Daño colateral
18 de abril, 1989
La vida es solo un instante, hay que disfrutar cada momento que pasamos con nuestros seres amados y por supuesto también aprender a disfrutar de nuestra soledad, conocer nuestros defectos y en medida de lo posible disminuirlos para así no caer en un profundo hoyo lleno de problemas, desgracia e incertidumbre, también conocer nuestras virtudes y con ellas dejar una marca significativa en la historia, algo que nos haga ser recordados.
La mañana siguiente después de haber pasado una alocada noche de alcohol, música y sexo, Lia llegó a casa, dadas ya las 7: 00 a. m., había incumplido con el horario que su padre le impuso, abrió la puerta principal con tanta sutileza, que sin duda tenía ya experiencia, quería entrar y subir a su habitación rápidamente para después fingir estar dormida, con el fin de que cuando su papá despertara a las 9: 00 a. m., todo pareciera normal, pero sus planes no tendrían éxito esta vez.
-¿Piensas que soy un estúpido del cual te puedes burlar? -dijo su padre, que se encontraba leyendo el periódico sentado en el filo del último escalón que conducía al segundo nivel de la casa.
Lia abrió tanto los ojos, que no pudo evitar demostrar el asombro que le causaba verlo ahí. Estaba nerviosa, moría de temor, pues, sabía que su padre tendría una mala reacción en contra de ella.
-Lo siento mucho en verdad, no pude conseguir quién me trajera hasta acá. Era ya muy tarde... -balbuceaba mientras sus manos temblaban.
-¡Cállate! ¡No quiero excusas, no quiero tus estúpidos pretextos de niña tonta! -Su padre se levantó lanzando el periódico en el pecho de Lia, evidentemente lastimándola y haciéndola sentir aún más atemorizada. Ella cerró los ojos, pues, pensó por un instante que su padre enfurecido, la abofetearía como era su costumbre-. ¡Hueles a prostituta! ¡¿Cómo te atreves a llegar a mi casa oliendo a callejera barata?! -gritaba cada vez más fuerte, tomándola del cabello dando un par de jalones que la hacían sufrir.
-Por favor, suéltame, no me trates así y no grites que te puede escuchar Julián -dijo Lia y al instante sus ojos se llenaron de lágrimas que intentaba a toda costa contener; su voz quebrada delataba sus emociones.
-Tú a mí no me indicas qué hacer, si Julián tiene que escuchar, pues, que escuche, así que se dé cuenta la clase de hermana que tiene y sepa lo que él jamás deberá hacer para no volverme loco.
-Suéltala -dijo su madre que bajaba las escaleras aún en pijama, con los pies descalzos. Los gritos la habían despertado y no demoró ni un minuto en salir corriendo a ver lo que sucedía-. No te atrevas a ponerle una mano encima, Jorge, ¿qué demonios te pasa? -dijo la madre que llevó a Lia junto con ella, desprendiéndola de las manos del padre neurótico, mientras la hija no podía respirar con normalidad.
-Mírala, tan débil, ¿no? Cuando no tiene escapatoria, ahora sí necesita de ti, hasta es capaz de abrazarte y refugiarse en tu amor de madre.
El comportamiento de Jorge no lograba sorprender a Lia ni a su esposa, pero eso no disminuía el temor que le tenían.
-Lia, ve a tu habitación. Por supuesto que necesitamos hablar, sabes que no está bien lo que hiciste, por ahora déjame a solas con tu padre -dijo la madre firmemente, afrontándolo sin demostrar temor.
Lia sabía que lo dicho por su madre era lo mejor, no había forma humana para contener el enojo de su padre, pasó frente a él viendo sus ojos que decían: "Te asesinaré", y subió las escaleras tan pronto como pudo para entrar a su habitación y poner seguro en la puerta. Después de recibir aquellos insultos dichos por su propio padre, Lia no podía definir con exactitud lo que estaba sintiendo; sentía que su padre la había denigrado a tal grado de hacerla sentir una basura, llena de inseguridades. Se dejó caer al piso, recargada su espalda contra la puerta, y las lágrimas por fin fueron liberadas. Lanzó su bolso a la cama desde el suelo, miró su vestido y sus tacones, observó a detalle sus uñas y suspiró al final.
-Me haces sentir la mujer más sucia de todas -dijo para sí misma.
Dio un brinco, pues, alguien llamaba a la puerta, había dejado de escuchar los gritos de sus padres que venían desde la sala, una discusión que creía era causa de ella. Temía hablar y descubrir que del otro lado se encontraba su padre, dispuesto a arrastrarla de los cabellos como castigo.
-Hey, sé que estás ahí... puedo escuchar tus lamentos, déjame entrar contigo.
Era Julián que estaba fuera de la habitación esperando estar junto a ella y consolarla, pues, había escuchado todos aquellos gritos e insultos. Lia se levantó, con ambas manos intentó limpiar sus lágrimas, pero fue inútil. Abrió la puerta y lo dejó entrar.
-No deberías estar despierto, es muy temprano aún para ti -dijo Lia sonriendo tan forzadamente, que parecía algo infantil ante los ojos de Julián.
-No digas nada, solo quiero estar a tu lado. Siento tanto miedo como tú.
Su pequeño hermano fue directo a la cama de Lia y se recostó en ella, invitando a su hermana a hacerle compañía. Ella no podía comprender cómo un niño de nueve años podía tener más humanidad y empatía que el resto del mundo rodeado de maldad.
-Papá es un monstruo -expresó Julián mientras ambos permanecían recostados en la cama, mirando hacia el techo.
-No digas eso, él nos ama, solo que no sabe cómo expresar su amor. Yo me equivoqué.
Lia estaba de acuerdo con Julián, su padre era un monstruo, pero ella quería que su hermano tuviera una mejor imagen de su padre en la mente.
-No intentes justificarlo... es la realidad, él me ha dicho que en realidad solo hay uno y es la que tenemos que aceptar. Nuestra realidad entonces es vivir con un monstruo.
Las palabras de Julián rompieron por completo a Lia, que comenzó a llorar desmedidamente. Su hermano dio la vuelta y la abrazó, así fue durante varios minutos hasta que ambos se quedaron dormidos, olvidando lo que había afuera: dos adultos discutiendo, seguramente llenándose de insultos y reproches que ellos no lograban comprender, solo quedaba ignorar y fingir que todo estaba bien y así era. Ambos sentían que, estando juntos, nada malo podría pasarles.
Lia había pasado una mañana de pesadilla, reconocía su error, pues, debió cumplir con las órdenes de su padre, llegar a la hora indicada y su día y hubiera sido diferente. Por otro lado, se encontraba Alexander, aun sin llegar a su apartamento. Él tenía la libertad de llegar y salir a la hora que le placiera, con quien él decidiera, y si se presentaba la oportunidad, ni siquiera llegar a su hogar por días. Era su primer fin de semana en la ciudad y para él todo pintaba muy bien.
Después de dejar a Lia en la entrada de su casa, se dirigió a un pequeño restaurante que ofrecía desayunos; moría de hambre y antes de ir a dormir cómodamente quería tener el estómago lleno. Así fue como, con toda calma, disfrutó su mañana, recordando cada momento de diversión y placer que había tenido hacía apenas unas horas; solo de recordarlo sonreía dejando ver su plenitud.
Llegó a su departamento, las persianas estaban cerradas y la luz del sol no podía traspasarlas, eso dejaba un ambiente adecuado para poder descansar. No sin antes tomar un baño refrescante y así dormir plenamente en su cama, cubierto de sus sábanas blancas, para algunas personas la vida es así; completa satisfacción, para otros es llorar, abrazados, refugiados del maltrato y violencia.
Pasó el fin de semana y el inicio de una nueva semana estaba presente, Alexander se encontraba entusiasmado de volver y descubrir qué sorpresas le ofrecería esta nueva semana, esperaba encontrarse con Lia en algún pasillo y saludarla, quizás invitarle un desayuno y conocerse un poco más. Al llegar a la escuela por la mañana, buscaba con la mirada por todas partes por si de casualidad ella estaba entre la multitud, pero no corrió con suerte en un comienzo, algo que no le tomó mucha importancia, pues creía que al cambio de clase la vería.
La perspectiva de Lia fue distinta, pues ella pudo verlo llegar desde el segundo piso del edificio principal, pero de inmediato se escondió y evitó ser vista por él. No había una justificación válida para no verlo y explicarle la razón para no estar del todo bien, pero los insultos que había recibido todo el fin de semana la habían llevado a generar una inseguridad tan grande, al grado de creer que su valor como mujer era menos por haberse involucrado sexualmente con Alexander. Si ambos conversaban y recordaban lo ocurrido el viernes por la noche, sin duda vendrían a su mente las palabras dichas por su padre "prostituta", "callejera barata", "golfa"; era todo lo que corría por su mente minuto a minuto.
Durante tres días la situación fue la misma, Alexander llegó temprano a la escuela esperando encontrarla y jamás corrió con suerte, por su mente pasó la idea de ir a buscarla a casa, algo no estaba bien. Pero también era consciente de que no podía invadir así su privacidad y su espacio personal; después de todo, las malas noticias son las primeras en llegar. Miércoles por la tarde, es la hora en que la escuela comienza a vaciarse, la intuición de Alexander era muy acertada, sabía que ella lo estaba evitando.
¿Qué hice mal? Se cuestionaba una y otra vez, así que decidió pararse junto al acceso principal para así esperarla y en cuanto la viera poder hablar, entender por qué lo estaba evitando. Y así fue como consiguió dar con ella, pasados unos minutos Lia salió con la mirada hacia el suelo y una chamarra tan grande que la cubría por completo.
20 de abril, 1989
-Ven aquí, Lia, ¿por qué te ocultas de mí? -dijo Alexander, al mismo tiempo la tomó del brazo y la llevó con él, alejándola del resto de las personas.
-Basta, me lastimas, Alex, ¿de qué hablas? ¿Ocultarme? Para nada -expresó ella evidentemente mintiendo.
-No seas infantil, dime, ¿hice algo mal? ¿Te hice daño, Lia? -preguntó Alexander tomándola del rostro con ambas manos y forzándola y mirarlo a los ojos.
-Nada de eso, simplemente cumpliste con tu propósito, me serviste en algo con lo que eres muy bueno y ahora ya no necesito tu presencia en mi vida.
Las palabras de Lia consiguieron herir a Alexander, el cual por varios segundos se quedó estupefacto ante lo que había escuchado. Ella mentía, le dolía decirlo, pero su sufrimiento personal la orilló a expresar palabras y sentimientos vacíos y carentes de sinceridad.
-¿Qué? -Alexander sonrió por el nerviosismo que experimentaba-. Esta no es la dulce chica que yo conocí... no logró comprender.
-También las mujeres sabemos usar a los hombres a nuestro antojo, ¿te creíste especial? Despierta, Alexander, no eres más que uno del montón.
Una vez más, Lia no controlaba sus palabras. Ni siquiera ella misma entendía por qué estaba diciendo aquello tan hiriente y ofensivo, que no hacía más que dejarla a ella en una mala posición.
-Creí que eras una buena mujer, resultaste ser la peor de todas. ¿Sabes qué es lo peor? Yo te quiero -dijo Alexander, completamente lastimado, pero también lleno de furia. Dio la espalda y caminó en dirección contraria a ella, dejándola ahí, sola, confundida y arrepentida.
-¿Me quieres? -preguntó Lia, pero esta vez la pregunta quedó en el aire, sin nadie frente a ella para responderla.
Alexander fue a casa, era un chico fuerte, incapaz de llorar, pero había algo claro dentro de su cabeza. Lia ahora era solo un mal recuerdo que debía dejar en el pasado. No acostumbraba a dormir después de llegar de la escuela, pues su rutina diaria estaba establecida: ejercicio, limpieza, tareas, entre otras cosas. Pero esta vez sus sentimientos lo hacían sentir agotado y fue a la cama. En tan solo diez minutos logró quedarse profundamente dormido, pero no sería un sueño reconfortante, sino todo lo contrario. Comenzó a tener pesadillas que lo hacían brincar y gritar, sin poder despertar y salvarse del miedo que le ocasionaban; estaba atrapado en su propia mente.
Al despertar se levantó de un brinco de la cama y se dirigió al baño para mirarse en el espejo, era la forma en la que conseguía saber que ahora sí estaba despierto y estaba de vuelta al mundo real. Tocaba su rostro con ambas manos y respiraba fuertemente con las pupilas dilatadas, consiguió recordar lo último que vivió en aquella pesadilla: era él conduciendo un auto por una carretera oscura rodeada de montañas tenebrosas, un frío extremo que los hacía temblar a él y a su acompañante. Su corazón comenzaba a latir fuertemente sin razón aparente y la ansiedad lo dominaba, el hombre junto a él les decía a gritos que debía controlarse, debía mantener la calma, todo parecía indicar que un auto los perseguía a toda velocidad y ponía en riesgo sus vidas. Alexander no podía controlarse y desviaba la mirada del camino, de pronto, al volver la vista al frente, impactaba el coche contra una ladera que se encontraba justo frente a una curva que no logró esquivar. Todo se volvía borroso, el ruido en sus oídos era lejano, el hombre que iba junto a él estaba ensangrentado y mostrando sufrimiento en su rostro, había sangre saliendo a chorros de su boca y estaba desfalleciendo. "Todo estará bien, hermano, nos veremos en la vida próxima", fueron las últimas palabras que Alexander pudo escuchar de aquel hombre, antes de sentir un gran dolor recorriendo desde su cabeza hasta la punta de los pies, un dolor intenso como nunca había sentido, un dolor que lo hacía gritar de desesperación y agonía. Eso lo hizo despertar y correr al espejo para saber que todo había sido producto de su imaginación; el subconsciente, traicionándolo una vez más.
-¿Quién demonios eres y por qué estás en mi cabeza todo el tiempo? -preguntó aun mirando al espejo como si fuera a recibir una respuesta del otro lado de su reflejo.
2
Lia estaba ya en su hogar, había llegado con aquella seriedad que la caracterizaba esos últimos días. Los cuatro integrantes de la pequeña familia se encontraban en silencio, un silencio incómodo, pero nada forzado, pues nadie quería decir palabra alguna; todo era como debía ser y ninguno tenía nada que decir.
-Julián, terminas de comer y subes de inmediato a tu habitación -dijo el padre sin levantar la mirada. Julián no tuvo ninguna reacción ante la orden recibida.
-Entendido -fue la palabra que pudo pronunciar con tanto esfuerzo.
Ni siquiera había acabado el alimento que había en su plato, pero no tenía ganas de seguir ahí junto a ellos, así que se levantó y sin aviso se fue. Lia y su madre miraron a Jorge, que miró a Julián hasta el último momento, asegurándose de que estuviera lejos de ellos y dentro de su habitación.
-¿Qué sucede? ¿Por qué hiciste que se fuera? -preguntó Lia.
-Lia, eres casi una adulta... por lo tanto, debemos tratarte como tal y hacerte saber las cosas importantes que acontecen en esta familia -dijo su madre colocando su mano sobre la de ella que estaba en recargada en la mesa. La reacción de Lia fue quitarla de forma abrupta, demostrando una vez más el rechazo hacia su madre.
-¿A qué quieres llegar? -dijo groseramente y dio un trago a su vaso lleno de agua aún.
-Julián tiene cáncer -fue lo que escuchó Lia dicho por su padre, pero no consiguió comprender, creyó que quizás había entendido mal-. Como lo escuchaste, Lia, tiene cáncer en los huesos. Eso ha provocado sus constantes desmayos derivados del dolor insoportable que tiene en la rodilla -expresó Jorge sin sutileza alguna, dejando a Lia en un estado de shock que no la dejaba moverse o respirar siquiera.
Su madre estaba molesta, la forma en la que su esposo estaba dando aquella noticia era cruel, parecía que para él se trataba de un tema más que pudiera tocar en la mesa como si de un chiste se tratase.
-Esto no fue lo que acordamos, prometiste ser sutil y entendernos -dijo Mariana entre lágrimas-. ¿Sutil? No me hagas reír, soy honesto y soy real. Mi pequeño hijo tiene cáncer, si corremos con suerte vivirá hasta los quince años, si no el próximo año estaremos incinerando sus restos.
Jorge era capaz de enloquecer a cualquier persona con sus palabras tan vacías, con falta de amor y empatía. Lia se levantó de la mesa y corrió fuera de la casa, sin decir palabra alguna, solo se dispuso a huir.
-Eres un asco de hombre -dijo Mariana antes de levantarse de la mesa y dirigirse a su habitación, posiblemente a llorar al igual que los demás.
Jorge se dirigió a la nevera y tomó varias cervezas que ahí se encontraban, las tomó una tras otra, pensando que esa era la solución para evadir sus miedos y sentimientos de tristeza y dolor. Las cervezas no fueron suficientes, pues, al terminarlas, fue a la alacena y tomó una botella de tequila y comenzó a beber directo de la botella hasta terminarla y quedar tirado en el suelo junto a la sala.
Lia desapareció de la casa por varias horas, Julián y su madre estaban bastante preocupados por ella, pues, no había forma de localizarla y saber que se encontraba bien. Mariana cargaba en su espalda el peso de todos los problemas que acogían su hogar, su marido era un alcohólico, histérico y violento que los hacía vivir un infierno todos los días. Lia estaba pasando una etapa de rebeldía que ella comprendía a la perfección, y por último se encontraba Julián, su pequeño hijo que frente a sus ojos era su adoración, su pequeño amor, como ella le decía todo el tiempo, atravesando por uno de los retos más difíciles y crueles que la vida te puede poner. Mariana era una mujer que vivía intentando ocultar sus pesares, enalteciendo una fortaleza que cada momento era menor. Lia llegó a casa después de las 8:00 p. m., su padre seguía en la sala, ahogado en alcohol, pero despierto ya.
-No hagas ruido, pasa en silencio.
Mariana mantenía la puerta de la casa entreabierta para evitar el ruido que Lia haría al entrar, esperó por más de dos horas en la ventana la llegada de su hija para prevenirla, pues Jorge, su padre, estaba tan borracho que temía la reacción que tendría al verla llegar tan tarde sin haber pedido permiso alguno.
-Quiero que subas a tu habitación, ¡deja ya de darme más problemas! -dijo Mariana enfurecida.
Lia no tomaba importancia a las palabras de su madre, por su reacción parecía que la veía como a una loca. Volteó la mirada a la sala y pudo ver ahí a su padre. Él también pudo verla y cruzaron miradas, despertando nuevamente el pánico en ambas mujeres. Jorge miró a través de la ventana y así pudo notar que la oscuridad estaba presente. Lia acababa de llegar.
-Estoy harto de ti, quiero tu compresión y solo me das más problemas -dijo al levantarse y caminar hacia ella, aun con dificultad, pues, su estado de ebriedad era tanto, que lo hacía tambalearse de un lado a otro.
Llegó hasta ella y la tomó fuertemente del cabello, sacudiéndola de atrás hacia adelante. Lia solo podía gritar del dolor y la impotencia que le causaba ser abusada de esa manera, si bien su padre siempre había sido malhumorado, jamás la hubo insultado y agredido tanto como en los últimos días.
-¡Te dije que no la tocaras! -dijo Mariana, dando un fuerte empujón a Jorge tirándolo al suelo.
Al mismo tiempo, Lia soltó su bolso de mano. Al caer al piso, dejó salir todos los objetos que había ahí dentro: maquillaje, cartera, llaves, trozos de papel, algunas monedas sueltas y, por último, una prueba de embarazo. Mariana fue la primera en percatarse del contenido que había salido del bolso y se apresuró a recogerlo, pero fue muy tarde ya, pues, Jorge lo había visto también. Mientras ella terminaba de levantar el bolso a punto de ponerse nuevamente de pie, Lia le recibió el bolso y lo colgó en su hombro. La situación cada vez era más complicada, Jorge enfurecía y ellas temblaban. Se levantó del suelo y miró fijamente a su esposa por un instante, sin decir palabras, cuando de pronto dio un fuerte puñetazo en la cara de Mariana, nadie lo esperaba. Fue tan rápido que ninguna de las dos pudo tener una reacción, la fuerza de Jorge era demasiada comparada con la de alguna de ellas, él era bastante alto y ellas apenas superaban 1. 65 de altura.
Jorge no podía soportar la idea de que su mujer lo hubiera empujado frente a su hija, eso para él era una ofensa que no podía permitir. Aquel golpe que dio a Mariana dejó heridas graves, la sangre brotaba de sus dientes que se habían desprendido ligeramente de las encías. Al mismo tiempo, su labio inferior se encontraba roto y, por último, consiguió fracturarle la mandíbula dejándola completamente noqueada en el suelo, Lia miró la escena de pie, quedando inmóvil, viendo cómo su madre caía al suelo golpeándose la cabeza y sin tener reacción después de caer, con la boca abierta y los ojos llenos de lágrimas. Lia no quería ni levantar la mirada para evitar ver a su padre, a este no le interesó en lo más mínimo ver a su esposa tirada en el suelo sin moverse, consiguió lo que quería y eso era quitársela de encima para así poder saber el contenido del bolso de Lia. Le arrebató el bolso y ella intentó detenerlo, pero fue una acción inútil, pues, de un solo manotazo la hizo a un lado, tiró todo el contenido al suelo y pudo ver ahí lo que estaba buscando, la prueba de embarazo.
-Esto es positivo -dijo riendo y a la vez arrugando la cara, aquella sonrisa no era de alegría, sino de confusión y coraje-. Tienes 17 años y eres una cualquiera -dijo demostrando aparente tranquilidad, mientras Lia pensaba salir corriendo de la casa.
Tenía la puerta a ton solo un metro de ella y se encontraba abierta, pero no podía irse y dejar a su madre tirada en el suelo, posiblemente muerta, y a su hermano muerto de miedo, seguramente encerrado en su habitación.
-Papá, ¿te das cuenta de lo que estás haciéndonos? Esto no eres tú, por favor, tienes que recapacitar -decía Lia mientras intentaba tocar el rostro de su padre para tranquilizarlo.
Creía que él recuperaría la cordura y notaría que Mariana estaba en el suelo sin levantarse, Lia no podía siquiera moverse para ayudarla, porque si lo hacía la siguiente en recibir un golpe sería ella.
-¡Me das asco! ¡No me toques! ¡No quiero que me toques! -gritó Jorge de una forma que parecía estar desgarrando su garganta.
Lia cerró los ojos tan fuertes, previniendo lo que venía, recibió una cachetada de su padre, con tanto odio que realmente parecía olvidar que era su propia hija. Esta vez ella se dejó caer al suelo, quería alejarse de él, cayendo sentada y así empujándose con sus manos hacia atrás muy rápidamente. Jorge avanzó y pateó las piernas de Mariana que se atravesaban en su camino, al llegar a Lia dio la segunda patada, este golpe Lia lo recibió en la zona de las rodillas, no pudo contener el dolor y comenzó a gritar pidiendo ayuda, sabía que aquel hombre era capaz de matarla en ese instante.
-¡Ayuda! Ayúdenos, por favor, ¡Julián, llama a la policía! -gritaba con todas sus fuerzas, en su rostro y su voz podían verse el sufrimiento que estaba viviendo. Aterrada suplicaba a quien fuera que la escuchara, que tuviera piedad y fueran a su rescate, mientras recibía patadas de su padre en las piernas una y otra vez.
-Me lastimas, por favor, detente. -Era difícil entender sus palabras, pues el llanto hacía que su voz temblara y sus labios no pudieran pronunciar adecuadamente nada.
-Ya no voy a soportarte más, te voy a matar a ti y al maldito engendro que llevas dentro, ¿cómo pudiste? ¡Eras mi princesa!
Jorge, cada vez estaba más fuera de control, había perdido la razón por completo. Después de varios minutos inconsciente en el suelo Mariana consiguió despertar, débil, herida, llena de sangre, con la mitad de sus dientes desprendidos y la mandíbula con poca movilidad; pero pudo apreciar cómo Jorge golpeaba a su hija una y otra vez con tanto odio, que sin duda la mataría y Lia no podía hacer nada para defenderse. Pudo escuchar los reclamos que Jorge le hacía respecto al embarazo y no tuvo otra escapatoria, y algo vino a su mente.
-Jorge... detente -dijo Mariana, tirada en el suelo aún, respirando con dificultad, pues, el dolor que estaba sufriendo era insoportable. Jorge logró escucharla, pero no le importó y siguió con su atroz acto de violencia, tomando ahora a su hija por los cabellos, arrastrándola en dirección a la cocina. Lia pataleaba e intentaba liberarse por fin, pero le era imposible, los gritos no cesaban.
-La violó, ese infeliz la violó... lastimaron a nuestra princesa -dijo Mariana dejando ir la poca fuerza que le quedaba.
Había mentido, estaba mintiendo para salvar a su hija, no tenía idea de las consecuencias que sus palabras podrían traer. Este soltó a su hija dejándola adolorida en el suelo, Lia no entendía en lo absoluto lo que su madre estaba hablando, su mente no era capaz en ese momento de comprender la mentira que Mariana había creado para liberarla. Jorge se inclinó y miró a Lia, quien no podía creer aún lo que sucedía. Mariana permaneció despierta ya, pero sin poder levantarse, se quejaba en el suelo rogando a Dios que alguien fuera a ayudarlas, teniendo fe en que aquella mentira pondría fin a su tormento.
-¿Es verdad eso, mi amor? -preguntó Jorge a Lia en forma sutil y tierna, cambiando por completo su semblante y actitud. "Estás completamente enfermo", pensó Lia antes de pronunciar palabra-. Responde, ¿te hizo daño? -dijo él.
Lia debía pensar y actuar rápido, era una falacia, pero eso estaba ayudando a detener la golpiza que recibía.
-Sí... me abusó y me hizo mucho daño, papi -dijo Lia balbuceando, secando sus lágrimas, su cuerpo completo temblaba de miedo y dolor. Jorge se puso de pie y sacó las llaves de su auto que guardaba en su bolsillo.
-¿Cómo se llama y dónde vive? -La seriedad invadió su rostro.
-No es necesario, justamente fui hoy a la policía y lo denuncié.
La mentira continuaba ahora por Lia, pero la respuesta no fue del agrado de Jorge. Soltó una fuerte bofetada que la derribó nuevamente, pues, ella había conseguido sentarse en el suelo.
-Me lo dices o voy a la cocina, tomo aquel cuchillo que está al filo de la barra y te lo encajó en el vientre.
Lia no sabía qué decir, a quien culpar, mentirle a su padre diciendo un nombre falso y una dirección errónea era una opción viable; pero permaneció en silencio tanto tiempo, que Jorge cumplió su palabra y fue por el afilado objeto. Mientras él iba hacia allá ella no tuvo opción y habló:
-Zamora 73, Condesa. Se llama Alexander.
El terror que sintió la obligó a hablar, diciendo lo primero que se le vino a la mente, sabía que estaba inculpando injustamente a Alexander, ahora solo deseaba con todas las fuerzas que aún había en su cuerpo, que los vecinos hubieran llamado a la policía y detuvieran a su padre antes de que este subiera al coche, pero no fue así; Jorge salió al instante de la casa caminando tranquilamente, mientras ambas mujeres estaban en el suelo mirando su partida. Julián estaba arriba en su habitación como su madre le había indicado, escuchando cada detalle de la violenta situación sin poder hacer nada. Solo corrió a su armario y fue hasta el fondo, ocultándose entre unas maletas viejas que ahí se encontraban.
-¿Qué hemos hecho? -dijo Lia yendo de rodillas hacia su madre con la intención de auxiliarla.
-Salvar nuestras vidas -dijo Mariana con gran pesar, sabiendo que había un hombre violento dirigiéndose al hogar de un inocente joven.
A los pocos minutos comenzaron a escucharse a la distancia las sirenas de las patrullas policiales que iban en camino. Al oírlas, Lia sintió un gran alivio dentro de su pecho.
-Todo estará bien, te lo prometo -dijo Mariana, demostrando una vez más su fortaleza.
Con su propia mano sostenía su mandíbula que, de lado derecho, se había desprendido por completo; hablar solo agudizaba el dolor. Su hija hacía todo lo que estaba en sus manos para ayudarla a levantarse, pero era un esfuerzo en vano, ya que ninguna de las dos tenía la fuerza suficiente. La policía llegó por fin, al ver la escena, los oficiales procedieron a distribuirse por toda la casa, dos de ellos subiendo las escaleras, uno yendo hacia la cocina y el cuarto auxiliando al par de mujeres que permanecían en el suelo con múltiples golpes, marcas de sangre en el suelo y en sus cuerpos que no sabían con exactitud de dónde provenía.
-¡Jorge Nava nos hizo esto! -expresaba Lia con gran pena, nunca creyó tener que acusar a su propio padre de agredirla de tal forma-. Va camino a Zamora, 73, colonia Condesa. Quiere hacerle daño a la persona que vive ahí... ¡Por favor, no lo permitan! -dijo mientras la oficial de policía la escuchaba con gran atención y daba aviso a las demás unidades para que acudieran de inmediato de manera urgente a la dirección proporcionada por la chica.
El tiempo transcurría y cada minuto era vital, Alexander estaba en riesgo. Jorge conducía ebrio por toda la ciudad a gran velocidad, cualquiera pensaría que fácilmente sería identificado y detenido, pero no fue así. Con total libertad logró burlar semáforos en alto y señalamientos de seguridad en las grandes avenidas. Un hombre irracional, violento y alcoholizado, nada de eso podría terminar bien.
Alexander desafortunadamente estaba en casa, no pasaba por su mente que un hombre fuera camino a su hogar por la mentira de Lia y Mariana. Veía el televisor, mientras comía un chocolate en barra que había comprado hacía pocos minutos después de regresar de cenar. Sonreía y disfrutaba su noche, tratando de olvidar el nombre de Lia por completo y, sobre todo, las cosas hirientes que ella le había dicho hacían unas cuantas horas. Además, aquella pesadilla que lo martirizaba una y otra vez lo había dejado en un estado de alerta, pues, el miedo y estrés que le ocasionaba era tan grande, que aún después de despertar seguía desconfiando de todo.
Su cómoda y ligera ropa lo cubría junto con una pequeña cobija, había pesadez en sus ojos, el sueño comenzaba a llamarlo, pero quería terminar por completo su película. De pronto pegó un brinco y su corazón se exaltó, su piel se erizó y sus cejas se arrugaron, una mezcla de emociones lo invadía: miedo, confusión y enojo. Había alguien golpeando brutalmente su puerta y eso para nada era normal y le causaba bastante desagrado. Se levantó lanzando su cobija con coraje al suelo, caminó hasta la entrada donde los golpes seguían sin parar y observó por la mirilla.
-¡Lárgate, imbécil! -gritó Alexander al momento, pues logró ver que era un hombre con aspecto bastante desagradable, barba con apariencia sucia, cabellos despeinados, ropa mal arreglada y sin duda estaba ebrio; creyó que era un indigente queriendo pedir algún tipo de limosna. Pero aquel hombre continuó golpeando y azotando su cuerpo completo contra la puerta, que era de madera, y no iba a resistir un empujón más de esos-. ¡Te largas o llamo a la policía y me aseguro de que nunca te dejen salir!, ¡asqueroso vago! -gritó Alexander nuevamente, pero esta vez el miedo era cada vez mayor, estaba solo, era un chico de dieciséis expuesto a que un extraño hombre entrará a su casa.
-Te mataré, Alexander, llama a quien quieras, cuando lleguen a ayudarte, ya estarás muerto -dijo Jorge riendo malvadamente.
Alexander escuchó su nombre dicho por ese extraño hombre, y su corazón latía intensamente y no comprendía lo que sucedía. Esto debía ser algo personal y no una simple casualidad. Corrió a su habitación y levantó el teléfono, llamando al número de emergencias.
-Zamora 73, Condesa. Habla Alexander D'angelis, un hombre se encuentra fuera de mi hogar golpeando la puerta, estoy seguro de que está ebrio, por favor ayúdenme. -Sus manos temblaban al igual que su barbilla al hablar, tenía miedo, se sentía acorralado.
-Hola, Alexander, por favor mantén la calma y dirígete a alguna habitación con puerta o el baño si es lo que tienes más cerca, estamos recibiendo un segundo reporte dando como referencia esta ubicación. ¿Te encuentras con alguien más? -dijo la operadora de la línea de emergencias que se encontraba al otro lado de la llamada.
Alexander mostró sorpresa al escuchar que era el segundo reporte, pues todo acababa de comenzar hacía apenas unos minutos y no había vecinos cerca.
-¡¿Qué...?! ¡No! Vivo solo -fueron las últimas palabras que pudo pronunciar Alexander a la operadora, pues este soltó el teléfono dejándolo caer, Jorge había logrado derribar la puerta, era una puerta muy linda de madera, pero para desgracia de Alexander, era tan bonita como frágil y no resistió la brutal fuerza de Jorge.
Alexander corrió a la puerta de su habitación pues había olvidado cerrarla, creyó que sería más rápido que Jorge, pero no fue así, ya que él llegó al mismo tiempo, empujaron la puerta de atrás hacia adelante varias veces forcejeando, era una lucha injusta. Alexander era un joven delgado y Jorge un hombre alto, de gran peso. Alexander fue vencido y Jorge consiguió entrar a su habitación, estaban frente a frente, el chico corrió hasta el otro lado del lugar llegando a un pequeño espacio en un rincón junto al armario.
-¡Aléjate de mí! ¿Quién eres? ¿Qué demonios quieres? -gritaba aterrorizado.
-Qué bonita cara tienes -dijo Jorge mordiéndose los nudillos de la mano, con una mirada atemorizante. Alexander no conseguía comprender sus intenciones, pero lo que fuera que Jorge quisiera lo hacía tambalear de miedo.
-¡¿Qué...?! ¡Estás enfermo! Vete que la policía no tarda en llegar.
En ese momento Alexander tomó un portarretrato con la foto de él y sus padres que estaba en un estante junto a él, desprendió el vidrio de este, lo tiró al suelo y tomó la parte más grande que quedó, apuntando y amenazando con el filo a Jorge que caminaba lentamente hacía él.
-Sé que te gusta violar a las chicas... pero te metiste con la niña equivocada, ¡ella es mi princesa! Es mi niña, mi adoración ¡y tú la lastimaste! -gritó Jorge estando ya a solo un metro de Alexander que tiraba golpes al aire con el vidrio roto de izquierda a derecha, logrando alejarlo de él.
-No sé de qué me hablas, yo no he tocado a nadie -expresó Alexander, pero su atención fue atraída a las manos de Jorge que desprendía su cinturón del pantalón con ambas manos, poco a poco y sin quitarle la mirada de encima-. Está completamente loco, ¿qué está haciendo? -Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, había temor en ellos, un chico tan alegre, motivado, espiritual y fuerte, estaba experimentando el peor momento de su vida hasta ahora.
Siguió lanzando golpes con aquel objeto en la mano, pero la agilidad de Jorge fue mayor, logró tomar el brazo de Alexander apretando su muñeca, hasta el punto que el dolor lo hizo soltar el vidrio. Con la otra mano Alexander golpeó varias veces la cara de Jorge dando varios puñetazos, pero estos parecían no hacerle nada, en ese momento Alexander fue tomado por las dos manos, su única forma de defenderse entonces serían sus piernas. Comenzó a lanzar patadas en los muslos de Jorge, pero este hizo una maniobra con las piernas y lo derribó al suelo, Alejandro cayó y Jorge encima de él, lastimó sus costillas al recibir el golpe directamente en el piso, además de cargar con el peso de aquel hombre.
-¡Detente, por favor! ¡Por qué me haces esto! -se lamentaba en cada palabra, sus ojos saltaban cada segundo, Jorge mordió su cuello dejando una marca evidente que comenzó a sangrar-. ¡No! ¡Por favor, no!
Sufría y nadie estaba ahí para ayudarle. Hacía todo por defenderse, intentaba levantarse empujándolo, pero era demasiado pesado para sus brazos débiles. Jorge no decía palabra alguna, pero sus acciones eran suficientes para descubrir que era un psicópata. Su rostro reflejaba tranquilidad, como si lo que estuviera haciendo fuese algo normal y cotidiano, no le interesaba ver el dolor que Alexander estaba sufriendo, después comenzó a golpearlo una y otra vez en la cara; reventó sus labios, rompió su nariz, hizo sangrar sus ojos. Los golpes eran interminables y Alexander parecía ya haber perdido toda fuerza en su cuerpo. Cuando dejó de patalear y moverse intentando escapar, Jorge se levantó ligeramente poniéndose de rodillas encima del chico brutalmente golpeado, desabrochó su pantalón y lo bajó por completo hasta sus rodillas. Alexander no estaba inconsciente, pero prácticamente estaba inmóvil, con los ojos entrecerrados pudo ver lo que Jorge hacía, supo lo que planeaba hacerle y eso lo aterraba aún más.
-No, no, no. ¡No...! -gritó una y otra vez sin parar-. Vas a sentir lo que ella sintió, ojo por ojo y diente por diente, niño lindo -dijo Jorge mientras rompía el pantalón de pijama de Alexander. Él consiguió levantar una pierna sacándola por en medio de las piernas del que para él era un completo desconocido, sabía que lo que vendría sería peor y la ayuda no parecía estar cerca siquiera. Dio una fuerte patada en el rostro de Jorge que lo derrumbó, no lo vio venir, no pensó que el chico tuviera la fuerza suficiente aún para lograr defenderse, cayó al piso de espaldas y Alexander pudo levantarse, tomó nuevamente el vidrio y fue directamente contra el hombre que aún se quejaba del dolor por haber recibido aquella patada en el rostro, encajándole el objeto en el hombro. Todo parecía ahora estar de lado de Alexander, pero Jorge no se daba por vencido-. ¡Estúpido infeliz! -expresó Alexander con rabia, escupiendo la sangre que había por montones acumulada en su boca.
Se puso de pie e intentó correr, para su desgracia el vidrio no logró lastimar a Jorge sino simplemente atravesar su camisa y causarle un raspón. Tomó los tobillos de Alexander con ambas manos y lo hizo caer nuevamente al piso, esta vez Alexander cayó poniendo los codos y esto lastimó sus brazos aún más. Estaba boca abajo en el piso, sufriendo un dolor que lo recorría de pies a cabeza, no sabía con claridad qué zona de su cuerpo estaba más lastimada; si su rostro, su cuello, costillas o ahora los brazos.
Jorge brincó encima de él, con los pantalones y calzones completamente abajo, solamente portando la camisa en la parte superior de su cuerpo.
-¡Ya basta! Déjame en paz, ¡basta! Por favor detente -El hombre consiguió romper la ropa de Alexander dejándolo expuesto, descubierto por completo. Mordió su espalda en cinco ocasiones y después pegó su cuerpo al de él. Alexander sentía un asco incontenible, aquel hombre estaba haciéndole algo que él jamás creyó que le podría suceder, había escuchado historias en donde mujeres, hombres, niños y niñas relataban sus dolencias después de vivir un trágico momento como el que él estaba sufriendo en ese momento-. ¡¿Por qué a mí?! -gritó Alexander de dolor.
Jorge lo tomó del cabello y azotó su cabeza contra el suelo dos veces, abriendo una herida en su frente. En ese momento extrañas imágenes aparecieron en la mente de Alexander; nuevamente estaba aquel chico de sus pesadillas, el cual lo acompañaba en el auto, pero esta vez estaba en un extraño lugar que parecía ser un santuario, había dos mujeres muy hermosas, una lo miraba con amor, como si fuera alguien muy importante en su vida y la otra le decía: "eres mi favorito", por último, había un chico más que le trasmitía una paz inigualable. "¡Eres el más poderoso de todos, hermano!"
Entre tanto daño, Alexander no podía separar la realidad de su mente, el desconsuelo lo invadía. Sabía que posiblemente este era el fin, aquel hombre estaba profanando su cuerpo, hiriéndolo en cada rincón, no podía creer que fuera algo real, pero algo cambió radicalmente lo que él creía sería la historia final-. Soy yo -dijo antes de levantar la mano y apuntar con ella hacia una lámpara que había al fondo de su tocador. Se mantuvo así por varios segundos, concentrándose en el pesado objeto. Sucedió lo impensable, logró mover la lámpara solo con pensarlo-. Si, soy yo, ¡la puta muerte! -gritó y no solo la movió, logró mover la lámpara, sino desprender las dos puertas de madera de aquel mueble. Los tres objetos volaron a toda velocidad hacia ellos, Jorge no tuvo oportunidad de reaccionar ni razonar lo que estaba sucediendo, la pesada lámpara golpeó su cabeza y las puertas de madera siguieron su camino empujándolo con tanta fuerza, que Alexander por fin pudo levantarse.
-¿Qué demonios? ¿Que eres tú? -dijo Jorge tirado en el suelo, ensangrentado. El filo de una de las puertas de madera había levantado parte de la piel que cubría su cráneo, por fin algo parecía detenerlo. Jorge veía a Alexander enfurecido levantarse del suelo, tomar su cobija y cubrir su cuerpo. Los ojos del joven cambiaron por completo, aquel hermoso azul que los caracterizaba, cambió a un rojo, como si del fuego del infierno se tratará. Entonces los papales estaban invertidos, Jorge era el débil y herido, y Alexander era el mismo demonio infernal que Jorge había sido con él.
-Soy el ser con el que jamás debiste cruzarte, soy el final de todo, el final de ti -dijo Alexander antes de cambiar por completo su forma, algo inusual y sobrenatural, sus piernas comenzaron a perder parte de la carne que tenían y dejaron mostrar los huesos, lo mismo sucedió con el resto de su cuerpo en forma ascendente y hasta llegar al rostro, donde la cara de Alexander desapareció en su totalidad. Era un esqueleto, con partes de carne podrida, en tonalidades negras, verdes y rojas por la sangre seca. Alexander no dejó de cubrir su cuerpo ni un instante con su cobija, ni siquiera se movía, permanecía ahí estático, mirando directamente a los ojos de Jorge que estaba experimentando la presencia de un ente fuera de este mundo, un monstruo con rostro diabólico, de ojos rojos que demostraban un odio imposible de medir.
Temblando de miedo en el suelo intentó hablar, pero cuando iba a pronunciar la primera palabra, Alexander hizo un movimiento con las manos que marcó el final de Jorge, pues, aun estando a 3 metros de distancia de él consiguió quebrarle el cuello solo con pensarlo. Jorge cayó desfallecido en el suelo, quedando con los ojos abiertos, una expresión de terror y la piel fría. Alexander, convertido en aquella extraña forma, caminó hacia su cuerpo, se puso en cuclillas y miró sus ojos reflejándose en ellos.
-No tenías ni idea de que venías directo a la muerte, no te culpo, tampoco yo lo recordaba -dijo, para después encajar sus dedos índice y medio en su ojo derecho y desprenderlo por completo del cráneo. Toda esa fuerza emocional que Alexander demostró esos últimos minutos se desvaneció por completo, se dejó caer al suelo y comenzó a llorar desconsoladamente. Su forma original volvió en cuestión de segundos, era de nuevo aquel atractivo joven de ojos azules que todos amaban-. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¡Maldita sea! ¡¿Por qué?
Estaba atravesando el peor tormento y tortura de toda su vida. Estaba solo, herido desde la cabeza hasta los pies, no quería ni hacer un recuento en su mente de lo que le había sucedido, pues, eso lo ponía en una situación aún peor. La policía llegó, pudo escuchar las sirenas y la voz de los oficiales antes de entrar a su departamento a toda prisa.
-Vengan acá, los encontré -dijo un oficial de policía que al entrar pudo apreciar la devastadora escena.
La cama con las sábanas desprendidas, los muebles sin puertas, vidrios rotos por todo el suelo y lo peor de todo, un chico de dieciséis años tirado en el suelo, desnudo, lamentándose y con heridas evidentes en todo el rostro y a solo un metro de él, un hombre muerto, con la piel del cráneo arrancada, y si la vista no lo estaba traicionando, a ese hombre le hacía falta un ojo.
-Yo no quise hacerlo, yo no quise, no quise, lo juro, no quise -repetía Alexander en el suelo. El oficial fue hacia él y lo ayudó a levantarse, pero este mantenía su mirada sobre el cuerpo inerte de Jorge, lo alejaron de la escena, pero Alexander siguió viéndolo hasta el último segundo, antes de que lo sacaran de la habitación para llevarlo al pasillo, donde ya estaban los primeros auxilios listos para él-. Yo no quería, él me obligó, me lastimó, yo no quería, no quise hacerlo -seguía repitiendo infinidad de veces.
Los oficiales y médicos lo auxiliaban y le hacían preguntas, pero las palabras que salían de su boca eran las mismas. Lo subieron a la camilla y lo sacaron de su apartamento, sin que él comprendiera lo que sucedía a su alrededor.
-¿Qué le sucedió? -preguntó el detective que llegaba a la escena.
-Recibió múltiples golpes en la cabeza, está en shock -dijo el paramédico sin detener el paso, pues, era urgente llevarlo a un hospital.
El detective caminó a prisa donde los oficiales le indicaron que estaba el cuerpo de Jorge. Quedó impactado al ver el cuerpo sin vida de aquel hombre.
-Lo violó y golpeó hasta el cansancio, el chico solo se defendió -dijo el oficial que entró primero a la habitación.
-¿Cómo estás seguro de eso? -preguntó el detective.
-Eres el experto, lo descubrirás en menos de cinco minutos -dijo el oficial dando unas cuantas palmadas en la espalda del detective. Este caminó hacia el cuerpo y lo miró de cerca.
-¿Cómo un niño pudo hacer esto? -se preguntó a sí mismo completamente conmocionado-. Es lo peor que he visto una década.