La isla de la cocina está adornada con mantelitos rosa pálido, cubiertos dorados, copas de cristal y varias opciones de bebidas. Detengo mi paso hacia su lado de la cocina cuando cierra la puerta del horno para examinar lo que tengo en la mano.
-¿Qué? -pregunto mientras tomo un par de tragos de agua con gas.
Margot se acerca a la nevera.
-Me has oído decir que tenemos vino, ¿verdad?
Levanto la tapa de la salsa de tomate burbujeante. Huele deliciosa, reducida y espesa, perfecta para cualquier comida que esté planeando. Hay verduras finamente picadas en la salsa, y parmesano rallado en un cuenco junto al fogón.
-Isabelle, ¿te duele la cabeza, cariño? -supone, probablemente porque suelo disfrutar del vino, con o sin gas.
Suelto una risa incómoda.
-Bueno, un dato curioso: estoy embarazada.
-Dios mío. No, no lo estás -dice, con la mano sobre la boca, absolutamente mortificada-. No eres Isabelle. ¿No eres del tipo con el gran...?
Trago saliva, encogiéndome.
-¡Margot, por favor!
Resopla.
-Sólo repetía lo que me dijiste la otra noche. Entonces, ¿es verdad? ¿Vas a tener un bebé?
Asiento con la cabeza, pero eso no le impide cruzar la habitación para abrazarme. Nos damos un largo abrazo antes de que se separe y me mantenga a distancia para mirarme bien.
Veo cómo me recorre con la mirada de pies a cabeza y luego niega con la cabeza.
-Esto es una locura. Sé que dicen que eres adulta cuando cumples treinta años, pero te lo has tomado al pie de la letra. ¿No tomas anticonceptivos?
-No, pero usamos condones -digo.
Margot lo aprueba.
-¿Condones? ¿Múltiples? Qué bien.
Fui célibe durante dos años antes de mi trigésimo cumpleaños, en el que, tras una semana llena de estrés, decidí hacer algo fuera de lo común. Permitirme disfrutar de la vida. Una mujer tiene necesidades.
Jhon me atrajo enseguida. No es difícil saber por qué, pero no era sólo su aspecto; algo me atraía de él. Primero me llamó la atención, me envió una sonrisita coqueta y se acercó cuando le devolví la mirada.
Bebo el resto del agua con gas.
-La resistencia era otra cosa. Aunque nunca pensé que fuera verdad lo de que los condones fallaban a veces. Eran los extra seguros.
Margot sazona el agua hirviendo antes de añadir raviolis frescos e integrales a la sartén.
-¿Eran de un paquete nuevo?
Jhon se trajo uno, así que tuvimos que usar el resto de mi mesilla.
-No, eran de cuando estaba con Tyler.
-Ese puto loco probablemente les hizo agujeros o algo así -responde, y una sensación de asco me inunda el pecho. Dios mío.
Mis ojos se abren de par en par.
-No pensarás... ¿No?
Una vez cocidos los raviolis, los escurre y pone tres trozos de cada uno en los platos, aderezándolos con la rica salsa de tomate, parmesano y albahaca fresca.
-¿Sinceramente? Sí. El tipo estaba obsesionado contigo, y no en el buen sentido.
Terminé nuestra relación de tres años después de una larga temporada de discusiones. Los problemas de ira y la manipulación eran demasiado para manejar. No fue una simple ruptura; me amenazó y me hizo luz de gas para que volviera con él. Entonces, una noche, trajo a una mujer a mi casa con la intención de engañarme, y tuve mi salida.
No me dolió. Me había desenamorado de él meses antes, y era la excusa perfecta para alejarme lo más posible de él. Tyler no se lo tomó bien, y mi pasividad alimentó más sus delirios.
Por suerte, su trabajo lo llevó a la otra punta del mundo, y hace más de un año que no lo veo. Pero sólo de pensar en él manipulando algo tan importante como un preservativo me estremezco.
-No puedo creer que tu única aventura de una noche haya terminado así -dice Margot, indicándome que me siente cuando deja nuestros platos.
Pruebo primero la salsa, que es una explosión de sabores, y pienso que aún no conoce la información más jugosa.
-Lo sé.
Deja su comida intacta.
-Eres mi mejor amiga en todo el universo entero, así que sé que tengo que preguntarte esto... ¿Cómo vas a permitirte un bebé?
Dejo el teléfono en el suelo.
-No lo haré. Hoy he recibido otro correo amenazador de los cobradores.
Ella palidece.
-Oh, Isabelle. Sabes que te ayudaría si pudiera permitírmelo.
-Sé que lo harías -respondo, afortunada de poder contar con ella para cualquier cosa-. Estoy tan asustada, Margot. No estoy preparada para un niño. No me siento preparada en absoluto. Para nada.
Me coge la mano y me la aprieta. Hay mucha preocupación en su cara.
-¿Cómo va la situación con tu casero?
-No muy bien. Me he vuelto a retrasar con el alquiler -como desde hace un año-. No sé si soy capaz de cuidar a un bebé. ¡Cómo voy a ser capaz si me cuesta cuidarme a mí misma!
-Siempre caes de pie, nena. Tienes tanta tenacidad, pero no puedo mentir, estoy preocupada -dice, clavando el tenedor en un ravioli para metérselo en la boca antes de apartar su plato-. ¿Qué pasa con el padre del bebé? Sé que te parecía bien no volver a verlo, pero tiene que saberlo.
Suspiro.
-Ya lo he encontrado. Es mi nuevo jefe.
La comida de su boca casi sale volando cuando empieza a toser y coge su bebida para tragársela.
-Espera, ¿qué?
Suspiro, frotándome los ojos, entrando en detalles con ella. Entonces ella frunce el ceño al hablar.
-¿Fue horrible cuando te vio? ¿Qué te dijo? Supongo que es bueno que aún así consiguieras el trabajo.
Me quedo mirando el plato unos segundos, levantándome al oír su voz.
-No se acuerda de mí. Estoy mortificada.
-¿Cómo dice? -Vuelve a toser, con pequeños balbuceos-. ¿Cómo puede no recordarte después de lo que hicisteis?
-Fue tan apasionado. No perdimos el tiempo encendiendo todas las luces -la oscuridad nos envolvió toda la noche, primero en el club a oscuras, luego desde el cielo de medianoche. Mi piso es pequeño, con una sola lámpara diminuta en la esquina de mi dormitorio, así que no es difícil imaginar cómo no pudo verme bien.
-¿Estás de broma? Isabelle, seguramente deberías haberte recompensado con la visión de la bestia sexy yendo a la ciudad sobre ti -piensa que soy estúpida y lo dice con su ceño confuso.
-Lo sé, pero pude ver lo suficiente. Créeme.
-¿Estabais los dos colocados o algo así? -pregunta, intentando aclararse.
Niego con la cabeza.