Capítulo 4 Diamante Amiris

Alice se sentía muy feliz de volver a ver a su madre y a su amiga Maria después de una larga semana añorando su regreso. Sin embargo, su figura corporal no expresaba dicha felicidad, por el contrario, caminaba cabizbaja y con los hombros caídos. Pues yacía sobre la joven desde hace ya mucho tiempo un peso, nadie lo podía ver, tampoco lo podían sentir, solo ella lo soportaba. Y con el pasar del tiempo dicho peso parecía incrementar velozmente su tamaño, haciendo imposible de soportar la carga, ¿Cuánto más podría aguantar?.

–¡Madre!,– gritó con emoción cuando miró a la reina.

–¡Oh, mi querida niña!, no imaginas lo mucho que te extrañe.– rodeó sus brazos en el pequeño cuerpo de la princesa dándole un fuerte abrazo.

–Y yo a ti.– dijo con un toque de nostalgia.

–He traído muchos obsequios para ti.– expuso con una enorme sonrisa.

–Gracias,– mientras buscaba a María con su mirada.

–Regresa en un momento,– dijo suponiendo lo que buscaba.– le pedí que trajera un obsequio muy especial.– susurró.

Alice sonrió automáticamente, era una jovencita muy curiosa y moría por saber de que se trata el misterioso obsequio.

–Majestad, espero haber traído el correcto.– entró hablando Maria.

–¡Maria!,– gritó eufórica lanzándose sobre ella,– Tenemos mucho tiempo que recuperar, sabes, los campos Elíseos están florecidos, hay cientos de flores, traje unas para ti pero ya se han marchitado.– hizo una mueca.–¡oh!, también...–dijo para contarle sobre su trato con Alexandre, pero se silenció cuando recordó la presencia de su madre,–...También... estoy tomando clases de matemática abstracta.

–¿Matemática abstracta?.– preguntó Maria con gran extrañeza. Ella bien sabía que a Alice le molestaban los números y cálculos.

–Si, matemática abstracta.– confirmó Alice con una sonrisilla. Maria pudo notar en aquella sonrisita algo muy sospechoso.– Sabias, que sin las matemáticas abstractas no existiría el Almanaque cuántico.

–¿Almanaque qué?.– dijo aún más extrañada.

–Cuántico,– respondió Alice luego de carraspear,– como sea, sin ese almanaque no podría un marinero navegar, al menos de que este loco, se perdería en un abrir y cerrar de ojo.

–¡Vaya!, que interesante, alteza.– dijo María fingiendo.

–Veo que haz aprendido muchas cosas,– interrumpió la reina.

–Si, ya ves cuánto se puede aprender en tan solo una semana, madre.

–Si, ya lo veo, y me alegra mucho.– sonrió,– pero.. no recordaba que la señora Roses tuviera conocimiento sobre ese tema.

–No... Mi profesor de matemática abstracta es Lord Fontaine.

–¿Lord Fontaine?,–dijeron en coro la Reina y Maria. La reina rápidamente dirigió su mirada hacia Maria, ambas sorprendidas.– Querida hija, ¿te refieres a Lord Fontaine, el hijo del Marqués?.

–Si.– dijo Alice.

–Creí que no era de tu agrado.

–Y no lo es, cada día me desagrada más.– dijo con tono aborrecible,– Madre, Las clases con el señor Fontaine no son por gusto, son por obligación, debo enriquecer mis conocimientos.– explicó.

–Aún así me alegra mucho que comiences a interesarte por aprender.– sonrió.

–Claro que si, soy una princesa, es mi deber después de todo.– simuló una sonrisa.

–Majestad, aquí tiene lo que pidió que trajera.– dijo María, entregando un pequeño cofre tallado en cedro rosado, con listones de oro.

–Gracias linda, eres muy amable.– agradeció.– Este obsequio es para ti, mi querida hija.– estiró sus brazos para entregarlo a la princesa.

–¡Oh, que bonito es!,– dijo Alice al detallar el pequeño cofre,– ¿qué hay dentro?.– pregunto curiosa.

–Descúbrelo tu misma.– animó dulcemente la Reina.

Alice abrió con cuidad el cofre descubriendo en su interior una piedra preciosa, brillaba como el sol. Era una diamante, pero no cualquier diamante, este era de color azul marino, y su tamaño era mucho más grande de los que ya estaba acostumbrada a ver.

–Es hermoso,– logró pronunciar la joven princesa llena de asombro.

–¿Quieres conocer la leyenda qué hay sobre él?.

–Claro que si.– contestó Alice.

–¿Te parece bien si te la cuento mientras damos un paseo por el jardín?.– Propuso la reina.

-Me encanta la idea.– dijo emocionada.

Caminaron por el jardín contemplando los frutos de los árboles, las flores, y el verde brillante del césped.

–La primavera es bellísima,– comentó la reina. Levantó su mirada al cielo.

–Es mi estación favorita.– dijo Alice, ambas sonrieron. Después de un tiempo se sentaron bajo un árbol frondoso junto al lago.

–Estoy ansiosa por escuchar la historia qué hay detrás de esta valiosa piedra.– dijo la princesa recostando su cabeza sobre el regazo de su madre.

–Te va a encantar, Cuanta la leyenda que hace cientos de años, existió una joven hermosa llamada Amiris,– comenzó a narrar la reina mientras acariciaba el suave cabello de Alice,–...era hija de un humilde campesino que dedicaba su vida a labrar la tierra. Un día, su padre le pidió que trajera agua de el río, ya que el pequeño riachuelo que pasaba cerca del lugar se había secado por el fuerte verano.

Amiris, que era una jovencita muy obediente se encaminó rápidamente hacia el río. Cuando llegó al lugar, descubrió a un joven bañándose en las cristalinas aguas del río, el joven era un gran guerrero, el mejor de todos, su nombre era Chapt. Cuando chapt salió de las aguas, su mirada se cruzó con la de la hermosa jovencita, y ambos quedaron prendados el uno del otro.

Los dos jóvenes acordaron verse todos los días en aquel lugar y a la misma hora. Y así fue, cada tarde se encontraban en el mismo lugar, ninguno de ellos faltaba un solo día, y durante el tiempo que duraba su encuentro, las aguas del río eran testigo de su inmenso amor.

Pero había un problema, Chapt estaba comprometido con la hija del rey, por lo que su relación era imposible. Sin embargo, Amiris desconocía el compromiso, y no dudó en entregar su amor sin ninguna reserva. Cuando llegó el día del la boda, Chapt no puedo asistir a su cita diaria con Amiris, tampoco los días posteriores, ya que el rey había enviado a vigilarlo, para que no se le ocurriera traicionar a su hija con ninguna otra mujer.

Chapt sabía que si el rey lo descubría en compañía de Amiris se pondría furioso y ordenaría sacrificar a su amada; Así que renunció a su amor para salvarle.

Los días pasaron, pronto fueron años, y durante todo ese tiempo la hermosa Amiris lloró el abandono de su amado, cada lágrima que derramó durante todo ese tiempo la guardo en un cofre, con la esperanza de que cuando regresara su amado, viera cuánto había sufrido en su espera.

La pobre jovencita, desconocía la razón por la que su amado la había abandonado; Así que después de esperar por cuatro largos años, supuso que la razón por la que no había regresado, era la muerte, seguramente su amado había muerto en batalla. Un día, Amiris, no pudo soportar más el dolor, y decidió hundirse en las aguas profundas del Río, para al fin encontrarse de nuevo con su amado Chapt. Pero antes, dejó el cofre lleno con sus lágrimas en la orilla del Río.

Años después el rey murió, fue entonces cuando Chapt, decidió regresar a buscar a su amada Amiris, pero se encontró con la terrible noticia de que había muerto. Su padre le contó lo sucedido, y como encontraron su cuerpo sin vida sobre un roca en la orilla del río, también le contó lo mucho que ella había sufrido. Finalmente, el padre de Amiris le entregó a Chapt el cofre donde su hija había guardado todas sus lágrimas, el anciano lo había encontrado junto al río, cubierto de pequeñas rocas, cuando lo vió reconoció enseguida que le pertenecía a su hija, así que lo guardó para recordarla.

Cuando Chapt abrió el cofre se encontró con un hermoso diamante. Las lágrimas de joven Amiris se habían salificado, convirtiéndose en un precioso diamante del color de sus lágrimas.

–Pobresilla.– susurró Alice con la mano en su pecho.– ¿Qué pasó con Chapt?.

–Vivió con la culpa y la tristeza por la muerte de su amada. Dicen que abandonó a la hija del rey, y ella cegada por la rabia, ordenó sacrificarlo por traición, pero Chapt huyó a una tierra muy lejana con Amiris, y nadie supo más sobre él.

–¿Amiris?, ¿no que había muerto?.– preguntó la princesa confundida.

–El diamante.– dijo la reina,– ese fue el nombre que le dió al diamante, le nombre de su amada.

–¡Que bonita historia!.– suspiró,–¿Crees que sea real?.

–Probablemente.– dijo la reina y guiñó su ojo.

–¿Cómo lograste obtenerlo?.

–Un comerciante británico, que visitó el palacio de Versalles durante mi estadía, dijo haberlo adquirido en el año 1.650, un comerciante de mina Kollur, un pueblo ubicado en Golconda, India, se lo vendió.

–¡Vaya, que interesante!.

–Majestad,– habló un joven militar.– disculpe la interrupción, pero su majestad el rey la solicita, le gustaría pasar un tiempo con usted.

–Al fin tiene un tiempo para mí.- susurro muy bajo la reina.– Dile que voy en seguida.– contestó.

–Con permiso.– dijo el joven y dando la vuelta se marchó.

–Debo ir donde tu padre.– Alice asintió con la cabeza.

Alice miró a su madre alejarse por el camino principal. Volvió la vista hacia el lugar donde había permanecido sentada junto a su madre, volvió a sentarse, y permaneció durante un buen tiempo absorta en sus pensamientos.

–Alice– susurró una voz cerca de ella. Se trataba de María.

–María, ven, siéntate junto a mí.– pidió con emoción,– Tengo tanto por contarte, no imaginas cuantas cosas pueden pasar en una semana.

–Ya veo que si.– dijo con una sonrisilla.– cuéntame, estoy muriendo de curiosidad, ¿cómo es que Lord Fontaine pasó de ser militar a ser maestro de Matemáticas?.

–Todo comenzó...–Alice dijo a Maria todo lo sucedido durante su ausencia. Después de un rato le había contado todo a su amiga sin omitir ningún detalle.

–¡Vaya!, quien había podido imaginar que a Lord Fontaine le gustaran las novelas románticas.– comentó entré risitas.

–¡Oh!, y lo olvidaba, el trato también consiste en enseñarle a tocar el arpa.– dijo presuntuosa.

–Lord Fontaine tocando el arpa,– comentó por lo bajo con la misma risita. Levantó la mirada y pudo ver al joven Fontaine acercarse.– Lord Fontaine se acerca.– susurró con disimulo.

Alice miro por encima de su hombro, y le vió acercándose, con ese caminar aristocrático y elegante que tanto lo caracteriza. Alice ladeo una pequeña sonrisa traviesa.– De repente el ambiente se a tornado feo y oscuro, María, ¿Cuál crees que sea la razón?.– dijo en voz alta, lo suficiente para que Alexandre escuchara. Alice, giró la cabeza com dirección al joven.– Ya veo la razón, ¡una lástima, que tan bello paisaje se vea arruinado por personas tan desagradables!.– dijo haciendo una mueca.–María, marchémonos de aquí.– se incorporó y pasó por lado de Alexandre cadi chocándole con el hombro, María le siguió el ritmo, Alexandre también las siguió, pero conservando distancia.

Cruzaron el arco del castillo. Alice pensó, que Lord Fontaine, realmente era un hombre demasiado obstinado, ¿cómo era posible que no se cansara de seguirla?. Si que había tomado bastante en serio la labor que el rey le había dado.

–Alteza,– saludo Lord Fontaine una vez entraron al pasillo principal del castillo. Alice ignoró su llamado y continuó su camino.– He terminado de leer el libro,–habló fuerte,–tenía razón usted en decir que era una novela maravillosa.– esta vez habló mucho más fuerte. La princesa se detuvo de ipso facto.

–¿Se ha vuelto loco?,– dijo acercándose a él,– ¿Qué cree que hace?.– preguntó mirando a su alrededor, percatándose de que nadie haya escuchado nada.

–Devolviendo el libro que usted muy amablemente me prestó.– contestó en voz alta.

–Shh.. quiere bajar la voz, alguien puede oírlo,– dijo la princesa casi susurrando.

–El rey puede morir de un ataque al corazón si se enterase.– susurró Maria.

–Es solo un libro,– dijo él restándole importancia,–¡Oh, es verdad!,–exclamo en voz alta,–estos libros no se le es permitido leer a una señorita, mucho menos a una princesa, lo lamento, Alteza, lo había olvidad...

–Shhh...– interrumpió Alice,–Quiere vengarse, ¿verdad?.

–Claro que no, alteza, ¿cómo puede pensar eso de mí?.– dijo sarcástico.

La princesa lo miro con ojos achinados.– Esta bien, usted gana, por el momento.– susurró,–Deme eso,– arrebató el libro de las manos de Lord Fontaine.

–No me queda claro, que fue lo que gané exactamente.– dijo con ironía, fingiendo no entender nada.

Lord Fontaine, estaba usando el mismo modo mordaz y sarcástico al hablar de la princesa. Aunque no estaba acostumbrado a hablar de esa forma, y no era para nada correcto en caballero, debía hacerlo; después de todo fue la misma Alice quien comenzó hacer uso del sarcasmo desde el primer momento que se conocieron.

–En primer lugar, no se haga el inocente, no le queda para nada bien, deje eso para mí. En segundo lugar, no intente imitar mi forma de hablar, sea más original, el ser sarcástico no va con usted. Y en tercer lugar,– apoyo las manos en las caderas sin darse ni cuenta,– al final seré la ganadora de esta batalla.

–Guerra.– interrumpió María.– Las batallas suelen ser cortas, sin mucha importancia, en cambio, la guerra es larga, importante, y al final la definitiva.

–La guerra...– corrigió, antes de continuar miró a María,–Tengo clara la diferencia.– Alice respiro profundo,– cómo estaba diciendo,– carraspeó,– tengo muchas probabilidades de ganar esta guerra.

–No sé de que habla, Alteza.– dijo serio, esta vez sin una pizca de sarcasmo.

–Está conversación es ridícula.– dijo Alice impaciente.

–Estoy de acuerdo.– concordó Lord Fontaine.

–No que no entendía nada de lo que estaba hablando.– reclamó Alice muy molesta.

–Alteza,– interrumpió Maria.

–No le da vergüenza,– continuó,– Usar esto,– levantó el libro que sostenía en su mano,–para ganar una batalla, eso no es de caballeros.– fingió estar ofendida.

Lord Fontaine, había dejado de responder a los ataques de la princesa.

–Alteza,– insistió Maria.

–Ahora no, María.– dijo antes de continuar,– ¿No tiene nada para decir, Lord?,– preguntó con ironía,– Por lo visto no, parece que una vez más la victoria es mía.– sonrió victoriosa.

–Alteza,– volvió a hablar Maria.

–¡Maria!,– exclamó Alice, irritada por la interrupción. Miró a Maria y su rostro palideció, cuando miró a el rey.–Padre,– logró decir en un susurro, intentando ocultar el libro.

–¿Qué ocurre aquí?.– preguntó el rey de mal humor.

Alice tragó saliva,– Eso dependiendo de cuánto tiempo lleva parado ahí,– dijo algo nerviosa.

–Majestad,– Tomó la palabra Lord Fontaine ,– Si me lo Permite, puedo explicarle lo sucedido.

–Adelante, lo escucho.– concedió rápidamente.

–La princesa y yo, conversábamos sobre algunos temas de matemáticas.

–No me pareció una conversación, más bien una discusión.

–Si, tiene razón, padre.- interrumpió Alice,– Lo que sucede es lo siguiente...– carraspeó,– Lord Fontaine, dijo: que los cuerpos numéricos de los racionales, reales, y complejos son los únicos espacios vectoriales, y es completamente falso. En este libro dice, que el espacio tridimensional con la suma de un vector también conforman un espacio vectorial. Algo que Lord Fontaine, no quiere aceptar.– finalizó casi sin aire en sus pulmones. El rey la miró un tanto sorprendido.

–¿Es eso cierto?.– Preguntó el rey.

–Así es, Majestad,– respondió Lord Fontaine aún más sorprendido. No podía creer lo que había escuchado. Durante las clases, Alice no hacía nada más que ignorar sus palabras, canturrear, distraerse, y dormir.– Había olvidado por completo los espacios tridimensionales, pero ahora gracias a la princesa lo he recordado con claridad.

–¡Increíble!, eso quiere decir que haz aprendido mucho en las clases.

–Si, padre. La matemática abstracta se ha convertido en una nueva pasión para mi, demasiado compleja, pero muy muy fascinante.– fingió emoción.

–Sin embargo,– interrumpió el Rey,–el tono en el que le hablabas a Lord Fontaine, es intolerable.– reprendió.

–Lo lamentó, padre. Tiene usted razón, mi comportamiento no fue el mejor.

–Majestad, Debió ser la emoción del momento, solo quería que le diera la razón, ¿no es así, alteza?.

–Así es, Lord Fontaine,-respondió Alice acompañado de una sonrisa.– Padre.. ¿no se supone que debía estar con mi madre?.– preguntó para cambiar la conversación.

–Es verdad, debe de llevar un buen rato esperando.– recordó el rey, y luego se marchó.

Alice exhaló aliviada.

–Si vuelve a usar mi libro para vengarse– dijo Alice roja de furia,– tendré que tomar cartas sobre el asunto.

–Disculpe, alteza, Pero es usted quien insiste en tener una actitud insultante.– dijo serio.

–¡No sea atrevido!,– reclamó Alice,– Soy la princesa de Francia.

–Si, claro que lo es, debería recordarlo con más frecuencia, alteza.– sugirió con la misma seriedad.

Alice abrió la boca sorprendida.

–¡Oh, cómo se atreve a hablarme así!,–sobre actuó, poniendo la mano en el pecho.

–Es un poco teatral, alteza.

–Debe reconocer que tengo talento.– habló antipática, levantando la ceja.

–Si, lo tiene.– admitió.

–Lord Fontaine, es bastante evidente que no nos agradamos el uno al otro.– dijo Alice caminando en círculos.–Y Eso es un gran problema, así que, debemos darle una pronta solución. Últimamente he pensado en algunas, ¿quiere que las comparta con usted?, así podremos escoger la más indicada.–agitó el abanico.

–No es necesario.– negó, observando sus pasos.–Nuestra situación supondría ser un problema si no me la estuviera pasando bien.

Alice abrió los ojos tanto como puedo.

–¿Quiere decir que disfruta de esto?.– preguntó sorprendida.

–No exactamente, pero estoy cumpliendo con mi deber, además debo reconocer que me divierte cuando se enoja sin ninguna razón.– ladeo el labio formando una sonrisa sarcástica.

Después de todo, parece que Lord Fontaine quería demostrarle a la princesa, que no siempre es un hombre rígido, también puede llegar a relajarse si así él lo desea.

–¡Ja, Le divierte!,– dijo Alice ofuscada,–¿haz escuchado eso, Maria?, le divierte.

Maria había permanecido en silencio, como testigo de la infantil discusión.

–Si, he escuchado bien.– dijo Maria sin parpadear.

–¿Disfruta burlarse de mí?.– preguntó con la boca abierta de asombro, esta vez dirigiéndose a Lord Fontaine.

–No, por supuesto que no, Alteza.– Negó. Su actitud era relajada, y eso le molestaba más a la princesa.

–Pero acaba de decir que le divierte.

–Sabe, deberíamos de hacer una tregua.– Propuso muy cortes.

–Se burla de mi, y luego propone una tregua. Escucha lo absurdo que es.– dijo muy molesta, mientras agitaba con mayor velocidad el abanico.

-Es usted única en verdad.– dijo con una sutil sonrisa sarcástica.

–¿Qué quiere decir con eso?.– Alice estaba tan furiosa que sus mejillas eran rojas como un tomate.

–Que no he conocido nunca en mi vida una persona como a usted, alteza.– dijo,– y siendo sincero dudo mucho encontrarme con alguien semejante el resto de vida que me quede.

–¿Es eso una ofensa?.– dijo mas alterada.

–Si para usted ser diferente a los demás es una ofensa.

–¡Es Insoportable!.– dijo haciendo una pequeña rabieta, dio la espalda y se marchó con la cabeza erguida. María se despidió de Lord Fontaine y siguió a la princesa.

Él sonrió mientras miraba que Alice se alejaba caminando por el largo pasillo. Es verdad que desde la un inicio le molestó su comportamiento y actitud. Pero parecía que se estaba acostumbrado a su descaro al

Hablar, y a sus peleas infantiles, inclusive podía decir que ahora le causaba gracia, y como se lo dijo a ella, le divertía verla roja de furia.

–Espera, Alice.–dijo Maria siguiéndola con pasos rápidos.

–¿Cómo puedo contar con tan mala suerte?.– renegó.

–¿A qué te refieres?,– pregunto Maria casi corriendo para alcanzarla.

–¿A qué me refiero?,– se detuvo,– Acaso no estabas presente escuchando todo.

–Te refieres a Lord Fontaine.

–¡Oh, por favor!,– lamentó,–No puedo soportar su nombre, no menciones a ese hombre tan odioso. Es lo peor que me ha podido pasar en la vida.– continúo su camino.

–Me parece que es un hombre serio, pero también simpático.– comentó Maria.

–¡Simpático!, ¡Oh, por favor!, ese hombre no tiene ni siquiera una pizca de simpatía.– negó.

–Es un buen hombre.– dijo María.

–Aparentemente,– dijo la princesa,–pero...– pensó rápidamente que decir, pero no concebía pensar un defecto válido.–su sonrisa es falsa.

–¿Y eso lo hace una mala persona?,– preguntó Maria.

–Odio las sonrisas falsas, so.. son..– tartamudeó,–...eso, falsas.

–A mi me parece que la sonrisa de Lord Fontaine es muy real, además de bellísima.– susurró.

–Maria, no estás mirando bien. Deberías visitar al doctor.–Maria parpadeo varias veces para cerciorarse de que su visión estuviera en buen estado–.¿Por qué simplemente no me deja en paz?, debería marcharse.

–Debo resaltar algo más que la sonrisa de Lord Fontaine.– habló de nuevo María.

–¡Ah!, ¿si?, y ¿Qué cosa es?.– preguntó Alice con curiosidad.

–Paciencia.– dijo María,–Sin duda es un hombre con mucha paciencia. Porque debes aceptar que tu comportamiento es un tanto infantil.

–¿Disculpa?,– reclamó sorprendida,– ahora mi mejor amiga me ataca, ¡Dios santo!, ¿Qué mas falta?.

–No seas exagerada.– dijo María, caminando a su lado.

–Se supone que deberías estar de mi lado no del suyo.

–Estoy de lado de quien tiene la razón.

–¿Insinúas que no la tengo?.– preguntó alterada.

–No insinúo nada. Solo que ambos tienen razón en algunas cosas y en otras no.

–Ahora te conviertes en intermediaria, ¡grandioso!,– exclamó con sarcasmo.–En lo poco que lo conozco, no tengo nada bueno para decir sobre él.– concluyó Alice adelantándose.

Lord Fontaine era verdaderamente un hombre honorable, pensó Maria. No podía creer que un hombre como él fuera tan odiado por Alice, no habían razones para tanto odio. No obstante, no se atrevía a tratar de cambiar la opinión errónea de la princesa, tratar de hacerlo sería toda una odisea. La mera posibilidad de que su amistad con La princesa se viera en riesgo le horrorizaba; de modo que no tenía más remedio que guardar la opinión que tenía sobre Lord Fontaine para sí misma, ya que defenderlo implicaría causarle un gran disgusto a Alice.

Maria, también entendía las causas y circunstancias por las que a la princesa no le agradaba el joven; sin embargo, él no era culpable, solo se limitaba a cumplir órdenes del rey. En fin, lo cierto era que ni uno ni otro se soportaban, y mientras el rey no cambiase de idea, las peleas serían el pan de cada día.

Ha llegado a oídos del honorable Marqués de Fontainebleau, que el rey ha encomendado una labor muy importante a su querido hijo. Y también ha llegado al palacio de Fontainebleau una invitación especial de parte de su majestad, el rey Antoine.

Esa misma tarde el palacio de Luxemburgo abriría sus puertas de Par en Par para recibir a una pareja muy querida por el rey y la reina, se trataba de el marqués Louis y su querida esposa, la marquesa Marie.

La pareja había recibido con gran gusto la invitación del rey, hacia ya bastante tiempo que no visitaban el palacio de Luxemburgo; así que no tardaron en llegar. Además, la marquesa estaba ansiosa por ver a su hijo, no había tenido la oportunidad de verlo desde la primavera pasada, cuando Lord Fontaine los visitó en sus vacaciones. A diferencia de su esposo, Louis, que sí tuvo el gusto de verlo hace poco, ya que había viajado a Londres, antes de que el joven regresara a Francia a cumplir con el servicio militar. El rey Antoine, le había pedido a el ilustrísimo señor Fontaine que asistiera como su representante en una reunión muy importante, que tuvo lugar en el palacio de Buckingham.

–Ya deseó llegar, para ver a mi niño, le llevo tanto regalos, espero le gusten.– dijo la marquesa con gran anhelo.

–Querida mía, Alexandre ya no es un niño, ahora en un hombre.– dijo el marques, mirando la hora en su reloj de mano.

Llevaban cuatro horas de viaje. En el carruaje iban, la pareja de marqueses y Marga, sobrina de la marquesa. También los seguía otro carruaje con el equipaje y dos doncellas.

–Siempre será mi niño, mi niño guapo.

–Eso si, es muy apuesto.– dijo la señorita.

–Igual a su padre.– dijo Louis acomodándose la casaca.

–Por supuesto, querido mío.– dijo la marquesa haciendo un gesto cariñoso.–Me pregunto, ¿si extraña que le cuente una historia antes de dormir?.– pensó en voz alta.

–Querida, hace mucho que no le cuentas esas historias, recuerda, ya no es un niño.

–Si, lo sé, pero es que extraño tanto inventar esas historias para él, cuánto me gustaría que no hubiera crecido.– su voz sonó nostálgica.

–Querida, no te pongas triste, ya verás que en menos de lo que podamos imaginar nuestro Alexandre se casará con una preciosa señorita, y tendrán muchos hijos, a quienes podrás inventar un sin fin de historias.

–¡Oh, tienes razón!,–Exclamó más animada, limpió algunas lágrimas,– Imagínalo, los niños corriendo por los jardines de Fontainebleau, y sus tiernas risitas resonando por todo el lugar.– suspiró,– Hermoso, ¿no lo crees, querido?.

–Por su puesto, querida.– dijo Louis sonriente.

–¿Crees que Nuestro Alexandre ya este interesado en alguna señorita?.– preguntó con emoción.

–Espero que no.– dijo la señorita charpentier.

–No lo sé,– dijo el marqués. Miró a Marga Charpentier y por un momento le horrorizó imaginar a su hijo comprometido con una señorita como ella.–No ha mencionado nada de eso en sus cartas.

–Crees que no lo ha mencionado ¿por qué no existe aún una señorita en su vida?, o, ¿por qué ya existe, pero aún es muy pronto para presentarla?.

–Seguro aún no conoce a alguien especial.- dijo el marqués sin dar importancia al tema.

–Y si no es así, si ya la ha conocido, sabes lo que significa, pronto tendremos muchos nietos.– dijo muy emocionada.

–Querida, tu imaginación es increíble, pero por favor, consérvala para cuando los niños nazcan.

–Tengo que intentar descubrir si ya existe alguien en su vida, por supuesto, debo ser muy discreta, no quiero que se sienta presionado a decírmelo.– El señor Fontaine, suspiro.

–Aún es muy joven, tiene toda una vida para conocer a una señorita y enamorarse.

–Toda una vida, dices, no.– negó,– y si para entonces ya soy demasiado vieja, ¡peor aún!,– exclamó preocupada,– qué tal si para entonces Dios haya reclamado mi alma.– el marqués puso la mano en la cabeza impaciente.

–¡Dios no lo quiera!,– exclamó la señorita Charpentier, mucho más preocupada,–eso sería terrible, tía. No podría conocer a nuestros hijos.– se lamentó. Él señor Fontaine la miró y levantó el ceño.– quise decir,– carraspeó,– a sus nietos.– soltó nerviosa.

–Querida, no pienses más en eso. Disfruta de las vistas.– dijo para cambiar de tema.

Alice y Maria, se encontraban en la habitación charlando sobre la visita que hizo María junto a la reina al palacio de Versalles. Uno de los sirvientes fue a abisales de la llegada de algunas personas.

–¿De quién se trata?.– preguntó Alice con desánimo.

–Alteza, se trata del ilustrísimo señor Fontaine Marqués de Fontainebleau , y su esposa, la marquesa.– contestó,– también los acompaña su sobrina, la señorita Charpemtier.

Alice y Maria caminaron hasta el jardín, donde se encontraban el rey, la reina, Lord Fontaine, la pareja de marqueses, y una señorita con vestiduras coloridas. La marquesa se alegró mucho de ver a la princesa, había pasado mucho tiempo desde la última vez que la vió, aproximadamente un año.

–Alteza,– saludó,– cuanto a crecido, es usted una niña preciosa.

–Falta muy poco para que se sea presentada en sociedad.– dijo el rey.

–No tengo duda de que tendrá muchos pretendientes.– bromeó la marquesa.

–¡Oh, querida!, ¿qué cosas dices?,– dijo el

Señor Fontaine.

–Majestad, lamentó mucho si le molestó mi comentario, Pero no dije nada que no sea verdad, es una niña muy hermosa.– se dirigió al rey.

–No me molesta en absoluto.– dijo el rey.

–Gracias por el cumplido,–dijo Alice, se acercó un poco más al grupo y saludó.– Ilustres señor y señora Fontaine, su visita es muy agradable para nosotros.– dijo, esforzarse por fingir la mayor formalidad posible.

El joven Fontaine levantó el ceño sorprendido por tanta formalidad por parte de la princesa, claro, sabía perfectamente que tanta cordialidad era falsa.

–Alteza, es mucho más grato para nosotros, que ustedes hayan abierto las puertas de su palacio para nosotros.– dijo el marqués.

–Alteza,– interrumpió la señorita Charpentier,– es un honor enorme conocerla, ya había tenido oportunidad de verla, pero nunca tan cerca. Fue hace un año en el desfile que hizo por su cumpleaños, sabe, el pueblo la adora.– marga hablaba con tanta rapidez, que la princesa apenas lograba asimilar todo lo que decía.– He anhelado toda mi vida poder conocerla...

–Querida, estoy segura que a la princesa ya le quedó muy claro lo feliz que estás de conocerla.– interrumpió la marquesa.

–¡Oh, lo lamento tanto!, aveces no puedo guardar silencio y me dejo llevar por la emoción...

–Alteza, ella es mi sobrina, hija de mi difunta hermana.– dijo la marquesa interrumpiendo de nuevo a la impertinente señorita.

La señorita Charpentier, cruzaba los veinte años de edad, era hija de la hermana mayor de la marquesa, quién murió después de dar a luz, Marga conservó el apellido de su madre; ya que nunca se supo nada sobre su padre, aunque alguna vez se especuló que se trataba de un militar de paso, pero nunca se confirmó. La señorita Marga Charpentier, era una buena persona, pero su personalidad era bastante... peculiar, se podría decir. Toda la sociedad especulaba desde ya que sería una futura "solterona", porque no había tenido ni un solo pretendiente, La marquesa la presentó la temporada pasada en Londres, con la esperanza de recibir alguna oferta de matrimonio, pero por desgracia no fue así. Tal vez sea porque la señorita Charpentier era poco agraciada, la pobrecilla no tenía un solo hueso bonito en su cuerpo, aunque ella no lo admita.

–Un gusto conocerla, ¿eh?.– dijo Alice.

–Marga Charpentier.– contestó la señorita con voz chillona.

–Señorita Charpentir.– Alice simuló una sonrisa.

–¡Oh, Alteza!, llámeme Marga, por favor.– dijo a gran voz.

–Querida, baja un poco la voz.– sugirió la marquesa.

–Me informan que la mesa ya está servida.– interrumpió el rey.– por favor acompáñenme.– dijo guiando el camino.

Maria miró a Alice, y no pudieron contener la risa, ambas rieron muy bajo, se burlaban la señorita de vestimenta colorida, la señorita Charpentier.

Maria ayudo a cambiar la vestimenta de Alice mientras hablaban de los invitados. Luego Alice se dirigió hacia el salón del comedor real, donde seguramente ya estaban todos. Cuando entró al salón a la primera persona que miró fue a Lord Fontaine, después observo a los demás, todos estaban esperando a que llegara para tomar asiento.

–Disculpen la demora,–Habló Alice,–se me presentó un pequeño contratiempo.– mintió, El rey estaba furioso, sabía que dicho contratiempo no era más que una excusa, seguro se le había pasado el tiempo cotilleando con María. pero supo disimular bien su molestia, no podía dar un espectáculo bochornoso a sus invitados.

–Alteza, no se preocupe, no hemos esperado tanto tiempo.– Dijo el marqués .

–Gracias, por esperar.– caminó hasta su asiento, y sin decir nada más se sentaron.

Alice llevaba puesto su vestido de noche favorito, era color azul que combinaba perfectamente con sus ojos. Eso quería decir que Alice se estaba esforzando por dar una buena impresión a los invitados.

–No lo puedo creer– dijo la señorita Charpentier, con la mano apoyada en la mesa,– estar aquí, sentada, en el comedor real, con su majestades el rey y reina, y con su alteza. No sé si llevo el vestido correcto.

–Te ves muy bien,– dijo la reina.– además es solo una cena informal.

Alice echó un vistazo al menú que tenía en frente y que empezaba por una sopa de langosta, seguía con otros tres platos, mariscos, pavo, hasta terminar con cordero con bechamel, seguido, por supuesto, de cuatro postres a elegir. Habló intentando no sonar sarcástica.

-No creo que a esto se le pueda llamar una cena informal.

-Por supuesto que si– dijo la reina. Alice lanzó una mirada de incredulidad.

–Majestad, Alteza. Lamentó contradecir.– interrumpió Marga,– pero no creo que aquí en Luxemburgo hayan cenas informales, se nota que todo se prepara cuidadosamente, cada detalle es Perfecto.– la reina sonrió.

–No existe nada Perfecto.– comentó Alice muy bajo.

–Por supuesto, aquí nada es informal.– dijo el rey.

Alice observó a su padre,– papá.

–¿si?.

–No creo que sea necesaria tanta formalidad, después de todo estamos reunidos con amigos.

–Siempre es necesaria, Alice, existen ciertas normas sociales. Y, sinceramente, estoy tan acostumbrando a ellas, que para mi es algo normal.–dijo el rey.

–La formalidad es muy importante en la vida de un hombre, especialmente si se es el rey.– Dijo el ilustre marqués.– pero también hay momentos para relajarse.

–Mi padre nunca se relaja– dijo Alice.

Louis la miró,– siempre es tan rígido, en eso se parece mucho a su hijo.

–Bueno, entonces eso es un problema, hijo.– dijo el marqués dirigiendo la mirada a su hijo.

–No, para mí.– dijo Lord Fontaine.

–Por supuesto que es un problema,– dijo La marquesa, – debes relajarte, conocer una hermosa chica, casarte, y tener hijos, entre más pronto mucho mejor.– Lord Fontaine la miró sorprendido, su madre nunca había mencionado el tema. Y ese era el

Momento menos indicado para comentarlo.

–Es muy joven.– dijo el rey.– Tiene toda una vida por delante.

–Es lo mismo que le dije, pero se le ha metido la loca idea de tener nietos.– dijo el marqués.

–Seguro ya conoce a esa chica, pero no se ha tomado el tiempo para reparar en ella.– habló la señorita Charpentier, mirando al joven Fontaine, mientras agitaba sus pestañas coquetamente.

Alice contuvo la risa. La insinuaciones de la señorita Charpentier eran tan evidentes, que no cabía duda de que estaba muy interesada en ser la futura marquesa de Fontainebleau.

            
            

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