Capítulo 3 La Encrucijada Del Escorpión

Corazones Corrompidos

«El pasado domingo tomó por sorpresa al mundo de las finanzas y del entretenimiento la noticia del matrimonio del joven magnate y presidente de la Corporación Raine; pero no es eso lo que tiene al público en estupor y con la pregunta en la boca, es el hecho que el empresario va a contraer nupcias con el también empresario Joel Wilde, dueño de la flotilla de aviones de carga CND Intercontinental. Hasta el momento llevaron su relación en absoluta discreción, para hacerla saber al mundo el día en que se comprometieron de manera oficial. Se dice entre sus allegados y conocidos, que su noviazgo tiene varios años de existencia y que hasta el momento no han sufrido altibajo alguno por eso han decidido unir sus vidas para siempre. Con esto el señor Raine ha acallado los rumores sobre su inclinación sexual y nos ha hecho saber que no solo está orgulloso de gustar de los hombres sino que se ha enamorado de uno y lo hará su pareja. Los prósperos y futuros esposos esperan realizar su unión en Estados Unidos. Esperamos con ansias ese momento y de antemano les deseamos los mejores éxitos en su vida juntos. Informó para ustedes...»

Las luces de las cámaras fotográficas y de televisión, enfocaba la imagen algo soñolienta de Joel, quien ocultaba sus ojos tras unos lentes color púrpura, acentuando así el tono de su cabello. Sonreía por lo bajo, cosas como salir por televisión o hablar en público ahora lo apenaban muchísimo y prefería alejarse de todo eso.

-Demonios... -refunfuñaba Joel en su automóvil viendo la noticia en su móvil-, no sé por que le hago caso a Raine, odio salir en televisión. -Levantó su muñeca y vio su reloj. -Y para colmo llegaré tarde, hoy no será definitivamente mi día.

Iba muy retrasado para una cita importante en el futuro de su empresa. Había ganado una licitación y ahora se convertiría en el principal transportista de una compañía muy grande. Por alguna razón que desconocía hasta ese momento, el presidente y dueño de la compañía a la que había licitado, se había mostrado reacio a darle una entrevista personal y afinar a su parecer unas estipulaciones del contrato. Por fin entonces ese día tendría la cita con él y no podía desperdiciar la oportunidad no solo de conocerlo sino de librarse de hablar con su molesto representante legal.

Subió volando por el edificio ante la demora del ascensor, y llegó frente a la secretaria de presidencia, agotado, jadeante y un tanto sudoroso.

-¡Señor Wilde ha corrido usted un maratón! -dijo la amable joven riendo un poco.

-¡Santo Dios!, por poco y no llego. Espero que el señor River aún desee verme

-Ah, cuanto lo siento señor Wilde....

-¡No me diga! -interrumpió Joel a la mujer-, se ha ido otra vez.

-No, señor, iba a decir que siento las ocasiones en las que el señor River no ha podido atenderle pero creo se justificará al conocerlo, ahora por supuesto que le espera, puede usted seguir sin problema.

Joel hizo un ademán a la secretaria y entró al recinto del señor River. Escuchaba a lo lejos que este parecía mantener una conversación telefónica, y dio pasos cortos pues no deseaba interrumpirlo. La oficina iniciaba con una pequeña sala de juntas donde al final se apreciaba el cuarto de presidencia. A lo lejos, el joven Wilde vio que él en efecto hablaba por teléfono pero le daba totalmente la espalda con su dominante sillón. Entró por fin entonces el rubio al lugar sin hacer mucho ruido para no molestar. Colgó entonces el señor River pero un inquieto bolígrafo cayó al piso y se dispuso a recogerlo.

-Por favor, señor Wilde, tome asiento mientras yo busco mi bolígrafo. -Joel obedeció y se sentó con una sonrisa en su rostro.

-Señor River no sabe cuanto me alegra... -y se quedó sin habla, en el instante mismo en el que el hombre del sillón dio la vuelta y le vio a la cara. Joel no podía ni pestañear y lo peor de todo era que no parecía sentirse apenado por la forma en que lo veía. Y no era para menos, cualquiera en su sitio se hubiese sorprendido de esa manera al ver el rostro de un hombre cuya mayor parte del lado derecho estaba cubierto por lo que parecía una máscara de fino y brillante metal. Joel abría cada vez más los ojos hasta que por fin pareció reaccionar cuando el hombre viró su mirada.

-¿Le molesta, señor Wilde?, ahora entiende usted por que me veo tan reacio a recibir visitas, debe pensar que soy un excéntrico...

-Para nada, señor River, ¿es usted admirador del Fantasma de la ópera? -El hombre soltó una carcajada, que a lo oídos de Joel, fue más que adorable.

-No, señor Wilde, la verdad es que mi rostro tiene problemas. Problemas irremediables.

-Es una lástima, si se ve tan bello...

Joel no parecía medir sus palabras, que sorprendieron mucho al otro hombre. Pero no era para menos, jamás en su vida Joel Wilde había visto la belleza masculina como en ese sujeto. La máscara antes que quitarle atractivo le daba un toque de misterio absoluto que casi lo excitaba. El señor River no parecía tener más de treinta años, su cabello era castaño cenizo que caía alborotado sobre su frente acentuando más el brillo del metal. La máscara cubría la mitad de su frente desde la raíz del cabello hasta el inicio del tabique, de ahí bajaba haciendo una curva por debajo de su ojo cubriendo la mitad del pómulo y se precipitaba casi hasta la mandíbula cubriendo toda la zona izquierda hasta su oreja. La parte del ojo estaba descubierta y así el color lapislázuli de su mirada, era más incitante, provocadora.

-¿Lo cree usted señor Wilde? -interrumpió el hombre, la larga meditación que el de ojos castaños pareció tener en su rostro.

-Eh... este... perdóneme señor River ¡no sé que estaba pensando para decirle eso! Por favor, espero que no se sienta ofendido con lo que expresé... -le extendió la mano para saludarlo -buenos días, no sabe lo... lo... feliz que me encuentro con que me haya recibido por fin.

El rubio se sonrojó a más no poder, pareció entonces que volvió a ser el de siempre y solo hasta ese momento entendió el alcance de sus palabras, que salieron del estupor y el tanto de excitación que sintió al verlo. No era solo esa máscara, era todo él, sus manos grande y prolijas, sus hombros anchos, su cuello grueso, la profundidad de su voz, su pose de dueño del universo. Ahí deseó en el alma que el piso se abriera y se lo tragara al ser tan estúpidamente imprudente y evidente.

-Es un placer también para mí, señor Wilde. Sé que ha tenido altercados con mi representante legal por algunos porcentajes en los que no está de acuerdo.

-¿Eh? ¡Oh sí, eso! -La verdad Joel estaba demasiado absorto en el sujeto como para coordinar una cosa con otra. En realidad esperaba que el presidente de las industrias River, fuera un hombre viejo y muy molesto, nada lo tenía preparado para lo que vio. -Verá señor River, su representante no quiere ceder al aumento del 10% en los fletes. Los puntos de la licitación eran muy claros y usted ofrecía ese porcentaje, no entiendo por que negarse ahora.

Aquel de la máscara empezó a hablar, y Wilde solo podía ver aquellos labios moverse, a veces relamiéndose, otras, mordiéndose con suavidad. Se perdía en cada movimiento, en su dentadura perfecta, en la sutileza de su respiración. ¿Cómo se sentirían aquellos labios, sobre los suyos?, ¿cómo se sentiría que se ahogara un gemido del señor River en su garganta? Un carraspeo lo sacó del estupor en el estaba.

-Lo lamento señor Wilde, pero me molesta discutir esos asuntos en un lugar como este -Joel hizo un gesto de confusión al no entender sus palabras. -Quizás yo pueda ceder un poco más, e incluso usted, con esas rígida cifras, en medio de una cena. Lo invito esta noche, señor Wilde, si no le molesta por supuesto.

-¿Molestarme?, ¡no! para nada, será un gusto cenar y charlar con usted un poco... -el señor River se paró de su sillón y se dirigió a la ventana para correr la persiana, ahí pudo apreciar mucho más Joel, al esbelto hombre que caminaba entre un pantalón de lino negro que acentuaba su trasero, además de su casi metro ochenta y cinco de estatura.

-¿Le parece bien a las ocho?, le diré a mi secretaria que le dé la dirección.-Joel pareció meditar un instante a lo que el señor River agregó-: Si tiene algún inconveniente, puede llevar también a su prometido, no me molesta para nada.

Joel inclinó el rostro e hizo una pequeña mueca que el señor River no pudo ver, pero que significaba lo fastidioso que era el que todo el mundo supiese que se iba a casar con Raine.

-No, señor River, con gusto iré, me presentaré solo, es mi negocio... no de él.

El hombre sonrió y llamó a su secretaria para que a la salida le diera al joven de cabellos de sol el lugar del restaurante donde se verían esa noche. Se despidió no sin antes echar un último vistazo a ese rostro enigmático que le cautivaba.

Todo el día, lo único que Joel hizo fue rogar por que las horas pasaran deprisa para poder ir a verse con el señor River. Sabía muy internamente que lo que deseaba era sentirlo cerca y a pesar de todo no se sentía mal él mismo. Algo había en ese sujeto que lo atrapó en el instante mismo en que lo vio. Pensó entonces que su excentricidad era lo que había llamado su atención, y necesitaba comprobarlo esa misma noche. Se excusó con su prometido al no acompañarlo a cenar, pero le dijo que necesitaba cerrar ese negocio.

-Y dime Joel, ¿es el anciano que te imaginabas? -preguntó Raine al otro lado del teléfono.

-Pues algo así. Sus cabellos son cenizos. Lamento no acompañarte esta noche, pero te prometo que mañana saldremos, ¿de acuerdo?

-Si no hay más remedio... llámame cuando regreses.

Entonces el lugar y la hora llegaron por fin. Desde hacía años, Joel no se sentía tan nervioso y feliz por algo que no sabía como terminaría. Su vida estuvo llena de altibajos que en verdad se le disolvieron en la mente sin poder ubicarlos con la precisión que deseaba. Desde hacía años, no sentía como dentro de él se despertaba esa especie de instinto que lo hacía sentirse libre y refrescante.

El sitio según sabía era muy lujoso, así que procuró vestirse lo mejor posible, sin llegar a ser demasiado formal. Con una camisa de cuello alto color gris un pantalón negro y un prominente gabán del mismo color se dirigió rumbo a lo desconocido, rumbo a un éxtasis mental. Cuando llegó, se dio cuenta que el lugar estaba cerrado y pensó que había llegado demasiado temprano o que sencillamente lo habían timado. No sucedió nada de lo que creía pues un hombre lo saludó y lo dirigió dentro del restaurante que se encontraba por completo desocupado. En una mesa casi al fondo adornada por una vela, lo esperaba el señor River quien no se había cambiado de ropa y se excusó de esto diciendo que no tuvo mayor tiempo.

-No se preocupe -respondió sonriendo el joven Wilde-. Pero me preguntaba por qué el lugar está vacío.

-Señor Wilde, sabrá usted que muy, pero muy pocas personas me han visto en público y no deseaba que la atención estuviera en mi rostro toda la noche. Por eso reservé todo el lugar para estar solo con usted.

-Vaya, creo que tiene usted razón.

Hablaron en un inicio, trivialidades. Cosas de negocios que a ninguno importaban, mientras tomaban el aperitivo y luego cenaban. A Joel se le olvidó por completo que estaba en ese lugar para concluir los términos de un contrato y nada más. Pero no se podía concentrar en otra cosa que no fuera el magnetismo salvaje de ese hombre que le miraba con su ojo descubierto, con cierta intriga que lo mataba y que estaba por volverlo loco. Supo entonces, que su interior, el que creyó marchito, renacía con el vaivén de los labios de ese hombre.

-Y dígame, señor Wilde, ¿hace cuanto es usted pareja del señor Raine?

Estaba entonces la obligada pregunta para poder clarificar el terreno. Joel se mostró distante al responder que varios años. Seco y sin mayores aclaraciones siguió comiendo, entonces River, entendió que responder no era para su acompañante algo agradable.

-¿Le gustan los juegos de mesa, señor Wilde?

-¡Por supuesto! A veces en el reformatorio en el que estuve, el tiempo lo pasábamos en juegos de ajedrez y damas. Otras pocas en cartas, me gustaban, y alguien, me enseñó a jugarlos muy bien. -La sonrisa propia de los buenos recuerdos, llegó a los labios de Joel. River lo notó y sonrió también.

-¿Le gustaría tener un juego de cartas conmigo, señor Wilde? -La pregunta sacó de su lugar a Joel quien sonrió complacido

-Bien, le advierto señor River, que soy muy bueno.

-Lo recordaré señor Wilde. Pero hagamos esto más interesante. Apostemos algo. Si usted gana haré lo que usted me pida, y si yo ganó, hará lo que yo desee. Por supuesto que esto incluye nuestro contrato.

Joel entonces arqueó una ceja y sonrió. Sabía que tenía muchas posibilidades de ganar así que lo que pediría sería no remover ese 10% por el que estaba peleando. Supuso que si él ganaba pediría lo mismo a su favor, así que pensando en el futuro de su empresa se dispuso a luchar. Pero su excitada imaginación pensaba otra cosa. Si ganaba, hipotéticamente, le pediría al señor River que se quitara la ropa y que se acostara en la mesa totalmente desnudo, y ver cada centímetro de su cuerpo al descubierto. Joel lo imaginaba así, y solo hasta que sintió que venía una erección y que el señor River ya había hecho una jugada, fue que pudo reaccionar.

***

Fin Capítulo 3

            
            

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