Gabriel, ahora que tenía a Liz frente a él, no sabía que pregunta formular, o más bien, no sabía por dónde comenzar sin que sonara como un lunático acosador. Ésta era su oportunidad de indagar más sobre su secretaria, pero aquí estaba, sin habla.
¿Qué le voy a decir?; Lizbeth, dime, ¿qué clase de mujer eres para que ya no te desee? ¿No es eso algo siniestro incluso para mí?
Gabriel estaba teniendo una lucha interna que lo hacía querer morir.
Por otro lado, Liz estaba demasiado confundida e intrigada con todo lo que estaba sucediendo. ¿Por qué de la nada quería realizarle una entrevista? ¿No se suponía que no la despediría? ¿Quería regañarle por algo? su cabeza estaba a punto de explotar debido a todo lo que estaba imaginando.
Liz tragó saliva y se armó de valor para mirar a Gabriel a los ojos. Si él quería saber de ella pues que preguntase, ella iba a responder a todo, le iba a de-mostrar que valía la pena tenerla como secretaria, que no tenía nada que ocultar.
- ¿Entonces? - La voz de Liz salió milagrosamente armoniosa. Nadie sospecharía que estaba hecha un manojo de nervios.
-Entonces-Gabriel suspiro-, comencemos por tu trayectoria laboral-. Liz suprimió una mueca, pero contestó gustosa.
-Llevo trabajando desde hace años, pero principalmente me he desempeñado en atención al cliente y como camarera ya que son trabajos que se pueden realizar a medio tiempo. Aunque, esa es información que debió de leer en mi currículum antes de acceder a contratarme. - contesto Liz. No quería especificar que comenzó a trabajar desde los dieciséis años, y que, desde entonces nunca se detuvo.
Gabriel asintió con la cabeza. Ella era mayor de lo que aparentaba y no sabía que tenía un largo recorrido laboral. Recordó cómo había arrojado el currículum tras solo leer el nombre. Ver que tanto Lucía como Amelia aprobaban su incorporación a la empresa no lo hizo indagar más. Si ellas estaban de acuerdo, él no tendría problemas.
Grave error de mi parte.
Liz desvió la mirada sintiéndose un poco cohibida cuando se dio cuenta de que Gabriel había comenzado a estudiarla en silencio. ¿Cuál sería su siguiente pregunta?
Gabriel estaba por abrir la boca, cuando un joven delgado y pecoso en un uniforme completamente rojo y sombrero en forma de hamburguesa se situó al costado de ambos.
- ¿Están listos para ordenar? -. El chico miró a la pareja un poco nervioso.
Liz y Gabriel desprendían un aura especial, atrayendo más de una mirada. Al parecer, destacaban bastante en aquel lugar. Después de todo ¿Quién va a un local de comida rápida cuando tu traje vale más que el lugar? El pobre chico estaba aterrado. Aun así, pese a toda la autoridad que Gabriel desprendía, miro a Liz en busca de ayuda. Él no tenía idea de que ordenar. Ni por asomo había leído el menú de aquel sitio.
Liz tomó una profunda bocanada de aire y se obligó a no colocar los ojos en blanco. Tomó en sus manos la carta y se hizo cargo de la situación.
-Para mí, una hamburguesa de doble queso, una porción de papas fritas y un refresco, por favor-. Liz sonrió amablemente y el joven asintió con la cabeza mientras garabateaba el pedido en su libreta.
-Y yo quiero lo mismo que ella. -dijo Gabriel ante la mirada interrogativa del muchacho pecoso. Cuando este pareció estar conforme con sus anotaciones, se dio media vuelta y desapareció con el mismo silencio que había aparecido.
-Retomando lo anterior-manifestó Gabriel sin perder un segundo de tiempo-, ¿Cuál fue su último empleo?
Esa era una pregunta fácil para Liz.
-Trabajaba en un local de comida familiar-ella miro el sitio sintiendo nostalgia-, como éste.
Gabriel levanto ambas cejas y trato de imaginarse a Liz en un uniforme similar al de aquel flacucho chico. Los resultados eran demasiado graciosos y una sonrisa se formó en su rostro sin darse cuenta.
Liz contemplo a Gabriel con asombro y casi, solo casi, estuvo a punto de abrir la boca y comenzar a babear. Esta era la primera vez que veía una sonrisa como esa en su rostro. Se dijo a sí misma que después de todo, Gabriel también era una persona. La sonrisa de fue tan hermosa que se sintió encandilada. Sentía como su corazón comenzaba a latir más rápido.
- ¿Estudias o estudiaste algo? - pregunto Gabriel, para cambiar de tema.
Esa también era una pregunta fácil de contestar.
-Si, actualmente me encuentro preparándome para mi último año de universidad. -respondió Liz. Esa fue una respuesta corta y precisa.
- ¿Qué estudias? -. Gabriel sintió algo más de curiosidad, y sin darse cuenta comenzó a pensar en un trabajo en el que su perfil encajase. De la nada se le vinieron niños a la mente. Se imaginó cuan amorosa y sonriente seria con los pequeños. Liz parecía ser de las personas cálidas que atraían sin problema a las personas.
Concéntrate. Se dijo a sí mismo. No estás aquí para interesarte más en ella.
-Fisioterapia. -contestó con evidente orgullo en su voz.
No era la respuesta que esperaba, pero admitía que también era una carrera que encajaba con ella. Tendría un buen futuro a largo plazo. No le costó imaginar a Liz ayudando a otras personas con su rehabilitación. Sin duda, tenía que ser una chica inteligente para estudiar una carrera de ese tipo. Las carreras el área de la salud eran algo complejas que demandaban mucho estudio y dedicación.
- ¿Y dónde estudias? - pregunto Gabriel con evidente interés, mientras colocaba ambas manos sobre la mesa.
Era un poco difícil deducir la universidad donde estudiaba, pero por su mente cruzaban algunos nombres. Después de todo, Míchigan era grande y nunca se podría saber dónde estudiaba.
-En la CMU*-. Gabriel asintió con la cabeza. Era una buena universidad, una de las más grandes universidades de los Estados Unidos, la cual contaba con una buena facultad de medicina. No solo era una cara bonita, también era inteligente.
*Central Michigan University (Universidad Central de Míchigan)
-Tuvo que haber sido difícil entrar-. las palabras salieron de la boca de Gabriel sin que se diera cuenta.
-Lo fue-. confesó Liz, asintiendo con la cabeza.
- ¿De verdad? - Gabriel alzó las cejas, deseoso por escuchar la respuesta. Estaba absorto en el relato de Liz, pero fueron interrumpidos por la voz tiritona del delgado chico con pecas.
-Aquí tienen su orden, que la disfruten-. Dejó la bandeja con las órdenes de comida y se retiró.
Gabriel miró la bandeja como si nunca hubiera visto comida chatarra en su vida. Pero no era eso lo que sucedía, Gabriel estaba analizando la cantidad de comida que habían ordenado y dudaba que pudiera comerse semejante ración.
Liz levanto la vista para ver el atónito rostro de su jefe. A juzgar por su expresión, parecía que estaba viendo una hamburguesa por primera vez.
-Eso de ahí se llama hamburguesa-dijo Liz apuntando a lo que sostenía Gabriel en sus manos. La pelinegra no podía dejar pasar esta oportunidad para burlarse de él.
- ¿Disculpa? -. Gabriel estaba tan atontado viendo su comida que no se percató de la broma de su acompañante.
-Eso redondo que está sosteniendo se llama hamburguesa. Lo otro amarillo y alargado son papas fritas y por si lo sabe, lo del vaso es refresco. - Gabriel arrugo el ceño ¿en verdad ella lo estaba vacilando?
Liz, olvidando su incomodidad inicial, formó una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus perfectos dientes. Gabriel quería enfadarse, o al menos parecer ofendido, pero al ver la sonrisa de Liz, no pudo evitar sonreír también. Esta era la primera vez que ella son-reía para él y a causa de él.
Mientras ellos comían, Liz no pudo dejar de pensar en lo distintos que eran. Él era solo unos años mayor, pero su forma de actuar lo hacía ver más maduro e inalcanzable. Liz reconocía que era un poco infantil, pero le gustaba su forma de ser. Después de todo solo tenía veintitrés años, y para ser sincera, la seriedad no iba con ella. ¿Gabriel siempre era así? ¿Cómo se escucharía su risa? ¿Qué hacía para divertirse?
Gabriel siempre tenía una mirada distante, como si supiera los secretos el universo ¿Cómo se vería con ropa casual? Liz desde luego no estaba en contra del traje. Con el, se veía elegante y hermosamente guapo. Pero a su vez, su mente fantaseaba en verlo con algo más que aquel gris traje de oficina. Siendo como un veinteañero normal.
Gabriel se había dado cuenta de que Liz tenía su ver-de mirada fija en él. No estaba siendo nada disimulada.
- ¿Entonces? -dijo Gabriel en tono divertido. -Estabas por contarme el porque te fue difícil entrar a la universidad-. Gabriel se llevó una patata a la boca. Éstas no sabían nada mal.
Liz se aclaró la garganta y contestó.
-El día de mi entrevista me quede dormida, y a medio camino uno de los tacones de mis zapatos se rompió-Liz sofoco una risa ante el recuerdo.
-Entonces, ¿cómo lograste entrar si no te entrevistaron? -Gabriel de pronto estaba muy interesado con el desenlace de la historia.
Liz rio, una risa armoniosa y delicada. Gabriel quedo embelesado ante su sonido, pero no iba a admitir eso en voz alta.
-Claro de que di mi entrevista-Liz se colocó un mechón de cabello que se había escapado de la coleta tras la oreja-, corrí y llegué justo a tiempo, solo que sin un zapato-Liz se encogió de hombros-Además, tenía muy buenas calificaciones, y quien me entrevistó admiró mi coraje al asistir sin un zapato.
Gabriel reprimió una sonrisa, pero entonces una pregunta vino a su mente.
- ¿Por qué quisiste trabajar en mi empresa? Yo solo buscaba una secretaria por tiempo limitado, sabes que Amelia es mi secretaria.
Eso también era bastante fácil de contestar.
-Y yo solo necesito un empleo provisorio que sea capaz de proveerme todo el dinero posible. Tres me-ses de este sueldo me va a sustentar muy bien hasta que pueda encontrar otro trabajo de medio tiempo. La paga es un poco más del doble de lo que solía ganar en mi antiguo empleo-. Liz se encogió de hombros como si fuera obvia la situación.
- ¿Tus padres no te ayudan económicamente? No lo sé, pero debe ser duro para una estudiante el tener que estudiar y trabajar al mismo tiempo. La universidad consume mucho tiempo-.
Liz trago saliva pesadamente, esto se estaba yendo a terreno personal. Debía desviar el tema.
-No me gusta depender de mis padres. Ya estoy en edad suficiente para trabajar y depender de mí misma. -contesto forzando una sonrisa.
La sonrisa forzada y nerviosa la delató y Gabriel sospechó de inmediato que había algo que no quería decirle. Ahora sentía curiosidad por averiguar que escondía.
-Aun eres muy joven. Veintitrés años y ya con mu-chas responsabilidades. Tienes que intentar de vivir como alguien de tu edad.
Liz se encogió de hombros sin saber que decir.
-En realidad no me importa ser como las demás, estoy bien así. No me gustaría depender de mis padres si yo puedo ayudar siendo independiente. -el tono de Liz fue decidido, y algo le decía a Gabriel, que eso sería todo lo que estaba dispuesta a decir.
A Gabriel de verdad le intrigaba Liz. Ahora más que nunca.
Si alguien la conociera por primera vez, su primera impresión seria que es alguien indefensa, sumisa, que hay que protegerla, pero no. Liz le había demostrado ser decidida y temperamental algunas veces, se sonrojaba con facilidad y no podía ocultar sus emociones. Pero también podía sacar sus garras y rasguñarte con ellas si era necesario. Era extraña y a la vez fascinante.
El silencio que se creó luego de la última interacción se había vuelto incómodo. El tema de conversación ya se había terminado.
-Creo que es hora de que volvamos. Has aprobado, Lizbeth, espero tu amable cooperación durante las siguientes semanas. -Gabriel le tendió la mano a Liz y está miro aquel gesto con extrañeza. Un poco dubitativa, alargó la mano y la estrechó. El contacto se sintió electrizante y la respiración de Liz se volvió algo superficial.
Tengo que dejar de pensar en sus sexis manos. Si no lo suelto va a pensar que soy extraña.
Liz dejó escapar un suspiro y lo soltó. Ya era hora de volver al trabajo.
Gabriel insistió en pagar la cuenta ya que había sido él quien la había invitado. Se asombró cuando se dio cuenta de que, por una pequeña suma de dinero, podía obtener una gran cantidad de comida que de verdad podía hacerlos quedar satisfecho. Pensó en que a Mía le gustaría este sitio. Salió del local con ese pensamiento.
El camino de regreso se había hecho más corto y de alguna manera más pesado. Realmente la atmósfera entre los dos era incomoda, ninguno sabía que decir. Cada uno estaba preso de sus propios pensamientos.
* * *
Después de llegar al edificio, Gabriel se encerró en su oficina y no volvió a salir en lo que restó de tarde. Dio vueltas como loco en su oficina asimilando lo ocurrido. Además, no había tenido mucho trabajo, dejándole bastante tiempo para estar absorto en sus pensamientos.
El almuerzo salió bien al principio. ¿Ahora? Gabriel ya no sabía si había tenido éxito.
Liz no parecía ocultar nada. Ella ni siquiera le coqueteo o le insinuó algo. La joven resultó ser todo lo que no esperaba. Era inteligente e independiente. Eso lo fastidiaba. Se suponía que tenía que desinteresarse, no desearla más.
Gabriel se pasó las manos por el cabello. Ahora ya no sabía qué hacer. A medida que interactuaba más con Liz, más le fascinaba y eso no estaba bien, no quería que le interesara.
Aun tienes que conocerla más, saber qué hace después del trabajo. Tal vez te sorprendas y no es tan perfecta como piensas. Se dijo a sí mismo para consolarse. Además, ella ya tiene a alguien en su vida. Gabriel recordó a Anton.
Al menos, ya tenía un nuevo plan. Quizás era un poco loco, pero eso sonaba mejor que no hacer nada. Tenía que buscar la forma de que su cabeza dejara de pensar en ella.
Si, esa era una buena solución. Pero ¿cómo se acercaría más? Liz se había puesto a la defensiva cuando quiso tocar temas personales. Estaba bien, no se estresaría con ello ahora. Ya se le ocurriría algo antes de que terminara el día.
* * *
Mal desenlace. La jornada de trabajo llegó a su fin y a Gabriel no se le ocurrió ningún plan para acercarse más a Lizbeth.
Nunca le había costado tanto formular un plan. ¡San-to infierno!, se suponía que era todo un hombre de negocios. No comprendía porque era tan difícil crear una situación en la cual pudiera estar con Liz en un ambiente no laboral. Nada de lo que pensó se veía casual o natural. Él ya la había espantado lo suficiente como para dejarle una mala imagen de por vida. Si ejecutaba alguno de sus planes, cabía la posibilidad de que Liz le pusiera una orden de alejamiento antes de que pudiera conocerla más.
Gabriel salió de su oficina a toda prisa, pero se detuvo al ver como Liz guardaba sus cosas. Podía ofrecer-se para llevarla a casa. La descartó casi enseguida. Gabriel recordó al auto que siempre la esperaba frente a la empresa.
Vamos, deja de hacer el ridículo y ándate. Pensó al final, pero su cuerpo no obedeció la orden de su yo racional.
Liz podía sentir la presencia de Gabriel y su cuerpo comenzó a calentarse en lugares que debería de estar prohibido. Así que optó por actuar como si él no es-tuviera ahí, de pie observándola con la mirada fija en ella.
Gabriel se dio cuenta de que había estado observándola por demasiado tiempo. Se sintió como un acosador y opto por irse lo más rápido que pudo antes de cometer alguna estupidez. Sentía que estaba haciendo el ridículo.
Hizo una nota mental de visitar a un psicólogo. Ya no se comportaba racionalmente, ya que, al parecer, se estaba obsesionado con una muchacha a la que solo conocía hace poco más de una semana. Necesitaba ser internado cuanto antes.
Liz luego de unos minutos, alzó la vista para comprobar si Gabriel aún estaba allí. No estaba por ningún lado, así que Liz llegó a la conclusión de que ya se había ido. Una pisca desilusión la inundo, pero rápidamente se quitó aquellos pensamientos.
Ellos no habían cruzado palabra desde el almuerzo y lo agradecía. Liz no sabía cómo actuar frente a él.
Ella quería hacer un buen trabajo, era lo que se había propuesto. Se suponía que estaría lo más lejos posible de él. Aun así, todos sus intentos fallaban. Liz veía a Gabriel como una abeja veía a la miel. Sus ojos color zafiro la hipnotizaban a tal punto de que quería perderse en su mirada.
En su interior aun esperaba que las palabras de su amiga fueran ciertas. [solo actúas así porque es guapo, cuando te acostumbres a él, se te pasara, ya verás.]
Ojalá y eso fuera verdad, porque creo que me estoy volviendo loca poco a poco.
Como si la hubiera invocado, su celular sonó con la particular canción de Paramore que Maggie había escogido como identificador de llamada.
- Hola, ya estoy por bajar. -dijo Liz como cada día. La llamada de Maggie le indicaba que ya la estaba esperando.
-Lo siento, Liz. -Dijo Maggie.
-¿Estás bien? ¿Qué pasa? -preguntó Liz, frunciendo el ceño, confundida.
-No voy a poder recogerte hoy. De verdad lo sien-to-la voz de Maggie sonaba al borde de las lágrimas.
-¡Tonta! No me asustes así. -la regañó Liz. -Sabes que me puedo ir sola, eres tú la que insiste en venir por mí. Ya soy una chica grande que puede ir a casa sola-Bromeo Liz.
Maggie dejo escapar un suspiro de frustración al escuchar sus palabras.
-Si yo tengo auto, tiempo libre y te puedo ir a buscar para que ahorres, lo haré. No seas boba.
Liz sonrió.
-Una vez no dañara a nadie. -respondió Liz son-riendo. Maggie no respondió de inmediato.
-Solo será esta vez, lo prometo. –dijo finalmente.
-Solo será hoy. Haz tranquila lo que tengas que hacer -le aseguró Liz. -Nos vemos más tarde en mi casa. Ya verás que puedo llegar sola. -agregó Liz a modo de broma antes de cortar la llamada.
Liz a paso lento, inició su marcha hacia el ascensor. Hoy le tocaría tomar el metro para llegar a casa. Eso no le molestaba. Siempre fue Maggie quien insistía en recogerla todos los días. Gesto que Liz apreciaba de todo corazón. Pero estar sola ahora le daría tiempo para pensar en algunas cosas, o más bien dicho, en alguien. Además, ir en metro tampoco era mucha diferencia de tiempo a comparación al coche. Solo aceptaba los viajes de Maggie porque disfrutaba mucho de la compañía de su amiga, y como ella le había dicho, ahorraba bastante dinero en pasajes.
Liz salió de la empresa y comenzó a caminar rumbo al metro. Metió la mano dentro de su bolso en busca de dinero para comprar el ticket. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. No encontraba su billetera.
No, no, no. No me puede estar pasando esto justo ahora.
Liz comenzó a ponerse nerviosa. Hoy era un mal día para haber olvidado la billetera en casa. Dio un suspiro de frustración y se obligó a calmarse. Tomó aire y metió la mano nuevamente dentro de la cartera. Quizás solo necesitaba buscar con calma. Con movimientos precisos, Liz hurgó dentro de su bolso. No se iba a rendir, su billetera tenía que estar ahí dentro.
Su casa estaba a kilómetros de distancia y aunque caminase, le tomaría mucho tiempo llegar. Sin mencionar que recorrer todo ese trayecto en tacones no era un panorama atractivo. Ni siquiera había traído sus audífonos como para alivianar la tortura del viaje.
Tampoco era una opción el volver a llamar a Maggie. Era obvio que estaba ocupada, si no, no habría llamado disculpándose. Y tampoco quería molestarla, eso solo la preocuparía más. La respiración de Liz se volvió irregular y le dieron ganas de llorar. ¿Qué iba a hacer ahora? El pánico comenzó a crecer.
Gabriel estaba estacionado a las afuera de la empresa, hablando por teléfono con su hermana. Estaba planeando una salida con Mia y necesitaba coordinar con su hermana para que pudieran verse. Al finalizar la llamada, ya estaba listo para partir. Sin embargo, una figura conocida estaba a unos metros de distancia. Gabriel frunció el ceño al ver como Liz parecía tener una lucha a muerte con su bolso. Se notaba que buscaba algo, aunque sin mucho éxito.
Gabriel miró a sus alrededores en busca del coche que siempre la esperaba a la salida, pero no lo vio por ningún lado. Se quedó esperando unos minutos más por si aparecía, pero nada pasó. La expresión de Lizbeth tampoco mejoró.
¿Qué está haciendo? Se preguntó Gabriel.
Fue testigo del preciso momento en que Lizbeth comenzó a caminar con un aura sombría, de derrota. Al parecer, no la habían esperado.
Tal vez tomará en metro. Razonó Gabriel. Lizbeth ya era lo bastante mayor como para trasladarse sola. Lo que lo preocupó fue el hecho de que su secretaria estaba camino del lado contrario a la estación.
Gabriel no lo pensó dos veces y arrancó el auto para seguirla. La preocupación por alguien externo a su familia era algo nuevo para él. Sin embargo, sentía que no podía dejarla mientras ella caminara como si su mundo se estuviera derrumbando.
Liz se sentía derrotada. Solo a ella le pasaban este tipo de cosas en el peor momento. No servía de nada lamentarse. Caminar ahora era su única opción. Después de todo, no era la primera vez que le sucedía algo así.
Liz siguió caminando absorta en sus pensamientos y en la resignación de caminar ese trayecto que le de-paraba. Por esa razón, no se percató en el auto negro que marchaba lento a su lado. Sin saber que esta era la oportunidad que Gabriel tanto había esperado.
Liz seguía envuelta en sus pensamientos, pero miró en todas direcciones tras sentirse observada. Abrió sus ojos al ver el ya conocido deportivo que le pertenecía a su jefe.
¿Qué hace aquí? Quiso preguntar Liz, pero se mordió la legua. Quizás el solo estaba de paso. Tenía que dejar de sacar conclusiones estúpidas antes de tiempo.
-Pareces necesitar ayuda. -dijo Gabriel, estacionando su auto.
Liz abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Olvidaba lo obvia que solía ser. Quería decir-le que estaba bien, que no necesitaba ayuda, pero las palabras que salieron fueron las mismas que hace segundos estaba pensando.
- ¿Qué hace aquí? - preguntó antes de darse cuenta.
Gabriel esquivó la penetrante e interrogativa mirada de Liz y fingió indiferencia. -Solo pasaba y te vi algo afligida. Creí que necesitabas ayuda. -Respondió Gabriel sin mirarla.
Liz frunció el ceño.
- Estoy bien. Gracias por preguntar, pero ya se puede marchar-. Liz no esperó respuesta y comenzó a caminar. No podía gastar su valioso tiempo charlando con su jefe, tenía que volver a casa.
Gabriel arrancó el auto y condujo despacio, casi al ritmo de la muchacha. ¿Por qué había dicho que es-taba bien cuando era obvio que no era así? Liz solo tenía que decir lo que necesitaba y él la ayudaría.
- ¿Está segura? -pregunto Gabriel una vez más.
Liz detuvo su caminata y enfrento a Gabriel fulminándolo con la mirada. ¿Acaso no podía dejarla en paz? Ella no necesitaba su presencia en estos momentos.
Gabriel entrecerró los ojos al ver la ardiente mirada de Liz, pero en vez de asustarse, sonrió de medio lado. Era como su un gatito pequeño estuviera desafiando a un León.
-Estoy segura, ya puede marcharse. Ahora si me disculpa, necesito ir a la estación para volver a casa. - respondió Liz con tono cortante al momento en que retomaba su caminata.
Gabriel se estaba divirtiendo, sabía que Liz tenía carácter y sospechaba que podía ser terca, pero con lo que sus ojos estaban viendo no le quedó más duda. Ella era divertida.
-La estación está del otro lado. -dijo Gabriel mientras apuntaba con su dedo índice al lado contrario.
Liz se detuvo con la cara colorada que contrastaba con su pálida piel. La descubrió.
-Quiero caminar unos momentos. - dijo tratando de ocultar su vergüenza.
-Lizbeth, deja de ser orgullosa y sube al auto. Te llevaré a donde necesites ir.
Liz no respondió.
-Vamos, sube al auto. - dijo Gabriel y esta vez Liz obedeció. ¿Por qué nada le salía bien? Ella solo quería ir a casa.
Cuando Liz ocupo el vacío asiento del copiloto, Gabriel detuvo el motor del vehículo y encaro a la mu-chacha.
- ¿Ahora, me vas a decir cuál es tu situación? -Pregunto Gabriel con voz aterciopelada, no quedaba rastro de la voz de mando que usaba habitualmente.
Liz abrió la boca, pero algo le llamó la atención. Gabriel la estaba tuteando.
-Me di cuenta de que olvidé mi billetera con el dinero en casa-. Liz estaba muerta de la vergüenza por haber olvidado algo de importancia.
Gabriel asintió, pero la molestia se dejó escuchar en su voz.
- ¿Y pensabas caminar todos esos kilómetros a pie?
-No es la primera vez que hago algo así. - respondió Liz, encogiéndose de hombros.
Gabriel frunció el ceño y se llevó los dedos hacia el puente de su nariz, estaba molesto. Sin duda su secretaria merecía un sermón, pero se lo pensó mejor y apartó esa idea de su cabeza. En su lugar se obligó a tomar aire y calmarse.
- ¿Acaso tu novio, Lucas Anton no pudo esperarte? - preguntó Gabriel más calmado.
La pregunta desconcertó a Liz. Ella nunca dejó la empresa con Lucas y desde luego no era su novio. Mas bien, ¿Cómo sabía que la recogían todos los días?
Frunció el ceño.
-Para comenzar, Lucas no es mi novio. Quien me recoge cada día es mi mejor amiga. -respondió Liz, indignada.
Gabriel levanto ligeramente ambas cejas en asombro.
¿Cómo era posible que no fuera su novio? Él había sido testigo de su relación. Si no era su novio, ¿de verdad solo era su amigo? Gabriel sintió ganas de reír por lo estúpido que había sido. Si pudiera, se golpearía por deducir cosas sin investigar.
Una sonrisa se formó en sus labios de manera inconsciente y Liz una vez más fue testigo de algo hermoso. Verlo sonreír siempre sería algo digno de admirar y atesorar.
Gabriel se dio cuenta de que la mirada de Liz estaba fija en él y rápidamente volvió a su mascara seria.
-Entonces, supongo que no te molestará si te llevo a tu casa-dijo Gabriel.
Liz le sostuvo la mirada sin poder creer lo que él estaba diciendo. Liz estaba segura de que su jefe en definitiva tenía mejores cosas que hacer. Llevarla a casa no era algo por lo que tuviera que molestarse.
-No es necesario. -dijo Liz mientras agitaba sus manos de forma nerviosa.
- ¿No es necesario? -pregunto Gabriel levantando sus cejas- ¿Acaso te iras caminando a casa? -la desafió.
Liz abrió la boca para argumentar que de todas maneras llegaría, pero la intimidante mirada de Gabriel la obligó a callar.
-Eso supuse. Ahora colócate el cinturón de seguridad, no voy a permitir que camines cuando puedo llevarte. -dijo Gabriel mientras arrancaba su deportivo.
Liz obedeció de mala gana, pero dentro de su corazón le agradeció el gesto. La suerte no la había abandonado después de todo.
El camino estuvo cubierto de un silencio que no resulto incómodo. Gabriel no quería hablar y Liz estaba bien con eso.
Veinte minutos después, Gabriel estacionó su deportivo frente a la casa de Liz.
-Gracias por traerme y disculpe las molestias. -dijo Liz con sinceridad. Desabrocho el cinturón y abrió la puerta, lista para marcharse.
Gabriel, sin embargo, en un movimiento rápido, le sostuvo el brazo, impidiéndole partir.
Liz abrió sus ojos ante aquel gesto, y Gabriel al darse cuenta de lo que había hecho quitó rápidamente su mano.
- ¿Sucede algo? - preguntó Liz con el ceño fruncido.
Gabriel no sabía que responder, para comenzar no sabía la razón de aquella acción.
¿Debería invitarlo a pasar? Tengo algunos postres que me dejó Maggie. Supongo que eso es lo mínimo que puedo hacer para agradecer el gesto.
Aun así, Liz presentía que aquello no terminaría siendo una buena idea. Sin embargo, su lado cortes la obligó a preguntar.
- ¿Le gustaría pasar? Tengo unos postres que mi amiga compró en una nueva tienda. Están muy deliciosos. Aunque es solo si quiere. - Liz estaba nerviosa. Cabía la posibilidad de que él la rechazase.
Gabriel no esperaba una invitación. El detenerla solo había sido un gesto involuntario de su cuerpo. Se había hecho a la idea de que solo la traería a su casa, no esperaba nada más.
Liz reparó en la expresión de confusión de Gabriel, produciendo en ella un malestar que recorrió todo su cuerpo. ¿Cómo podía ser tan tonta y pensar que él quisiera poner un pie en su pequeña casa? Rápidamente se arrepintió de haber ofrecido esa invitación.
Sin embargo, Gabriel solo estaba digiriendo la información. ¿Estaba bien para él aceptar la oferta? Él estaba buscando una oportunidad para hablar con ella de nuevo. Pero también estaba preocupado de que cuando eso sucediera, no fuera muy invasivo para ella, y, sobre todo, no esperaba que ella fuera tan amable.
Gabriel era consciente de que no la trataba de la mejor manera. Era un jefe arrogante, alguien difícil de complacer, y alguien que la había hecho pasar por muchos malos ratos en el transcurso de una sola semana. Y, aun así, aquí estaba ella, invitándolo a entrar en su casa.
-Claro, si eso no es molestia para ti. - respondió Gabriel después de lo que pareció una eternidad.
Liz, sin darse cuenta, dejo escapar el aire que estaba reteniendo y dibujó una pequeña sonrisa en sus labios. Salió del auto y a pasos largos se situó frente a su puerta, se apresuró a buscar las llaves mientras que Gabriel abandonaba su deportivo y le colocaba la alarma.
La casa de Liz no estaba helada como otras veces, o quizás se debía al calor que desprendía su cuerpo gracias a la emoción que estaba sintiendo. Lo prime-ro que vio Liz al entrar en su casa fue a Mila, su gata, la cual estaba dormida en el sofá. La ploma minina despertó al ver las apresuradas vueltas que daba su dueña como loca. La felina, estiro su cuerpo y con caminata gatuna se alejó, dejándola sola. Al parecer, su gata no deseaba compañía.
Liz mientras veía como su gata la abandonaba, se apresuró a retirar la vajilla sucia del desayuno y dejarla en el lavaplatos. También ordenó lo poco que había de desdoren en su cocina. Colocó algo de agua en su hervidor eléctrico y luego observo a su alrededor para ver que todo estuviera en su lugar. Todo se veía decente. Sería una vergüenza invitar a su jefe y que su casa estuviera hecha un desastre, como era habitual. Luego, también encendió la calefacción.
-Lamento la intromisión. - dijo Gabriel, y entró en la pequeña morada de la joven. Sus ojos recorrieron el lugar y un olor dulzón muy conocido le inundó las fosas nasales. Todo olía a Liz. Era un olor que cada vez le agradaba más.
Su gran tamaño se sentía fuera de lugar en medio de la sala de estar, pero Liz le hizo un gesto para que tomara asiento y Gabriel se dejó caer en el pequeño sofá de color calipso.
- Yo... ¿Le molesta si lo dejo un momento para ir a cambiarme? Es un poco incómodo andar todo el día con esta ropa- confesó Liz. Siempre que llegaba a casa, lo primer que hacía era deshacerse de esa incomoda ropa que le impedía moverse con fluidez. Pero sabia que era una falta de respeto dejarlo solo.
-Ve tranquila, yo no me iré a ningún lado-contestó Gabriel.
Liz desapareció lo más rápido que puedo y se dirigió a su habitación. Se quitó la ropa en tiempo récord. No le importo para nada dejar las prendas regadas por cada rincón del cuarto. Solo le importaba no hacer esperar a su invitado.
Gabriel se levantó del sofá y comenzó a recorrer la pequeña sala de estar. La casa era demasiado pequeña para su gusto, pero le daba una agradable sensación. Era acogedora. Las paredes eran de madera y estaban barnizadas, no había cuadros colgados, o grandes fotografías. En un estante había algunas fotografías y con curiosidad se acercó a ellas. Tomó un pequeño marco de color rosa en sus manos y vio una fotografía de Liz junto a una atractiva rubia de ojos grises mucho más alta que ella. Ambas sonreían a la cámara y se veían felices. Gabriel sonrió ante la imagen, pero una pregunta cruzo su mente ¿Por qué no había fotos de sus padres?
-Disculpe la tardanza-dijo Liz mientras se deshacía de la coleta que la estaba torturando.
Gabriel se giró para ver a una señorita Lizbeth completamente diferente. La muchacha estaba vistiendo unos pantalones deportivos de color negros, junto con una playera del mismo color. Toda su ropa era una o dos tallas más grandes de lo que necesitaba. Su cabello le caía en ondas por los hombros debido al tiempo que había pasado tomado. Todo su estilo era desaliñado y nada sexy. Sin embargo, Gabriel trago saliva ¿Cómo un estilo tan básico lo hacía salivar como un animal?
Liz no era consciente de la mirada que Gabriel le daba. Estaba concentrada en su tarea. Caminó hacia su pequeña cocina americana, abrió el refrigerador y sacó un envase plástico trasparente con lindo logo verde y lo depositó sobre la mesa. Luego, abrió uno de sus muebles y saco dos tazas de vidrio trasparente. Les vertió agua caliente. También sacó una cajita de tés que Maggie le había regalado para ocasiones especiales. Llevó todo a la mesa de centro.
-Aquí tiene- Liz le tendió una de las tazas a Gabriel-Dentro de la cajita hay té. Escoja el que prefiera. -Liz se devolvió a la cocina para buscar los pos-tres y azúcar.
-Azúcar, por si gusta. Los pasteles están deliciosos, tiene que probar alguno. -dijo Liz mientras depositaba la pequeña bandeja con coloridos postres.
Gabriel asintió, pero no sacó ninguno.
Liz se sentó frente a Gabriel y no dijo nada más. No es como si tuviera mucho que decir en primer lugar. El plan era invitarlo a entrar, pero como no lo creía posible, no ideo algo más. Esto era incómodo.
Gabriel por su lado, estaba nervioso. Había tenido suerte trayéndole a casa, y ese era todo el plan. No había pensado en estar aquí, frente a ella tomando una taza de té negro, el cual por cierto estaba delicioso, pero ese no era el tema.
Gabriel observó a Liz mientras se llevaba la taza de té a los labios y suspiró.
Esa simple y enigmática chica había roto todos esquemas hasta ahora. Ya había comprobado que Liz no era como las demás mujeres que había llegado a conocer. Ella se mostraba sincera y amable, y no tenía la imagen de ser una embustera que manipulaba a las personas. Aunque cabía la posibilidad de que fuese muy buena en ello y aun no se daba cuenta.
Trago saliva.
Algo dentro de él le decía que Liz no era una mala mujer. Las pocas veces que había compartido con ella, lo habían hecho darse cuenta de que era tal cual se mostraba a los demás. Y aunque no lo quisiera admitir, ella le hacía sentir cosas. Por loco que sonara, ella parecía estar hecha para él.
Ya no tenía más motivos para desconfiar, no después de invitarlo sin dudar al lugar donde vivía.
No obstante, ahora más que nunca se había despertado el deseo de conocerla. Saber su historia, conocer sus planes a futuro. Él quería ver más allá de la secretaria que tenía junto a él de lunes a viernes.
Liz consiguió despertar en él un interés genuino. Era imposible, pero no le quedaba duda de que Liz, con solo una mirada de sus verdes ojos podía someterlo. Lo comenzaba a aceptar, pero a su vez le aterraba la idea. ¿Qué le había hecho?
Gabriel miró a Liz, quien a su vez levanto la mirada haciendo que sus ojos se encontraran. Gabriel trago saliva, ¿era normal sentir lo que él estaba sintiendo?