Capítulo 7 ¿A Dónde va

Alice se encontraba en compañía de María, había esperado toda la mañana a que la reunión entre su padre, los marqueses, y Alexandre terminara. Era día sábado y como tenía la costumbre, quería dar un paseo por los campos Elíseos.

Alexandre era el militar a cargo de su seguridad, él era el único que estaba autorizado para acompañarlas, esa era la razón por la que esperaba impaciente a que la reunión terminara. Esperaban en uno de los pasillos, Alice sabía que ese era el pasillo que cotidianamente usaba Alexandre.

–¿Cómo estás segura de qué tomará este pasillo?.– Preguntó María cansada de esperar.

–Solo lo sé,– dijo Alice.

–Hemos esperado mucho, y aún no lo vemos.– dijo Maria.

–Seguramente aún no termina la reunión,–dijo Alice con la mirada puesta en el pasillo.

–¿Estás segura?, A lo mejor ya termino, y Lord Fontaine decidió tomar otro camino.

– No,–negó Alice,– de ser así, ya estaría buscándome por todas partes, recuerda que mi padre ordenó vigilarme en todo momento.

– Y si eso es lo que está haciendo en estos momentos.– dijo Maria.

–Lo dudo mucho, cada día pasa por aquí antes de ir a buscarme.– dijo Alice muy convencida.

–¿Cómo lo sabes?,–Dijo María curiosa.–¿acosas a Lord Fontaine?.– preguntó casi en Susurro.

Alice la miro de una forma tan severa, que María supo que no tendría una respuesta a sus pregunta.

–¡Oh! Ahí viene.– dijo Alice con un alegre susurro.

–Parece tener prisa.– Susurró María, antes de que él se acercara.

–Debe tenerla, se hace tarde para ir a los campos Elíseos.– dijo Alice, convencida de que esa era la razón por la que Alexandre caminaba con tanta prontitud.

Alice y Maria esperaban a que Alexandre llegará hasta donde ellas se encontraban, sin embargo, Alice noto que él no tenía ni la más mínima intención de detenerse, así que no tuvo más opción que obstaculizar su camino.

–¡Gracias a Dios!, al fin lo encuentro.– Dijo Alice, llamando la atención de Alexandre.

–¡Alteza!,–dijo él, deteniendo rápidamente sus pasos. Un poco más y hubiera chocado con la princesa. Desde que salió del despacho del rey, había permanecido absorto en sus pensamientos, tanto, que no hubiera visto a Alice de no ser porque ella se puso en su camino. –Lo siento, no la había visto.

Alice se sintió ofendida, ¿cómo era posible que no la hubiera visto?. ella y María eran las únicas personas en el pasillo, no verlas era casi imposible.

–Paceré distraído.– dijo ella, esforzándose por ocultar su molestia.

–Pensativo, diría.– dijo él,– y... dígame, Alteza, ¿para que me buscaba?, ¿puedo ayudarle en algo?.

–Eh, si.– contestó ella,–Lord, lo estábamos,– dijo ella, señalando a María. Hasta ese momento Alexandre no la había mirado, él hizo un gesto para saludar.–para...

–Lord Fontaine.–Dijo un servidor. Alice ni siquiera notó en que momento llegó.–Alteza,– saludó el hombre,–Lord,– dijo volviéndose hacia Alexandre,–ya está listo el caballo.– informó.

–¿Caballo?,– preguntó Alice,– Creo que se ha equivocado, lo que necesitamos es un coche.

–oh, alteza, yo...

–Gracias,– interrumpió Alexandre,– puede retirarse.

El servidor hizo una reverencia y se marchó rápidamente.–Alteza, le pido me disculpe, pero debo seguir mi camino.– hizo un gesto reverente y continuó su camino.

–Lord... Lord Fontaine, espere.– dijo Alice, siguiéndolo a pasos rápidos. María también hizo lo mismo.–Lord...

–Alteza, tengo prisa.– dijo él, sin detenerse.

–Ordenó que se detenga.– dijo ella.

Alexandre eludió la orden, y aumento la velocidad.– ¿a dónde va?.– preguntó ella casi gritando.

–Muy lejos,– respondió él.

–¿Muy lejos?,– preguntó confundida.

–Si.– dijo él.

–¿A dónde exactamente?,– insistió ella.

–Muy lejos.– volvió a responder él.

–Eso ya lo dijo,– dijo Alice, corriendo detrás de él,–¿dónde es muy lejos?.

–No se lo puedo decir.– Respondió él.

–¿Por qué?. – preguntó ella con mayor curiosidad.

–Porque no.– contestó él.

Alice aumentó la velocidad, decidida a alcanzarlo, y lo logró. Se paro frente a él, obstaculizando de nuevo su camino, así que Alexandre no tuvo mas opción que detenerse. Fue entonces cuando Alice detalló en la ropa que él llevaba puesta.

–¿Por qué no está usando su uniforme?.– preguntó ella, mirándolo de arriba a bajo.

–Porque estoy de salida.– dijo él.–ahora si me disculpa, Alteza, tengo que seguir mi camino.– continúo caminando dejando an Alice atrás.

–¿Con esa ropa?.– lo miró incrédula.– Esa no es la ropa que un hombre como usted usaría, ningún caballero de alta sociedad usaría esa ropa.– dijo ella, mirando más detalladamente las prendas.

Alexandre llevaba puesto una camisa sencilla, color blanco de mangas largas, sin solapa, y pantalones sueltos flojos, color marrón.– Con todo respeto, miLord, pero así,–dijo asiendo un ademán,–parece miembro de la clase social baja.– dijo ella con sarcasmo.

Alexandre apretó la mandíbula, tomó aire, y sin decir una sola palabra aumentó la velocidad a sus pasos, Alice siempre lograba agotar su paciencia.

–Milord, siento mucho si lo ofendí con mi comentario,– dijo ella, siguiéndole el paso.– Pero no estoy diciendo nada que no sea cierto,– continuó,– si en este momento alguien más lo viera estoy segura de que no lo reconocería, jamás imaginaría que es usted hijo del Marques de Fontainebleau, lo confundiría con un campesino, o quizá un obrero.

Alexandre continuó el camino hacia los establos del palacio a pasos agigantados. Alice era más pequeña y menos ágil, así que él no tardó en tomar ventaja.

–Lord Fontaine,– saludó un hombre,– Ese es su caballo.– dijo señalando al animal. Era un caballo bayo.

–Gracias.

El hombre se marchó.

Alexandre comprobó que la silla de montar estuviera bien ajustada, procedió a ajustar los estribos, y Lugo monto el cabello. En ese momento llegó Alice casi sin aliento.

–Lord,– dijo ella, tomó unos segundos antes de seguir hablando, intentaba recuperar el aliento.–Sabía que es de muy...– dijo agitada,– mala educación, dejar a una dama hablando sola.

–Lo siento mucho, Alteza. Pero como ya le dije antes, tengo mucha prisa.

–No hace falta que lo repita, es muy evidente.– tomó aire antes de seguir hablando.–Dígame, ¿regresará antes del atardecer?, recuerde que debe acompañarme a los campos Elíseos, es día sábado.

–Alteza, lo lamento mucho, pero me temo que no será posible acompañarla el día de hoy. Supongo que el rey dispondrá de alguien más para que la acompañe.

–¿Qué?, ¿No piensa regresar hoy?.– preguntó ella, ignorando la idea de que podría ir o no ese día a dar su paseo habitual.

–No,– dijo él, agarrando las riendas.

–Entonces, ¿regresará mañana?.

–No.

–Entonces, ¿regresará en dos días?.

–No.– contestó él algo impaciente.

Alice dio un paso hacía atrás, el caballo estaba algo inquieto.

–¿Cuándo regresa?.– insistió ella.

–No lo sé, Alteza.– respondió él con un hilo de paciencia, intentando controlar los movimientos de la bestia.

–¿No regresará nunca más?, ¡Dios santo!, no me diga que mi padre se ha enterado de la verdad, y se molesto tanto que le pidió marcharse.– dijo ella aterrorizada.

–No, por supuesto que no.– dijo él,– ni siquiera lo sospecha, puede estar tranquila.

–¡Gracias a Dios!,–dijo ella aliviada,–Entonces, ¿por qué se marcha?.

–No se lo puedo decir, es un asunto confidencial– dijo él.

–No puede irse.– protestó ella.

–¿Por qué?,– preguntó él, levantando la ceja.

–Por... porque... es mi guardia personal.– dijo ella, luego carraspeó.

–Alteza, si mal no lo recuerdo usted quería que me marchara, desde un inicio rechazó que sea su guardia personal, debería estar contenta.– decidió decir, quería conseguir que la princesa dejara de hacer más preguntas, y así poder marcharse.

–¡ah!, yo...– dijo ella, se quedó pensativa, no sabía que decir, porque lo que había comenzado a decir era, <>. No quería que él supiera eso, decir eso solo podía significar que él había comenzado a agradarle, y eso ella nunca lo aceptaría, o al menos hasta que su orgullo no se lo permitiera.–Claro que lo estoy,– decidió decir con tono hiriente,–no sabe cuánto me alegra no tener que ver su horrible cara, estoy muy feliz, ¿no lo ve?,– simuló una gran sonrisa, mientras el viento embarullaba su pelo– por mi no regrese nunca más.– finalizó lacerante.

Él apretó con fuerza la mandíbula, miró el rostro de Alice por unos segundos sin decir una sola palabra, cerró los ojos, e inhaló. La miró una última vez, aflojó las riendas, y se marchó montando el caballo trotón.

Alice se quedó inmóvil, miró a Alexandre alejarse por la llanura. En ese momento sintió una extraña punzada en su pecho, quiso correr detrás, pero era imposible alcanzarlo, él cabalgaba a gran velocidad.–Lo... siento.– Susurró muy bajo, tan bajo que ni María puedo escuchar, y eso que se encontraba a escasos pasos de ella. Los ojos de Alice se cristalizaron, y después de unos minutos vió al caballo y a su jinete perderse a la distancia.

–Alice,– dijo María.– ¿Te encuentras bien?.– preguntó con voz suave. Alice parecía no escuchar lo que ella le decía.–Alice.– volvió hablar.

–Si.–dijo, aún cuando era mentira.

–¿Segura?, porque no te ves nada bi...

–Lo estoy.– interrumpió severamente, Decir que estaba bien tendría que ser suficiente para que María no hiciera más preguntas. Pero su amiga, la conocía mejor que nadie en el mundo, no la iba a convencer con esa simple respuesta.

Alice caminó de regreso al palacio, María la siguió. Continuó caminando por el largo pasillo, esperando que su amiga no se le ocurriera decir nada más.

–Alice, te ves muy pálida.– dijo María, siguiéndola de cerca.

–Estoy bien, muy bien, mejor que nunca.– respondió de mal humor. Jamás se había odiado tanto, nunca antes imagino hablar en ese tono a su mejor amiga.

–No es cierto, es por Lord Fontaine, ¿verdad?.

¡Maldición!, no quería hablar sobre él, no quería siquiera recordar la horribles palabras que le dijo antes de marcharse. Y, ni siquiera fueron las palabras, si no el tono hiriente con el que se las dijo, pensó. Estaba de muy mal humor, lo último que quería en ese momento era que María siguiera haciendo preguntas.

–No.– respondió furiosa, mientras continuaba su camino,– No quiero que lo menciones.

–No entiendo, dime, ¿por qué estás tan molesta?.– preguntó María confundida.

–Solo quiero estar sola.– gritó, corrió hasta la puerta de su habitación,– No quiero que nadie me moleste.– abrió la puerta, y una vez estuvo dentro de la habitación la cerró de un portazo.

–Alice, ¿Qué te ocurre?, puedes confiar en mi, lo sabes, ¿verdad?.– dijo María al otro lado de la puerta.–Alice, abre la puerta, habla conmigo.–María soltó un suspiro. Apoyo la espalda contra la puerta, y decidió esperar ahí hasta que Alice quisiera hablar con ella.

Alice cerró los ojos y emitió un gemido, su malhumor era peor de lo que había imaginado si había cerrado la puerta en la cara de María, a la quería y consideraba su mejor amiga.

Todo era culpa de Alexandre.

No, gimió, sentándose en el sillón cerca de la ventana, la culpa era de ella. Si, estaba de malhumor, dispuesta a no hablar con nadie, a llorar, y también a gritar, era culpa de ella, solo de ella. No sabía que era lo que la ponía de tan de mal genio, ni siquiera sabía con quién estaba tan enojada, ¿Con Alexandre?, ¿con María?, ¿con cualquiera que se cruce en su camino?, o solo estaba enojada con ella misma.

No debería haber hablado en ese tono tan hiriente a Alexandre. ¡Qué más daba que él hubiera descubierto que ya le agradaba, o al menos un poco!. Aunque, pensándolo bien, no sabía si le había agradado desde un inicio. Tal vez el problema nunca fue él, o quizá si un poco, por ser tan insoportablemente Perfecto, o por simplemente hacer parte de la alta sociedad, tan odiada por ella, aún cuando ella también pertenecía a ese mismo círculo social.

Lo cierto era que Alexandre le hacia comportarse de una forma tan extraña, que no podía describir, ni entender. Quizá el problema era ella, si, estaba casi segura, por ser tan insurgente, indócil, e insoportablemente orgullosa.

Se levantó, fue hasta la ventana y apoyó las manos en el cristal, con la mirada fija en el horizonte, tal vez con esperanza de verlo cabalgar de regreso.

Los jardines se veían tranquilos, solo se movían las ramas de los árboles. Desvió la mirada hacia el cielo, se había nublado, y ahí estaba, sintiéndose frustrada, tan malhumorada que bien podría gritar a cualquiera que se le cruzara en su camino, como ya lo había hecho con María. Suspirando apoyó la frente en el cristal, ¿a dónde fue?, Se preguntó, intentado buscar una respuesta, pero bien sabía que no la conseguiría.

Comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.

Se sentía extraña, no sabía con exactitud qué era lo que le ocurría, ni siquiera sabía describir que era lo que sentía, ¿rabia?, ¿tristeza?, ¿culpa?, ¿frustración?, o , quizás una mezcla de todo. Lo único que tenía claro era que, sea cual fuere lo que sentía, la única razón por la que se sentía de esa forma tenía nombre y apellido. Alexandre Fontaine.

A la mañana siguiente, Alice se despertó

temprano, era la tercera vez en la semana que lo hacía sin que Maria tuviera que hacer ningún esfuerzo. Había pasado la noche con sueño inquieto producto de todos aquellos pensamientos que habían rondando su cabeza.

La brisa primaveral de aquella mañana rozaba su rostro y su cabellera castaña clara. Caminó hacia el sendero que llevaba hacia el pequeño jardín de peonías, donde se encontraba un banco bajo un árbol y se sentó allí a observar un absoluto nada. Aquella mañana era hermosa, pero ella seguía pensativa e inquieta, hasta ese momento nadie le había comunicado el motivo por el cual Alexandre se había marchado del palacio, ni siquiera había tenido oportunidad de encontrarse con la María. Debe estar enfadada, pensó, y no era para menos.

Sentía una presión en el pecho y una sensación extraña en la boca del estómago que le hacía querer llorar, trago saliva, y contuvo las lágrimas. ¡No quería llorar!, ¡no tenía razón para hacerlo!, entonces, ¿por qué sentía una fuerte presión en la garganta, que no le permitía pronunciar palabra?, ¿por qué se le dificultaba respirar con normalidad?, o ¿por qué sus ojos se inundaban de lágrimas?.

- ¿Por qué estás triste?.– preguntó una voz dulce a su espalda, era la voz de Maria.

Alice cerró los ojos, sentía vergüenza por como la había tratado la última vez.

–Lo siento.– Susurró Alice,–No te quise hablar de la forma en que lo hice.

–Alice, no tienes que disculparte.

–Claro que tengo.– dijo Alice, dejando salir las lágrimas que con tanto esfuerzo había intentado contener.

–¡Oh, no!, Alice, no llores, de verdad que no fue para tanto, no fue nada.– dijo María acercándose.–No llores.

–Eres una buena amiga, no debí...

–Ya es pasado, no tiene importancia.– interrumpió María. Lo que María desconocía era que, ella no era la razón del llanto de Alice.

La verdadera razón era otra, una que ni siquiera la propia Princesa se atrevía aceptar para si misma. Alice aprovechó la presencia de María para liberar todas las lágrimas que había guardado desde la tarde del día anterior. Según ella, llorar por su amiga Maria era mucho más aceptable que, llorar por el ya no tan detestable Alexandre Fontaine. Porque aunque ella no lo aceptase, él era la verdadera razón de su llanto, de su mala noche, y de su estar inquieto.

–Si, si que la tiene.– dijo Alice, mirando a la nada, pero pensado en todo, pensado en Alexandre.

Pero, ¿por qué, por qué, por qué?, repetía en su cabeza. Desde un inicio había deseado ese momento, desde un inicio había sentido ganas de matarlo; ¿Por qué ahora parecía necesitar de su presencia?, ¿cuando se volvió tan indispensable en su vida?, debía estar feliz, o al menos, sentirse igual que antes de conocerlo.

¿Lo extrañaba?, ¡maldición!, le costaba aceptarlo, pero si, no habían pasado ni veinticuatro horas y ya lo extrañaba.

–Ya no estés triste,– Dijo Maria,– si te hace sentir mejor, te perdono.– su voz era más dulce que la miel.

Sin embargo, Alice no podía prestar atención a las dulces palabras de su amiga, no paraba de recordar las palabras hirientes que le dijo a Alexandre, y fue en ese momento que recordó la expresión de sus ojos. Aquel recuerdo le dolió, porque sabía que aquellas palabras lo habían lastimado, él no había dicho nada, ni siquiera había hecho un gesto, pero sus ojos, sus preciosos ojos, habían reflejado el efecto que las palabras de ella le habían causado. Había sido cruel, sabía que era la única culpable, una parte de ella quería convencerla de que no lo era, de que no había actuado mal, pero no lo consiguió. El dolor creció aún más cuando recordó la última mirada que él le dio, una mirada llena de frialdad. La odiaba, estaba segura de que la odiaba, pasó las manos por su larga cabellera, cerró los ojos al sentir la brisa chocar en su rostro.

–Alice..¿Que te ocurre?.– preguntó Maria preocupada.

–No es nada,– dijo entre sollozos.

–No lo sigas negando, te ocurre algo, desde ayer estas muy rara.– María tomo aire antes de decir...– Es por Lord Fontaine, no lo niegues.

Alice guardó silencio, mordió su labio inferior intentando contener las palabras; pero, ¿qué sentido tenía seguir ocultándoselo a su única amiga?.

–Yo...– tartamudeó.

–¿Lo extrañas?.– preguntó María.

–No.– contestó Alice,– es solo que...

–¿Qué?.– insistió María.

–Fui cruel, soy una mala persona.– gimió.

–No eres mala.– dijo María intentado consolarla.

–Si lo soy, le dije cosas feas, muy feas, y... y... también a ti.– limpió las lagrimas que ya habían empapado por completo sus mejillas con el dorso de su mano.– debes odiarme, y seguramente, él también me odia,

–Claro que no te odio, nunca podría. Y, estoy segura de que Lord Fontaine tampoco te odia; Él es un caballero muy inteligente, sabe que no hablabas en serio, sabe que eres una buena niña.

–No,– negó Alice con la cabeza,– Lo vi en sus ojos, mis palabras le hirieron. Soy una cobarde, ni siquiera le dije lo que en realidad quería decirle.– se limpió la nariz.

–Y, ¿Qué querías decirle?.– Pregunto Maria, con curiosidad.

Alice abrió la boca para responder, pero de detuvo rápidamente, trayendo el orgullo de regreso.

–Nada, algo sin importancia.– dijo finalmente, restándole importancia. Limpió el rastro de las lagrimas que quedaban en sus mejillas.

–Bueno...

–Sabes...– interrumpió Alice,– quiero que me ayudes en algo.– dijo en un tono travieso.

–¿Yo?,– pregunto dudosa, María sabía que alguna idea descabellada y loca se escondía detrás de ese tono travieso.

–Si, tú.– dijo con una sonrisa algo maquiavélica. Maria trago saliva.

–¿Qué quieres que haga exactamente?.– preguntó Maria temerosa.

–Relájate, no es nada del otro mundo.– dijo Alice despreocupada,– Solo quiero que averigües a dónde fue Lord Fontaine, y cuál fue la razón de su viaje.

–¡Lo sabía!,– exclamó Maria,– Lo extrañas.

–Claro que no, no digas tonterías.– negó Alice con altivez.

–Entonces, ¿Por qué quieres saber a dónde fue?.– Indagó con presunción.

–Por curiosidad.– contestó Alice.

–No es cierto, vamos dilo, te hace falta.

–Ya te dije que no.– protestó Alice,– mejor déjate de tonterías y ve a hacer lo que te pido.

–No lo haré hasta que lo admitas.– rechazó María.

–Bueno, está bien, lo admito.– dijo Alice de mala gana,– Pero...– la señalo con el índice,– solo para molestarlo, y contradecir todo lo que dice.– explicó.

–Si claro,– dijo María.

–¿Por cuál otra razón me haría falta?.– preguntó Alice indiferente.

–Pues, no lo sé.–María no pudo contener una pequeña risita.

–Deja ya esa ridícula risita.–dijo Alice molesta.

–No te enfades,– Dijo María entre risas,– Esta bien,– cerró sus labios formando una línea recta.

Se quedaron unos segundos en silencio.

–¿Sabes?,– volvió hablar María.–Es una pena que Lord Fontaine se haya marchado. Siendo sincera, me divertía mucho ser testigo de las infantiles discusiones entre tú y él.– sonrió.

–No me cabe duda de que disfrutabas.– musitó en un tono tristón Alice, apoyando los codos en el regazo.

–Estoy segura de que él también se divertía.

–Me lo dijo en la cara, ¿recuerdas?.– Comentó Alice, recordando el momento con una leve sonrisa en sus labios.

–Si.– dijo María emitiendo un suspiro.– Alice, creo que eres la única persona que ha logrado desconcertar a Lord Fontaine, siéntete victoriosa.

Alice sonrió con satisfacción.

–Debemos averiguar cuánto antes a dónde fue.–retomó Alice.

–De hecho... ya lo hice algunas averiguaciones.– dijo María con timidez.

–Y, yo que creí ser la más curiosa de las dos.–comentó Alice, mirando a su amiga con los ojos achinados.

–No estarás pensando que tengo algún interés en Lord Fontaine, ¿verdad?.

–No lo sé, ¿dime tú?.

–Por su puesto que no.– dijo María con sinceridad,– Quise hacerlo por ti, porque aun cuando ayer lo negaste, estaba segura de que tu cambio de humor tan repentino fue por él.– explicó.

Alice hizo tiempo antes de volver hablar, con los ojos fijos en el jardín lleno de peonías florecidas.

–Bueno, ¿Qué lograste averiguar?.– preguntó Alice.

–No mucho.– respondió María.

–Es secreto.– musitó Alice.

–¿Qué?,– preguntó María.

–La razón por la que Alexandre se marchó tan repentinamente.

–Supongo.– dijo María pensativa,–¡Oh!, espera... ¡la marquesa!.– exclamó.

–¿Qué sucede con ella?.– preguntó Alice confundida.

–Ella debe saber a dónde fue su hijo.– dijo María animada.

–Muy seguramente.– dijo Alice.

–Pero... Escuché que se encuentra muy triste, ni siquiera a salido de su habitación.– Habló María con pena.

–¿Triste?, ¿por qué?.– preguntó Alice.–Tan grave es la situación.– dijo intentando comprender.

Para Alice era muy extraño que la marquesa se encontrara tan triste, acaso ¿Alexandre no regresaría nunca?.

–No lo sé.

–Aunque.... – dijo Alice pensativa,–Eso es bueno.

–¿Qué la marquesa se encuentre triste?.– preguntó María.

–No, eso no.– negó Alice,– Ella es una buena mujer, por su puesto que no es bueno que sufra, no lo merece.

–Entonces, ¿Que es lo bueno?.– preguntó María con curiosidad.

–La idea que me haz dado.– dijo Alice con entusiasmo.

–¿Que idea?.

–La marquesa se encuentra muy afligida, ¿no es cierto?,– María asintió con la cabeza,– Se encuentra vulnerable.– Continuó,– Entonces, le haría bien hablar, desahogarse, comentar con alguien el motivo de su tristeza.– María escuchaba atentamente a Alice.– ¿Sabes quién puede ser ese alguien?.– María negó,– Yo.– dijo Alice con entusiasmo.

–¡Vaya!, es una buena idea.– reconoció María,– con suerte te dirá la razón por la que Lord Fontaine se ha marchado.

–¡Exacto!.– dijo Alice, sintiéndose orgullosa de sí misma.

–Pero... pensándolo mejor, eso no sería aprovecharse de su dolor.

–Claro que no.– negó Alice,– por el contrario. La ayudaremos, hablar con alguien le hará bien, y a la vez conseguiré que me diga lo que quiero saber.

–Pues, mirándolo desde tu punto de vista tal vez tengas razón.

–Por supuesto que la tengo.– dijo Alice.– Sabes... eres muy buena amiga, María.– Alice estaba feliz, al fin podría saber a dónde habías ido Alexandre.

Ambas sonrieron con complicidad.

–Alice,– habló Maria, arrugando la nariz– He de confesar que, no me sorprendió tu confesión.

–¿De que confesión hablas?,– preguntó Alice, fingiendo no saber de lo que su amiga hablaba.

–Sabes de lo que hablo.– se apresuró a decir María,– Es muy evidente, te agrada mucho Lord Fontaine.

–Otra vez con eso, ya te dije, no me agrada.– negó Alice, mientras sus mejillas se teñían de rojo.

–Si bueno,– dijo María, descartando el comentario de Alice con un gesto de mano,– Soy famosa por ser muy perspicaz, además te conozco muy bien, puedo notar cómo te comportas cuando él está cerca, también veo el brillo en tus ojos cuando los ves.

–Estas loca, no se de lo que hablas.– Alice mantuvo los ojos fijos en sus pies.

Mejor no mirar a María a los ojos, tenía el don de ver los secretos en los ojos de las personas.

–Bueno, no importa que lo niegues, es muy notorio.– dijo María.

–Ah, claro que no lo es,– se apresuró a decir Alice,– No seas tonta, lo qué pasa es que no tengo mucho en que distraerme, y molestar a Fontaine se ha convertido en mi mejor pasatiempo, es solo eso. Te aseguro que no me agrada, no lo soporto, se cree que es el señor Perfecto, además casi nunca sonríe, y sus ojos, ¿haz visto sus ojos?, son tan fríos, solo verlos da escalofríos.

Maria la estuvo observando atentamente mientras duraba la larga explicación.

–Seguro también haz visto lo atractivo que es.

–Si también lo he visto, es muy apuesto...– Alice cerró la boca antes de terminar la palabra, apuesto. María no pudo evitara reír.– Se lo que intentas, pero no va a funcionar.

Por el tono brusco, María entendió de Alice no quería someterse a más exploración en ese tema; pero ante su activa evasiva no se pudo resistir a preguntar.

–¿Te gusta?.

–¿Molestarlo?, ya te dije que si.

–No, ¿Te gusta él?,– volvió a preguntar María, aun cuando la pregunta había sigo clara.

–No.– chillo Alice con las mejillas rojas.– Ya no me está gustando tu interrogatorio.– dijo Molesta.–Además es muy mayor, y... y... sabes, me da náuseas, que asco.– simulando asco, y sin mirar a Maria volvió la espalda.

Maria la miró, no quería incomodarla, mucho menos pelear, pensar en que su amistad podía romperse por una tontería le ponía muy triste.

–Alice,– dijo María sin poder disimular la conmoción.–¿estás enfadada conmigo?.

–No, ¿por qué voy a estar enfadada contigo?.

–Está claro que lo estás.

–No lo estoy.– suspiro Alice.

–Bueno, estás <>.– insistió María.

–Estoy... Estoy...– agitó la cabeza,–No sé lo que estoy, Inquieta, supongo.–musitó.

Maria guardo silencio mientras digería eso, y luego dijo:

–Si te sirve de algo, el otro día, escuché a Lord Fontaine decir a tu madre, que eras una chica encantadora.

–¿Por qué me dices eso?.– interrogó Alice con indiferencia.

–No debes preocuparte, tú le agradas. No pienses que te odia por las tonterías que dijiste.

–Seguro no lo dijo en serio. Además no importa, no quiero que me digas nada que él haya dicho sobre mi, si lo quisiera, puedes estar segura de que ya te lo habría pedido.

Maria sintió ganas de reír. ¡Que típico de Alice decir cosas como eso!–Supongo que...– dijo Alice, alzando el mentón, pensativa.– no, no te preocupes.

–No, dímelo,– insistió María, cogiéndole la mano.

–Vas a pensar que soy tonta.

–Tal vez, pero seguirás siendo mi amiga.– dijo María, sonriente.

–Uy, no, María, es que.– suspiro Alice tristemente.–Soy una tonta, tu eres mi mejor amiga, sin ti sería condenadamente desgraciada, y aún así no puedo ser sincera contigo.

–¡Alice!, nunca te había oído maldecir.

–Bueno, te recuerdo que no soy una señorita ejemplar.– dijo Alice, sonriendo azorada,– Además, no se me ocurrió ningún otro adverbio para calificar lo desgraciada que me sentiría sin ti.

Maria soltó una inesperada risita.

–No pienses en tonterías, soy tu amiga, y estoy aquí contigo, nunca dejare de ser tu amiga.

Alice sonrió. Por extraño que fuera, sentía la sensación de decir lo que estaba guardando. Aunque reconocer lo que escondía dentro de su Corazón sería el fin del mundo, o bueno, no literalmente, pero si sería el fin de su orgullo. Decir lo que para ella era hasta el momento su más grande secreto, y que apenas ayer durante la soledad lo había descubierto, era muy difícil.

–Alice, quiero que me digas los que te turba.– dijo María, seria.

Alice exclamó un suspiro.

–Esperaba que lo hubieras olvidado.

–He aprendido de ti la tenacidad.– comentó Maria

–Me siento extraña.– dijo Alice.–ocurre que...

Se interrumpió, desvió la cara y fijó la mirada en un botón de Peonía que le faltaba poco para florecer.– ni siquiera yo sé lo que me ocurre, no puedo darle un nombre a esta sensación extraña, no sin saber con exactitud lo que es.

–Intenta explicarlo, yo te puedo ayudar a darle un nombre.

–Cuando lo vi por primera vez, en el baile, fue.. fue... – María la miró atentamente,– no pude resistirme, y caminé hacia él. Luego en el jardín, quise hablar con él, pero.. no salió bien, me comporté... bueno, ya sabes cómo soy.–Dijo sin dar mucha explicación.

–Hablas de Lord Fontaine, ¿verdad?.– interrogó María, aún cuando sabía que así era.

Alice asintió con la cabeza u continuó. –Quise pensar que él era diferente, que era más como yo, ni siquiera se por qué lo pensé, pero no fue así, era igual a todos los integrantes de la alta sociedad. –cerró los ojos como si estuviera sufriendo,– Sabes... cuando vi sus ojos de cerca, no sé lo que me ocurrió, fue como...si estuviera perdida en un laberinto, ¿entiendes lo que quiero decir?.– María asintió,– ¡que bien!, así me lo puedes explicar, porque no lo comprendo.– añadió,– Bien, solo una vez lo vi sonreír, es decir, una sonrisa real, sincera, y se veía tan... <>, ese día sonrió dos veces.– musitó proyectando la imagen en su mente.– En fin,– suspiró,–Me ha salido todo mal, lo he insultado tremendamente, lo que quería en ese momento era turbar un poco su ser <>, solo por un momento. Yo quería que me entendiera, que... – guardo silencio,– cómo sea, antes de marcharse, había algo en mi que dictaba a decirle: no quiero que se vaya, mi corazón decía...¡no sé qué rayos decía!,– exclamó,–solo sentí una presión en el pecho, y supuse que no era nada bueno. Y temo que así sea, el hecho de que la marquesa se encuentra muy afligida, debe ser por algo malo.

–También pienso lo mismo, algo está pasando. Espero no sea nada malo.–Dijo María.

–Eso espero, de lo contrario... no lo sé.– musitó.

–Me alegra que hayas tomado la decisión de compartir conmigo todo lo que me acabas de decir.

–A mi también, me aterraba pensar que me dirías que yo era una tonta, o infantil.

–No, no, desde luego que no.

–Estupendo, porque guardar eso solo para mi, ya me estaba ahogando.

–Bueno, ahora supongo que quieres que diga algo al respecto.

–La verdad es que no lo sé, una parte de mi preferiría que no, y otra que si.– se tomo unos segundos para pensar,–Y al final, supongo que me gustaría saber ¿por qué me siento tan extraña desde la primera vez que lo vi?, ¿Lo sabes tú, María?.

–Pues, es complicado de explicar.

–Pero dijiste que me entendías.

–Si, te entiendo, pero...

–¿pero?.

–Es que no me ha pasado a mi, es por eso que es tan complicado de explicar. Pero supongo que... si Lord Fontaine hace que sientas todas esas cosas tan inexplicables, es porque no lo detestas tanto como dices, antes todo lo contrario, te agrada mucho.

–¿Me agrada mucho?.– preguntó Alice en un susurro.

–Eso creo. Igual no tengo experiencia en ese tema.

–Debo de ir hablar con la marquesa.– se puso de pie.– Cuánto más rápido lo haga, más rápido sabremos lo que ocurre con Alexandre.– habló muy animada.

–¿Quieres que te acompañe?.

–No, es mejor que haga esto sola.

¿Alexandre le agradaba mucho,?, se preguntó, tal vez... tal vez... si, más de lo que había podido imaginar. Sabía cómo se sentía estar con él, era molesto, estirado, muy estricto, muy.. muy como todo lo que odiaba, pero extrañamente en él le gustaba.

Su corazón dio un vuelco solo por traer la imagen de Alexandre a su cabeza, claro que si agradaba, de no ser así su corazón no enviara una señal tan fuerte. Recordó que su corazón hacia revoloteos raros cuando lo veía, pero por alguna razón no lo había notado hasta ese momento.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022