"Ya escuchaste a la señorita. Para el coche", susurró Damon en un tono amenazador.
Ahora el cielo estaba despejado y los únicos rastros de la tormenta era charcos brillantes sobre el pavimento.
Nicole salió del autor y se precipitó a toda prisa hacia la tienda. Volvió en menos de un minuto y entregó una bolsa a Damon.
"Lo siento mucho señor", dijo, luego se inclinó, cerró la puerta y se alejó en silencio.
Damon examinó la bolsa, llevaba el logotipo de una conocida farmacia, dentro había un paquete de ungüento antiinflamatorio.
Damon, bajó la ventanilla para ver mejor a la mujer que se alejaba.
Ella no se acordaba de él, por eso se había resistido a venir.
Acarició con sus dedos largos y delgados la caja del ungüento, con un extraño brillo en los ojos.
'No importa. Nicole, ¿verdad? De todos modos, tenemos todo el tiempo del mundo...'.
No muy lejos, Nicole entró a un supermercado, buscando un baño donde pudiera cambiarse el vestido empapado por una t-shirt y unos shorts.
Después, salió del baño para buscar algunos suplementos.
Ya había oscurecido y el supermercado estaba casi vacío.
Mientras Nicole caminaba hacia la caja, escuchó una voz a sus espaldas gritando: "¿Dónde están tus padres? ¿Cómo te atreves a robar comida? ¿Quién está contigo?".
Nicole volvió la cabeza a tiempo para ver a una de las dependientas, tirando enérgicamente del brazo de un niño de unos tres o cuatro años. Con una sarta de maldiciones, lo empujó lejos de la estantería.
El niño estaba sucio, tenía el pelo enmarañado y los pantalones cubiertos de barro. Sostenía un trozo de pan a medio comer.
La dependienta siguió gritando enojada: "¡Tan jovencito y ya es un ladrón! ¡Podría enviarte a la comisaría!".
El niño fijó sus ojos en la dependienta, sosteniendo su mirada con actitud desafiante mientras daba una inmensa mordida al trozo de pan.
"¿Cómo te atreves?", aulló ella, "¿Crees acaso que está bien robar? ¿Te parece bien comerte lo que no has pagado? ¡Voy a llamar a la policía inmediatame... ¡Ay!".
La vendedora no pudo terminar su frase, pues propinándole un violento cabezazo, el niño se zafó de su agarre y corrió a toda velocidad hacia la puerta.
Con la cólera alcanzando su cenit, la dependienta gritó tras él: "¡Maldito mocoso! ¡Deténganlo!".
"Déjelo". Nicole ya había visto suficiente. Sacó algo de dinero de su cartera y se lo tendió al cajero. "Cóbreme lo que sea que tomó el niño".
Nicole salió del supermercado, todavía un poco conmocionada por todo lo que había pasado aquella noche.
Su apartamento estaba cerca, así que decidió caminar en vez de tomar un taxi. El ejercicio le ayudaría a ordenar sus pensamientos.
De pronto una extraña sensación la invadió. Podría ser que seguía muy agitada o que se estaba volviendo loca, pero podía jurar que alguien la estaba siguiendo.
Volvió la cabeza varias veces, pero la calle parecía vacía.
Se sentía cada vez más nerviosa. La calle desierta estaba iluminada apenas por una sola farola, y ella estaba completamente sola.
Su apartamento estaba en un condominio que pronto sería demolido. Lo único que la había llevado a vivir ahí eran los módicos preciso de alquiler, pero de otra manera, hubiera elegido ciertamente una zona más segura. Las calles eran oscuras y todas las noches merodeaban por ellas maleantes y pandilleros.
Aceleró el paso. La lámpara en el vestíbulo del condominio estaba fundida, por lo que tuvo que usar la linterna de su celular para buscar la cerradura.
Escuchó un extraño susurro a sus espaldas.
Asustada, Nicole se volvió para encontrarse con un par de ojos brillantes que la observaban desde la penumbra a unos tres metros de distancia.
Respiró hondo y preguntó, con la voz más firme que pudo conjurar: "¿Quién anda ahí?". Trató de disimular lo asustada que estaba en realidad.
Pero, a medida que sus ojos iban ajustándose a la oscuridad, pudo reconocer a su pequeño perseguidor. Era el niño del supermercado.