Capítulo 8 8

La mujer detrás de la amargura

26 de mayo, 1994

Reconocer que has puesto los ojos en alguien es difícil, ninguna persona quiere quedar como un completo idiota si las cosas no suceden como lo planean. Así que, actuar con normalidad es la mejor opción, demostrando interés, pero no demasiado como para ser descubierto.

Hacía poco que la conocía y no dejaba de pensar en ella, en cuestión de horas me hizo sentir único; pues me hacía reír, me escuchaba, miraba con atención cada gesticulación que había en mi rostro, hacía preguntas a cada momento, demostrando que le interesaba saber más de mí. Por un momento creí que después de ese día jamás volvería, pero me equivoqué, ella estaba ahí día tras día, sabía que el desayuno era una excusa perfecta de ambos para poder vernos a diario, una mentira que ambos creamos y nos convencíamos de que era real.

Ese día era diferente... sabía que invitarla a cenar resultaba un acto especial para ella, creía que me comprometía un poco. Hacía 24 días que la conocía y ya había planeado una noche perfecta a su lado, bastante romántico o quizás cursi; si lo miro desde otra perspectiva. Prometí pasar por ella a su casa a las 8:30 p. m., pero mi emoción me hizo llegar un poco antes, en verdad no quería llegar tarde y que Lia se decepcionara de mí. Daba igual, solo faltaban diez minutos, bajé del carro y toqué el timbre.

-¿Sí? -dijo una mujer asomándose por la ventana, solo corrió unos cuantos centímetros la cortina y mostró medio rostro.

-Hola, buenas noches. Busco a Lia... soy Enrique.

No quería sonar como un chico inseguro, lo más probable era que fuera su madre. Ella cerró la ventana y dejó caer la cortina. Creí que me había hecho un desplante, pero no fue así. Solo tardó unos cuantos segundos, supongo que buscando la llave, pude escuchar cómo se deslizaba el seguro de la cerradura.

-Por favor, sigue, Enrique.

-Gracias, ¿Lia está en su habitación, imagino?

Sin duda era su madre, el cabello era tan rojizo como el de Lia, los ojos tan claros como la miel y las mismas pecas que recorrían todo su rostro. Pero, a diferencia de Lia, su madre no tenía tanta alegría en la mirada como su hija; de hecho, me miró de arriba a abajo en dos ocasiones antes de decir media palabra.

-¿Sabes, Enrique?, la última vez que mi hija salió con un chico, él nos ocasionó muchos problemas. -No podía creer lo que estaba escuchando, ¿en verdad su madre me daría un sermón respecto a Lia? Creí que podía soportarlo, pero resultaba en verdad incómodo-. Me encantaría pensar que en esta ocasión Lia tuvo la madurez adecuada para conocerte lo suficiente antes de invitarte a salir o aceptarte la salida.

Comencé a comprender por qué Lia no soportaba a su madre, no entendía ese tipo de situaciones. ¿Sería acaso que nunca había tenido una madre entrometida?

-Entiendo su preocupación y déjeme aclararle que ciertamente su hija tiene una madurez bastante desarrollada, es astuta, inteligente y sobre todo independiente en muchos aspectos.

Creo que hablé de más, solo quise dejar en claro que Lia era una buena mujer, pero entendía que dejaba una impresión de ser un exagerado. Su madre volteó el rostro e hizo aquella expresión de desagrado evidente.

-¿Te puedo ofrecer algo de tomar? ¿Un vaso de agua, una taza de té, café?

Estaba seguro de que la conversación continuaría hasta volverse cada vez más incómoda, pero, gracias al universo, la mujer se detuvo.

-Un vaso de agua está bien, gracias -le dije y sonreí, a lo que ella respondió con una sonrisa similar. Me invitó a su sala y me ofreció asiento. Recordé que no respondió mi pregunta inicial.

-¿Entonces Lia está arriba?

Esperaba que mis preguntas con respuestas tan obvias no le causaran ningún tipo de desagrado a su madre.

-Sí, deberás acostúmbrate a esperarla si quieres estar junto a ella. La mayoría de las veces tarda horas bañándose y otras cuantas horas más vistiéndose, además, es muy impuntual.

Su rostro reflejaba más confianza hacia mí, pensé que intentaba ser graciosa. Tuve que reír, aunque reconocía que un poco forzado, solo para amenizar el momento.

-¡Mamá! ¡Ven rápido! ¡Ayúdame!

Esa era Lia, su voz la podía reconocer, pero me sorprendió tanto escucharla gritar de esa manera, tanto como a su madre, que se puso de pie en un solo movimiento y corrió a las escaleras subiendo a toda prisa. No sabía qué hacer, así que corrí también, si Lia pedía ayuda de esa manera era porque algo debía estarle sucediendo.

Seguí a su madre, que primero entró a la habitación de la que estaba seguro era de Lia, pues había ropa por montones tirada en la cama y maquillaje frente al espejo. La señora dio una vuelta completa al notar que no estaba ahí, así que de inmediato salió esquivándome, pues, yo estaba justo detrás de ella. Fue entonces cuando entró a la habitación de al lado y ahí estaba ella, moviendo con fuerza al chico que se encontraba en la cama, ese debía ser Julián.

-¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió? -preguntó su madre con bastante aflicción. Lia no despegó la mirada ni un instante de Julián. Algo malo está ocurriéndole.

-Vine a despedirme de él, quería desearle buenas noches y cuando intenté despertarlo, me di cuenta de que no reaccionaba, está ardiendo en fiebre.

Lia me miró, supo que estaba ahí, pero por razones lógicas siguió hablando y explicando lo que sucedía.

-Llamaré a una ambulancia -dijo decidida la mujer.

En ese momento pasó junto a mí dispuesta a salir de la recámara; imagino que en camino a buscar un teléfono.

-Tardará demasiado en llegar, traigo mi auto, podemos llevarlo en él.

Supe que tenía que reaccionar, ambas mujeres estaban viviendo una situación muy complicada. Julián estaba realmente pálido y podía apreciar que su respiración era muy lenta.

-Sí, por favor, eso es lo mejor -me dijo Lia.

Ella se levantó, puso su cuerpo firme y metió sus delgados brazos bajo la espalda de Julián, que se encontraba acostado boca arriba. Julián era más pequeño que ella, pero solo en edad, pues estaban casi iguales en estatura y peso, no lo iba a aguantar. Me acerqué a la cama de la forma más sutil que pude, la hice a un lado y procedí a cargar en mis brazos a Julián. No podía creerlo, era tan desligado, sus brazos se sentían como algodones, su piel era tan blanca, pensé que se trataba de una condición que mantenía desde hacía mucho y no era por el estado en que se encontraba en ese momento, como lo pensé en un principio. Tenía muy poco cabello, color castaño, pero muy delgado, imagino que se había caído poco a poco con el paso del tiempo. Cargarlo era sencillo si de esfuerzo físico hablamos, pero me causó gran pena sentir el cuerpo tan desgastado de un joven que apenas comenzaba a vivir.

Bajé las escaleras con mucho cuidado y su madre abrió la puerta, dando espacio suficiente para pasar con él. Lia hizo lo mismo, pero con las puertas de mi auto; tenía que tener mucho cuidado, así que lo subí en la parte trasera con tanta delicadeza como pude. Al instante Lia subió con él y comenzó a hablarle, intentando tener alguna respuesta de su parte, pero nada funcionaba, estaba inconsciente por completo. Subí al auto y cuando cerré la puerta, su madre ya estaba sentada junto a mí. Podía ver cómo limpiaba sus lágrimas. Apenas encendí el coche, la mujer me dio la dirección exacta del hospital al que tenía que llevarlas. Estaba muy cerca de su casa, así que llegaríamos en minutos. No logré comprender bien todo lo que dijo después, pero creo que entendí que el doctor que nos recibiría era amigo suyo.

Por momentos miré por el retrovisor, pude ver otra faceta de Lia que hasta entonces no conocía. Hacía mucho tiempo que no veía tanto dolor en el rostro de una persona. Sinceramente, me causaba gran tristeza verla llorar así, mientras cargaba la cabeza de su hermano en sus piernas. Su madre volteaba cada cuatro segundos y después regresaba la mirada al frente. Lia me había contado todo, yo sabía que Julián tenía cáncer desde hacía 5 años, también sabía que habían pasado por momentos difíciles como ese en el pasado. Cuando ella me lo contó me causó pesar, pero en ese instante, estar allí y verlo con mis propios ojos, me dejaba en claro que era algo mucho más difícil de lo que pude haber imaginado. ¿Por qué un niño de catorce años tenía que sufrir eso? No lo entendía, y ellas vivían con el miedo constante de perderlo a diario. No creí que eso fuese justo, pero también sabía que la vida no se trata de justicia, que en la vida no hay razón o motivo que justifique él por qué las cosas suceden, aunque eso nos cueste aceptar.

Estábamos ya en el hospital, fue un viaje corto, pero estaba seguro de que para ellas fue eterno, tanto como para mí. Bajé nuevamente a Julián del auto y lo cargué hasta la entrada del área de urgencias, la madre de Lia se adelantó mucho antes y entró al lugar. Cuando estaba por cruzar la puerta, dos camilleros llegaron con una camilla lista para Julián, sabía que mi misión había terminado, ellos sabrían qué hacer. La señora siguió con ellos por todo un pasillo y la perdí de vista cuando dieron vuelta a la izquierda. De pronto Lia se lanzó sobre mí, me dejó totalmente sorprendido, recibí el abrazo más fuerte que jamás había recibido.

-No quiero perderlo -me dijo con aquella tierna voz llena de dolor, mientras sentía cómo sus lágrimas sobrepasaban mi playera.

Levanté mis manos y la abracé tan fuerte como ella a mí, nació directo de mi corazón darle un beso en la frente, creo que lo que más necesitaba en ese momento era amor.

-Aquí estoy, para ti y para tu familia -le dije.

Mis palabras eran sinceras, quería estar allí y permanecer a su lado dándoles todo mi apoyo, todo lo que fuese necesario. Soy solo un poco más alto que ella, pero, aun así, cuando me miró mientras me abrazaba, tuvo que levantar por completo la cabeza y entonces puso su total atención en mí, viendo directo a mis ojos. Quería besarla, no podía contener el deseo de tener sus labios junto a los míos, pero no era el momento.

-Te juro que haré todo por ayudarlos -le dije mientras sus hermosos ojos cafés aún me miraban.

Nuestros rostros estaban demasiado cerca y me dejó una nueva sensación dentro del corazón.

-Perdóname, arruiné tus planes. No deberías estar en un hospital, sino cenando y pasándola bien en un maravilloso restaurante.

-¿De qué hablas? ¿Perdonarte? Esto no es tu culpa, tampoco de Julián ni de tu madre. Las circunstancias de la vida jamás terminan de sorprendernos y tenemos que aceptarlas y sobre todo afrontarlas.

Se desprendió de mí, dejando de darme aquel abrazo tan cálido y lleno de cariño, pero lo comprendí, pude ver en su rostro la desesperación.

-¿Me acompañas adentro por un café?

-Será lo mejor, ambos lo necesitamos -le dije mientras la abracé a través de los hombros y juntos caminamos a la cafetería del hospital.

En ese momento, Lia quizás no pensaba en mí como yo en ella, puesto que su atención estaba sobre Julián y lo entendía de esa manera; no podía imaginar la incertidumbre de saber qué estaba pasando allá adentro, no tener la mínima idea de qué sucedía con su hermano.

Entramos y, mientras ella ordenó un café cargado, yo opté por pedir un té relajante. Fuimos a unas sillas que estaban arrinconadas justo en el paso de un reducido pasillo, pues no había otro lugar más donde sentarse. Pasaron los minutos y ella no decía palabra alguna, solo tomaba su caliente bebida y después procedía a recargar su cabeza contra mi hombro, respeté su silencio y sus sentimientos; solo dando mi compañía, apoyo y amor incondicional. El tiempo siguió transcurriendo, imagino que su madre habría salido ya al área de espera, pensé por un momento que nos estaría buscando y que quizás no vernos ahí le preocuparía, estuve a punto de decírselo a Lia, pero al volver la mirada hacia ella, pude verla completamente dormida aún recargada en mi hombro. Se encontraba despeinada, el cabello cubría parcialmente su rostro, su piel se sentía un poco más tibia de lo normal y sus manos se quedaron sosteniendo fuertemente el vaso de café; se encontraba ya vacío, así que se lo quité suavemente sin despertarla. Hubo momentos en los que yo también me quedaba dormido, creo que solo pasaban cinco minutos y volvió a despertar, pero en ningún momento descuidé a Lia, temía que su cabeza fuera a lastimarse o caer, y eso la despertaría.

-Tu hermano pide hablar contigo.

Era su madre, nos dio un susto en verdad, Lia dormida y yo estaba en un estado de somnolencia alto, no la vi llegar siquiera.

-¿Qué dijeron los doctores? ¿Él se encuentra bien? -preguntó Lia despertando de inmediato, se puso de pie y dejó su bolso sobre su asiento.

-Tu hermano quiere verte, ¿lo harás esperar? Cuando vuelvas, podremos hablar.

Su madre era muy dura, su tono de voz todo el tiempo dejaba ver aquella molestia que no sabía explicarme. Lia caminó sin decirle nada más a su madre.

-Habitación 108 -gritó la señora mientras Lia aún estaba cerca.

-Enrique, quiero agradecerte todo lo que hiciste por nosotros esta noche, si no hubieras estado presente creo que todo hubiera sido aún más difícil... gracias.

-Señora, no hay nada que agradecer. Hice lo que cualquier humano con buen corazón hubiera hecho.

Tomé sus manos intentando demostrarle un poco de estima. Después de todo, era la madre de la mujer que quería y se trataba de una madre sufriendo, merecía un poco de consuelo.

-Dime Mariana, ¿sí? -dijo ella mientras tomaba el bolso que Lia había dejado en la silla y procedió a sentarse.

-Estoy devastada, Enrique.

No pudo contenerlo más, ya lo veía venir. Su voz se quebró y el llanto fue inevitable. Me senté junto a ella, debía servir de apoyo emocional.

-Lo entiendo, es válido que se sienta así, Mariana. Pero tenga fe, Julián superará todo obstáculo que la vida le ponga.

-No hay fe, no hay mañana, no hay esperanza.

Cada vez era más abierta conmigo, creí que sería esa clase de personas que contienen su llanto y terminan fingiendo fortaleza, pero Mariana necesitaba desahogarse y creo que encontró a la primera persona con quien pudo hacerlo.

-Siempre la hay, se lo puedo asegurar -dije, intentando ser optimista.

-Seis meses.

-¿Qué? -pregunté confuso.

-El doctor dice que a Julián le quedan aproximadamente seis meses. Si corre con suerte pasará su último año nuevo con nosotros.

No podía creer lo que estaba escuchando, deseaba que eso hubiese sido un mal diagnóstico y que los doctores dijeran que había una oportunidad aun de salvarlo, eso haría pedazos a Lia. Eso no estaba bien.

-¿Sabes?, siempre he creído en Dios. -Debí dejar de hablar, era su momento, era el momento de ella, de liberarse de todo aquello que tenía adentro y quizás mis palabras de "consuelo" solo empeoraría las cosas-. En ese que te escucha por las noches cuando no sabes qué hacer con tu vida, cuando los problemas y el dolor te queman desde adentro y te hacen ser una persona gris, sin alegría, sin un poco de luz que puedas compartir con los demás. Mejor dicho, creía en él. Pero ahora no me parece posible su existencia, porque he amado a mi Dios, él que creó la vida, el aire, el agua, los ríos, caminos, montañas, el amor, la familia... la familia. ¿De qué sirve que lo ame y lo adore? Si me condenó a vivir en un infierno durante los últimos treinta años.

Me casé con un hombre que parecía ser el mejor de todos, tenía educación, era atento; me llenaba de detalles, de besos y caricias que me hacían sentir que podía volar. Amaba los animales y donaba dinero a las fundaciones de niños en situación de calle y, sobre todo, me amaba, o eso intentó hacerme creer. Yo caí rendida a sus pies, lo amé con locura, acepté cada parte de su ser, su piel, sus labios, su mirada tierna llena de amor que era completamente para mí, fuimos novios tantos años durante nuestra juventud, hasta que un día me propuso matrimonio frente a toda mi familia en mi cumpleaños número 26, obviamente acepté.

Planeé mi boda con apoyo de todas mis amigas y mis hermanas, quería que fuera la mejor de todas, una boda de ensueño y lo conseguí. Los primeros años de matrimonio fueron alegría y un amor incuantificable. Compramos nuestra casa, conseguimos un hermoso auto, viajamos por varios países juntos en avión y hasta un crucero por Europa. Éramos la pareja perfecta, era el hombre de mi vida y cada momento agradecía que estuviera a mi lado. Unos años después llegó mi princesa hermosa, mi luz, mi camino. Lia entró en nuestras vidas y nos unió aún más, estábamos tan felices, tomamos tantas fotos de ella que llenamos más de 20 álbumes en menos de 2 años, grabamos videos de sus primeros pasos y pude conseguir grabarla cuando me llamó mamá por primera vez. Todo mundo la adoraba, era una niña hermosa realmente, creció siendo el centro de atención de todos y le dimos la mejor versión de nosotros como padres, como pareja y como personas.

Pero todo se fue a la basura cuando Jorge fue despedido de aquel trabajo que nos dio estabilidad por tanto tiempo, así que tuve que conseguir empleo y ser un apoyo para el hogar, algo que afectó su ego absurdo de macho que mantuvo oculto tanto tiempo. Le costó demasiado creer que una mujer era capaz de trabajar y aportar a la economía de su hogar, además para él no fue tan sencillo conseguir un empleo que estuviera al nivel del anterior. Comenzó a ser indiferente conmigo, comenzó a crearse ideas totalmente fuera de la realidad, las personas llenaban su corazón de veneno en mi contra, decían que yo llevaba los pantalones en la casa y que por esa razón era tan fácil que le fuera infiel, puras falacias. Todo eso lo llevó a caer en el alcohol, no pudo creer en mi palabra y cayó en garras de las mentiras creadas por gente cruel que destruyó un matrimonio por no saber quedarse callados.

Una tarde llegué de trabajar y pude notar que Jorge estaba tan ebrio como otras veces. Esta situación comenzaba a cansarme, pues, no podía tolerar que mi pequeña hija de ocho años viera a su padre en ese estado. Así que lo afronté... lo que fue mi peor error. Era más alto que yo, treinta centímetros más alto. Se paró frente a mí y dijo cosas que me dolieron demasiado y que aun después de tantos años no he podido olvidar. ¿Sabes qué fue lo peor? ¿Sabes cuál es el mayor infierno por el que ese infeliz me hizo pasar?

Mariana pasó de estar triste a demostrar aquel coraje que sin duda llevaba acumulado desde hacía tantos años. Movía las piernas de arriba a abajo sin detenerse y yo, por mi parte, estaba tan atento que solo podía ver cada detalle de su expresión corporal y verbal.

-Dímelo, Mariana

Eso debía servirle, sin duda, hablar es liberador y tenía que funcionar para que ella tomara fuerza de esos recuerdos.

-Dijo que yo había olvidado que tenía una hija y un esposo, así que me haría recordarlo. Puta, cualquiera, zorra... esas y muchas más fueron sus palabras. -Su historia me estaba poniendo ansioso, estaba consiguiendo que mi mente imaginara algo que esperaba que fuese erróneo. Recargué mi espalda por completo en el respaldo de la silla sin dejar de verla y continué escuchando su historia-. El hombre que elegí y por más de diez años amé con tanta locura, fue el mismo que me destruyó por completo. Me violó. -No me equivoqué, escuché aquella frase que esperaba fuera parte solo de mis malas ideas. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía decirle? No conseguía crear una idea en mi mente y ella continuó hablando-. Abusó de mi cuerpo y destruyó todo lo que yo en ese entonces era. Esa fortaleza, esa alegría que había en mi rostro, todo, absolutamente todo quedó en el olvido, Jorge se convirtió en el peor hombre que jamás había conocido.

Semanas después descubrí que estaba embarazada... fue así como Julián fue engendrado, de la peor manera. Tantas noches en mi habitación, abrazada de mi almohada, lloraba sintiéndome asquerosa, usada, como si yo fuera un maldito objeto de su propiedad que se atrevió a romper y tirar a la basura. Deseaba que aquel embarazo no se concretara, le pedí a mi Dios que se lo llevara, que lo arrancara de mi vientre y jamás me permitiera ver su cara. Creía que la cara de aquel niño me atormentaría el resto de mis años. Pero fue mi peor error, mis palabras me condenaron, porque entonces mi hijo nació y supe que él no era culpable y lo amaría con la misma intensidad que amé a su hermana y lo cuidaría con mi vida misma. Y ahora mira, ¿entonces Dios me está castigando? Por haberle pedido que arrancara a Julián de mis entrañas y por eso ahora me condena a este dolor, ¿Dios es tan rencoroso que no puede ver que yo era vulnerable y estaba herida?

Mi hijo lleva años sufriendo, agonizando todos los días y ni siquiera hay algo que pueda hacer por él, entonces una vez más me siento inservible, inútil. Lia parece odiarme porque no puede comprender que si me fui de la casa por un tiempo, fue porque ya no soportaba los golpes que su padre me daba todos los días, ya el cuerpo no dolía y mi alma no existía, con cada golpe que recibía solo me restaba amor propio y aun así, yo seguía convencida de que él cambiaría, que se daría cuenta del daño que me hacía, pero ese momento nunca llegó y por eso me fui, pensé en no volver jamás... pero un día él me buscó y me dijo que Julián estaba teniendo convulsiones frecuentes y que Lia y él me necesitaban. Entonces volví, quizás esa vez todo sería diferente.

Cada vez Mariana alzaba más la voz, las pocas personas que había en el lugar regresaban a vernos y ponían atención a todo lo que ella decía.

-Por favor, quiero escucharte, pero solo yo... no alces la voz. -Ella miró todo el lugar y entendió a lo que me refería, las personas tenían los ojos sobre ella.

-Volví solo para descubrir que mi pequeño hijo tenía cáncer, fue la noticia más devastadora que pude recibir. Todos enloquecimos, Lia se iba de la casa por horas y regresaba en la madrugada, lo que ocasionaba que Jorge perdiera aún más la cordura. Todos los insultos que antes yo recibía, ahora eran dirigidos a su propia hija, una niña de 17 años que no comprendía por qué su padre la trataba de esa manera. - Lia dijo que su padre era un monstruo, creí que exageraba, entonces comprobaba que no era así, no solo que era un monstruo, sino un demonio... cada vez que Mariana hablaba de él lo podía confirmar-. Jorge murió una noche hace cinco años, muchas dirán: "Pobre mujer, perdió a su esposo y al padre de sus hijos. Pobres niños, su padre ya no está para ellos". Pero nadie sabe que para nosotros tres, Jorge está mejor hecho cenizas. Esa noche nos golpeó, insultó, escupió y lastimó de mil formas más hasta cansarse, nos mandó directo al hospital con fracturas en todo el cuerpo, aún conservó cicatrices de aquellas heridas. -Mariana giró su cabeza hacia la derecha y descubrió la parte frontal que su largo cabello rojizo cubría y me mostró una cicatriz, grande y bastante notable, recorría desde su oreja hasta llegar a la barbilla. No tenía idea de qué pudo pasarle, pero no me atreví a preguntar-. Estuve ahí semanas. Al segundo día me dijeron que había muerto, que lo habían asesinado en un departamento, no dijeron más y tampoco pregunté más.

Lloré como reacción natural, no lloré por el hombre que era en la actualidad, sino por el que fue, por aquel joven tan lleno de vida y alegría que me dio tanto amor y felicidad, por aquel hombre comprensivo y carismático, por ese hombre con el que me casé que daba todo de él por su familia. Lloré por su recuerdo y no por el Jorge que casi nos mata a golpes a mí y a mi hija y lloré porque sabía que eso destruiría a mis hijos; ningún niño merece perder a su padre a esa edad, pero supe que por fin podría vivir en paz. Mi infierno a su lado había terminado y entonces jamás volvería a recibir un golpe que hiriera mi piel, jamás volvería a ser víctima de violencia, recibida por parte del hombre que alguna vez amé.

Al salir del hospital, todo el mundo me daba el pésame. Todos sentían lástima por mí, todos decían que mi esposo fue un gran hombre, ¿qué no veían mi cara desfigurada por los golpes que ese animal me dio? Era un tormento que podía soportar, después de todo pude soportarlo a él por años. Tres días transcurridos con normalidad, hasta que... Tuve la desgracia de ver un periódico, la noticia del mes, creo que del año. Sabía que había muerto de forma violenta, pero como ya te dije, nadie me dijo más y yo tampoco pregunté. Separaron toda su piel del resto de su cuerpo y lo colgaron en una pared como si fuera un animal de caza. ¿Qué clase de demonios es capaz de hacer eso? Es una pregunta que me cansé de hacerme a mí misma. Pero hay otra pregunta que hasta la fecha me sigo haciendo: ¿Jorge merecía morir de esa manera? Y me respondo a mí misma con un rotundo: sí.

Son imágenes que nunca podré sacar de mi mente, cada noche tengo pesadillas, donde ese hombre desollado viene y se lleva a mi hijo y me dice: "Por fin morirá", como si Jorge supiera mis malos deseos del pasado, es un castigo, Enrique, vivo en el mismo infierno y no hay ningún Dios que me pueda ayudar.

He vivido cosas aterradoras y, aun así, escuchar la historia de Mariana me tenía helado, nadie puede imaginar lo que una persona vive en su interior, el sufrimiento que la había perseguido por años y que aún no había podido desprender de su cuerpo.

-Mariana, ¿ha buscado ayuda? Después de tantos años, creo que debiste haber pensado un poco en ti y trabajar en todo esto que no te deja vivir, ¿cómo puedo ayudarte?

No creía que mis palabras sirvieran de nada, pero solo esperaba que supiera que intentaba entenderla y que a partir de ese momento tenía mi apoyo.

-Estoy muerta hace años, esto que ves aquí frente a ti es solamente la careta de lo que algún día existió. La imagen antigua de lo que un día fue una mujer, solo soy una fantasía creada por mí misma, intentando demostrar una fuerza que realmente no existe. No hay nada que puedas hacer. Julián morirá en poco tiempo, eso ya es definitivo y créeme lo que te voy a decir; me iré con él, pues, no pienso vivir con su recuerdo, no pienso seguir sin tocar su rostro y escuchar su hermosa risa por las mañanas. No pienso despertar cada mañana extrañado su voz diciéndome mamá, no voy a vivir el resto de mis años recordando al hijo que algún día tuve, no iré a su habitación y merodeando entre sus cobijas percibir su aroma para después derrumbarme a llorar. No lo haré, Enrique, no más, ya no más... Mi vida acabará después de saber que el corazón de mi hermoso ángel dejó de latir, después haber convertido el cuerpo de mi hijo en cenizas que se llevará el viento, viento que después traerá el recuerdo de 14 años de vida, viento que dejará dolor, nostalgia y furia dentro de mi corazón.

-Vamos, estás consiguiendo hacer trizas mi corazón, tienes que tener fe... te prometo que encontraré la manera de ayudarles y verás que Julián vivirá un poco más, si no es que todo esto tiene solución.

-¡No! Hoy, después de quince años, vuelvo a tener los mismos pensamientos atormentadores en mi mente. Y esta vez no siento culpa por decirlo. Quiero que se muera. -Se puso de pie y me obligó a hacerlo junto con ella. Estaba temblorosa y me tomó del rostro con ambas manos, me apretó con tanta fuerza, me miraba con aquella intensidad y coraje-. Quiero que muera, porque ya no puedo seguir viéndolo llorar, quiero que muera, porque no soporto escucharlo quedarse sin respiración por las noches. Quiero que muera, porque su piel cada vez es más delgada, sus huesos más frágiles y su cabeza cada vez tiene menos cabellos. Quiero que muera, porque sé que no es feliz, que muera porque cada día agoniza, que muera porque no merece este sufrir; que muera porque no hay nada que podamos hacer ya por él.

Que muera ya, que muera esta misma noche de ser necesario. Y si me tengo que ir al mismísimo infierno por desear con tanta fuerza que mi propio hijo muera, pues lo acepto y voy a quemarme eternamente en el infierno, todo porque su dolor acabe, todo porque sus ojos ya no suelten una lágrima nunca más.

Me dejó sin aliento, me dejó atónito y sin movimiento, terminó de hablar y sucedió algo aún más triste o eso creo yo. Sus piernas parecían doblarse, se sostuvo fuertemente con sus brazos de mis hombros y yo la tomé por la cintura. Recargó sus manos en las sillas y siguió llorando, posicionada de rodillas sobre el suelo, no sabía qué hacer. No había palabra que de mi boca pudiera salir y le causara alivio alguno. Solo debía dejarla llorar. Solo dejarla aferrarse a mi cuerpo en ese abrazo lleno de dolor.

            
            

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