A Bernard le llamó la atención de inmediato, pues eran pocas las personas de origen latino que conocía, y aquella mujer sin duda destacaba por su belleza.
Ella revisaba unos papeles y cuando sintió su presencia le miró sobre los lentes formulados y de inmediato le brindó una sonrisa que a él le pareció muy bonita, con sus dientes blancos resaltando en su cara ovalada y de un color de piel canela muy llamativo.
–¿Puedo ayudarle? –le dijo en un tono de voz cálido y suave, y de inmediato pensó que su jefe había acertado completamente al elegirla como su secretaria, dando una muy buena impresión a primera vista.
–Eeehh... Soy Bernard Sullivan, el, ¡ejem! Nuevo chofer del señor Hicks...
Ella sonrió aún más y le extendió la mano.
–¡Mucho gusto, Bernard! ¡Bienvenido! Mi nombre es Camila Valverde, soy la secretaria del señor Hicks.
–Mucho gusto en conocerte, Camila...
–Veo que por fin el viejo Thomas se ha retirado, ya estaba muy anciano para conducir, el pobre...
–Sí, el señor Hicks me decía que hasta una persona trotando rebasaba el auto... je, je, je...
Ella sonrió con el chiste, que luego le pareció un poco tonto a Bernard.
–Y cuéntame, Bernard, ¿cómo te está yendo en tu primer día? ¿Ya conociste toda la empresa?
–Solo di un paseo rápido por los pisos inferiores, ya que tal vez no me la pase mucho por ahí. Y en cuanto a tu primera pregunta, me está yendo muy bien. Acostumbrándome, pues nunca había trabajado como chofer.
–Bueno, espero que te vaya muy bien aquí, el señor Hicks no es como esos jefes tradicionales mandones y malhumorados. Es muy comprensivo y generoso.
–Bueno, esa fue la impresión que me dio, y con tu referencia ahora puedo decir que estoy convencido. Espero hacer un buen trabajo para él.
–Cuando el jefe es bueno provoca trabajar, ¿verdad? Yo me siento muy bien aquí.
–Me alegro...
De repente, Bernard se quedó sin palabras para seguir hablando con Camila, se comenzó a sentir extraño junto a ella, y comenzó a sentirse un poco nervioso. Hacía tiempo que no se sentía así frente a una mujer, y fue una pregunta de ella la que lo hizo sentirse de alguna forma «normal» de nuevo, y recobrar la compostura:
–Y cuéntame, Bernard, ¿eres casado?
La pregunta de Camila no tenía ninguna intención oculta, solo quería saber más de él como compañero de trabajo y nada más. Aparentemente ella no se sentía igual que él, a pesar de que su apariencia y porte le llamaron la atención también a ella, considerándolo muy guapo y varonil.
–Sí, estoy casado –contestó él, recobrando algo de aplomo–, con una mujer hermosa y maravillosa...
–¡Qué bueno! Me alegro por ti. ¿Y tienen hijos?
–Aún no, no está en nuestros planes por ahora...
–Okay, es bueno tomarse su tiempo para planificar y dar un paso tan importante como ese.
–¿Y tú? –Bernard se sorprendió de encontrarse haciendo esa pregunta, pero igual siguió adelante–. ¿Estás casada? ¿Tienes hijos?
–No, y no –contestó ella, apuntando con el dedo a un punto invisible frente a ella con cada respuesta–. Tengo novio y estamos recién comenzando a salir.
–Okay, ¡suerte con eso!
Ella se extrañó con el comentario de Bernard y le dirigió una mirada interrogadora, aun sonriéndole y con el ceño medio fruncido. Él se dio cuenta de inmediato.
–¡Oh! Disculpa, solo quise decir que espero que les vaya bien... tú sabes, como novios... Que se conozcan bien y todo eso...
–¡Ah! Bueno, gracias, yo también espero eso...
Ella se quedó mirándole con su cálida sonrisa y él comenzó a sentirse nervioso de nuevo. Optó por retirarse, como los soldados en una batalla que saben que están perdiendo.
–Bueno, yo me retiro. Fue un gusto conocerte, Camila.
–Igualmente, Bernard, y de nuevo: bienvenido.
Bernard abandonó la estancia y salió al amplio recibidor, buscando el ascensor y pulsando el botón para llamarlo. Pensó en cómo se había sentido frente a aquella mujer; era la primera vez desde que estaba casado que se sentía nervioso frente a una mujer hermosa y no comprendía por qué. La imagen de Margaret vino a su mente y se reconfortó al encontrarse pensando en ella, ya que estaba muy enamorado de su esposa. Prefirió no pensar más en el asunto y concentrarse en su trabajo, y decidió que mientras pudiera no se acercaría a la oficina de su jefe para evitar encontrarse de nuevo con ella, con Camila.
El ascensor abrió sus puertas y entró, al mismo tiempo que lo hacía alguien tras él. Adentro, miró de reojo al hombre a su lado y notó por su traje, que parecía mucho más costoso que el suyo, que tal vez era otro de los accionistas de la empresa y decidió quedarse en silencio con las manos agarradas el frente. El hombre había pulsado el botón del primer piso y cuando el ascensor abrió en el mismo salió rápidamente con dirección a un grupo de oficinas a su derecha. Lo vio alejarse mientras las puertas del ascensor volvían a cerrarse.
Esa era la primera vez que Bernard tenía a su lado a Louis Randall sin conocerlo, y no sería la última.
Esa misma tarde Bernard, Margaret y un pequeño grupo de vecinos le hacían una pequeña reunión a Thomas Peterson para celebrar su retiro. El viejo y su esposa Laura se veían contentos y sonrientes, y agradecían a todos por haberles dado esa agradable sorpresa. Bernard y dos vecinos más estaban a cargo de la barbacoa mientras Margaret preparaba algunos bocadillos y ensalada junto a las esposas de aquellos. Todo fluía estupendamente: la gente comía, los niños jugaban y correteaban por doquier, y los viejitos estaban contentos. Indirectamente, Bernard también celebraba su nuevo empleo y disfrutaba de una buena cerveza fría y un asado que le quedaba muy bien. Su primer día había sido muy positivo y tranquilo, y deseó que el resto también lo fueran.
Cuando dejó a Nathan Hicks en su casa esa tarde sin querer le comentó que quería irse rápido para comprar la carne para la barbacoa que haría para la reunión del viejo Thomas. Pensó también en invitarlo a la reunión pero no dijo nada, pues no creía que un hombre acaudalado e importante como su jefe iría a las reuniones de la gente como él, como Thomas y como sus vecinos, con una gran diferencia social y económica. Para su sorpresa, Nathan lo detuvo cuando estaba a punto de irse, sacó su billetera y le entregó mil dólares.
–Es mi contribución para la barbacoa –le dijo–. No sé en cuanto está la libra de carne, espero que sea suficiente.
–Más bien es demasiado, señor Hicks. Mire, no se ofenda, pero vamos a hacer la reunión entre varios vecinos y tenemos lo necesario. No hace falta.
Bernard le extendió los billetes a Nathan pero éste no los aceptó de vuelta.
–Entonces úsalos para comprar unas cervezas, no sé, tal vez algunas bebidas. No te los voy a aceptar de vuelta, Bernard, ¡y no le digas nada al viejo Thomas de que yo te di ese dinero!
Dicho eso Nathan dio la vuelta y dejó a Bernard allí con la mano extendida. Éste no tuvo más remedio que tomar el dinero y marcharse.
Y ahora estaba allí, tomándose una cerveza a la salud de su nuevo jefe y disfrutando de un buen pedazo de carne, cuando en la calle del otro lado de la verja del jardín de la casa de Thomas vio a un vehículo conocido acercarse lentamente. Lo detalló bien y reconoció al Bentley de Nathan Hicks que había conducido ese día. Extrañado, se levantó de su silla y se acercó lentamente al inicio del jardín, mientras el costoso vehículo era aparcado a un lado de la calle. Pronto vio a la pareja de millonarios salir del auto y comenzó a caminar hacia ellos, abrió la verja y cuando Nathan lo vio esbozó una enorme sonrisa mientras abrazaba a Norma. Ella sostenía una bolsita de regalo.
–¡Hola, Bernard! No estaba seguro del vecindario, menos mal que mi Norma aquí tiene muy buena memoria y recordó que una vez Thomas le dijo su dirección.
–Señor Hicks, perdone pero, ¿qué hace aquí? Este vecindario no es muy bueno que digamos...
–Tranquilo, Bernard, solo queremos darle un pequeño obsequio a Thomas y compartir con él su fiesta de despedida.
–Le tomamos mucho cariño a Thomas –dijo Norma–, y no nos perderíamos un agasajo para él por nada del mundo.
Bernard les miró por unos instantes y pensó: ¡qué diablos, ya están aquí! No quería ser grosero con ellos.
Cuando les dio paso, todos los presentes en el jardín se quedaron atónitos viendo a los recién llegados, incluso desde la ventana de la cocina que daba al jardín se podía ver a Margaret y a las otras mujeres viendo con asombro a la pareja entrar y saludar a todos. Thomas salió a su encuentro y Margaret lo abrazó efusivamente.
–¡Viejo zorro! –le dijo cuando dejó de abrazarlo–. ¿Pensaste que te irías así sin despedirte de mí? Te trajimos un pequeño obsequio.
Norma le entregó la bolsita y el viejo la abrió pausadamente con una enorme sonrisa, sacó una cajita de madera y al abrirla vio un hermoso reloj de oro. Lo sacó de la caja y se lo puso.
–Nunca en mi vida había tenido un Rolex –dijo, emocionado–. ¡Muchas gracias!
Norma lo abrazó de nuevo y luego Nathan, quien le dijo unas palabras al oído casi con un susurro, y luego le dio un beso en las manos. Thomas se veía emocionado, su esposa Laura se unió a ellos y también abrazó a los recién llegados. Thomas le mostró el reloj, orgulloso, y luego los invitó a pasar y sentarse. Nathan aprovechó para ir con Bernard hacia donde estaba la barbacoa y éste le sirvió un poco en un plato. Laura llevó a Norma adentro junto con el resto de las mujeres.
–¿Quiere una cerveza?
–Sí, por favor.
Nathan veía cómo Thomas les mostraba su reloj a los vecinos y cómo éstos lo felicitaban.
–Gracias –dijo una vez que Bernard le entregó la bebida–. Thomas se ve muy contento. Gracias por organizarle esta reunión.
Bernard miró de reojo a Nathan y le extrañó que le agradeciera por aquello. Se veía que Norma y él querían mucho a Thomas por las muestras de afecto que le dedicaron.
En ese momento Margaret se acercó a ellos y les ofreció un poco de ensalada. Bernard aprovechó para presentársela a Nathan.
–Es un gusto conocerte, Margaret. Bernard y tú han hecho un buen trabajo organizándole todo esto a Thomas.
–Es lo menos que podíamos hacer para agradecerle a él por haberle conseguido trabajo a Bernard –dijo Margaret–. Espero que esté a la altura y no lo haga quedar mal por la recomendación.
–Bueno, por lo que vi hoy, Bernard será un excelente trabajador. Hoy, por lo menos, no tengo quejas de él. Por otra parte, Thomas me dio muy buenas referencias y me lo recomendó muy ampliamente. Con los años he aprendido a quererlo, ¿saben?, y me parece que es un hombre con mucha sapiencia, por lo que confío ciegamente en su juicio. Si él dice que ustedes son buenas personas, entonces lo son, sin dudarlo.
–Gracias, señor Hicks –Bernard estaba un poco apenado–. Espero no defraudarlo ni a usted, ni a Thomas.
Tras disculparse, Margaret regresó a la cocina. Nathan tomó otro trago de cerveza mientras la veía alejarse.
De repente, una idea llegó a su mente y miró a Bernard por unos segundos.
–Ahora que lo pienso, Bernard –le dijo, aun mirándolo fijamente–, tengo una propuesta que hacerte.