el rey y su padre confiaban en él, además desde que tiene memoria su único deseo era servir fielmente a su nación, y al rey. Destacar por su valor.
Miró su brazo y vio que alguien le había puesto una mano sobre él, era la mano de su padre.
–Se cuál sea tu decisión la voy a respetar, y siempre estaré orgulloso de ti.– Alexandre lo miro y asintió con un gesto.
–Acepto.– dijo Alexandre con gran determinación.
No podía defraudar la confianza que el rey había puesto en él, y sobre todo la confianza de su padre.
Marie no puedo contener la lagrimas.
Le aterraba la idea de perder a su único hijo, que bien no había nacido de sus entrañas, pero ella lo amaba enormemente. Desde el primer momento en que lo cargo entre sus brazos, él se había convertido en su motor para vivir, él era su mayor alegría, y no es que no fuera feliz con su esposo, claro que lo era, Louis era un excelente esposo, lo amaba; pero el amor maternal que sentía por Alexandre no se comparaba con nada.
–Madre,– caminó hacía su madre,–todo saldrá bien, lo prometo.– besó su mejilla. Se volvió hacia el rey.– Majestad, No lo defraudaré.– sus palabras estaban cargadas de mucho valor y decisión.