Pasaron exactamente tres semanas desde que Gabriel estuvo en casa de Liz.
Todo seguía normal entre ellos, con la excepción de que ahora, Gabriel, se había vuelto alguien más agradable. Liz sabía que no era algo de lo que alardear, que era lo mínimo si se buscaba tener un buen ambiente laboral. No obstante, algo dentro de Liz le decía que todo estaba cambiando.
-Buenos días, Lizbeth. -dijo Gabriel, obsequiándole el destello de una sonrisa.
Las sonrisas, aunque no eran un gesto completo, eran un claro ejemplo del cambio. Aun detestaba que la llamase por su nombre de pila, pero lo dejaba pasar ya que el tono con el cual lo pronunciaba era bastante dulce.
-Buenos días, señor. - saludó Liz, y correspondió la invisible sonrisa.
A Gabriel no le agradaba que ella lo llamase Señor. Lo hacía sentir viejo, y cada vez le era menos tolerable. Era consciente de que Lizbeth solo estaba siendo profesional, pero se moría de ganas porque solo lo llamase por su nombre.
- ¿Hay alguna novedad para hoy? -pregunto Gabriel antes de dirigirse a su oficina.
Liz negó con la cabeza.
-Nada nuevo, señor. Hace unos minutos recibí una llamada de la secretaria de Don Will. Me pidió que le dijera que lo llame en cuanto tenga tiempo.
Gabriel asintió con la cabeza antes de encerrarse en su oficina.
Gabriel dejó su maletín sobre su escritorio y se dejó caer en su cómoda silla.
Se preguntó qué clase de problema le pudo haber surgido a Will, uno de sus socios, para que tuviera que llamarlo.
Gabriel suspiró.
Él no solía comunicarse mucho con Will, quién se caracterizaba por ser un hombre confiable e independiente. Ambos, habían llevado a cabo innumerables proyectos que fueron catalogados como todo un éxito.
Si quería que se comunicara con él, significaba que algo sucedía. Ya lo llamaría más tarde. Confiaba en que no fuera algo grave. De momento, tenía cosas en las que pensar.
Tras lo acontecido en casa Liz, Gabriel no había tenido una nueva oportunidad de acercarse a ella. Ni si-quiera con alguna pobre excusa que les permitiera estar a solas. No podía comprender su necesidad de verla a cada momento.
Lo único que lo consolaba, era saber que Liz se sen-tía de la misma manera. Gabriel no había descubierto este suceso por gusto, más bien, fue gracia a una cadena de deliciosas casualidades.
Hace una semana, lunes para ser exactos. Gabriel y Liz se encontraron frete al ascensor. Liz le dedicó una sonrisa nerviosa y Gabriel sintió que su día ya era lo suficientemente bueno.
A medida que subían de piso, más funcionarios se les unían en el elevador, evitando que ambos estuvieran solos.
Al ser lunes, el ascensor estaba repleto de trabajado-res. Por lo que Liz y Gabriel habían quedado tan juntos, que sus cuerpos prácticamente se rozaban entre sí.
Liz estaba casi pegada a la fría pared, mientras que Gabriel la cubría con su gran cuerpo para evitar que la aplastaran. Él podía sentir la mirada de su secretaria sobre su cuerpo. Una sonrisa de satisfacción se instaló en sus labios.
De vez en cuando, y mientras más personas comenzaban a subir, no quedó más opción que apegarse más. Para cuando el ascensor llegó a su capacidad máxima, Liz y Gabriel estaban casi uno sobre el otro.
De un momento a otro, y sin que Liz se diera cuenta, Gabriel se había girado para quedar frente a ella.
Por lo general, Gabriel solía llegar pasada la hora punta de la entrada laboral, por lo que se saltaba el tráfico humano que se aglomeraba para llegar rápidamente a sus puestos. Aquí se dio la primera casualidad; Resulta que, ese lunes, Gabriel necesitaba hacer algunas reuniones, lo cual, le exigió llegar temprano.
Mientras Gabriel veía como la gran caja metálica, que solía estar siempre vacía para recibirlo, se llenaba. Deseo tener un ascensor privado, pero la idea rápidamente se descartó cuando vio que podía estar a centímetros de Liz.
Cuando la pobre secretaria lo vio a escasos centímetros de su cuerpo, su rostro, el cual era pálido lechoso, se tornó colorado. Gabriel quedó fascinado con aquella imagen. Incluso disfrutó ver como la respiración de Liz se volvía irregular pese a que ella hizo un gran esfuerzo por ocultarlo. Liz luchaba por mirar hacia otro lado. Pero al tenerlo de frente, se le complicaba poder hacerlo.
Gabriel fingió indiferencia lo mejor que pudo. Solo la miraba cuando sabia que ella no le estaba prestando atención. Era divertido y atractivo ver como trataba de esconder sus expresiones, cosa que se le daba fatal. Desde que Gabriel conoció a Liz, ella siempre reflejó todo en su rostro. Lizbeth era un libro abierto.
Cada vez que sus cuerpos se rozaban, Liz abría los ojos y buscaba un punto fijo para mirar mientras su pecho subía y bajaba con rapidez. Gabriel quería grabar en su memoria todas sus expresiones. Incluso su aroma lo tenía identificado. Liz olía como el bosque en plena primavera. Era difícil de describir, solo sabía que nadie olía tan delicioso como ella.
Sus manos se rozaron en un punto y Gabriel abrió los ojos al sentir como si una corriente eléctrica hubiese recorrido su cuerpo. Sus ojos se encontraron con los de Liz y supo entonces, que ella también lo habías sentido.
Hasta antes de ese momento, Gabriel quería creer que era solo él quien se sentía de esa manera. Después de todo, Lizbeth nunca hizo un movimiento o entregó una señal de que se sintiera atraída hacia su persona. Que las sonrisas y el contacto visual hubieran aumentado, no quería decir que lo viese de mane-ra romántica. Solo deseaba que lo ocurrido no fuera parte de una extraña alucinación creada por su mente. Necesitaba reforzar sus creencias. Fue entonces, cuando ocurrió la segunda casualidad.
Cuando se estaban cerrando las puertas en el piso dieciocho, el asesor se sacudió y se detuvo. Dejándolos a ellos y siete personas más encerradas.
- ¿Qué fue eso? - pregunto uno de los hombres que estaba en el ascensor, refiriéndose a un extraño ruido.
Las nueve personas se quedaron quietas, a la espera de que algo más pasara, pero nada sucedió. Gabriel para este punto ya no necesitaba estar tan cerca de Liz. Había espacio suficiente. Sin embargo, no se apartó de ella.
Una de las empleadas comenzó a apretar el botón de apertura de las puertas, pero parecía no funcionar. Apretó los demás botones, pero tampoco funcionaron.
Liz, que se retorcía bajo el cuerpo de Gabriel, ahogó un grito cuando de pronto el elevador se quedó sin Luz.
-Lo que faltaba. -dijo otro de los empleados.
Una luz roja proveniente del panel comenzó a brillar.
-Parece que ha habido un apagón en todo el edificio- dijo una voz femenina algo mayor.
Nadie hasta ese momento se había percatado de que el CEO estaba a bordo con ellos, y Gabriel lo prefería así. No estaba de humor para recibir halagos vacíos, por lo que no tomó cartas en el asunto. Si era un apagón, se solucionaría pronto. Esta no era la primera vez que quedaba atascado en un ascensor. Se mantuvo tranquilo, al igual de su personal. Sin embargo, la historia era diferente al tratarse de su secretaria. Liz había comenzado a temblar.
- ¿Te encuentras bien? -susurro Gabriel al oído de Lizbeth.
Escuchar la repentina voz de su jefe hizo que la pobre secretaria se estremeciera. Cosa que deleitó a Gabriel.
Liz, quién no veía nada, se comenzó a colocar más nerviosa. Esta era la primera vez que quedaba atasca-da en un espacio tan pequeño. Además, tener a su sensual jefe susurrándole al oído tan pegada a ella no estaba ayudando. Había suficiente espacio para todos, pero el seguía casi encima de ella.
Liz tragó saliva y comenzó a contar en su mente. Si todos estaban tranquilos quería decir que esto no era grave. No es como si de pronto el ascensor se desplomaría como en las películas, ¿verdad?
La pobre secretaria arrojó esos pensamientos pesimistas cuando sintió que unas manos le acariciaban los brazos en un gesto tranquilizador.
Gabriel, al ver que Liz no se había alejado de él, comenzó a hacer pequeños círculos de manera inconsciente cerca de sus muñecas. Quería tranquilizarla, pero no sabía cómo. Que él hubiese estado disfrutando de este momento no quería decir que Liz se sintiera igual.
-No estés nerviosa. Hay un protocolo para estas situaciones. Perder la calma no nos va a beneficiar, así que respira, Lizbeth. -volvió a susurrar Gabriel. Su intención era transmitirle calma y seguridad, pero desconocía totalmente lo que su grave voz provocaba en el cuerpo de la pobre chica.
Liz agradecía que estuviera oscuro. Así evitaría la humillación de que todos la vieran babear por su jefe. ¿Cómo podía estar tan calmado? ¿Como es que ella estaba tan calmada? Ella odiaba los espacios cerrados. Si Gabriel no la hubiese contenido, les hubiera gritado a todos que no respiraran de su oxígeno.
Gabriel siguió susurrándole palabras de aliento. Cosa que ella agradeció. Gracias a él, ya estaba mucho más tranquila.
Gabriel y las demás personas vieron cuando la luz roja dejó de parpadear y él se apresuró a contarle a Liz que eso significaba que pronto estarían por salir.
No contó con estar demasiado cerca de su rostro ni con que la oscuridad los había acercado más de lo que podía imaginar. Tampoco había contado con que Liz movería su rostro.
Los labios de Gabriel se detuvieron a milímetros de la boca de Liz. Incluso podía sentir como ella inhalaba.
¿Son sus labios? ¿Cuándo giró la cabeza?
Gabriel se quedó quieto, sin saber que hacer a continuación. Su lado impulsivo le gritaba que redujera la distancia, que solo eran unos milímetros. Podía culpar a la oscuridad. Pero Gabriel retrocedió. No la besaría en medio de la oscuridad con personas equis alrededor. Su lado racional le decía que Lizbeth merecía un mejor beso. Aunque en el fondo se moría por probar sus labios.
Liz lo sintió. Reconoció el calor que emanaban los labios de Gabriel y rápidamente se regañó. No quería que él creyera que se estaba aprovechando de la oscuridad... aunque ganas no le faltaron. Sin embargo, Gabriel retrocedió en cuanto se dio cuenta de la posición en la que estaban. Una punzada de desilusión le recorrió el cuerpo junto con una oleada de alivio.
¿Por qué tenia que sentir cosas tan contradictorias? Deseaba que alguien le dijera que estaba loca, o mínimo, que pronto se le pasaría esa extraña añoranza que sentía por su inalcanzable jefe.
Entonces, las luces del elevador se encendieron y volvió a comenzar su acenso. Fue como si nunca hubiese pasado nada. Cada uno de los empleados se bajó en su piso correspondiente. Dejando a Liz y a Gabriel solos.
Para ese momento, Gabriel ya estaba lejos de Lizbeth, aunque no fue por gusto. Aun podía recordar el calor que desprendía su cuerpo. Era difícil actuar como si nada hubiese pasado.
El elevador se detuvo en el piso veintiuno y ambos comenzaron su semana como si nada hubiese pasa-do. Lo único que hacía sonreír a Gabriel era saber que algo había cambiado entre ellos en ese ascensor. Si ella no sentía nada por él, ¿Por qué no se había alejado cuando tuvo la oportunidad de hacerlo? ¿Por qué no había retrocedido cuando se dio cuenta de lo cerca que habían estado sus labios? Esas respuestas Gabriel no las sabía a ciencia cierta, pero quería pensar que ella se sentía igual que él.
Solo esperaba que fuera real y no solo una jodida ilusión de su retorcida mente.
* * *
Era casi la hora de almorzar y Gabriel no estaba por ningún lado. Alrededor de las diez de la mañana había salido de su oficina como alma que lleva el diablo sin siquiera informar a donde se dirigía. Esta era la primera vez no dejaba informado su paradero.
Liz le restó importancia. Si había salido con prisa quería decir que se trataba de algo grave.
Estar sola durante casi toda la mañana y sin mucho que hacer, le dejó suficiente tiempo a Liz para pensar. Le faltaba poco para cumplir un mes trabajando. Todo era mucho más fácil de ejecutar y le había tomado el ritmo a sus responsabilidades, pero seguía fantaseando con Gabriel.
¿En qué momento se hacían realidad las palabras que le había dicho Maggie? Porque ella no veía progreso respecto a su atracción. De hecho, sentía que ésta avanzaba sin poder frenarla.
-Él está loco por ti, es la única explicación que le doy a tu extraña situación-le había dicho Maggie, pero para aquella afirmación solo existía un pequeño problema: Liz estaba completamente segura de que eso no era cierto.
-O más le vale estar loco por ti, porque no voy a dejar que te haga sufrir con falsas ilusiones. Si va a jugar contigo más le vale que sepa donde esconderse, porque patearé su perfecto trasero. -dijo después de ver como el rostro de Liz se distorsionaba en una extraña mueca.
De la nada, se le vinieron los recuerdos del ascensor. Ella había estado desconcertada por el acercamiento de Gabriel. Incluso pensó que haría un movimiento en ella. De hecho, Liz lo esperaba con ansias. Aunque no resultó ser nada de eso. Gabriel solo se había acercado para cuidarla de la multitud y luego para darle confort.
Ves cosas donde no las hay. Le dijo su lado racional.
-Sigo creyendo que ambos están hechos el uno para el otro. Fue amor a primera vista. - le había dicho Maggie, totalmente convencida.
Liz aún era reacia a aceptar ese término, ¿Cómo podía ella estar enamorada de su jefe? Puff eso era tan posible como ver a un perro de dos cabezas bailar danza árabe.
Liz sabía y aceptaba el hecho de que Gabriel era el hombre más guapo que había visto. No estaba ciega. Pero eso era todo, su jefe solo era atractivo al nivel de un dios griego o un personaje ficticio, y con el cual fantaseaba a un nivel vergonzoso.
Cada noche antes de dormir se repetía a sí misma que solo estaba bajo el efecto de las hormonas. Se reprendía diciéndose que ya no era esa adolescente hormonal. Dios, si tan solo tuviera más experiencia con los hombres no se sentiría sexualmente intimidada ante tal Adonis, pero no. Su ultimo novio los tuvo a los dieciocho y solo duraron seis meses. Después de eso se cerró al romance y se concentro en la universidad y el trabajo.
Liz era fiel creyente de que dos personas para enamorarse tenían de conocerse. Tener una historia juntos, saber cuáles eran sus defectos y aun así amarse. Complementarse entre ellos. Liz no conocía a Gabriel, bueno, tal vez un poco, pero lo que ella veía de él en la oficina no le ofrecía nada. Los regaños y las cenas de negocios fracasadas no contaban como conocer a alguien. Tampoco contaban tres semanas de miradas intensas. Al criterio de Liz, eso no era suficiente para enamorarse.
Quizás he leído muchos libros de romance. No tengo que ser tan dura con Maggie si estoy igual que ella.
Liz también pensó en como ahora todo era más fácil. Ya no había regaños. Seguía igual de estricto, pero ahora le hablaba con un tono amable. No quedaba rastros del gruñón que la había recibido la primera semana. Quizás Gabriel no era tan malo.
Su cuerpo hormigueaba ante la idea de que podían llegar a conocerse más. Sin embargo, negó rápidamente con la cabeza. Eso no sería posible. Ambos solo poseían una relación jefe-empleada. Nunca podrían ser cercanos.
¡Ash! Todo era culpa de su estúpido cuerpo y sus hormonas.
Liz miró su reloj tras imprimir unos presupuestos. Faltaban dos minutos para que comenzara su hora de colación. Liz se levantó de la silla con una expresión algo sombría. Cabía la posibilidad de que Gabriel no apareciera en lo que restaba de día.
No me importa. Es un CEO, tiene que estar ocupado.
Si volvía y no la encontraba, esperaba que, al ver la hora, dedujera donde se encontraba.
Liz tomó su bolso, ordenó unos últimos papeles y se fue a almorzar. Su estómago estaba comenzando a reclamar por comida.
Durante estas semanas, Liz había comenzado un poco de peso debido a que era constantemente alimentada y tenía más de una comida al día. No era mucho, pero que tenía feliz a Maggie.
Liz miró nuevamente su reloj y soltó un suspiro antes de ir a comer.
* * *
Liz estaba desanimada. Faltaba poco para que se viera una nube gris sobre su cabeza. Su gris estado de ánimo solo mejoró cuando Liz vio a Lucas. Él podía que su humor mejorara con solo una de sus radian-tes y alegres. Se alegraba de no estar sola. Tenía con quien distraer sus pensamientos.
-Entones... ¿Qué estas esperando para hacerla tu novia? - pregunto Liz mientras le daba un sorbo a su jugo.
Lucas casi se atraganta con un trozo de carne al oír aquella pregunta. Liz sonrió al ver como se colocaba rojo.
-No lo sé-Lucas se encogió de hombros-, Maggie me gusta mucho, pero ella es mucho para alguien como yo. No tengo nada que ofrecerle aún. -suspiro a la nada.
Liz rodó los ojos.
-Si eso fuera importante para ella, yo no sería su mejor amiga. A ella no le importan lo que puedas ofrecer. -Liz suspiro -Lucas, ella juzga a las personas por lo que son, no por lo que tienen. Y a ella también le gustas mucho. No hagas que te espere demasiado, mira que pretendientes no le faltan. -Liz movió las cejas en forma rítmica.
Lucas se tocó el lóbulo de su oreja, en señal de nerviosismo. Él no quería dejar ir a Maggie, ella le gusta-ba más de lo que podía expresar y le desagradaba la idea de estuviera con alguien más.
-Aceptará, ya lo veras-dijo Liz con una sonrisa-no va a escoger a nadie más porque creo que le gustas a un nivel estratosférico, y si tu no das el paso, creo que ella lo hará.
Lucas abrió sus ojos ante aquella revelación.
-Pero con lo romántica que es, está esperando a que seas tú quien haga el primer movimiento.
Las palabras de ánimo que le estaba dando Liz significaban mucho para Lucas. Se notaba a kilómetros que ambas amigas se preocupaban la una por la otra y Liz emanaba mucho amor por Maggie. No la defraudaría. Ella le estaba confiando a su mejor amiga, y lo mínimo que podía hacer Lucas, era hacerla feliz.
La hora de volver a trabajar había llegado, y con eso, volvió su gris humor.
Lucas la acompañó hasta su piso, pero no se atrevió a salir del ascensor y Liz tampoco insistió. Lentamente, caminó a su escritorio y comenzó a repasar mentalmente lo que haría el resto de la tarde. Tenía que redactar algunos correos coordinando reuniones, pero nada era muy urgente. Suspiró. Sería una larga tarde. También aprovecharía para planear lo que haría al llegar a casa. Maggie le había mencionado que moría de ganas de ir al cine. Según ella, su actor favorito había estrenado una peli y quería ir a verlo. Eso sonaba bien para Liz. Ella sol quería distraerse.
Liz estaba por dejarse caer en su silla cuando escuchó unos extraños gritos que provenían de la oficina de Gabriel. Liz se paralizó.
No puede estar pasando lo mismo otra vez. Se dijo a sí misma.
Liz tenía la esperanza de que Gabriel tuviera ya el suficiente respeto hacia ella como para no repetir lo mismo una segunda vez. Ya casi había olvidado aquel suceso, ya que nada extraño había pasado nuevamente. Al menos ella desconocía si su jefe llevaba mujeres a su oficina.
Liz agudizó el oído, pero no podía clasificar los gritos. Era como si estuvieran discutiendo.
De la nada, la puerta de la oficina se abrió y Gabriel salió Gabriel hecho una furia mientras una muchacha que solo estaba en ropa interior que lo seguía en medio del llanto.
Liz se quedó inmóvil, observaba la escena que se estaba llevando a cabo frente a ella. Quizás si no se movía, no la verían.
Se dijo a sí misma que lo mejor era esconderse bajo el escritorio. Después de todo, no la habían visto. Lo que estaba pasando no era asunto de ella y lo mínimo que podía hacer era darles privacidad. Aunque eso no impidió que sus ojos igual comenzaron a pi-car.
Gabriel no había reparado en la presencia de Liz, quien estaba de pie tras el escritorio, con una expresión horrorizada.
Cuando sus feroces ojos se detuvieron en ella, la rabia lo invadió aún más. Quería explicarle que todo era un malentendido, que no había sucedido nada, pero la mirada de Lizbeth le hizo pensar que no iba a escuchar ninguna explicación.
- ¿Es por esta tipa que no me quieres? - la voz de la joven semi desnuda rompió el juego de miradas.
Liz no la conocía. Ella no era la misma chica que la había abordado en la recepción y con la cual había sorprendido a su jefe teniendo sexo.
Esta joven era totalmente diferente. Era como si un ángel estuviera frente a ella. El cabello castaño y la piel increíblemente perfecta la dejaban a un nivel in-humano. Sus ojos de color verde eran como el mar caribe, junto con sus facciones eran delicadas y perfectas. Liz se quedó sin aire ante tanta belleza.
Es un ángel de la muerte.
La castaña la fulminó con la mirada.
-¡Dime! ¿Qué tiene ella que no tenga yo? -le preguntó a Gabriel mientras señalaba a Liz.
Gabriel miró a Liz, pero ella agachó mirada, avergonzada. ¿Por qué tenía que presenciar esto? Ella era solo una secretaria que no tenía por qué estar en medio de una discusión de pareja. De hecho, debió de marchase y haberlos dejado a solas apenas sintió los gritos. Eso es lo que hubiera hecho una buena secreta-ria.
Los ojos de Liz se posaron una vez más en la bella chica, quien ni siquiera había hecho un esfuerzo por vestirse.
Una punzada de dolor se instaló en su pecho y las ganas de llorar que comenzaban a aflorar no ayudaba en nada ¿Por qué quería llorar?
Estoy decepcionada.
Liz se había decepcionado de Gabriel, pero no tenía derecho a estarlo. Ni siquiera poseía el derecho a estar molesta. Se sentía estúpida. Era consiente que no tenían relación alguna, ni siquiera eran amigos. ¡Dios!, ellos no eran absolutamente nada. No quería estar herida. No podía estar herida si nunca fueron nada. Su relación era meramente laboral.
Liz negó con la cabeza.
Esto tenía que parar. Ya estaba cansada de sentir cosas por él. Estaba harta de babear y derretirse cuando él sonreía. Estaba cansada de quedar sin respiración cada vez que él se aproximara a ella y estaba harta de tener esos sentimientos. Todo debía detenerse ahora, cuando aún había tiempo.
Pero sus pensamientos se detuvieron en seco cuando se dio cuenta de que ella ya poseía sentimientos. ¿Qué eran exactamente? ¿Qué tipo de sentimientos tenía? Un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
Acaso estoy... ¿enamorada?
No, eso no era cierto. Liz no estaba enamorada de Gabriel, era imposible. Ella solo se sentía atraída por su aspecto físico, nada más. Eso era lo más lógico, ¿verdad?
¿Era posible enamorarse de alguien solo por la apariencia?
Obvio que no.
Gabriel podía ser arrogante, sin filtro, autócrata y perfeccionista. Reconocía que tenía una sonrisa en-cantadora que transmitía confianza, y también era amable cuando se lo proponía. Sin embargo, eso no era suficiente para enamorarla.
Liz cerró sus ojos. Este era el momento indicado para recibir una señal, necesitaba que alguien le dijera que hacer.
Gabriel aparto los ojos de Liz. ¿Por qué siempre estaba presente en el momento menos oportuno?
Su padre de verdad podía ser un serio dolor en el cu-lo cuando se lo proponía. ¿Cómo era posible que le lanzara a la hija de su mejor amigo, así como así?
Gabriel conocía a Sandra desde que eran pequeños. Siempre fue consciente de que ella sentía algo por él, pero también sabía que Sandra, a pesar de ser una joven muy hermosa, era alguien que necesitaba ayuda. Era dependiente emocionalmente y siempre hacia lo que su padre le ordenaba, lo cual, en este caso, había consistido ir a su oficina semi desnuda para seducirlo.
Gabriel llegó a su oficina cansado y de mal humor tras haber recibido una llamada urgente de su socio Will, diciendo que una de las construcciones había colapsado. Salió de la oficina casi corriendo, con temor de que los trabajadores se hubiesen accidentado. Necesitaba explicaciones del por qué el proyecto había colapsado. Según los planos y los cálculos, era imposible que algo como eso ocurriera. Necesitaba explicaciones y alguien tenía que dárselas.
Cuando llego a la obra, Will le informo que el derrumbe se había ocasionado debido a que el contador había malversado fondos comprando materiales de mala calidad. Esto hizo que a Gabriel explotara en maldiciones y despidiera al contador. Que agradezca que no lo demandó.
Lo único bueno fue que el accidente se ocasionó mientras los obreros no estaban presentes.
Ya en su oficina, se encontró a Sandra semi desnuda sobre su escritorio. Gabriel intento convencerla de que se vistiera, que esto no era lo que ella realmente quería hacer. Sin embargo, la chica no escuchó y optó por lanzarse a sus brazos. Gabriel intentó razonar, pero ella solo le gritó que lo amaba y que lo único que quería era que la hiciera suya.
Para este punto, Gabriel ya estaba perdiendo la paciencia. Trato de quitársela de encima, pero era demasiado insistente. Esta mujer necesitaba un poco de amor propio. Sandra se rehusó a vestirse y comenzó a gritarle. Menos mal Lizbeth no estaba para presenciar aquel número.
-Si no te vas por tu cuenta, voy a llamar a seguridad para que te escolte a la salida. me importa una mierda que estés desnuda-gritó Gabriel antes de salir disparado hacia la salida.
Su padre había caído bajo, y se lo haría saber. No podía obligarlo a encontrar esposa. ¡Solo tenía veintiocho años! Y en caso de que quisiera casarse, lo haría con alguien que él escogiera, no con alguien que su padre quisiera.
Pero cuando estaba por escoltar a Sandra al ascensor, se percató de una profunda mirada verde. Podía darse cuenta de que Lizbeth estaba malinterpretando todo. La mirada de decepción en sus ojos hizo que su corazón se apretara.
-Sandra, lo diré una última vez. -dijo apuntando al ascensor. -Vete ahora o de verdad voy a llamar a seguridad, a tu padre no le gustará un escándalo en el periódico-advirtió en tono frio.
Sandra abrió los ojos por la sorpresa. Miró a Gabriel y después a Liz sin comprender las palabras que había escuchado. Su padre le había asegurado que Gabriel por fin seria de ella, que el brillante futuro que deseaba se encontraba al lado de Gabriel.
-Tú y yo sabemos que tarde o temprano vas a volver a mí, tu padre no permitirá que te quedes-Sandra quedó en silencio un momento, y clavo sus ojos en Liz- con cualquier tipeja.
Eso fue todo lo que necesitó Gabriel para perder la calma. En dos pasos estuvo delante de Sandra, su mirada era gélida y estaba cargada de una advertencia no dicha.
-Ahora vas a tomar tus cosas y te vas a largar de mi vista-Gabriel apunto a al asesor-, y jamás te aparecerás frente a mí, o frente a Liz-dijo susurrando las últimas palabras.
Sandra recogió su vestido y se vistió antes de caminar hacia la salida.
-Sabes que tu padre siempre obtiene lo que quiere. Tarde o temprano vas a terminar siendo mi esposo. -dijo antes de que las puertas del ascensor se cerraran.
Liz quería que se la tragara la tierra. Tragó saliva y se dejó caer en su silla, como si sus piernas no pudieran sostener su peso.
Quería decir algo, necesitaba decir algo o se volvería loca.
-Siento que presenciaras todo eso. - la voz de Gabriel estaba agitada y sonaba cansada.
Liz no respondió. Pese a que quería hablar, no sabía cómo responder a sus disculpas. Después de ver aquella escena, ya no se sentía correcto enfadarse.
Gabriel se veía cansado y derrotado. ¿Estaba fingiendo? No lo creía. Se veía demasiado abatido como para fingir. Sus ojos se encontraron con los de Gabriel y le dedicó una sonrisa tensa.
Gabriel sabía por la expresión de Liz que no estaba bien con lo sucedido, no era estúpido. Esta era la segunda vez que veía lo peor de él. Si no renunciaba en los próximos cinco minutos, lo haría al final del día. No lo podía impedir, podía ver en su rostro que quiera salir corriendo.
Gabriel quería explicarle lo sucedido, decirle que Sandra ya estaba casi desnuda cuando llegó. Sin embargo, decidió no hacerlo.
- ¿Te encuentras bien? - preguntó Gabriel. Necesitaba escuchar su voz, deseaba que le dijera que estaba bien.
Liz no movió ni un solo musculo. Podía sentir la azul mirada de Gabriel sobre su piel, pero no podía articular palabra. ¿Debía decir que estaba bien? ¿Estaba realmente bien? No lo sabía. Ya no se conocía. Si era honesta, solo quería estar sola, para poder pensar y analizar su situación.
-Lizbeth por el amor de dios, contéstame ¿estás bien? -Él no iba descansar hasta que le respondiera. El que callara no le daba un buen augurio.
Liz asintió con la cabeza.
-No me iré de aquí hasta que me digas que estas bien.
Liz coloco los ojos en blanco, exasperada.
- ¡Qué demonios le importa como estoy! - grito Liz ante la insistencia de Gabriel y éste abrió sus ojos azules ante el fuerte tono de su secretaria.
Liz se llevó las manos a la boca. No podía creer que le haya gritado. Gabriel estaba preocupado y en cambio, ella le había gritado.
Cerró los ojos, lista para escuchar el sermón acerca de no gritarle a sus superiores, pero en vez de enfadarse Gabriel se rio.
Liz frunció el ceño.
¿Qué pasa hoy con él? se preguntó internamente.
Gabriel no pudo evitar reír. Estaba feliz y aliviado. Liz ya no parecía querer huir.
-Así está mejor-dijo Gabriel acercándose a Liz.
- ¿Perdón? - pregunto con desconcierto.
-Es horrible cuando no dices lo que piensas, haces que me desespere. - Gabriel sonrió ampliamente.
Liz quería mantenerse indiferente, pero le fue imposible al verlo sonreír de aquella forma.
Le correspondió la sonrisa.
-Estoy bien-dijo Liz sin mirarlo a los ojos-, solo estoy sorprendida.
Gabriel asintió, pero no se conformó con esa res-puesta. Se acercó a Liz hasta que solo es escritorio los separaba. Para Liz, eso no era suficiente espacio. Instintivamente retrocedió. Eso no impidió que Gabriel rodeara el lugar hasta que pudiera situarse frente a ella. Ahora no tenía donde correr, Liz estaba contra la pared.
La mirada de Gabriel era más azul que nunca. Liz se dio cuenta de que podría mirar sus ojos para siempre y jamás se aburriría.
Gabriel, a su vez, estaba concentrado en ver como el pecho de Liz subía y bajaba de forma agitada. Era totalmente consciente de que sus acciones no eran nada profesional, pero, si ella no quisiera que sucediera, solo bastaba con decirle que se detuviera. Después de todo, Gabriel nunca haría nada que ella no quisiera.
Liz se levantó de la silla en un intento de querer huir, pero la fría pared la recibió diciéndole que no había escapatoria. Tenía que poner un alto, decirle a Gabriel que parara de mirarla como si quisiera devorarla.
Ella solo quería ir a casa y refugiarse en su lugar se-guro, pero su lado no pensante tenía el control de todo su cuerpo. Este anhelaba y deseaba más de lo que estaba sucediendo. Y en el fondo, también le gustaba como Gabriel la miraba.
Gabriel en un intento osado, coloco ambas manos a la altura de la cabeza de la muchacha y se acercó dejando solo unos centímetros de distancia entre ellos.
Liz dejo de respirar.
- ¿Por qué estás tan nerviosa? - pregunto Gabriel con un tono serio, demandante. Ya no estaba de humor para jugar. Si no hacia este movimiento, nunca sería capaz de descubrir lo que Lizbeth sentía por él. Tenía que confirmar que ambos se deseaban.
Liz tragó saliva con fuerza y se obligó a respirar.
-No estoy nerviosa- declaro con voz fuerte mientras levantaba el mentón para demostrar su postura. Grave error.
Ahora los centímetros se habían reducido.
Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Gabriel. Admiraba su coraje. Aún en una situación como esa, ella seguía con una postura desafiante.
-Es solo que está invadiendo mi espacio personal-agrego Liz. -Le agradecería que se alejara de mí.
Gabriel levantó ambas cejas, divertido ante sus palabras.
-Si te disgusta, entonces apártame. Te autorizo a empujarme. -la desafió. Y para provocarla, Gabriel se acercó aún más, dejando solo unos centímetros entre sus bocas. Si cualquiera se acercaba lo suficiente, sus labios se rozarían.
Liz ahogo un gemido ante la sorpresa y su respiración se aceleró.
Estaba demasiado cerca, incluso podía oler el perfume de Gabriel. Una mezcla deliciosa que no supo descifrar. Liz cerró sus ojos ante la frustración que sentía con ella misma.
Gabriel estaba disfrutando, pero no forzaría la situación. Era verdad cuando dijo que le daba permiso de empujarlo. Se alejó unos centímetros pese a que moría de ganas por besarla. Era un deseo doloroso que requería de mucha fuerza de voluntad.
Liz se decepcionó al ver como retrocedía. Esta vez estaba segura de que la besaría.
Lo odiaba por jugar así con ella, era frustrante estar a la espera de algo que jamás llegaría.
Entonces toma lo que quieres por ti misma. Le dijo su yo interior.
Liz estaba segura de que no se conformaría con solo jugar. En el fondo, era consciente de que después se arrepentiría. Sin embargo, eso lo pensaría cuando llegara el momento, ya tendría tiempo para lamentarse luego. Ahora, lo único que Liz quería, era besar a Gabriel.
Y eso fue lo que hizo.