Gabriel manejó todo el camino en completo silencio, refle-xionando sobre sus acciones y sobre cómo no estaba siendo el mismo aquella noche. Aunque para ser precisos, no estaba siendo el mismo desde el día en que conoció a la señorita Tyler.
Aun no podía creer del todo que estuvo a punto de besar a Liz, ¿y lo peor? Él lo quería, en serio quería hacerlo.
El pensante Gabriel estacionó su deportivo frente a una pequeña casa, a la cual había llegado gracias a las justas y precisas indicaciones de Liz.
Este era sin duda uno de los momentos más incomodos que él había tenido en mucho tiempo, claro, eso si no contaba el momento de aquel fatídico primer día junto a Liz.
-Gracias por traerme. - la voz de Liz era cortante y fría. Incluso ella misma se daba cuenta de ello, pero no le importaba.
Liz se liberó del cinturón de seguridad y se encontraba lista para bajar del auto y olvidar esa desastrosa noche para siempre. Ella estaba molesta, molesta con ella misma. Odiaba sentirse vulnerable, y, sobre todo, pese a la horrible situación que había pasado, odiaba sentir que quería ser besada por su jefe. ¡Dios! Si de algo estaba segura, era de que nunca más volvería a beber alcohol.
Gabriel notó el frio tono de voz de la muchacha y no la culpaba, aun así, no podía dejar que ella se fuera de ese modo, debía ofrecer una explicación y sobre todo una disculpa. Liz estaba lista y dispuesta para salir corriendo de una vez por todas, pero Gabriel la detuvo por el brazo.
-Yo... -él titubeó-, yo siento mucho lo de hace un rato. -Gabriel se disculpó con toda la sinceridad que pudo pese a que se sentía extraño haciéndolo. El no acostumbraba a disculparse. Aun así, lo que más lo desconcertaba era el hecho de que no sabía el por qué tenía la necesidad de pedir disculpas. Él no conocía a la chica y no le interesaba conocerla.
Para él, Liz era una completa extraña. Sin embargo, todo su ser se sentía atraído como si se tratase de un embrujo.
El no negaba el hecho de que Liz era atractiva de una forma en que solo ella lo podía ser. Y hasta ese momento, ninguna mujer le había provocado aquella curiosidad. Estaba confundido porque no comprendía que la hacía diferente a las demás. Toda su vida estuvo rodeado de mujeres que solo buscaban en él algo carnal. Nadie ofreció más y todas pedían atenciones que él no creía que mereciesen. Y Nadie lo podía culpar, ya que desde pequeño creció viendo como todas buscaban algún beneficio en él, ya sea en relaciones de amistad o en el área sentimental. Todos quería algo, y no era precisamente el placer de su compañía. Descartando a su familia, Gabriel no había tenido muestras de cariño significativas. Y no es como si su familia le demostrara mucho afecto.
-No es nada, hasta el lunes Lizbeth, que descanses. -Fue todo lo que dijo Gabriel después de aquella extraña reflexión con el mismo.
La joven hizo una mueca al cuchar su nombre, deseaba gritarle que dejara de llamarla Lizbeth, que odiaba ese nombre, que no quería volver a verlo jamás en su vida, que lo odiaba, que renunciaba en ese mismo momento. Aun así, no hizo ni dijo nada, solo tomó una bocanada de aire y se bajó del vehículo lo más rápido que aquellos zapatos de tacón le permitieron. Liz solo necesitaba estar lo más lejos posible de Gabriel, quien estaba haciendo un lío con sus sentimientos.
Liz caminó hacia su casa y tuvo que reprimir el fuerte impulso que tenia de voltear la cabeza para ver si el auto aún seguía estacionado. Saco las llaves para abrir la puerta, pero no las encontraba por ningún lado.
Sus manos temblaban. Siempre que estaba nerviosa sus manos se volvían más torpes.
Liz estaba a punto de sufrir un ataque de ira y gritar como una loca al no ser capaz de encontrar las llaves. Estaba segura de que, si no las encontraba en los próximos minutos, arrojaría su cartera muy lejos. No estaba de humor para buscarlas con calma. La vergüenza, la rabia y desilusión querían aflorar, todas juntas. Quería deshacerse de ese maldito maquillaje y esa linda ropa para poder refugiarse en su cama hasta que todo sea olvidado y pudiera volver a ser ella misma.
Liz entendía que desde un principio aquella salida con su jefe sería un gran problema pero aun así ella fue, teniendo la esperanza de que su relación de trabajo se volviera más amena. Que ingenua había sido.
[-Es normal hacerse ideas equivocadas si tu jefe muestra algo de interés en ti. Así que mi consejo es que no te hagas falsas ilusiones en esa pequeña cabecita tuya.] Liz recordó las palabras de la rubia y más impotencia sentía. Ya no sentía la confianza de decir que nada pasaba dentro de su mente.
Después de lo que pareció una eternidad, sintió el frio del acero inoxidable en sus manos. Saco las llaves con un suspiro de alivio y abrió la puerta de su casa para luego cerrarla de un fiero portazo.
La casa estaba fría y oscura, pero aun así distinguió la felina silueta de Mila que venía en su encuentro. Al menos alguien se alegraba de verla.
Después de dejarle agua nueva y comida, Liz camino hasta su cuarto y comenzó a desvestirse para colocarse su pijama, demasiado glamur por una noche. Si por ella fuera, no quería repetir esta experiencia hasta su siguiente vida.
Ya estando acostada, tomo su celular y le envió un texto a Maggie, de lo contrario su amiga era capaz de llamarla en medio de la madrugada para pedir detalles.
< ¿Qué tal te fue?>
Finalizó la charla.
Liz dejó su celular debajo de la almohada, y como el sueño no venía a ella, su mente comenzó a recrear la escena que no se completó dentro de aquel deportivo. ¿Cómo pudo desear aquel beso? ¿El habría querido besarla o había sido su imaginación? Odiaba albergar un rastro de esperanza positiva dentro de ella. Detestaba tener esa lucha interna, así no era ella. Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras recordaba el espantoso momento de aquel callejón. ¿Por qué no pudo gritar por ayuda? ¿Por qué le pasaban esas cosas a ella? Liz estaba segura de que cuando Maggie se enterase de aquel episodio, la regañaría, la reprendería por dejar que las demás personas pasaran por sobre ella.
Liz era joven, un poco ingenua a pesar de todo lo que había vivido e inexperta en algunas áreas, no era diferente a las demás personas, pero era consciente de que el dinero te daba poder.
Ella no se había defendido de su atacante por miedo a per-der ese empleo que podía ayudarla bastante. Liz no estaba segura de que tipo de relación tenía con Gabriel, pero sabía que el salario de su trabajo era bastante bueno y que debía de conservarlo pasara lo que pasara. Aun así, lo que provocaba más ira en ella era no poder hacer nada contra eso. Si Gabriel no hubiera llegado para ayudarla-se abrazó a si mima al pensarlo-ella no hubiera podido hacer nada.
Sus pensamientos pasaron del horror al desconcierto nuevamente. ¿Por qué Gabriel despertaba tantas cosas en ella? ¿Qué hacía él para que estuviera presente en sus pensamientos? Liz sabía que él era guapo, lo reconocía, pero ¿y qué? Había muchos hombres más en la tierra, Lucas era uno de ellos, él era amable y un buen partido, pero su yo interior estaba de acuerdo en que Lucas no era Gabriel, y ella no lo veía de una manera romántica.
Liz rodo de frustración por su cama ante los delirios de su desquiciada mente. Ella solía ser una chica de ideas claras, no pensaba mucho en las cosas y era feliz en su pequeña burbuja. Pero ahí había llegado aquel imponente hombre que con su intensa mirada azul y esa fachada de jefe severo impenetrable que le había movido el suelo de una forma que nunca había experimentado antes.
Al menos tenía como consuelo esos dos días del fin de semana para asimilar esa pequeña humillación del casi beso. Tendría dos largos días para aclarar sus pensamientos, y para ello necesitaba sin duda a su mejor amiga. Para bien o para mal, era momento de decirle todo.
No obstante, una voz de alarma se disparó en el subconsciente. Maggie estaría muy molesta por haberle guardado todos aquellos acontecimientos que no debían ser guardados-no sabía si reír o estar asustada-Aun así, estaba segura de que luego de enterarse de todo, estaría saltando de alegría, era Maggie de quien se trataba. La rubia tenía una idea del romanticismo que solo alguien como ella la podría tener.
Liz suspiro.
Ella nunca había tenido tiempo para enamorarse, ni mucho menos para pensar en tener un novio. Su vida era demasiado complicada y tenía demasiadas obligaciones y prioridades que debía saciar antes de pensar en tener una relación romántica. Pero tampoco era una santa, en su adolescencia había besado a uno que otro chico, pero nunca surgió algo serio que la hiciera querer más.
Al final, Liz optó por dejar de pensar. Relajó su cuerpo y adoptó la posición más cómoda para dormir. Sintió como un pequeño bulto se acomodaba a los pies de su cama y sonrió al percibir los ronroneos de su gata. La joven se decidió por dejar su mente en blanco, si dejaba de darle vueltas a todo, podría ser capaz de dormir.
* * *
El sonido del celular reproduciendo a Paramore la hizo saltar-literalmente-de la cama. La joven tomó el aparato en sus manos y silenció la llamada aun medio dormida, pero sus ojos se abrieron de golpe al ver que había tres mensajes de Maggie que no se leían nada tiernos.
¿Qué hora es? Se preguntó la joven mientras miraba el reloj que colgaba en su pared. Este marcaba pasada las diez de la mañana. Al menos no había dormido un día completo.
Su celular volvió a sonar y esta vez contestó.
- ¿Qué sucede?, aun no son ni las once. - Liz bostezó mientras caminaba en busca de ropa limpia para colocarse.
-Solo me quería asegurar de que estuvieras despierta y en tu casa-dijo Maggie burlándose.
Liz se detuvo frente a su closet y hurgo en el. Sacó una playera negra con un estampado de Batman y un pantalón deportivo de color blanco. Le tomo solo unos segundos hacerse una desarmada cola de aballo mientras hacia maniobras para sostener su celular.
- ¿Ya estas vestida? -pregunto Maggie.
-Acabo de terminar. -respondió Liz mientras caminaba por su cuarto recogiendo la ropa que había dejado regada la noche anterior.
-Te dije que te contare todo, pero cuando nos veamos. - dijo Liz al no escuchar una palabra más por parte de su rubia amiga al otro lado de la línea. Aunque en el fondo de ella había comenzado a dudar si era buena idea contarle todo.
-Mmmm-dijo Maggie con un tono burlón-, pues resulta que estoy en la entrada de tu casa.
Liz rodó los ojos. Debió de suponer que Maggie sería capaz de algo así. Aún así, una sonrisa asomo en su rostro. Amaba esa parte impredecible de su amiga.
-Solo dime que trajiste el desayuno. - dijo Liz al estar completamente resignada.
- Si lo dudas es porque aún no me conoces, nena. -contestó Maggie con divertido sarcasmo.
Liz atravesó su living esquivando a una perezosa Mila y abrió la puerta, encontrándose con su rubia amiga, la cual sostenía en sus manos una caja de cartón con las que Liz estaba bastante familiarizada.
- ¡Donas! -exclamo Liz mientras le arrebataba la caja y la abría para ver el interior- y son mis favoritas.
-Nuestras favoritas. -dijo Maggie mientras arrebataba la caja de las manos a Liz y le giñaba un ojo.
Liz se quedó de pie en el umbral de la puerta mientras observaba como Maggie tenía el dominio completo de su cocina, preparando el desayuno.
-No me mires así. -dijo Maggie mientras depositaba la caja de donas sobre la pequeña mesa de Liz-Sabes que me gusta consentirte, y más si es después de una larga noche como al que tuviste anoche.
Liz resistió la tentación de colocar los ojos en blanco al escuchar como Maggie ponía énfasis en las palabras: larga noche.
Se hizo un silencio entre las amigas. Liz no sabía cómo tocar el tema y estaba comenzando a ponerse nerviosa, pero muy dentro de ella se moría de ganas por contarle todo a su mejor amiga. Necesitaba desahogarse y escuchar un consejo.
Liz suspiró. Si no era ahora no sería nunca.
- ¿Te enojarías conmigo si te digo que he omitido algunas cosas con mi trabajo? - preguntó Liz en tono dubitativo.
Maggie frunció el ceño ante la repentina y extraña pregunta de su amiga.
- ¿A qué te refieres? -Maggie había dejado de hacer lo que estaba haciendo para mirar a Liz.
Liz suspiro nuevamente.
-Yo... como que no logro congeniar con mi jefe. Hemos tenido algunas situaciones extrañas y ahora estoy confundida. -dijo Liz mientras se sentaba en su sofá para evitar los penetrantes ojos de su amiga.
- ¿Se atrevió a propasarse contigo? -La pregunta de Maggie había salido con un tono sombrío pero cauteloso.
Liz negó con la cabeza.
-Él no sería capaz de hacer algo así-palmeo el sillón, invitando a que Maggie se sentara a su lado-, pero es mejor que te sientes, lo que te contaré será la versión Blu-ray y extendida de mi primera semana como secretaria de Gabriel Wells.
* * *
Maggie escuchó atentamente cada palabra que dijo su amiga. Todo era bastante extraño, pero a la vez emocionante. Dentro de ella se estaban formando sentimientos de enojo y comprensión al escuchar como Liz describía a per-sonalidad de Gabriel. Aun así, al ver el rostro con el que su mejor amiga relataba los hechos, se sentía extrañamente feliz del mismo modo en que una madre se siente orgullosa de su hija.
- ¿Crees en el amor a primera vista? -preguntó Maggie con más entusiasmo del que pretendía.
Liz frunció el ceño, confundida.
-Claro que no. Eso es demasiado superficial.
Maggie sonrió al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
-Supongo que tú lo ves de esa forma, pero si me pregutas a mí, el amor a primera vista es más como una conexión predestinada.
-Está claro que ambas lo vemos de forma distinta. Creo que tengo que dejar de prestarte mis libros de romance. -contestó Liz mientras acariciaba el lomo de su gata, que de momento estaba muy cómoda en sus piernas.
Maggie sonrió.
-Seria aburrido si no tuviéramos diferencias de opiniones.
-Pero, de cualquier modo, no creo que el sienta algo especial por mí, no nos conocemos y llevo allí solo una semana. Sin mencionar que no soy nada interesante y no poseo ningún atractivo que destaque. -susurro Liz más para ella que para su amiga.
Maggie suspiro de frustración. Liz tenía una autoestima que fácilmente se venía abajo.
Liz era la única persona que no veía lo hermosa que era. Era una persona atractiva tanto por dentro como por fuera. Esos hermosos y grandes ojos verdes parecían dos gemas de esmeralda que hipnotizaban a cualquier persona, además, tenía un bello rostro angelical con unas adorables pecas alrededor de su nariz. Su cuerpo era atractivo, pero era necesario que subiera un poco más de peso. Aún así, Liz parecía no darse cuenta de su atractivo. Maggie tuvo que reprimir fuertemente el impulso de golpearla.
- Pero él estuvo a punto de besarte anoche. -Argumentó Maggie, quien no podía ocultar su sonrisa de satisfacción al saber que uno de los solteros más codiciados estaba cayendo ante los encantos de su mejor amiga. -Eso debe de significar algo.
Liz se encogió de hombros y su mirada se entristeció
- ¿Acaso es muy extraño que un hombre guapo haya querido besarte? Porque yo no lo creo, eres bella y anoche estabas completamente besable. -dijo Maggie tratando de animarla.
Liz negó con la cabeza.
-No lo sé. Ya no logro pensar bien cuando estoy al lado de él. Es demasiado abrumador para mí. Sabes que no soy de las chicas que van por ahí perdiendo la cabeza por cualquier rostro bonito. Pero no lo sé, no soy yo misma. -se notaba la frustración en su voz.
Maggie sonrió y le acaricio el cabello.
-Ya te acostumbraras, Lizzy Bu. Quizás es solo la primera impresión. Ya verás que no es nada del otro mundo cuando ya te acostumbres a verlo seguido. Gabriel Wells quizás es como un personaje de tus libros y por eso te sientes abrumada. Si te acostumbras a él, quizás su encanto ira perdiendo efecto y ya verás que quizás no es tan guapo como crees. Es solo que te falta experiencia con hombres, ya lo superaras.
Liz miro a su mejor amiga y le sonrió muy hermosamente. Ella sabía exactamente que decirle.
Por alguna razón, en la mente de Maggie se había formado la hipótesis de que Gabriel se sentía atraído hacia Liz y que él no sabía cómo reaccionar a eso, por otro lado, ella era consciente sobre lo inexperta que era Liz en el tema de los hombres, pero se negaba a aceptar que quizás Gabriel le había comenzado a gustar.
Maggie se levantó en silencio del sofá y volvió a sus quehaceres. Ella no estaba segura de a dónde iban a llegar las cosas entre Gabriel y Liz, pero presentía que lo que su amiga sentía por su jefe, era algo más que una atracción momentánea.
De momento solo tomaría el papel de espectadora y dejaría que las cosas fluyeran como deberían, pero se prometió a sí misma que si ese rostro bonito de su jefe la hacía llorar, su rostro ya no sería tan bonito.
* * *
Gabriel abrió los ojos al sentir que un pequeño bulto se posaba sobre su estómago haciendo que le sea difícil respirar. Se quedó quieto esperando a que aquel peso desapareciera, pero nada paso.
-Tío, ya desperta. No seas frojo. Mamá dice que es maro dorimir mucho.
Gabriel posó su azul mirada en un pequeño y redondo rostro que poseía unos ojos casi tan azules como los de él, y los que ahora se encontraban a centímetros de sus facciones.
-Resulta que tu tío llegó muy tarde por estar trabajando y necesita reponer energías. - Contestó Gabriel mientras sus manos agarraban a la pequeña por la cintura y comenzaba a hacerle cosquillas.
La niña reía a todo pulmón.
-Tío, retente, me hago pis-suplicaba la niña para que las cosquillas acabases.
Gabriel dejó tranquila a la pequeña niña para que recuperara el aliento.
- ¿Está mi hermana en casa? - pregunto Gabriel mientras se sentaba en su cama.
La niña rodó los ojos.
-Craro que esta ¿Cómo creesh que llegué aquí?
Gabriel reprimió una sonrisa. Su sobrina tenía cuatro años y medio y era hija de su hermana mayor.
Mía, era muy inteligente y perspicaz. Era exactamente una copia de su hermana mayor de pequeña y era una niña adorable y tierna, y la cual hasta el momento era la luz de sus ojos.
-Entonces ve y dile que ya bajo. -la niña bajo de la cama tamaño King con ayuda de Gabriel y corrió hacia la puerta dejándola abierta.
La hermana de Gabriel era apenas unos años mayor que él y tenía su propio negocio con el cual obtenía suficiente dinero para que vivieran bien ella y su hija. Había cortado los lazos con su familia luego de que saliera embarazada, ya que ellos no querían que tuviera a una niña de quien no sabían quién era el padre. Aun así, ella y Gabriel tenían una buena relación y una que otra vez se dejaba caer en el departamento de Gabriel para que viese a Mía.
Gabriel, al comprobar que la pequeña había abandonado por completo su habitación, se levantó y caminó hacia su baño, se quitó el fino pantalón de buzo que lo cubría y se metió en la ducha.
Mientras el agua descendía sobre su cuerpo, los recuerdos de la noche que había pasado junto a la señorita Tyler golpearon su mente y dejo escapar un suspiro de frustración.
Los verdes ojos de Lizbeth ya estaban grabados en su mente y solo había pasado una semana desde que habían comenzado a trabajar juntos, solo una semana.
El no comprendía como una desconocida podía causar tal efecto en él.
Ella en sí, era solo una mujer común y corriente, no había nada especial en ella que explicara aquellos sueños que aun para él eran desconcertantes y de los cuales Liz era la protagonista.
Ninguna mujer que él hubiera conocido antes se había metido tanto en su piel como ella lo estaba haciendo ¿Qué tenía ella que las otras mujeres no? él no la conocía, no eran amigos, no eran nada más que un jefe y su asistente.
Esto no estaba funcionando, generalmente las duchas le ayudaban a aclarar sus ideas, pero en esta ocasión solo provocaron en él más confusión.
¿Qué hare contigo señorita Tyler? Se preguntó para sus adentros.
Entonces, una loca pero ingeniosa idea cruzo por la cabeza de Gabriel. Él solo tendría que conocerla, y entonces se daría cuenta de que ella era solo otra chica más del montón y que no poseía nada especial. Que aquel interés era algo pasajero, y que su inclinación hacia su persona era por el simple hecho de que Liz había sido la única mujer que hasta el momento no se le había lanzado a los brazos en busca de sexo.
* * *
Luego de la charla que ambas habían tenido, se había formado un pesado ambiente de depresión, cosa que la rubia odiaba.
-Entones, -dijo Maggie bastante animada- ¿a qué hora dijiste que llegaría ese amigo tuyo? - Maggie trató de sonar casual mientas jugaba con su cabello.
Liz soltó una carcajada al ver como Maggie trataba de aparentar calma, pero inmediatamente su lado responsable la abofeteo con un ladrillo. Se había olvidado por completo de Lucas y de que había hecho planes para que sus amigos se conocieran. No supo cómo se levantó del sofá y corrió hacia su habitación para ducharse.
Ella se había quedado tan pegada en el tema de Gabriel que había olvidado por completo que hoy tenía planes con sus amigos.
Liz tomo la ducha más rápida de su vida, se alistó de una forma en la que ella consideró decente y junto a Maggie ordenaron la pequeña casa. Estuvieron listas en unos pocos minutos.
Cuando estaban a punto de sentarse a tomar un descanso para esperar al invitado, ambas chicas escucharon que alguien llamaba a la puerta. Liz le sonrió a Maggie y se levantó para ir a recibirlo.
Lucas estaba en el umbral de la puerta con una pose que denotaba nerviosismo. Liz le sonrió al verlo y éste trato de devolver la sonrisa.
Esta era la primera vez que Liz lo veía vestido en ropa casual y se dio cuenta de que aquella ropa le quedaba mejor que aquel traje de oficina, se veía muy guapo y más joven.
Lucas le entrego a Liz una caja de pizza que había pasado a comprar, y ésta con un gesto de mano y una sonrisa lo invitó a pasar.
Lucas se adentró a la acogedora morada de su amiga con nerviosismo, pero se le quito al momento en que su mirada se detuvo en la joven más hermosa que sus ojos habían visto.
Maggie estaba ansiosa por conocer a Lucas, Liz no paraba de hablar de lo simpático y amable que era y sentía curiosidad por el muchacho. Cuando lo vio entrar y pudo observarlo, se dio cuenta de que era guapo, muy guapo. Sintió como si algo dentro de ella hubiera hecho clic.
Con una sonrisa y un paso coqueto camino hacia él y le tendió la mano.
-Soy Maggie Aston. -dijo en modo de presentación.
Él le cogió la mano y se quedó admirando sus hermosos ojos grises. -Y yo Lucas Evans.
Liz cerró la puerta y al contemplar el ambiente que se había formado entre sus dos amigos fue increíble de presenciar, solo faltaba que de sus manos salieran chispas.
Liz sabía que ambos se podrían gustar y le agradaba la idea de una relación entre Lucas y mejor amiga, era un chiclé que su mejor amigo y su mejor amiga estén juntos, pero estaba funcionado.
Entonces el recuerdo de unos ojos azules le invadió la mente. ¿Por qué tenía que acordarse de él?
Resiste, ya cada vez queda menos para que seas libre y vuelvas a tu monótona vida. Dijo su yo interior.
Liz suspiro para sus adentros. Ella definitivamente mantendría su distancia, no se acercaría a Gabriel, no más de lo que su empleo le permitiera. Maggie tenía razón-razonó-Gabriel era un hombre más guapo que el promedio y ella solo estaba encandilada por ello. Las sensaciones que ella sentía al estar frente a Gabriel solo era el producto de la inexperiencia y de las hormonas que poseía. Ella definitivamente no sentía ninguna conexión con Gabriel.
Al menos, se sentía mejor cuando se repetía aquellas palabras.