-¿Con quién estabas? -preguntó de nuevo Joel ignorando por completo el comentario de Samuel. Esta vez ya no hubo respuesta. La duda estaba lastimando en lo más profundo a Joel. El chico rubio de ojos de otoño, estaba enamorado de Samuel. En los cuatro meses que ya el joven Raine llevaba ahí, habían sido amantes hasta que el cuerpo y el alma se los permitían. Por eso, Joel creía que Samuel era solo suyo, que él no tendría ganas de estar con nadie más. Sintió entonces ese desazón al que llamaban celos. Pero no podía demostrárselo o hacerle alguna clase de reclamo, jamás se había pactado nada real entre ellos.
-Ya sé lo que quieres y con lo cual dejarás de hacer preguntas ridículas.
Samuel detuvo el paso, dispuesto a darle un beso furtivo al chico. Joel luchó, pero los aguijones del escorpión fueron más ágiles y más letales y lo aprisionaron en segundos. Había rabia, pero Samuel quería quitarse el mal sabor de boca que había tenido que sentir minutos atrás con ese profesor idiota. Joel no quería esa noche dejar pasar la explicación, quería saber por qué estuvo Samuel con ese hombre.
-Samuel, por qué estabas solo con ese tipo -preguntó en voz muy baja el muchacho. Necesitaba una respuesta.
-¿No te vas a cansar de preguntar tonterías? Ya cállate rubio idiota, sé que tu también quieres un beneficio al estar conmigo, anda puedes decirlo abiertamente, sabes que no estaré aquí para siempre y que cuando salga seré tan o más poderoso que antes. Dime ¿cómo es que deseas que pague tus atenciones?
Y entonces ya no hubo más preguntas. El dolor de las palabras, dejaron pasmado a Joel, ya no sentía lo que Samuel le estaba haciendo, ya no escuchaba nada, jamás en su vida algo había dolido tanto. Samuel aprovechó para empezar a darle besos detrás de la oreja, pero Joel, ya no estaba ahí. Ahora solo lágrimas cálidas se deslizaban por sus mejillas.
-¡Basta ya! -gritó por fin Samuel, perdiendo los estribos-. Pero Joel no dejó de llorar y Samuel tampoco tenía intensiones de forzarlo. Se sentó en el piso, mientras Joel estaba aún estático, recostado a una pared. -Por favor Joel, detente ya, no llores más.
Pasaron segundos eternos y antes que Samuel se tendiera a llorar también Joel empezó a alejarse. Ahora estaba furioso.
-Samuel, yo... -no pudo decir más nada y salió de allí. Samuel se quedó sentado en el piso y reflexionó un poco, le diría a Joel después de todo, la razón por la que se había reunido a las escondidillas con otro. No quiso admitírselo, pero le dolió un horror ver a Joel tan lastimado por sus acciones. Salió de allí un poco después y cuando entró en la habitación pasaban ya de las tres de la mañana.
Pero las cosas no fueron tan fáciles como él se las esperaba. Al día siguiente y los días venideros, Joel le aplicó la ley del hielo. El desprecio total hizo que Samuel se envenenara peor aún, y terminaron metidos en tremendas peleas, como en los viejos tiempos. Jamás nadie lo había ignorado de esa manera y la sensación en el pecho era como si se estuviese derritiendo su corazón con ácido.
Quien respiraba tranquilo era el enamorado perverso de Joel. Trent, al ver la actitud de su chico rubio, quedaba convencido de que ellos se odiaban y por supuesto sus sospechas que tuviesen algo diferente, se disiparon en el aire. Lo tiempos eran igual que siempre.
-Oye, señorito Raine, tienes que asistir y limpiar el teatro.
-¿De qué rayos hablas? -preguntó Samuel al monitor de su clase-. ¿Por qué debo hacerlo yo solo?
-Porque a mí se me da la gana. No seas desagradecido mocoso, era eso o limpiar los baños de todo el internado. Si quieres te pongo a limpiar excremento.
Ante la generosa propuesta, Samuel aceptó complacido. Nunca había ido a ese lugar, es más ni sabía que había un teatro en el internado. Creyó que era un desperdicio tenerlo para tantas mentes diminutas e ignorantes.
Se encontraba el lugar, un poco más lejos que el falso edificio de enfermería, según le indicó Rob. Abrió la puerta y vio el escenario, los asientos bien cuidados, los pisos relucientes. La verdad no tenía idea de lo que iba a hacer ahí si todo estaba en perfecto estado, pero le gustó la idea de las cosas tranquilas.
-¡Ah, así que tú me vas a ayudar hoy! -escuchó que le gritaban desde un lado oscuro del escenario-; acércate jovencito, no te veo bien.
-Soy Samuel, y vengo a limpiar, señor -dijo mientras se acercaba, al hacerlo se dio cuenta que se trataba de un viejecito con barba muy larga-. ¿Es usted quien cuida de este teatro?
-Lo soy, muchacho, ¿te parece que está bien?
-Sí, me parece que está muy bien. Me parece además que no tengo nada que hacer aquí. -Samuel sonrió, el ancianillo era muy amable.
-¡Ja! jovencito -respondió el viejecito riendo un poco-. No sólo lo que ves es lo que está bien. A veces dentro puede haber mucho que limpiar, así por fuera se vea reluciente.
Samuel bajó la mirada sabiendo a lo que se refería el anciano. Comparó las palabras de este con la situación con Joel, con todo lo que él mismo había vivido. Nunca se había tomado la molestia de preguntarle por qué es que estaba ahí, ni cuándo había llegado, ni cómo le había ido al inicio, ni nada de nada. Estaba centrado en su propio círculo de dolor al que voluntariamente había entrado Joel, pero no le había interesado ser parte de la vida del rubio.
Samuel acompañó al anciano y tuvieron una agradable plática de obras de teatro y autores de las mismas. El trabajo que para él parecía fácil, para el viejecito era muy difícil, había mucho que limpiar tras bambalinas, era cierto, pero el anciano hacía una gran labor evitando que se cayera todo de mugre. Por primera vez Samuel se interesó en la conversación de alguien, pues parecía ser una persona sabia y con muchas frases acertadas que decir.
-Mira, ahora, por favor, limpia ese camerino. -Samuel abrió la puerta, y vio mucho trajes y muchas máscaras colgadas de la pared. Todo olía bien a pesar de que las cosas eran muy viejas. No había mucho que ordenar, quizás solo sacudir un poco el polvo. Se entretuvo entre máscaras de elfos y orcos, de geishas y fantasmas. Y una en particular le llamó mucho la atención. Era ligera pero definitivamente estaba hecha de plata. Sólo cubría parte del rostro y encajaba perfecto en el pómulo. Se la puso y se vio al espejo.
-Esa es la máscara que más me gusta -intervino el anciano al vérsela puesta-. Esa es la que me gustaría usar, cuando solo quiera ser la mitad de mí mismo.
Samuel viró su vista al anciano y le sonrió. «La mitad de mí». Esas palabras se le estrellaron en la cabeza y no lo dejaron en paz. Por fin entonces, se la quitó y la dejó en su sitio, parecía que la limpieza había terminado por ese momento. Antes de retirarse vio que había un cuarto al que no había entrado. El anciano le dijo que no era necesario, que era una habitación cualquiera. Movido por la curiosidad abrió la puerta y se quedó maravillado con lo que vio: la habitación tenía un lujo inusual de sábanas de seda rojas y muebles antiguos muy bien cuidados. Estaba feliz de ver algo lindo en medio de tanta porquería.
-Si lo deseas, puedes dormir aquí cuando gustes.
-¿Podría traer a alguien más? -Hizo una pausa reflexiva. -Pero no estoy seguro si le guste este lugar.
-Muchacho -le respondió el viejo-, si tú que has estado en lugares mil veces mejores que este y aún así te has maravillado ¿cómo no va a hacerlo alguien más?, Eres especial y sé que no escogerías a una persona que no tuviese un corazón sencillo, no te gustaría complicarte la vida con alguien como tú.
El viejo se echó a reír mientras Samuel se sonrojaba. Salieron de allí y era ya muy noche, pero el chico Raine, sabía que debía hablar con Joel a como diera lugar.