Capítulo 2 2

Lia

22 de marzo, 1989

Fue una semana productiva, además de satisfactoria y gratificante. Es fin de semana, el domingo lo pasaré en familia; papá prometió llevarnos a mi hermano Julián y a mí a pasar el día en el bosque a las afueras de la ciudad, mañana aprovecharé para terminar algunos trabajos que me fueron encargados en la escuela y quizás dormir el resto del día, pero hoy por la noche voy a divertirme tanto hasta quedarme sin aliento, pero no solo divertirme, sino también gozar...

Invité a Alexander a la fiesta de mi amiga Adriana, realmente es un chico interesante, consigue paralizarme de los nervios, pero hago todo lo posible porque no lo note, no puedo permitir que crea que soy una zorra por caer en sus insinuaciones tan evidentes, hasta el momento lo he hecho bien o eso creo, él pensará que soy una tonta que no capta sus indirectas llenas de lujuria, me gusta que crea que existe un poco de inocencia en mí, no se imagina cuantas ganas tengo de arrancarle los labios a mordidas, es tan sensual y varonil como ningún otro chico en esta ciudad, sé todo lo que quiere hacerme lo puedo ver en sus ojos que me recorren de arriba para abajo una y otra vez.

Su piel suave, sus labios rosas, sus ojos tan diferentes a cualquier otro que haya visto, son azul aqua y, pero por momentos, parece que cambian de color a un gris claro... me enloquece cuando me veo reflejada en ellos. No me interesan las consecuencias, no me importa lo que pase esta noche, si solo quiere usarme y después irse de mi vida no hay problema alguno, yo habré disfrutado de su cuerpo tanto como el del mío, ese canadiense monumental me pertenecerá así sea solo por esta noche, si después de lo que pase hoy él decide seguir buscándome puedo hacer una excepción y darle una oportunidad, será afortunado de poder tenerme.

-La fiesta de Adriana es hoy después de las 8:00 p. m. -le dije a mi padre que conducía en silencio después de recogerme fuera de la preparatoria como todos los días.

-Sabías perfectamente que hoy saldríamos con tu madre al cine, hace un gran esfuerzo por ganarse su cariño y tú prefieres irte y alcoholizarte con esa bola de pubertos -respondió él de forma tan sería que me causaba sueño, con esa misma cara de furia que nadie puede quitarle-. Por favor, papá, sabes que esa mujer tendrá que hacer mucho más que invitarme unas palomitas baratas para que yo pueda volverla a llamar madre o siquiera dirigirle la palabra, además, ella es la que estaba consciente de que el cumpleaños de Adriana es hoy y Adriana, a diferencia de ella, si ha estado conmigo desde siempre -le respondí yo, tan grosera como siempre y es que, aunque no quisiera serlo, algo dentro de mí me traicionaba y me obligaba a ser así. Ahora estaba nerviosa por creer que su respuesta sería una bofetada.

-No puedo obligarte a que la quieras, Mariana es consciente de que su abandono generó todo este rencor que tú hoy le tienes -dijo mi padre soltando un suspiro después-. Tienes como límite las tres de la mañana para llegar, si no iré por ti hasta esa fiesta y te sacaré arrastrando y no te llevarás el auto, así que consigue quien te lleve de regreso. -Su amargura era culpa de aquella mujer que dice ser mi madre y yo soy la que termina pagando las consecuencias de su mal humor.

-Está bien, papá, así será -dije yo como comentario final, pues, no podía dar una mala respuesta nuevamente porque estoy segura de que esta vez sí me prohibiría salir.

Llegamos a casa y bajé del auto tan a prisa como pude para que no me fuera a pedir ninguna actividad extra como requisito para poder salir. Tenía que buscar aquel vestido negro que Adriana siempre ha dicho que provoca a todos los hombres que me ven, planchar mi cabello y preparar todo para salir a la fiesta.

-¿Podrías siquiera saludar? -dijo mi madre después de verme entrar a toda prisa y subir las escaleras sin regresarla a ver-. Sí, sí, hola, Mariana -le respondí sin ánimos de discutir.

No quería que me quitara más el tiempo. Pero, sin duda, quien si merecía un saludo y toda mi atención era Julián, mi pequeño hermano de nueve años, también él había regresado de la escuela hacía poco y estaba en su habitación, entré después de tocar a su puerta dos veces y estaba en su cama mirando televisión, corrí y me lancé a la cama junto a él dándole varios besos en la frente.

-Basta, Lia, me haces cosquillas -me dijo entre risas, pues, siempre decía que mis besos le causaban cosquilleo.

-Es que no puedo evitarlo, te extrañé demasiado -le dije yo y continué llenándolo de besos y dándole un fuerte abrazo. Al final, me levanté de la cama y acomodé mi cabello-. Más tarde no podré ir con mis padres y contigo al cine, tengo un compromiso con Adriana, pero todo el fin de semana te lo voy a dedicar, lo prometo -le dije, mientras él se ponía también de pie.

-Está bien, es una promesa, ¿quedó claro? -me respondió él, con esa pequeña vocecita de ángel. Sabía que no reaccionaría mal, pues, somos tan unidos que confiamos ciegamente ambos. A pesar de ser ocho años mayor que él, nuestra conexión es maravillosa.

-Es una promesa, mi amor -le dije para después volver a darle un beso en su frente llena de cabellos-. Ahora me voy a mi habitación porque el tiempo se va demasiado rápido y tengo mucho por hacer. -Salí corriendo de su habitación y fui hasta la mía, donde comencé a lanzar todo lo que había en mis cajones, buscando aquel vestido y mis tacones nuevos que compré hacía seis meses.

Y tal como lo dije, el tiempo se fue volando, pues, cuando menos lo pude notar era hora ya de salir de casa, había citado a Alexander a las 7: 00 p. m., tan solo faltaban treinta minutos, aun así, salí con toda tranquilidad de casa; mis padres y Julián se habían ido ya hacía muy poco, por suerte, así menos distracciones. Al salir, me dirigí directamente al sitio de taxis que se encontraba a solo una cuadra de mi casa. Estaba tan nerviosa, que olvidé ponerme mi chamarra para cubrirme del frío más tarde, pero no importaría mucho, pues, lo que yo deseaba me calentaría muy bien.

Y estaba ahí, puntualmente, esperándome como lo había prometido. Pude verlo unos cuantos metros antes de llegar justo a la entrada de la universidad, era tan ardiente y tierno a la vez, él también me vio y sonrió, fue hasta el taxi y abrió la puerta para después darme la mano y ayudarme a bajar, eso sí que me sorprendió, pues, ningún idiota con los que he salido en el pasado tiene ese tipo de atenciones.

-Guau, eres la asesora más linda que he visto, te luciste en verdad -fueron sus primeras palabras al verme, yo lo miré en ese momento de pies a cabeza, su atuendo era completamente negro, zapatos, pantalón y camisa con tres botones desabrochados dejando ver su pecho, me estaba derritiendo del calor que me ocasionaba, qué cuerpo tan excitante, ¿este hombre tiene 16 años? Me pregunté a mí misma.

-En este momento soy Lia, se acabó la asesora para ti, pero muchísimas gracias, me sonrojas... en verdad que tú también te ves espectacular -le dije, conteniendo las ganas de lanzarme a sus brazos desesperadamente. Se acercó a mí tanto, que creí me besaría en ese momento.

-¿Qué te parece mi perfume? -fue lo que dijo al acercar su cuello a mi rostro, en verdad olía tan delicioso, una combinación de madera y cítricos, tan refrescante, su aroma era lo único que faltaba para terminar de enloquecerme-. Huele tal como tú te ves -respondí.

-¿Eso qué significa? -preguntó él, alejando su exquisito cuerpo de mí, poniendo una cara de confusión tan evidente.

-¡Delicioso! -lancé aquel comentario con la única intención de dejarle claro cómo se veía en mis ojos.

-Eso no lo esperaba, pero me encantó tu respuesta. -Su sonrisa brotó tan genuinamente, que pude darme cuenta de que había algo diferente en él, era tierno, caliente, seductor y tan lleno de buenos modales, sin duda, salido de mis mejores fantasías.

Se paró junto a mí y me tomó de la cintura llevándome por la acera. No tenía ni idea de que tener su mano tocándome tan suavemente, me hacía sentir excitada-. ¿A dónde me llevas? -pregunté sin detenerme.

-Al auto -dijo él-. Podemos tomar el taxi aquí mismo, es la avenida principal -le dije ingenuamente.

-No será necesario, traje mi propio auto.

-¿De qué hablas?, dijiste que no tenías auto. -Esta vez sí me detuve ante la confusión.

-Sé lo que dije, pero no podía salir a una fiesta contigo sin auto, imagino que necesitarás que alguien de confianza te lleve más tarde a casa y ese tengo que ser yo, así que llamé a papá y le dije que necesitaba un coche, recibí el dinero de inmediato en mi cuenta bancaria y fui a comprar ese auto. -Señaló un auto hermoso color blanco que se encontraba estacionado en la esquina de la universidad. Por segunda ocasión, en menos de diez minutos, Alexander me había dejado impresionada.

-No me lo esperaba, pero veo que eres un hombre decidido -fue lo único que pude responderle.

Seguimos caminando hasta llegar al coche y cómodamente ambos tomamos asiento. La mayoría de las veces, cuando salgo con algún chico, me siento nerviosa, quizás un poco incómoda por no saber cómo establecer una conversación con ellos, pero con Alexander todo es diferente, pues existen momentos de absoluto silencio que se sienten tan normales, no hay presión alguna dentro de mí para forzar las palabras de mi boca, sin embargo, él encuentra el tema adecuado, es bastante curioso. Mientras vamos camino a la fiesta, él observa todo a su alrededor. Puedo notar cómo sus ojos observan cada detalle de la ciudad. Debe ser para él algo sorprendente conocer un nuevo lugar, además, tan lleno de historia y arte. Sus ojos brincan de un lugar a otro y jamás se queda con la duda, pues, me pregunta cada intriga que surge en su cabeza respecto a algún monumento o los nombres de las avenidas. Es un chico tierno que muero por conocer a fondo.

-Es aquí, ¿cierto? -preguntó después de detenerse por un instante en medio de la calle. El auto de atrás tocaba el claxon desesperadamente, pude ver a través del retrovisor cómo manoteaba y muy posiblemente nos insultaba a gritos.

-Sí, y deberías estacionar el coche antes de que el tipo de atrás se baje a golpearnos. -En realidad, él permanecía muy tranquilo obstruyendo el paso, no le importaba, al parecer.

-Que se muera, y si se atreve, que baje a retarme -expresó él con una sonrisa bastante fría. Cosas sin importancia al final, pues no demoró ni 30 segundos en parquear el coche.

Estuve a punto de abrir la puerta para descender del auto junto con él, pero no lo permitió. Tomó mi mano, deteniéndome justo cuando estaba por jalar la manija del auto.

-Espera, permíteme hacerlo yo. -En ese momento salió del auto y fue hasta la puerta del copiloto, en donde yo me encontraba aún adentro, bastante sonrojada por aquellos pequeños actos de caballerosidad que solo en películas había visto. Abrió la puerta y me ofreció su mano como apoyo-. Ven conmigo y guíame a nuestro destino -fueron sus palabras dichas entre una sonrisa bastante linda.

Sé que se refería a que debía indicarle dónde era la casa de mi amiga, pero yo estaba enloquecida por él y en ese momento imaginé nuestro destino, pero nuestro destino juntos a través de la vida. Soy una tonta fantasiosa que piensa que en él encontraré el amor. Todo puede pasar y yo mantengo una firme esperanza: ¿puede ser Alexander el hombre de mis sueños?

Llamé a la puerta de mi amiga, mientras estábamos afuera en la calle vacía realmente no podíamos apreciar ningún sonido, por un minuto creí que Adriana había cancelado la fiesta y yo no me había enterado, pero después de unos segundos abrió la puerta y el ruido de la música al fin llegó a mis oídos, y eso devolvió la calma a mi cuerpo, hubiera sido terrible decepcionar a Alexander.

-¡Pensé que no vendrías! -gritó Adriana completamente emocionada al verme.

Hacía poco más de un mes que no salíamos juntas y para nosotras eso era una eternidad. Yo tampoco pude evitarlo y mi felicidad fue evidente en mi rostro. La misma sonrisa fue devuelta para ella y la abracé. Ella es como mi hermana mayor, quien me protege, aconseja, consuela y da todo ese amor que a veces no siento recibir de nadie más, ni siquiera de mis padres.

-Estoy aquí, perdona la tardanza -dije con gran euforia.

Pude darme cuenta al instante de que Adriana estaba confundida con la presencia de Alex, pues, no le había hablado de él, era extraño ver a un hombre tan perfecto frente a su cara y no saber quién era, aún parados en la puerta principal estábamos los tres.

-Adriana, él es Alexander, un muy buen amigo que me tomé el atrevimiento de invitar. -Di un paso hacia atrás, dejando el suficiente espacio para que ambos pudieran acercarse a saludar-. Gracias por recibirme en tu hogar, Alexander D'Angelis, un placer conocerte. -Algo que me encantaba de él era esa seguridad que sobresalía en cada palabra, en su porte y su manera de dirigirse a las personas.

-Adriana Yan, el placer es mío, por favor, te pido que te sientas en tu casa y disfrutes cada momento junto a nosotras.

Adriana me tomó de la mano llevándome hacia adentro, así mismo, yo no solté la mano de Alexander ni un instante llevándolo conmigo. Él me seguía sin oponerse o preguntar absolutamente nada, al contrario, esta vez era Adriana la que cuestionaba cada detalle, pude ponerla al corriente de todo y así le expliqué cómo lo había conocido. Ellos interactuaron un poco, el mismo Alexander pudo contarle a mi amiga el motivo de estar aquí, sus planes a futuro en cuestión académica y ella intercambió algunas opiniones al respecto, me sentía fascinada, sabía a la perfección que él y yo éramos solo amigos, pero podía sentir la mirada de todas las chicas del lugar encima de mí, seguramente deseando ser ellas las que estuvieran acompañadas de aquel gran hombre castaño y ojos azules. Pero él me miraba a mí y solo a mí, era incapaz de levantar la mirada y dirigirla en otra dirección que no fuera a mis ojos. Cada minuto que pasaba yo creía que él quería decirme algo, pero solo sonreía, miraba mis ojos y no solo eso, nuevamente su morbosidad salía a relucir, pues sus ojos bajaban poco a poco recorriendo todo mi cuerpo, con su lengua humectaba sus labios y después los mordía. "¿Qué quieres conseguir de mí?", me preguntaba a mí misma cada vez que lo hacía.

-Las fiestas son diferentes aquí, la música es distinta, pero eso me agrada -dijo él casi gritando a mi oído. El ruido era tanto, que no nos permitía conversar de forma normal-. Ven conmigo, te enseñaré a bailar este ritmo. -Me acerqué a su oído para poder hablarle, pero él se acercó a un más volteando su rostro hacia el mío en cada pausa que había, sentía sus labios a solo dos centímetros de distancia de los míos. ¡Bésame ya! Gritaba en mi cabeza.

-Aprenderé de la mejor -dijo él aceptando bailar conmigo. Creí que sería más difícil convencerlo, pero era tan extrovertido que nada lo detenía. La pena no existía en él.

Adriana fue con nosotros, el lugar cada vez estaba más lleno, los tragos de alcohol eran servidos en la gran barra de bar que había en el patio trasero, mi amiga sabía cómo conseguir una fiesta fenomenal, las luces cambiaban de color cada segundo, el humo de cigarro provocaba que mi visibilidad cada vez fuera menor, pero Alexander estaba junto a mí, moviendo su cuerpo dejándose llevar por el ritmo de la música. Era encantadora su sonrisa, su alegría contagiaba a todos a su alrededor, pues, tanto hombres como mujeres nos rodeaban para estar cerca de él, era tan extraño ver cómo conseguía atraerlos a todos. Muchas mujeres lo miraban con el mismo deseo que yo, eso no era algo inusual, pero quedé sorprendida cuando pude ver cómo dos chicos lo miraban con la misma tentación en sus rostros. ¡Qué locura! Parecía que una fuerza sobrenatural los atrajera hacia él, pero, a pesar de ser el centro de atención de la fiesta, yo era el centro de atención para él.

Con el paso de las horas estábamos cada vez más alcoholizados, había tanto tequila aun esperando por nosotros y ambos lo estábamos disfrutando, al mirar a mi alrededor noté cómo Adriana se había ido al interior de la casa. A través de la ventana pude ver cómo un tipo desprendía su blusa delante de todos, ella estaba feliz y al parecer ella aprobaba lo ocurrido, si no la conociera correría hacia ella para quitarle a ese chico de encima, pero sé que está decidida a cogérselo, la dejé disfrutar y volteé mi vista al otro extremo del lugar donde había toda clase de perversión: hombres, mujeres, desde los más jóvenes hasta los más grandes, dándose mucho placer entre ellos, eso sí me dejó impresionada.

-¿A qué lugar me trajiste? -me gritó Alexander soltando una carcajada y lanzando su trago al aire. Estaba muy contento, al parecer.

-Esto jamás había pasado, ¡no entiendo esta locura! -Mi confusión era real, en nuestras fiestas por supuesto que había sexo, pero no a tal grado, esta vez parecía una orgía sin límites.

-Tranquila, esto es normal. Cuando las personas están cerca de mí, suelen expresar sus más grandes deseos sexuales. Soy el rey del pecado y la tentación, cúlpame a mí -expresó para después desprenderse por completo de su camisa, el sudor corría por todo su pecho llegando hasta su abdomen, no aguantaba las ganas de estar encima de él devorando cada parte de su exquisita piel, tener el aroma de su cuerpo impregnando mi nariz, me dejó sin palabras.

Me tomó de la cintura y me jaló hacia su cuerpo, pegándonos por completo, mi cabeza quedaba justo en su hombro, mis manos no tuvieron control de sí mismas y acariciaron su abdomen, había unos cuantos vellos rodeando su obligo, con la punta de mis dedos fui subiendo poco a poco hasta llegar a su pecho, para después ver sus pezones. Mi piel estaba completamente erizada, él movía su cuerpo aun al ritmo de la música, pero al mismo tiempo me apretaba con sus brazos hacia él.

-No tengo duda de que eres el rey de la tentación, no puedo más.

Me dejé llevar, lo miré y él a mí, tres segundos estuvimos frente a frente, mientras aún me hacía estar pegada a su escultural y delicioso cuerpo. Pasé mi lengua por su cuello y me dirigí a sus labios, no opuso resistencia, sé que es exactamente lo que quería conseguir. Era tan varonil, tan sensual y lleno de lujuria, que yo era vulnerable ante toda su perfección. El resto de las personas desaparecieron para mí.

-¿Hay un lugar donde podamos estar solos? -Dejó de besarme y preguntó con bastante desesperación. Pude verlo... tenía una erección bastante evidente y era por mi causa, moría de ganas por bajarle el cierre del pantalón y tener lo que había ahí dentro entre mis manos.

-Vamos arriba -Di un beso en su mejilla y lo tomé de la mano llevándolo conmigo.

La habitación de Adriana era el lugar adecuado para estar con él, una cama inmensa, sillones en dos de las esquinas, una ventana mirando la avenida transcurrida de vehículos. Corrí con suerte, pues, al llegar a ella, estaba completamente vacía. Claro, pues, todos estaban abajo, fallándose unos a otros. Alexander me empujó hacia adentro de la habitación y azotó la puerta con bastante fuerza. Con ambas manos se desprendió del cinturón, lanzándolo hasta el otro extremo de la habitación, se quitó los pantalones junto con la ropa interior de un solo golpe. Era un animal, salvaje y enloquecido, que moría de ganas por hacerme suya. No podía creer lo que estaba sucediendo, en menos de veinte segundos se deshizo de todo lo que llevaba puesto, quedando completamente desnudo frente mí, aprecié cada detalle de su cuerpo, su pecho afeitado y sus piernas llenas de vellos, su musculatura en los brazos, piernas y abdomen y, sobre todo, aquel gran trozo de carne que acariciaba él mismo con su mano izquierda de arriba abajo, yendo hacia mí lentamente. Toda la perversidad que yo creía tener, parecían ser juegos infantiles si lo comparaba con lo que él me estaba demostrando.

Llegó hasta a mí y poco a poco me fue haciendo caminar hacia atrás llevándome a la cama. Con su mano izquierda aún se masturbaba, con la mano derecha me tomó del cuello y apretó fuertemente, no pude contenerme y solté un sollozo de tanto placer que me ocasionaba sin siquiera hacerme nada aún.

-No puedes gemir si yo no te lo autorizo, ¿quedó claro?

Dije que sí solamente con la cabeza, me estaba dominando y con cada movimiento me lastimaba, jamás había estado con un chico tan rudo a la hora del sexo; esto era algo nuevo para mí, pero por alguna extraña razón me gustaba. Dejé que hiciera lo que quisiera conmigo, yo estaba de espaldas recostada en la cama y él encima de mí, escupió en mi cara y sonrió, tenía una expresión malvada en su rostro, pero me estaba haciendo escurrir entre las piernas.

-Soy tu dueño a partir de momento -fueron las últimas palabras que escuché de su boca, después de eso solo pude escuchar mis propios gritos, sus gemidos llenos de rudeza y placer, no sabía si el sudor que empapaba las sábanas color rojo de la cama era de él o mío, lo más probable es que fuera de ambos. Fueron los cincuenta minutos más placenteros, salvajes, sensuales y excitantes de mi vida.

Acabó todo y ambos nos retorcíamos de un lugar a otro, mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo, él estaba igual, llevó sus manos a su cabello y lo jaló fuertemente para después dejarse caer encima de mí. Respirando fuertemente aún con bastante dificultad, sonrió y besó mi frente, después puso su frente pegada a la mía y permanecimos así varios segundos.

-Hueles a cerezas dulces -fueron sus palabras, después continuó besando mis labios durante varios minutos.

            
            

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