En el fondo del armario hay un paquete sin abrir de galletas de avena y jengibre para cuando me visiten mis padres, así que lo arranco y me las como mientras salgo por la puerta media hora más tarde. El olor a jengibre es bastante desagradable, pero guardo el resto en el bolso, junto con mis caramelos de menta y las pastillas Rennie, lista para afrontar lo que me depare el día.
Estamos a finales de verano, así que el aire está pegajoso cuando voy del coche a la oficina de Protech justo antes de que abra la tienda.
Mientras cruzo el aparcamiento, me peino un par de pelos en la coleta, intentando sentir que pertenezco a este lugar. El polo de trabajo que me regaló Jhon ayer antes de salir me ayuda.
Es negro con ribetes rojos, la insignia de la empresa cosida justo debajo de la clavícula izquierda y mi nombre bordado en el lado derecho. Lo combino con una falda lápiz negra, medias negras transparentes y zapatos de ante rojos. Los tonos rosados de mi tez siempre se complementan con un tono de labios vibrante, así que opté por un rojo Hollywood.
Nathan me saluda amistosamente y me presenta a tres de los otros mecánicos de turno.
-Me disculpo. Soy el peor recordando nombres-digo, sonriendo cuando el más joven de los hombres, Kyle, se gira para mostrarme la parte trasera de su mono, que lleva cosido su nombre en los hombros, en el mismo lugar donde aparece escrito PROPIETARIO en el de Jhon.
-Todos los tenemos-, dice Nathan, girándose para mostrarme también su espalda.
Estoy a punto de replicar cuando el tono grave de la voz de Jhon suena detrás de nosotros. Se acerca con el móvil pegado a la oreja.
Sonrío amablemente.
-Buenos días.
Jhon se detiene cuando me doy la vuelta, con los ojos fijos en mi cara, que bajan sutilmente para fijarse en mi atuendo. Me paso la coleta por el hombro, jugando nerviosamente con las puntas. Él deja de hablar por un segundo.
-Buenos días, Isabelle-, dice.
No sé cómo interpretar su tono, pero es un poco más grave y sus fosas nasales se abren ligeramente.
Disfruto del momento, pero entonces rompe el contacto visual y vuelve a su conversación telefónica. Me hace un gesto con la cabeza para que le siga por el pasillo y yo me apresuro a seguirle, despidiéndome de los otros chicos cuando se dispersan.
Jhon utiliza su tarjeta para entrar en su despacho y teclea un código. Un día entero aquí me ayudará a organizar sus cosas, sobre todo si piensa dejarme sola.
Después de un momento, cuelga la llamada y se acerca al enfriador de agua para traernos un vaso de agua fresca.
-Nunca había agradecido tanto el aire acondicionado-, dice.
Dejo mi bolso en el sofá de cuero, buscando sitio para él junto a las cajas.
-Hoy hace calor.
-Lo hace-, responde, y sus ojos vuelven a clavarse en mí.
-Me encanta mi uniforme-, le digo, sintiendo una silenciosa emoción al ver cómo baja la mirada por segunda vez. En todo caso, el polo me queda más ajustado porque mis tetas parecen haberse hinchado de la noche a la mañana. -Si no es mucha molestia, ¿podría darme otro top de repuesto de una talla más?
-Claro-dice, aclarándose la garganta. -Claro que sí.
Se tira del cuello de la camisa, mostrando parte de la barba incipiente que le recorre el cuello. Un espectáculo para la vista esta mañana, o en mi caso, para la barriga.
Jhon se da la vuelta y rompe el acalorado momento que hay entre nosotros para revolver unas hojas de papel.
-Bien, aquí está todo el papeleo de incorporación. Ya hemos firmado un contrato, pero aquí están las ventajas. Necesitaré tus datos para la sanidad privada y el seguro de vida. Supongo que habrás leído lo de la multipropiedad. Puedes hacérmelo saber en el último formulario si estás interesada. Y tu coche debería estar aquí la semana que viene.
Me detengo a medio camino de coger su bolígrafo y me mira.
-¿Acabas de decir coche?
Asiente.
-Proporciono un coche de empresa a todos mis empleados. Un Range Rover es nuestra opción estándar, pero podemos hacer uno diferente si quieres.
Santo cielo.
-Gracias, señor, pero sinceramente... Tengo miedo de no poder permitírmelo-, respondo, sintiendo calor incluso con el aire frío que sopla sobre nuestras cabezas.
No puedo imaginar lo que cuesta mantener un vehículo tan grande.
Jhon frena los dedos que hacen girar el bolígrafo.
-No espero que pagues ningún gasto de funcionamiento. El negocio lo paga todo. Como mecánico de lujo, creo que tenemos un estándar que mantener. Quiero que vean a mis empleados en coches del mercado superior.
Nunca podría deshacerme de mi fiel Polo, fue el primero de mi madre.
Vuelvo a contemplar la decadencia del edificio y me doy cuenta de que está tan fuera de mi alcance que me resulta doloroso. Mis padres trabajaban con uñas y dientes día y noche para mantenernos, pero lo que teníamos lo apreciábamos.
Me recuerdo a mí misma lo que le prometí anoche a Margot. Que se lo diría.
Mi corazón se acelera.
-Jhon, ¿puedo hablar contigo un momento?
-Claro-responde, tomando asiento en su escritorio cuando no hablo durante un rato. Si al menos pudiera oír el caos que hay en mi cabeza. -Adelante, Isabelle.
Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y sus ojos brillan lo suficiente como para que unas palabras tartamudeadas salgan de mi boca. Oh, ¡maldito Cristo! Habla mujer.
Pero entonces suena su teléfono y lo coge.
Tengo que abstenerme de hacer ruido. ¿Es mi alivio mezclado ahí?
-Lo siento, Isabelle, tengo que cogerlo, pero puedes mirar los periódicos mientras estoy fuera.
*
Antes de que llegue la hora de comer, ya he terminado de organizarme y he cogido mi bocadillo de manzana y queso para picar mientras los hombres se dan un festín de sándwiches y pizza. Me quedo escondida en el despacho de Jhon, deseando no haber precortado la manzana, ya que la pulpa se está poniendo marrón y blanda.
-Esto tiene muy buena pinta-, dice Jhon con un trozo de pizza en la mano. -Esta tarde trabajaré en un Ferrari para un cliente importante en la bahía privada, así que creo que te tendré en recepción el resto del día.
Está mucho más organizado aquí ahora, todas las superficies visibles y relucientes.
-Bueno, estoy emocionada.
-¿Eso es todo lo que vas a comer?-, me pregunta en cuanto ve mi caja de Tupperware. -Hay comida de catering en la sala de descanso. Sírvete.
Arranco un trozo de la loncha de queso.
-Oh, no, está bien.
Saco el móvil para contestar un par de mensajes y, unos minutos después, Jhon vuelve con un plato de comida. Levanto la vista cuando lo coloca a mi lado.
-Sé que probablemente sea desalentador con todos esos chicos ahí dentro, así que te he traído algo.
Me giro y le veo dirigiéndose a su ordenador.
-Gracias, señor, es muy amable.
Se inclina y escribe en el teclado. La camiseta gris que lleva puesta se le pega a la parte superior del cuerpo mientras frunce el ceño ante la pantalla, la mirada severa de su rostro traiciona el dulce gesto.
-Puedes llamarme Jhon.
Por lo que parece, está incómodo. Su boca está tirada hacia un lado, los pies arrastrando lo suficiente como para hacer algo de ruido.
-¿O Jefe?- pregunto.
Eso le arranca una carcajada aguda.
-¿Qué ha sido eso?
Sacudo la cabeza.
-Lo siento, es que Nathan te llama así.
Sigue apretando las teclas y sonríe.
-Todos los chicos me llaman así. Pero Jhon está bien para ti.