Llaman a la puerta y se me corta la respiración al ver allí de pie a la mujer con la que siempre me he imaginado en línea. Jhon se levanta de un salto, con un calor innegable en la cara. Dios mío, es impresionante.
Cuando Jhon llega hasta ella, se abrazan, se dan dos besos en las mejillas antes de que él le apriete los codos y le pregunte cómo le va el día.
-Estoy bien -responde ella, mirándome.
La forma en que me mira me hace entrar en pánico por un segundo. Vergüenza es lo primero que siento al saber que anoche la estuve acosando por internet con Margot. Jhon charla con ella y acaba desviando su atención de mí para enseñarle algo.
-Este es el color de los trajes que mamá quiere que llevemos a la gala la semana que viene. ¿Te parece bien para que le diga que adelante?- le pregunta Jhon, haciéndome pensar que combinar colores es algo muy de pareja.
Ella tararea.
-Sí, dale el visto bueno.
Jhon parece contento de que ella lo esté y coge su teléfono para enviar un mensaje a quien supongo que es su madre. La mujer le frota el hombro antes de salir por la puerta en dirección a un ruidoso Nathan, mientras yo le envío un mensaje a Margot para avisarle de que la rubia glamazona está aquí, a lo que ella me responde:
-¡Noooo!
Es imposible concentrarse en otra cosa que no sean sus voces flotando aquí y cómo todo el mundo parece quererla.
Oh, Dios, realmente son pareja.
Pronto se me quita el apetito, el estrés es la hormona más prominente, mis instintos entran en acción y lucho contra la necesidad de salir corriendo por esa puerta. Mis ilusiones penden de un hilo.
Si ella es su novia y él se acostó conmigo, ¿significa eso que estaban en una ruptura? ¿Rompen a menudo? Tal vez tengan una relación abierta, si las dos mujeres que se le echan encima en las fotos de Internet sirven de indicio. Estoy en espiral, preguntándome en qué me he metido, cuestionándome si debería dejarlo. Hacerle saber que el trabajo no es para mí.
¿Cómo voy a dejar que otra mujer sepa que su novio me ha dejado embarazada? No me querrá aquí, y con razón.
Quizá no debería contarle a Jhon lo del bebé tan pronto, después de todo.
*
La popularidad de Protech es una grata distracción de Jhon y su posible novia.
El teléfono no deja de sonar en toda la tarde y no es frecuente que haya gente que acuda a una cita de última hora. Está claro que la gente confía en Jhon y en su equipo. Es agotador, pero me encanta: el ajetreo hace que los minutos pasen volando.
A diferencia del despacho de Jhon, la recepción está impecable, con suelos de mármol y dos escritorios con respaldo de cuero a juego con los sofás de la sala de espera. La parte derecha del edificio está llena de ventanas que dan al aparcamiento, y la izquierda permite ver el interior del ajetreado taller con más ventanas.
Nathan se detiene de vez en cuando para hacerme reír.
-Jhon está muy metido en el negocio, ¿verdad?- digo mientras Nathan busca una pieza de coche en el sistema.
Levanta la vista del ordenador.
-Sí. Este lugar es su bebé.
-Dice que este año cumple doce años. Eso le hacía tener como veinte cuando abrió, ¿no?- digo, intentando ser sutil en mi búsqueda de información.
Nathan cruza los brazos sobre el pecho.
-Jhon es uno de esos tipos que siempre se adelantan a su tiempo: un emprendedor. Se merece todo su éxito. Aunque siempre está muy metido en la cabeza, no siempre lo ve como nosotros.
Antes de que pueda procesar esa información, el fax escupe un montón de papeles. Tienen algo que ver con el Sr. Peterson, el gran cliente de Jhon, y el Ferrari en el que está trabajando. Me despido de Nathan y me dirijo a la puerta de cristal que da al taller privado para contárselo a Jhon.
A diferencia del caos y el ruido del taller principal, cuando entro en el taller privado de Jhon reina el silencio. Jhon retoca el Ferrari en una rampa.
Ahora lleva un mono que le llega sólo hasta la cintura, los brazos desnudos y el torso cubierto por su habitual camiseta ajustada. Es un momento que me devuelve a mi dormitorio, con los músculos tensos junto a mi cabeza mientras él los movía para cubrirme la base del cuello y levantarme para que pudiera girar y cambiarnos de posición. Yo estaba encima y veía sus ágiles dedos recorriendo mi vientre hasta llegar a mi pecho.
Sal, Isabelle.
Sal ahora mismo.
Pero no puedo. En lugar de eso, avanzo hacia el espacio.
-¿Isabelle?- Jhon levanta la vista del coche, su pelo perfectamente peinado de esta mañana ahora despeinado. Me recuerda lo que sentí al pasar mis dedos por él, y maldigo en silencio mis hormonas.
-Sí-. Las palabras me salen raras.
Me dedica una media sonrisa, esforzándose por leer mi expresión, que roza lo maníaco.
-¿Estás bien? -pregunta finalmente.
Asiento con la cabeza, sonrojándome más.
-Um-hm.
Envidio a la gente que puede ocultar sus emociones porque, para mí, todo está siempre escrito tan claramente en mi cara. Me dirijo hacia él, empujando los papeles del fax delante de mí.
-Han llegado para el señor Peterson-, digo. Desgraciadamente, no me fijo por dónde voy, porque al momento tropiezo con su caja de herramientas y salgo volando yo y su contenido.
-Mierda-, dice Jhon.
Me pongo de rodillas en cuanto veo el desastre que he hecho, ignorando el escozor de mis manos.
Jhon se arrodilla con elegancia y agarra los tornillos que ruedan por todas partes. Me arrastro para ayudarle y me encuentro cara a cara con él cuando los dos cogemos la misma llave inglesa al mismo tiempo.
Así de cerca, puedo ver las sutiles pecas que le recorren desde los pómulos hasta el puente de la nariz y cómo le falta un mechón de pelo en la ceja. Es casi criminal ser tan guapo. Nos quedamos mirando un momento más, una simple sonrisa se dibuja en su cara mientras sigue recogiendo el desorden.
Ver que no me reconoce me destroza el alma.
¿De verdad?
¿Tan olvidable soy?
Mis dedos se mueven para recoger más tornillos cuando una horrible náusea se agolpa en mi garganta.
Una que no es por la confusión emocional.
Sin decir una palabra, me levanto del desastre, agradecida por los aseos del personal al final del pasillo. Siento los ojos de Jhon clavados en mí cuando salgo de la sala de trabajo, pero sigo caminando.
La puerta del baño choca contra la pared, mi mano me tapa la boca cuando me giro para comprobar que no me he hecho ningún daño antes de que mi cuerpo rechace el contenido de mi estómago.
No es bueno, pienso. Agradezco que las arcadas no duren mucho, sabiendo que cualquier cliente que aparezca me oirá aquí dentro. Mi respiración es ligeramente errática mientras balanceo los pies y apoyo las manos sobre la taza del váter, quedándome unos segundos más para saber que he terminado, coger papel higiénico y limpiarme la boca, tirando de la cadena.
Se oye un golpe seco en la puerta mientras la voz de Jhon fluye por debajo de la rendija.
-¿Todo bien, Isabelle?