El fin de semana había pasado frente a los ojos de Liz. Se había divertido tanto, que no tuvo tiempo de pensar en cosas negativas. La agradable sensación de haber disfrutado al máximo junto a sus amigos se superponía a todos sus pesares.
Era lunes por la mañana y Liz se estaba acicalando para ir a trabajar una vez más. Por alguna razón que Liz desconocía, se había despertado más temprano de lo normal y tenía una extraña energía que en ella era desconcertante.
Mientras la pelinegra terminaba de colocarse sus zapatos de tacón, escuchó como alguien luchaba y refunfuñaba a todo pulmón desde su cocina.
Liz sonrió.
Asomando su pequeño cuerpo en la cocina, Liz fue a ver cómo le iba a Maggie con la preparación del desayuno. La rubia había insistido en que Liz necesitaba comer más y decidió que prepararía su desayuno todos los días ya que Liz no comía de forma voluntaria. Si su pequeña y obstinada amiga no comía por ella misma, seria ella quien le diera de comer. Quisiera la pelinegra o no.
-Parece que necesitas ayuda con eso-. Rio Liz al ver como la rubia luchaba contra unos simples huevos fritos.
Maggie le lanzo una mirada de advertencia. -No me cul-pes por esto. -suspiró con frustración- En casa tenemos a alguien que se encarga de esto. Desde ahora en adelante tomare con más cariño el trabajo de Anna-. dijo Maggie haciendo un puchero.
Liz camino hacia su amiga esquivando a su felina amiga que había optado por dormir en medio de la cocina, tomo el lugar de Maggie y dándole un suave caderazo la desplazó de lo que estaba haciendo.
Liz tenía bastante conocimiento en las artes culinarias, podía preparar casi de todo, y unos huevos fritos no eran nada de qué preocuparse.
Mientras ella tomaba el control de su cocina, los recuerdos del día viernes por la noche golpearon su mente sin ser llamados, dejándola casi perpleja. Liz había olvidado por completo aquellos sucesos.
- ¿Estás bien? -pregunto Maggie al ver como el rostro de Liz palidecía.
La pelinegra trató de sonreír. -Claro, es solo que me acorde de algo desagradable.
Maggie podía distinguir perfectamente entre una mueca y una sonrisa- ¿Y ese algo desagradable tiene nombre? -el rostro de Maggie tenía una expresión de diversión.
Liz abrió sus ojos. ¿por qué era tan predecible?
-Al parecer tengo todo grabado en el rostro. Es horrible tener que mortificarme tan temprano con ideas vagas que no me llevarán a ningún sitio.
Maggie rio. -Bueno, supongo que ahora te está tocando vivir aquellas cosas que no experimentaste en tu adolescencia-. La rubia se encogió de hombros.
-Mejor haz algo más productivo. -gruño Liz. - Dale de comer a Mila, ella necesita bastante comida y agua.
Maggie con una sonrisa pícara hizo lo que su amiga le pidió. Era gracioso molestarla, sobre todo porque valía la pena ver sus muecas tan graciosas.
Cuando Liz terminó de preparar el desayuno, deposito cubiertos y vajilla para que ambas pudieran comer o de lo contrario Maggie se la pasaría refunfuñando. Liz se sentó en la pequeña mesa para dos personas que estaba en la mitad de su cocina y espero a que su amiga se sentara junto a ella.
-Gracias por el desayuno tan delicioso que me preparaste- bromeó Liz, llevándose la taza de café a la boca.
Maggie sonrió de mala gana y movía su cabeza de un lado a otro. -No te burles, traté de hacer lo mejor que pude. Pero si querías que queme tu casa, me hubieras dejado continuar.
-Solo bromeo, gracias por intentar hacer algo para mí.
-Sabes que haría lo que fuera por ti. -expresó Maggie con miel rebosante en la voz.
-Eres una pesada. -parloteo Liz en un susurro.
-No soportas nada. -respondió Maggie, ocultando una sonrisa.
Era agradable cuando las dos bromeaban de aquella manera, era algo tan natural entre ellas y ambas disfrutaban de la compañía de la otra. Maggie pasaba casi la mayor parte de su tiempo libre en compañía de Liz, ambas se trataban como hermanas.
Cuando ambas quedaron en silencio, Liz supo que era el momento perfecto para pasar a un tema más emocional y profundo.
-Entonces... Tú y Lucas...- Liz alzó sus cejas rítmicamente en forma burlona.
Maggie, quién estaba sorbiendo su café, se atraganto con este ante aquella insinuación. Liz observo la escena y su sonrisa se enancho. Al parecer todas sus predicciones se estaban haciendo realidad.
Maggie, que no esperaba ese tipo de pregunta, tornó su rostro a un color rojizo, y no era a causa del percance con el café.
* * *
Aquel fin de semana, Lucas había conocido por primera vez a Maggie, y ambos, como en una película de romance, habían conectado de inmediato. La atracción entre los dos incluso se podía palpar.
Entre los tres, idearon un panorama que consistió en ir al cine para que Lucas y Maggie se familiaricen. Ya entrada en la noche, pidieron comida china y comieron en casa de Liz. Ya para el domingo, optaron por ir al parque de atracciones, y por la tarde, un picnic en el parque más grande de la ciudad. Cuando la noche se hizo presente, por capricho de la Maggie, tuvieron una tarde de películas en casa de Liz, la cual no opuso resistencia al ver el rostro suplicante de su amiga al notarse que todo era una excusa para poder estar más tiempo en compañía de Lucas.
No hubo duda de que esos dos días fueron una buena distracción para Liz y un gran avance para sus amigos.
Los tres disfrutaron y se conocieron como si hubieran vuelto a la adolescencia. Amaba ver sonreír a su mejor amiga de aquella forma, y vio en Lucas una mirada que hasta el momento no había visto desde que lo conoció. Al parecer, había caído rendido ante los encantos de Maggie y como no culparlo. Maggie era una belleza en todos los sentidos.
Liz recordó como el domingo Lucas había aparecido temprano en su casa. Su visita la asombró, sobre todo, porque solo habían hecho planes para el sábado. Liz, toda somnolienta lo recibió y escuchó de sus planes. Se notaba que todo el plan estaba pensado para ser un día de tres. Por eso, no se sorprendió cuando Lucas preguntó con nerviosismo si Maggie podría acompañaros.
Liz dibujo una sonrisa en su rostro y gustosamente llamó a su mejor amiga. Parecían unos niños mientras montaban todos los juegos, y por primera vez, Liz no pensó tanto en Gabriel. Se distrajo, olvidándose de todo, como si nunca hubiera trabajado para aquel atractivo y enigmático hombre de ojos azules.
-Es un encanto. - suspiró Maggie después de que Lucas tuviera que irse debido a lo tarde que era. -Creo que por fin he encontrado a esa persona especial.
Liz nunca había escuchado a Maggie hablar tan emocionada respecto a los hombres, y mucho menos con aquel brillo en los ojos.
Eso sin duda había sido amor a primera vista. Aunque para Liz, ese concepto le causaba un tipo se sentimientos encontrados.
¿El amor a primera vista, realmente existía?
* * *
-Pues...-la rubia hizo una pausa-Luego de muchas indirectas, me invitó a salir. Solo los dos. - confesó Maggie con un susurro y con un ligero rubor en sus mejillas. Liz, quien estaba procesando sus palabras, se levantó de su silla como una niña y se abalanzo hacia su mejor amiga.
- ¡Eso es fantástico! ¡Maggs, me alegro mucho por ti! - gritó Liz con una voz chillona que desbordaba emoción.
-Y todo gracias a ti. -dijo Maggie entre aquella emoción que envolvía a las jóvenes.
Liz arrugo el ceño. - ¿Y yo que tengo que ver? Ni que lo hubiera condicionado para enamorarse de ti. -bromeó la muchacha.
Maggie rodó los ojos. -Oh, vamos, sólo cállate de una vez y deja que te agradezca. -dijo Maggie sonriéndole a Liz.
Las dos amigas se miraron, y Liz apartó la mirada para ver la hora. Hizo una mueca la ver que se le hacía tarde.
-Si llego tarde, Gabriel me regañará y quizás como castigo me hace redactar unos mil e-mails. Sabe que me cuesta seguirle el ritmo cuando me dicta. -dijo Liz de un salto mientras corría a su habitación para terminar de arreglarse.
Maggie se quedó sentada, con el ceño fruncido mientras la joven iba por su bolso.
<<¿Desde cuándo comenzó a tutearlo?>>
* * *
Maggie había logrado dejar a Liz en su trabajo con el tiempo justo.
A Liz le sudaban las manos de tan solo pensar en ver a su jefe y en como la hubiese regañado por llegar unos minutos tarde.
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Su voz interna estaba en lo cierto, ella no tenía motivos para estar nerviosa. Era lunes, venía con el tiempo justo y lo que más importaba, ella estaba aquí solo para hacer su trabajo. Era consciente de que no había nada mal, pero sus manos parecían no entender la situación y continuaban sudando mientras que su corazón no dejaba de golpetear en su pecho. El saber vería de nuevo a Gabriel, el mismo sujeto que estuvo a punto de besarla, el mismo hombre que nublaba su juicio, hacía que le sea imposible concentrarse.
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Liz dejó escapar un suspiro de resignación, sabía que era verdad. Como de costumbre, estaba sobre pensando demasiado las cosas. Ya era hora de actuar como la adulta que se suponer que era y no como una preadolescente hormonal.
La pelinegra, con sus pensamientos ya claros, entró en el edificio. Desde ahora sería aún más eficiente, una sombra que solo se encargaría de cumplir su labor a la perfección. Todo, con tal de que esa personificación de adonis no la regañara más.
Liz comenzó el mismo recorrido que en su primera semana; entrar en el edificio, esperar a que los números del ascensor descendieran lentamente, ir sola hacia el último piso. Pero al abrir las puertas de aquella gran caja metálica su trayecto se vio claramente interrumpido debido a dos personas, una más deseada que otra; Lucas y Gabriel.
<<¿Por qué me tiene que pasar esto un lunes en la mañana? >>Pensó la pelinegra con un aura de derrota.
Liz, al verlos cerró sus ojos como si de un reflejo se tratara, quizás se trataba de una alucinación y si cerraba los ojos deseando que al menos uno de ellos no estuviera allí, se haría realidad. No obstante, para su pesar, al abrirlos nuevamente, ellos aún seguían ahí. Mirándola con extrañeza.
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Lucas, quién se percató de su nerviosismo, habló para aliviar esa aura de completa derrota que emanaba su amiga.
-Hola hermosa. -saludo guiñándole un ojo y captando la atención de la pelinegra. Liz lo miró esperanzada y agradecida por ayudarla.
-Hola tú. - le contestó a su amigo con tono cómplice.
Gabriel, quien estaba siendo ignorado por ese par, observaba aquella escena que se desenvolvía frente a él como si fuera un fantasma. Ambos parecían muy cercanos, incluso más que antes.
Trató de ignorar su conversación y fingir que no le afectaba la ignorada del siglo que le estaban dando a él. El CEO de la empresa donde ambos trabajaban.
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Mientras Gabriel pensaba en como deshacerse de Lucas, su mirada no dejaba de buscar a Liz.
De entre todas las personas con las que se podía topar por la mañana -se lamentó Gabriel- ¿tenía que ser exactamente ella y el pasante de finanzas? ¿No podía castigarlo Dios de alguna manera menos cruel?
Pese a los lamentos de Gabriel y el aura negra que lo rodeaba, Liz parecía estar bien con eso. Sus sonrisas no denotaban incomodidad alguna. Gabriel reprimió un gruñido de frustración. No le costaba nada haberle dado un saludo de buenos días. Su orgullo estaba herido.
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El CEO trató de distraer su mente. Pensó en el parque de diversiones al que quería ir Mía y en cómo se podría feliz si la llevara. También recordó que su hermana le había pedido que la acompañara a realizar compras, mas no se podía concentrar en otra cosa que fuera el buscar los ojos de su secretaría. Quería que lo mirara a él.
<<¿Por qué nunca la he visto sonreír frente a mí? ¿Tanto me odia? >>Se preguntó Gabriel al ver como ella reía y sonreía frente a Lucas Anton.
Gabriel se dio cuenta de que Lizbeth, cada vez que estaba frente a él parecía un ciervo asustado, listo para correr en cualquier minuto. A la defensiva y con una actitud de lo más fría. Era muy diferente a la muchacha radiante que tenia en frente ahora mismo.
Gabriel sabía y reconocía que era un hijo de puta demasiado perfeccionista, pero eso nunca había sido problema para él. Ni siquiera le importaba que las personas se sintieran heridas si eso ayudaba a perfeccionar el trabajo. Pero ahora, que la imagen de Liz, asustada e incómoda aparecía en su mente, se replanteó si de verdad no era muy severo.
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Sin embargo, al ver la cálida sonrisa de Liz, se sintió amargado. En el fondo de sus pensamientos, quería verla sonreír. Más bien, quería ser la causa de esas sonrisas. Le desagradaba que un tercero sacara la luz que ella emanaba en ese momento.
¿Cuál era su relación con Anton? ¿Por qué siempre estaban juntos? Gabriel necesitaba respuestas, pero no sabía de qué forma preguntar. Y lo más importante ¿por qué le importaba saber las respuestas si se suponía que Lizbeth no era importante?
El singular pitido del ascensor sonó y las puertas se abrieron.
-Nos vemos al almuerzo, preciosa. -se despidió Lucas con una perfecta sonrisa de complicidad.
Liz lo despidió con la mano y con un rostro lleno de alegría-Hasta el almuerzo. - y las puertas del ascensor se cerraban.
El silencio inundó el elevador, el momento agradable que Liz había pasado se transformó en un momento muy incómodo, y no solo para ella, pero aun así ninguno se percató de ello.
Los pensamientos de Liz eran desorganizados y demasiado rápidos como para captar algo coherente. Ahora que Lucas no estaba para distraerla, no sabía hacia dónde mirar. Ni siquiera quería mover algún músculo. Todo su cuerpo estaba en alerta con miedo de que Gabriel la pillara fantaseando con sus labios...o su cuerpo.
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Podía sentir la mirada de Gabriel fija en su espalda, pero no se atrevía a preguntar si necesitaba algo. La sola idea de dirigirle la palabra la colocaba en un estado de nerviosismo evidente.
Por otro lado, Gabriel ansiaba llegar a su oficina cuanto antes. Desde que vio a Liz y a Lucas juntos, su capacidad para controlarse comenzó a descender. Su lado primitivo deseaba destrozar todo lo que se le cruzara a su paso y no sabía el por qué, cosa que aumentaba su ira.
Las puertas del elevador se abrieron y ambos dieron un pequeño brinco al escuchar el particular sonido que este hacía.
Gabriel se detuvo al lado de Liz más tiempo del necesario. Deseaba decirle algo, pero las palabras no salieron de su boca. Por segunda vez, se sintió estúpido al saber que aquella muchacha lo dejaba sin habla.
Liz lo miró con expectación. Notó su lucha por querer decirle algo. Instintivamente miro hora en el reloj de pared, ella venía a tiempo. Si no era para regañarla por la hora, ¿Por qué le hablaría?
- ¿Se encuentra bien? -pregunto Liz un poco nerviosa.
Gabriel miro sus verdes ojos y trago saliva. -Estoy bien, no es nada. -dijo con la voz ronca.
Liz se mordió el labio al darse cuenta de lo cerca que estaba su jefe, era una proximidad peligrosa para su cuerpo, pero aun así no quiso alejarse. ¡Y benditos dioses griegos!, olía demasiado bien para un ser terrenal. Liz pensó que debería ser pecado verse y oler bien.
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Liz, sin poder decir nada asintió con la cabeza. Quizás a él le pasaba lo mismo que a la mayoría las personas normales. Los lunes era el peor día de la semana y si él no estaba molesto por eso, entonces no sabía la causa de aquel ceño fruncido con el que la estaba mirando en este instante.
Gabriel se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de la joven, tanto así, que podía oler el aroma de su champoo. Gabriel se regañó internamente por lo atrayente que resultaba para él y por lo fácil que era caer preso de su intensa mirada.
Con el poco autocontrol que aún le quedaba, se alejó de Liz a regañadientes y con la elegancia que lo caracterizaba, se adentró en su oficina y cerró la puerta de un fuerte golpe.
Eso le dio a entender a la joven, que la conversación había finalizado y que debía comenzar su larga semana de trabajo. Resignada, camino hacia su escritorio y se dejó caer en su silla. Dejó salir un suspiro de alivio y decepción al saber que Gabriel no se encontraba cerca. Pensó en las múltiples reacciones vergonzosas que hubiera tenido si Lucas no hubiera estado con ella en aquel momento. Ella estaba se-gura de que se habría vuelto loca. O quizás se hubiera lanzado a sus brazos.
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* * *
Gabriel aún estaba molesto, pero eso no era impedimento para que realizar su trabajo. Trató de concentrarse en su papeleo habitual, sin embargo, su mente no dejaba de proyectarle a una sonriente hermosa joven de pelo negro.
Al darse cuenta del curso que estaban teniendo sus pensamientos, quiso quitarlos de su mente, arrojarlos lejos. Aun así, su intento fue inútil.
Gabriel se levantó de su escritorio furioso por no ser capaz de controlar aquellas nuevas emociones que le provocaba Liz. Se preguntó si acaso estaba bajo algún tipo de hechizo, ya que, para él, el comportamiento que estaba optando era algo nada racional. Quería destrozar su ropa y hundirse en su entrada como un salvaje de las cavernas.
Gabriel se pasó una mano por el rostro cargado de frustración. ¡Por todos los santos!, no podía pensar así de su secretaria. Pero quería tocarla, más de lo que quería e iba admitir.
La sonrisa de Liz aún estaba fresca en su memoria, las pequeñas carcajadas y el rosa de sus mejillas. De pronto, se dio cuenta del motivo de su enfado.
Una pequeña risa escapo de sus labios al ver lo ridículo que sonaba todo.
Él había estado irritado al ver lo bien que se llevaba Liz con el chico de finanzas. Estaba celoso.
<<¿Celos? Es ridículo. No puedo estar celoso de un simple pasante.>> Se dijo a sí mismo. Después de todo, Liz no era más que una secretaria. Una empelada provisoria a la que no vería más una vez volviera Amelia.
Después de pasear por su oficina unas quinientas veces, la mirada de Gabriel se detuvo en el redondo y lujoso reloj de pared. Faltaba poco para la hora de almuerzo.
El sábado, rebosante de confianza, había ideado un plan que consistía en invitar a la joven a almorzar para indagar más y desencantarse de una maldita vez.
¿Qué tenía Liz que la hacía tan deseable a sus ojos?
Él no era así, nunca había sido así. Nada ni nadie había despertado en él aquella sensación de interés. Todo era mera diversión. Sexo casual y con reglas marcadas desde el inicio. Liz ni siquiera el tipo de mujeres con las cuales solía coger. Pero ahora, esa pequeña y frágil chica era la protagonista de sus sueños y deseos más oscuros.
Todo sonaba ridículo cuando lo ponía en palabras y se avergonzaba de ello. Lizbeth era una secretaria que recién había comenzado su segunda semana. No encontraba explicación a sus descabellados pensamientos. Si no hubiera sido ella, cualquier otra mujer pudo haber tenido ese empleo.
Gabriel sacudió su cabeza ante el pensamiento de otra mujer siendo su secretaria, ¿habría sentido lo mismo por otra mujer? ¿Podría otra mujer provocar lo que Liz le provocaba? El CEO negó con la cabeza. Era imposible.
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Gabriel estaba teniendo una lucha consigo mismo. Su parte racional no daba crédito al poco sentido común que estaba teniendo con respecto a Liz, una joven de la cual no sabía nada, de la cual solo estaba encandilado. Pero a su vez, una parte que no conocía le decía que ella era mucho más, que ella estaba hecha para él.
Todos los recuerdos de Gabriel con el sexo opuesto eran iguales. Desde muy joven, las mujeres lo habían perseguido, lo habían deseado, nunca le faltó compañía. Sin duda podía tener a la mujer que quisiera con tan sólo un chasquido de sus dedos.
-Soy un hombre de veintiséis años, debo ser racional. -se dijo a si mismo sobándose las cienes.
Pensó de manera fría la situación que tenía frente a él. Debía ponerle un alto a todo lo que estaba sucediendo dentro de él, o cometería una locura.
Gabriel camino hacia su escritorio y tomo asiento. Si iba a pensar, debía haberlo con la cabeza fría, como si de un negocio se tratase.
Hasta ahora sabía que Lizbeth había llamado su atención debido a su peculiar forma de ser, sin dejar de lado su evidente belleza inocente.
Pero muy en el fondo, y por propia experiencia, él conocía cómo era el actuar de las mujeres. Eran calculadoras, manipuladoras, excelentes actrices y todo lo que deseaban, lo conseguían por medio del sexo.
¿Qué hacía diferente a Liz? Quizás estaba actuando, quizás esa belleza inocente era solo una máscara, aun así, el necesitaba conocer su verdadera naturaleza antes de poder juzgarla.
Con sus ideas claras y un plan bajo su manga, se levantó de su escritorio y salió en busca de su secretaria. Estaría a punto de acabar por fin con aquella disonancia que mantenía dentro de él.
Liz, quien estaba tecleando un e-mail, se sobresaltó al ver a Gabriel frente a ella, observándola como si fuera un objeto de estudio.
- ¿Ne...necesita algo? - tartamudeó Liz.
-Quiero que almuerce conmigo. -respondió Gabriel con su usual tono autoritario.
Liz abrió la boca y frunció el ceño, extrañada ante las pala-bras de su jefe.
- ¿Perdón? - preguntó con desconcierto. Necesitaba escuchar una segunda vez las palabras dichas por su jefe para comprobar que no había escuchado mal.
Gabriel se notaba incómodo.
-Lo que escuchó, señorita Tyler, deseo que almuerce conmigo.
El cuerpo de Liz se puso rígido, pero su mirada no dejó en evidencia el repentino nerviosismo que se comenzaba a apoderar de su cuerpo. Con el dominio total de sus emociones, Liz adoptó una mirada neutra e indiferente. -Lo siento, ya tengo planes de almorzar con mi amigo. -dijo Liz, refiriéndose a Lucas.
-Señorita Lizbeth, cuando dije que deseaba almorzar con usted, no estaba haciendo una petición, se lo estaba informando.
Liz abrió y cerró la boca ante la declaración de Gabriel. ¿Estaba hablando en serio? ¿podía ser más cabrón? A Liz se le escapó un bufido de indignación. ¿Cuál era su problema? Resultaba que ahora él también era dueño de su preciada hora de almuerzo.
Si al menos su petición hubiera sido más amable. ¿Acaso en el vocabulario de Gabriel no existiera la palabra "por favor"?
A Liz no le quedo más opción que asentir afirmativamente a la petición de su jefe, pero eso no significaba que estuviera feliz por eso.
Entonces los sucesos de la recepción vinieron a su mente. Sus manos se tornaron aún más sudorosas y su mente comenzó a formular diferentes hipótesis ante aquella invitación. Si su deducción final no estaba errada, él tenía la intención de aclarar lo sucedido, decirle que había sido un desliz que jamás se haría realidad. Pero a su vez, en un pequeño rincón de su cabeza una alarma comenzó a sonar, dejando el rostro de Liz aún más blanco de lo que ya era.
¿La despediría? ¿La regañaría? ¿Le diría que era una secretaria incompetente que necesitaba ser reemplazada?
La ansiedad comenzó a crecer y las palabras se atoraron en su garganta. Evitando la penetrante mirada de su jefe, Liz miro el reloj. La hora de almuerzo había comenzado.
Liz se levantó de su lugar y tomo su cartera. Gabriel, quien estaba de pie, observando sus movimientos, podía ver el pálido rostro de Liz. Frunció el ceño y se preguntó internamente si era correcto hacer esto. Quizás ella no quería estar a solas con él, quizás el pasante de finanzas era su novio y ella tenía miedo de que él se enojara si se enteraba que estaba yendo a almorzar con él.
Estuvo a punto de cancelar la salida, pero su lado no racional se negó a dejarla ir. Debía de averiguar qué tipo de mujer era Lizbeth Tyler o se volvería loco.
-Si estamos listos, vámonos. - dijo Gabriel mientras esperaba a la joven en las puertas del ascensor.
Liz no sabía que expresión hacer. En su rostro estaba dibujado su desconcierto y su creciente miedo a ser despedida. La joven estaba absorta en sus pensamientos, por eso, cuando sonó su celular, se exaltó.
Era un mensaje de Maggie en el que decía que tenía algo muy importante que contarle. Liz sonrió, tecleo una rápida respuesta y guardo su celular en el bolsillo de su abrigo.
Las puertas del ascensor se abrieron, ambos abandonaron el interior del elevador e iniciaron su marcha hacia las afue-ras de la empresa. Liz podía sentir como las miradas se posaban sobre ellos, haciéndola sonrojar.
Ambos estaban saliendo de la compañía cuando por la mente de Liz cruzo el rostro de Lucas.
El seguramente la estaría esperando o la habría ido a bus-car a su oficina. Saco nuevamente su celular y tecleo un rápido mensaje de texto.
Gabriel miraba atentamente como Liz tecleaba de forma sobrehumana su celular. Por sus expresiones dedujo que le estaba explicando al castaño de finanzas su ausencia.
Una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro al imaginarlo comiendo solo, sin la compañía de Liz.
* * *
Liz caminaba al lado de Gabriel y de vez en cuando lo miraba de reojo. El no parecía notar su presencia o al parecer la estaba ignorando.
Gabriel, quien era consciente de las miradas que Liz le daba, trató de mantener lo mejor que pudo su rostro de póker. Él se había dado cuenta de que todo el edificio los había visto salir juntos, pero no le importó. De momento tenía junto a él, a la persona que le interesaba, de los rumores se encargaría más tarde.
Gabriel resistió lo más que pudo, pero fue en vano. Era como si los ojos de Liz lo llamaran, así que, sin darse cuenta el correspondió a la mirada de la pelinegra.
Sentir la profunda mirada de Liz lo dejó sin aliento. Sus profundos ojos eran de un verde atractivo, no sabía clasificar exactamente el color de sus ojos, pero si sabía que eran hermosos. Como estar perdido en medio de un bosque en pleno verano.
Liz se sonrojó al darse cuenta de que la había atrapado mirándolo. Los profundos ojos azules de Gabriel eran hermosamente atrayentes. Te daban ganas de mirarlos para siempre. Como si al verlos, te sumergieras en lo profundo del mar. No obstante, dentro de ella aún quedaba un poco de dignidad, así que su conciencia envió una señal de alarma diciéndole que apartara la mirada lo más rápido que pudiera.
Ambos rompieron el contacto visual y dentro del pecho de la joven se produjo un vacío al darse cuenta de que a Gabriel no le costó nada romper aquella mágica escena.
Gabriel por otro lado, se dio cuenta de que se habían detenido en mitad de la acera, impidiéndole llegar a su destino final, aunque, de alguna forma su yo interior le dio una importante respuesta: no sabía a dónde iban.
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Liz, quién se sentía fuera de contextualización, no sabía qué hacer. Si hablaba, podía hacer que Gabriel se molestara. Pero, por otro lado, deseaba saber el motivo por el cual la llevó a almorzar. No lo veía propio de él. No lo imaginaba almorzando con su personal sin que haya motivos laborales de por medio. Aun así, se armó de valor para hacerle notar su desconcierto.
- ¿A dónde vamos? ¿Estamos perdidos? - preguntó Liz con voz neutra al ver que su jefe se había detenido de pronto. Habían caminado tres cuadras, pasado dos locales de comida y él no parecía saber a dónde se dirigían.
No estaban perdidos, pero Gabriel no supo que contestar a la pregunta de Liz, porque tampoco sabía a donde iban. Por lo general, a su hora de almuerzo siempre conducía a su casa ya que solo estaba a diez minutos de la oficina, o a veces iba a beber un café a la cafetería de la esquina cuando necesitaba desestresarse. Quiso golpearse al no saber dónde llevarla. Gabriel se masajeo el puente de su nariz para pensar en un plan rápido.
Él nunca llevaba mujeres a su casa, era bueno cocinando, pero no la llevaría a su casa, no aún. Estaba comenzando a pensar que todo esto era una mierda de plan. Se repitió a si mismo que esta era la primera y única vez que la sacaría a almorzar.
- ¿Por qué no comemos aquí? - Interrumpió Liz al ver el rostro afligido de su jefe.
Gabriel enfoco su mirada en el mismo lugar que los ojos de Liz veían. Era un local de comida rápida. ¿En serio ella planeaba comer allí? ¿Le estaba tomando el pelo?
- ¿Está segura de que deseas comer allí? ¿No es algo muy corriente? - el desconcierto de Gabriel no sorprendió a Liz, quien asintió en afirmación.
El gesto de Liz lo dejó sin palabras. Gabriel esperaba cualquier cosa, menos un local de comida rápida. Ni siquiera se hubiera sorprendido si le pedía algún restaurant caro y sofisticado. Nunca paso por sus pensamientos que ella quisiera comer en un lugar como ese.
Liz, al ver que ya habían decidido donde comer, y sin esperar que Gabriel la siguiera, entró en el local.
El olor a papas fritas inundó las fosas nasales de ambos, solo que el efecto no fue el mismo en ellos. Gabriel esperaba no quedar impregnado con el olor a frituras, mientras que a Liz se le hacía agua la boca por probar una porción de aquellas papas.
Liz, como toda una experta, escogió una mesa cerca de la puerta y la cual contaba con una ventana abierta en la parte superior del gran ventanal, ya que desde aquel ángulo podía deleitarse con el olor sin preocuparse por quedar pasados a frituras. Con el rostro sonriente, la joven tomó asiento.
Esto era algo que Maggie y ella solían hacer mínimo dos veces por mes. Desde que Liz le enseñó el mundo de la comida chatarra a Maggie, esta insistía en salir a comer a este tipo de sitios. Además, eran baratos y servían mucha comida. Era comida chatarra, pero les llenaba muy bien el estómago.
Liz sonrío al ver el desconcertado rostro de Gabriel mientras observaba el local. Era evidente que no acostumbraba este tipo de sitios.
Gabriel observó el local detenidamente. El solía frecuentar lugares de comida rápida con Mía, pero aun así los lugares no carecían de clase. En comparación, este lugar se miraba un poco bajo de nivel para su gusto y se preguntó si la comida no le daría dolor de estómago.
La miraba de Gabriel cayó sobre el color blanco de las paredes, y sobre los cuadros de estilo retro que colgaban por las paredes. Al menos se veía pulcro.
Gabriel suspiro para sus adentros y por primera vez en minutos, miro a Liz. Ella se veía a gusto y con una sonrisa de agrado en su rostro. Al ver lo bien que se veía su secretaria, pensó que haber ido a aquel lugar no era tan malo.
- ¿Se va a quedar de pie o va a tomar asiento? - pregunto Liz con tono de burla. Por alguna razón ya no se sentía tan nerviosa.
Gabriel tosió para disimular la sonrisa que se estaba formando en su rostro. Con la gracia que solo Gabriel poseía, tomo asiento frente a la muchacha. Guardo silencio por unos momentos y sin más rodeos dejo salir las palabras.
-Supongo que no sabe el motivo de mi invitación ¿verdad? -hablo Gabriel con un serio tono de voz.
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-Si le soy sincera, tengo bastante curiosidad. -ella coloco sus manos sobre mesa como si estuviera negociando. -¿Quizás he estado haciendo mal mi trabajo y planea reemplazarme?
Gabriel abrió los ojos al escuchar la sinceridad de su voz, no esperaba que fuera tan directa.
-Esa no era la respuesta que esperaba, pero ya que estamos siendo sinceros. -dijo Gabriel mirándola a los ojos-No la invite para despedirla o para recriminar su trabajo. De hecho, estamos aquí porque quiero saber más de usted-. Okey, eso había salido mejor de lo que él esperaba.
Liz frunció el ceño al no saber cómo interpretar las palabras de Gabriel. Para ser un Ceo de renombre, tenía serios problemas de comunicación.
-Lo que quise decir señorita Tyler, es que tomemos esta instancia como su entrevista de trabajo ¿de acuerdo? -Gabriel sabía que ella no sería tan ilusa como para creer semejantes palabras que ni siquiera el sentía reales. No podía ser tan directo y decirle que últimamente estaba teniendo un encaprichamiento a tal punto que deseaba besarla hasta dejarla sin aliento.
Liz no comprendía la situación. Era más que obvio que el emotivo eran mentira. Esta rea su segunda semana y en ningún momento se había preocupado por la entrevista de trabajo ¿era necesario pasar nuevamente por esto?
- ¿la entrevista que me realizo Amelia no fue suficiente? Ella me hizo algunas preguntas e incluso me dijo que no era necesario experiencia para obtener el puesto. -dijo Liz aun con el ceño fruncido.
Gabriel sonrió de medio lado. -Aquellas preguntas solo eran rutinarias, para ver si era merecedora del cargo. Lo que deseo saber ahora son cosas más personales. Necesito comprobar que la persona que trabaja para mi es confiable. -vaya, todo estaba saliendo cada vez mejor. Gabriel quería felicitarse a él mismo por el ingenio.
Liz suspiro, ya era tarde para arrepentirse de haberlo acompañado. Ya resignada ante la situación, Liz miró a Gabriel y le correspondió la sonrisa.
-Pues usted dirá ¿qué quiere saber de mí? -respondió Liz sin quitar los ojos de su jefe.
Esto era lo que Gabriel había estado esperando. Sin duda estaba resultando mejor de lo que esperaba. Por fin estaba a punto de conocer un poco más a su secretaria.
Gabriel estaba seguro de que después de esto, se daría cuenta de que Liz sólo era otra mujer que no poseía encantos hechizantes y que solo era una joven bonita, pero común y corriente, al fin y al cabo.
Por fin dejaría de sentirse atraído hacia ella. Por fin seria libre.
O eso esperaba.