-¿Y qué dijeron? -el tono inquisitivo de Ian la regresa a la realidad.
Mira el perfil del hombre, y nota cómo una de sus comisuras se eleva, es casi imperceptible, pero el cosquilleo en su estómago no lo ignora.
-Llamó a la torre para avisar que está bien -El ceño de Ian se frunce y se acomoda en el asiento con un resoplido.
La mirada inquietante de Eugenio parece incomodarlo.
-El problema es que nadie sabe dónde está -Día agita la pierna contra el suelo.
-¿Significa que hay tiempo para la exhibición de las mariposas? -dice Día apartando la mirada a la ventanilla.
Y aunque ella no lo está viendo, sus leves hoyuelos coronan una sonrisa de preciosos dientes blancos.
***
Tredway aparca frente al lugar, y todos bajan después de él. Algunas mujeres le echan unos repasos lascivos y, las más atrevidas, le sonríen con lujuria. Diandra se esfuerza por no demostrar su molestia, preocupándose por caminar junto a su hijo. Ian tiene un especial brillo en el rostro, y cuando se detienen en el umbral, un amable hombre los empieza a guiar por el establecimiento.
Dabiel, su guía, los introduce en el pequeño clima controlado en el que habitan una gran cantidad de mariposas exóticas. A su alrededor, revolotean tranquilas y libres las mariposas. Sus diversos colores contrastan con las tonalidades verdosas de las plantas que cubren paredes y suelo. Ellos ven hacia el techo, y descubren el enorme tragaluz sobre sus cabezas.
Un sonido de sorpresa proveniente del hombre, la dejan embobada. Entre sus brazos tensos, Eugenio disfruta de las mariposas, una se posa en su nariz; permanece quieto algunos segundos. La fascinación en el rostro de Tredway es... tierna. Es la segunda vez que lo ve realmente relajado. Ambos se alejan hacia una barandilla que separa al montón de personas del hábitat en el que muchas mariposas polinizan.
-Por supuesto, ahora solo lo mira a él -protesta Ian.
Diandra le da un codazo, y lo insta a hablar con él.
-Vamos, no te hará daño -le pone la mano en la espalda, y camina junto a él.
Lo ubica junto a Tredway, y para romper el hielo, dice algunas boberías, y se aleja. Saca el celular de su bolsillo. Toma una foto en la que aparecen los tres, fingen que no lo notan, pero la intriga en Langdon no tiene precio. Guarda el dispositivo en su bolso, y se recarga de la barandilla en silencio.
No puede evitar quedar fascinada por los pequeños seres, hasta que uno de ellos le trae un recuerdo. Una sensación de vacío en el pecho la obliga a respirar lentamente. Ese día es hoy, ese día es hoy, piensa, con la sensación asfixiante cerrándole la garganta. La multitud la aparta de ellos, y su celular empieza a vibrar.
Aplastada contra una esquina, revisa, y la llamada insistente de Killmer aparece en la pantalla. Hoy es el cumpleaños de su novio, y desde que están juntos, no habían pasado ninguno de sus cumpleaños alejados. Diandra se imagina lo que debe estar pensando. Un espasmo la hace volver rápidamente hacia ellos.
-Posa, posa -grita Eugenio mientras aplaude.
Langdon tiene en su índice una mariposa azul, y sonríe de lado. Ian está junto a ellos con los brazos cruzados sobre su pecho, observando la escena. Los celos chispean desde lejos. Lo abraza de nuevo, y le pide lo mismo, pero esta vez besa su cabello.
-Hola, Eugenio -Diandra le toca la nariz, y como leyera su mente, extiende sus manitas hacia ella.
Lo carga, y señala a Langdon con la cabeza. Él se desplaza a regañadientes, y su padre inicia la conversación. Satisfecha, empieza a disfrutar del lugar. Eugenio grita de la emoción por las mariposas, y el minúsculo deseo de tener un bebé como él le pincha. Sin embargo, nadie debe saber la verdad.
Después de unos largos minutos recorriendo la exhibición, Diandra devuelve al bebé, y emprende su camino sola. Se pierde entra la multitud, y algunas manos tocan su hombre. Pero cuando intenta ver, no hay nada, ni un amago. Un poco inquieta, trata de regresar con su hijo, pero más personas la alejan de su objetivo hasta que escapa en un sitio apartado. Con la respiración irregular, siente pasos y se apresura a volver con la multitud.
Una mano fría y delgada le cubre la boca, rápidamente se aferra a su antebrazo. En tanto, el brazo libre la toma por el cuello y la arrastra a una puerta que da a la escalera de incendio. Da patadas en busca de aire. El hombre le quita la mano de la boca, y al intentar huir, la hoja filosa de una navaja se desliza de forma superficial sobre su piel.
-Me disculpo de antemano -la rudeza de su voz contrasta con los temblores al hablar.
Diandra bufa. Coloca un celular en su oído, y la voz de Cánada se escucha con claridad. Ella empieza a hablar de unos frondosos árboles, de la pureza del aire, del silencio. Describe el pórtico digno de sexagenaria, cuya dueña tiene solo la mitad.
-Es perfecta, voluptuosa, brillante -la rabia vibra a través de la línea.
»Está cerca de ti, y si no llegas a encontrarla, él olvidará la gracia de tu rostro.
El vacío de la llamada finalizada le congela la sangre, detiene su corazón, pausando todo a su alrededor. De un segundo a otro, el frío del cuchillo desaparece, y es empujada fuera de las escaleras. Con un lamento, el hombre termina de dejarla en el pasillo solitario.
-Calla, Diandra, no soy quién crees que era -murmura antes de cerrar la puerta.
El sudor ha empezado a acumularse en su espalda, asqueándola. Se estremece y frota sus manos temblorosas sobre sus muslos. Saca el celular y envía un mensaje conforme camina hacia donde están los muchachos. Una notificación suena justo detrás de ella, y algo metálico roza su brazo. Sus pies se aceleran tanto, que choca con Tredway.
-¿En dónde te metiste? -ladea la cabeza, intentando descifrarla.
No le importa, Cánada está por ahí, acechando, persiguiéndolos. Y saben dónde viven. E Ian... dios, no se le ocurre qué sería capaz de hacerle.
-¿Diandra? -el llamado no la saca de su mente.
La determinación le recorre la sangre, y si no despierta ahora, sucederán cosas que no tendrán cura.
-Solo se muere una vez.