Pero Bernard aún no estaba convencido del todo.
–¿Y cuál es esa propuesta que quiere hacerme entonces?
–Por favor, ¡ya relájate! No es nada del otro mundo. Ven, vamos a sentarnos para explicártelo todo.
Aún dudoso, Bernard se acercó a la mesa y Nathan hizo lo mismo, sentándose ambos luego.
–Como te diste cuenta esta mañana –comenzó Nathan, luego de tomar un trago de cerveza–, mi esposa y yo estamos asistiendo a esa clínica de fertilidad porque tenemos problemas para tener hijos. Hemos probado todos los tratamientos y métodos disponibles y na-da. A pesar de que ella puede generar sus óvulos y yo tengo un buen conteo de espermatozoides, la fecundación no es posible de manera natural, y aún no hemos podido averiguar el porqué de ese problema. Nos hemos hecho miles de exámenes y pruebas y es un total misterio nuestra situación.
–¿Y no saben por qué no pueden concebir, con lo adelantada que está la ciencia? Me va a disculpar, señor Hicks, pero me cuesta creer eso.
–¡Por favor, llámame Nathan! No estás trabajando y en estos momentos no soy tu patrón, solo una visita más que disfruta de la reunión en honor al viejo Thomas...
–Me va a costar un poco, pero lo intentaré...
–Bueno, te sigo explicando. Estábamos a punto de rendirnos y sopesar la posibilidad de adoptar, cuando el doctor Holloway nos sugirió probar con la fertilización in vitro: él se aseguraría de unir, en el laboratorio y bajo las mejores condiciones, los óvulos de mi esposa y mis espermatozoides, para que logren la fertilización y generen embriones que luego puedan ser transferidos al útero de ella.
–¿Y? ¿Resultó?
–Lamentablemente, no. Ya hemos hecho tres intentos y ninguno de los embriones ha logrado aferrarse al útero, o más bien es el útero el que al parecer no los retiene ni desarrolla satisfactoriamente, desechándolos a las pocas horas una vez implantados.
–Discúlpeme, señ... perdón, Nathan, aun no entiendo qué tie-ne que ver todo eso conmigo...
–Aquí es donde viene mi propuesta, Bernard; el doctor Holloway nos sugirió a Norma y a mí buscar otro útero para implantar nuestros embriones y, si todo sale como se espera, se adherirán al mismo y crecerán hasta formar un bebé. Es decir, alquilar un vientre, y quisiera que sea tu esposa la que nos ayude con nuestro problema. Claro, si ambos están de acuerdo.
–No sé, Nathan, es algo que tendría que discutir con Margaret...
–¡Por supuesto, hombre! Estoy consciente de que es una propuesta muy importante y deben pensarlo muy bien. Por supuesto, si todo sale bien nosotros nos encargaríamos de todo y les facilitaríamos los medios y condiciones necesarias para que Margaret esté cómoda y sin preocupaciones y llegue a feliz término con el embarazo. ¿Esta casa esa rentada?
Bernard asintió.
–Entonces lo primero sería comprarles una casa amplia y cómoda, se mudan allá y...
–No sé, Nathan –volvió a decir Bernard–, eso sería excesivo en tal caso...
–¡Por Dios, Bernard! ¡Tendrán a nuestro hijo! Eso es lo menos que haríamos por ustedes si logran hacer realidad nuestro más anhelado sueño. Aparte de la casa, pudiéramos también comprarles un auto, además de un pago mensual...
–Se lo repito, señor Hicks, que me parece algo exagerado...
–Y ahí va de nuevo el señor Hicks... ¡Dime Nathan, hombre! Si quieres mira todo esto como una negociación, donde todos ganamos si llegamos a un acuerdo. Te repito: nosotros nos encargaríamos de todo para garantizar el buen desarrollo del embarazo.
–Como le dije, tengo que hablarlo con Margaret.
–Convérsalo con ella esta misma noche, y mañana me dan su respuesta. Espero que acepten, se ve que son una pareja muy compenetrada y feliz.
–Bueno, a pesar de las carencias, procuramos que el amor sea el que nos dé la fortaleza necesaria para seguir adelante, y gracias a Dios no nos ha faltado nada: ni amor, ni techo, ni sustento.
–Y yo brindo por eso –Nathan levantó su cerveza, y tras chocarla con la de Bernard, tomaron un trago.
–Si la respuesta es positiva –dijo Bernard luego de pensar unos segundos–, y no estoy diciendo aún que la sea, le pido que me deje seguir trabajando como su chofer. No me sentiría bien viviendo de su embarazo.
–¡Tampoco iba a permitir que dejaras de trabajar! Hoy me demostraste que vas a ser un buen chofer, y no quiero a nadie más.
–Se lo agradezco mucho...
–¡Si me vuelves a decir señor Hicks, te golpeo!
Nathan dibujó una amplia sonrisa, al tiempo que tomaba otro trago de cerveza. En ese momento Margaret regresó de la cocina en compañía de Norma, y ambas se sentaron a la mesa junto a sus esposos.
–¿Y podemos saber de qué hablan nuestros hombres? –preguntó Margaret, abrazándose a Bernard.
–Cosas de hombres –dijo Nathan con una sonrisa–. Y de negocios.
–¡Uy! Espero que mi esposo no pierda esa negociación –dijo Margaret–, es muy malo para los negocios...
–Pues, por su cara creo que ya perdió –dijo Norma con una sonrisa–. Espero que no haya perdido mucho, Nathan a veces es despiadado.
–¡Bah! Sabes que no soy así. Bernard y yo estábamos renegociando nuestra relación laboral, y admito que espero no perder...
–Bueno, mañana lo sabrás, Nathan...
–¡Cielos! Parece que la cosa es seria, Norma –dijo Margaret–. ¿No estamos interrumpiendo algo importante?
–Para nada –dijo Nathan–, ya terminamos una primera fase de negociación. Mañana espero que llegue la segunda y la más importante.
–Ya veremos, Nathan, ya veremos –dijo Bernard, tomando otro trago de cerveza.
Esa noche, viendo a Bernard pensativo en la cama, Margaret recordó lo que habían dicho Nathan y él en la reunión, y quiso saber un poco más de lo conversado. Le preguntó que era esa «negociación» de la que habló su jefe.
–Bueno, tenemos que hablar sobre algo muy serio –le dijo Bernard, volteando hacia ella y abrazándola, colocando su brazo bajo la cabeza de ella y acariciándole el rostro–. Esa «negociación» de la que hablamos más bien fue una propuesta que me hizo Nathan.
–¿Nathan? –ella frunció el ceño–. He notado que lo has tuteado varias veces en la reunión, y ahora vuelves a hacerlo. ¿Con solo un día de trabajo ya has logrado que ambos se tuteen? No me parece...
–Él me ha dicho que lo llame por su nombre mientras no esté trabajando, pero eso no es lo importante, lo que importa es la propuesta que me hizo, y que tiene que ver más que todo contigo.
Ella volteó a verlo directamente a los ojos, aún más extrañada.
–¿Conmigo? ¿Y por qué conmigo?
–Te cuento: esta mañana la primera orden de Nathan fue que lo llevara a él y a su esposa a un sitio que no era su empresa. Tenían una cita muy importante, y al parecer de última hora. Así lo hice, y adivina a dónde los llevé.
–Pues, no sé, no me hagas adivinar y cuéntame qué pasó y qué tengo que ver yo en todo esto.
–Pues los llevé a un centro de fertilidad. Nathan me dijo que él y su esposa han tratado por todos los medios posibles de tener un bebé y no lo han logrado, incluso con la fertilización in vitro. Nada. Al parecer es un problema con ella.
–¿De verdad? Pobrecillos, me imagino cómo deben sentirse.
–El doctor les dijo que ya no valía la pena seguir tratando, pero les asomó una posibilidad de último momento...
–¿Sí? ¿Y cuál es esa posibilidad?
–Alquilar un vientre.
Ella entendió a dónde iba Bernard y se levantó rápidamente, sentándose frente a él en la cama con las piernas cruzadas. El pijama y su cabello suelto la hacían lucir sensual, a pesar de que no mostraba prácticamente nada de su esbelto cuerpo. Bernard le dirigió una rápida mirada escudriñadora, ella se dio cuenta y sonrió apenas, pero de nuevo se enfocó en lo que acababa de escuchar, y dejó de sonreír.
–No me digas que él te propuso... ¿Yo?
Él asintió, ella guardó silencio por unos segundos.
–¿Y tú qué le dijiste?
–Que hablaría contigo, como lo estoy haciendo ahora. Me propuso encargarse de todo: controlar el embarazo de principio a fin, procurarnos todas las comodidades, especialmente para ti, incluso llegó a proponerme comprarnos una casa y un auto... ¿Qué te parece?
Ella guardó silencio de nuevo, viéndolo a los ojos. Él sabía por su forma de mirarlo que estaba sopesando la propuesta, pero que tal vez sería negativa la respuesta.
–Antes de que des una respuesta, vamos a considerar la situación –dijo él–. ¿Te parece?
Pero no la dejó contestar.
–En primer lugar, tendremos una casa, que es algo que hemos anhelado desde que llegamos aquí. También tendríamos un auto, además de la paga que nos harían. Él ofreció encargarse de todo lo referente al embarazo, por lo que no tendríamos gastos en ese sentido...
–No sé, amor... Es algo muy serio. ¿Y si no puedo tener su bebé?
–Nunca hemos analizado la posibilidad de ser padres, me imagino que te harán pruebas para ver si puedes tener bebés. Te confieso que estoy pensando aceptar, pero la decisión final es tuya, y sabes que te apoyaré en lo que decidas. Si decides que no, no hay problema, y sé que Nathan no lo tomará a mal, aunque se pondría algo triste, se ve que es una buena persona, o al menos esa impresión me dio hoy. Espero no equivocarme.
–¿Y estás seguro que cumplirá con todo lo que prometió? Tener casa propia es uno de nuestros más grandes sueños, y si solo debo llevar un bebé de otro en mi vientre por nueve meses para tenerla, entonces estaría dispuesta a hacerlo...
Bernard la miró entre contento y dudoso.
–¿Eso quiere decir que... aceptas, entonces?
–Hoy estuve conversando con la señora Hicks y me pareció buena persona. En una de las conversaciones me dijo que ahora que su esposo y ella decidieron ser padres la cosa se les pone difícil, y la noté triste por eso, así que no quise ahondar más en el tema para no hacerla sentir peor. Tal vez acepte más por solidaridad con ella, que por lo que ofrecieron.
–¿Y entonces? ¿Cuál es tu respuesta?
Ella sonrió de buena gana, y a él le pareció una de las sonrisas más hermosas que ella le haya dedicado en toda su vida. La atrajo hacia sí y la besó largo y apasionadamente en los labios. Ella abrió un poco su boca y comenzaron a jugar con sus lenguas tímidamente, como les gustaba a ambos. Sintiendo subir la temperatura, él se apartó poco a poco, hasta que se vio de nuevo frente a ella, con sus ojos color café fijos en los marrones de ella.
–Para que estés segura, le pediré a Nathan que haga constar todo en un contrato, aunque estoy seguro de que él ya lo habrá pensado. Mañana cuando lo vea le daré la buena noticia.
–Me parece muy bien.
Ella volvió a besarlo, esta vez con un poco más de ansiedad y, abrazándolo, lo obligó a acostarse de nuevo con ella, para luego subir sobre él, y despojarse poco a poco del pijama.