Una vez me monto en el ascensor y bajo hasta el primer piso, me asombro a ver una oficina encendida todavía. Se supone que ya a esta hora nadie quedaba por aquí, pero al acercarme para ver quién estaba trabajando, un cuerpo grande y fuerte me hace tropezar al chocar con él.
Otra vez al igual que el primer día que empecé a trabajar aquí, me encuentro en el piso, pero a diferencia de la primera vez en esta ocasión me he torcido el tobillo. Lo sé porque este me duele muchísimo y al levantar mi vista para ver con quién había tropezado, me encuentro con nada más y nada menos que mi jefe.
– ¿Otra vez usted? – me pregunta él mirándome desde su altura, ya que aún yo continuaba tirada en el suelo.
– Sí, otra vez yo ¿Qué a caso quiere matarme cada vez que me haga caer al piso? – pregunto acomodándome para poder pararme, pero el dolor de mi tobillo me lo impide y vuelvo a caer.
– A ver, déjame ver qué le ha sucedido a tu tobillo – dice este agachándose y llevando su mano a mi pierna – Sin embargo, yo lo retiro al momento porque no quiero que me toque.
– ¿Pero se puede saber qué hace?
– ¿Qué hago de qué? Estoy revisando su tobillo, ya que vi que hizo una mueca de dolor al intentar levantarse. No crea que quiero tocar la demás o algo por el estilo.
– Sí claro, eso dice ahora, pero bien que me manoseó aquella noche en la que se atrevió nalguearme – murmullo bien bajo, pero para mi sorpresa al parecer este me miró como si me hubiese entendido.
– ¿Dijiste algo? – me pregunta mirándome directamente a los ojos.
– No, no he dicho nada – digo aunque sé que es mentira, pero no pienso repetir lo que acabo de decir.
Cuando las manos frías de mi jefe tocan mi tobillo de nuevo hago una pequeña queja no solo por el dolor, sino porque no me gusta que me toquen con las manos heladas. Sin embargo, solamente me quedo mirándolo fijamente, observando cada uno de sus movimientos y notando como se concentra en lo que está haciendo. Este ligeramente da pequeños masajes en mi tobillo, pero desafortunadamente el dolor no desaparece.
– Al parecer solamente fue una torcedura y no siento nada roto, aun así voy a llevarte ahora mismo a que un médico te revise. Hay que descartar cualquier tipo de complicaciones y no deberías de andar en ese tipo de zapatos tan altos si ni siquiera sabe usarlos.
– Sí sé andar en zapatos altos, es simplemente que usted siempre aparece en el momento menos oportuno y me hace caer al piso. Aun así, no creo que sea necesario que me lleve con ningún doctor, ya a esta hora dudo mucho que alguien nos atienda y no pienso ir a un hospital. Así que yo mejor me voy a mi casa y usted siga haciendo lo que sea que hacía en esa oficina.
– Ya le dije que la pienso llevar con un doctor y no se preocupe por quién nos atienda. A dónde vamos nos van a recibir sin problema alguno.
– Ya le he dicho que no hace falta, no insista.
– Y yo ya le dije que sí la voy a llevar. Así que deje de ser tan terca por primera vez en su vida y acate una orden sin protestar – dice el muy cavernícola tomándome entre sus brazos como si fuera una princesa y comienzo a caminar conmigo hacia la salida.
– ¿Pero qué haces? ¡Suélteme! Debo llegar a mi casa y no puedo desviarme a esta hora.
– Si ese es el problema no se preocupe, yo mismo me encargaré de llevarla al hospital y luego la dejaré en la puerta de su casa. Así que ahora haga silencio y acate una orden por una vez en su vida como ya le he dicho.
La intensidad de su mirada me hace callarme de golpe y luego de que me deja en el asiento de su deportivo color azul oscuro, mi jefe comienza a dar la vuelta para entonces subirse en el otro lado. Mientras este caminaba hacia la otra puerta del auto no pude evitar aspirar el delicioso aroma que había dentro de este lugar, ya que era esa misma fragancia que él usaba todos los días y esa misma que me gusta oler cada vez que él llega a la oficina en las mañanas. No obstante, rápidamente dejó de hacer lo que estaba haciendo para que mi jefe no me descubra aspirando su aroma como una demente acosadora.
No sé como este hombre hizo para conseguir que un doctor privado que nos atendiera a esta hora, pero me encontraba en un consultorio privado, sentada en una camilla haciendo muecas por el terrible dolor que sentía. Únicamente me tranquilizaba un poco al ver los ojos color miel del médico que me estaba atendiendo minuciosamente. Este era un hombre como de la edad de mi jefe, bastante atractivo y como una sonrisa radiante.
– Al parecer solamente te duele por la torcedura que sufriste, pero no tienes ningún egipse o partidura. Solamente te recomendaré unos analgésicos y quiero que hagas un poco de reposo. Ya verás como en dos días no sentirás ningún tipo de dolor, lo que sí no es recomendable es que andes en tacones mientras tienes la torcedura.
– Está bien doctor, muchas gracias – le digo con una sonrisa y cuando meto la mano en mi bolso para poder pagarle rezando que con lo que tengo encima me alcance, este simplemente rechaza el dinero que le he ofrecido.
– ¡Oh no! No hace falta que me pagues. Ya todo está pagado desde que entraste aquí – dice este mirándome otra vez con esa maravillosa sonrisa.
– ¿Cómo que ya está todo apagado? – le pregunto sin entender.
– Ya Damon me pagó la consulta, no te preocupes. Él se ha encargado de cubrir los gastos como el caballero que es.
– ¿Habla usted de mi jefe? ¿Ese que tiene un carácter de los mis demonios y que a cada rato debo poner en su sitio por idiota? – le pregunto mirándolo con burla.
– Sí, ese mismo ¿Entonces tú eres su nueva asistente? – me pregunta este con una sonrisa traviesa.
– Pues sí, soy su nueva asistente.
– Yo me llamo Víctor y soy amigo de Damon de toda la vida. Él ya ha pagado tu consulta como te lo he dicho, así que puedes irte a casa cuando quieras sin ningún problema.
– Está bien, muchas gracias. Entonces después veré como darle el dinero a mi jefe para no tener que deberle nada.
– Pues suerte con eso. Dudo mucho que ese cabezota quiera aceptarte el dinero, pero si quieres hacer el intento pues entonces ve.
Aquel médico de sonrisa encantadora terminó siendo un amigo del cavernícola de mi jefe y con razón lo atendieron a esta hora, ya que el muy condenado tiene prioridad.
Cuando la puerta de la consulta se abrió, fue ahí que volví a ver al hombre que me esperaba afuera. El cual tenía una cara de fastidio tremenda y al parecer yo estaba siendo una molestia para él como me lo imaginé. Sin embargo, no me importa, ahora que se aguante porque él insistió en traerme al médico y en llevarme a casa.
– ¿Dime qué es lo que tiene Víctor? – le pregunta mi jefe a su amigo y este solamente le regala otra sonrisa. Voy a terminar pensando que este médico estudió solamente para sonreírle a las personas de manera tan linda.
– Puedes estar tranquilo amigo mío, tu linda asistente solo tiene un fuerte dolor por la torcedura, pero como le dije no tiene nada fracturado. Únicamente debo de tomar unos analgésicos para el dolor y hacer algo de reposo.
– Muy bien, si eso fue lo que le recomendaste, eso es exactamente lo que hará. Ahora sí nos disculpas debemos irnos.
– Está bien, no se desvíen mucho y recuerden que hay una pierna lesionada – dice Victor de manera burlona.
– Eres un idiota – le contesta mi jefe quién al parecer si lo entendió y este luego le extendió un papel.
Sinceramente no entendí muy bien cuál fue el chiste de ese hombre, pero una vez estuve de nuevo dentro del auto de mi jefe este me miró sin decir ni siquiera una palabra. Lo que me estaba desconcertando mucho porque no sabía a qué se debía su penetrante mirada y silencio.
– ¿Por qué me miras así? ¿Qué quieres?
– ¿Sabes? Voy a pensar que usted tiene ciertos problemas de entendimiento. Se supone que estoy esperando a que me diga dónde vive para poder dejarla en su casa – dice el muy egocéntrico y yo solamente hago una mirada de fastidio
– Pues si querías saber dónde vivo simplemente me hubieses preguntado en vez de quedarte callado con cara de idiota ¿Crees que me vas a intimidar o me vas a hacer sentir mal con tus palabras?
– ¿Por qué mejor no me das la dirección y te mantienes callada?
– Está bien, como quieras. No todo el mundo le gusta que le digan sus verdades.
Luego de darle la dichosa dirección de mi casa a este patán, de inmediato se pone en marcha y menos de veinte minutos estamos por llegar. No obstante, para mi sorpresa Damon se desvía de imprevisto y para frente a una farmacia. Al parecer el papel que le dio su amigo había sido mi receta de analgésicos y cuando intenté bajarme para ir a comprarlos, este simplemente no me dejó y me quedé encerrada en el auto como si fuera una niña chiquita con todo y seguro.
Mi jefe no tardó mucho en regresar con las pastillas y luego de discutir un poco dentro del auto decidí dejarlo por incorregible, debido a que este hombre no tenía remedio. Así que él iba a hacer lo que quiera, cuando quiera y cuando se le pegue la gana por lo tanto, en cuanto estuve frente a mi casa él miró por el cristal las luces encendidas.
– Al parecer la están esperando – dice para luego mirarme.
– Seguramente son mis padres, ellos tienen la costumbre de hacer eso cuando me quedo aquí.
– ¿No vive aquí? – me pregunta sorprendido
– No, tengo mi propio departamento desde hace un mes, pero digamos que hoy me quedaré aquí.
– Bueno, está bien, como usted diga. De todas maneras su vida privada no es de mi incumbencia. Mañana puede tomarse el día libre, quiero que descanse para que después no diga que su jefe la explota.
– No se preocupe por eso jefecito, no estoy inválida y mucho menos incapacitada para trabajar. Solamente debo hacer un poco de reposo y creo que durmiendo esta noche mañana estaré como nueva – digo para despedirme de él e impulsivamente dejo un beso sobre su mejilla. Tal vez eso lo sorprendió un poco porque me miró como si me hubiese salido un tercero, pero yo soy así y se tiene que aguantar.