Más Allá Del Amor, hombre
img img Más Allá Del Amor, hombre img Capítulo 9 Una mano larga.
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Capítulo 11 Hijos no correspondidos. img
Capítulo 12 Ya basta. img
Capítulo 13 Honor a la Reina. img
Capítulo 14 ¿Le gusto img
Capítulo 15 Ser img
Capítulo 16 Él. img
Capítulo 17 No ex. img
Capítulo 18 Temores. img
Capítulo 19 Hazlo... img
Capítulo 20 Un crudo vuelco. img
Capítulo 21 ¿Lo saben img
Capítulo 22 El vínculo Vera. img
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Capítulo 9 Una mano larga.

Las cuatro paredes del cómodo estudio de Tredway desaparecían a su alrededor. Sus manos grandes y suaves tecleaban en su portátil. Solo le importaba terminar el documento para irse a dormir, el whiskey empezaba a hacerle efecto.

Se volvió hacia la botella, y pegó los labios a la botella. Unas gotas quedaron en su boca de chocolate, por lo que eliminó los restos con su lengua. Una oleada de cansancio lo obligó a recortarse en la silla estirando sus largas piernas.

El rostro delicado de aquella mujer apareció en su mente. Su melena oscura, su sonrisa y su dulce voz lo marearon. Ella lo acechaba durante las noches largas. La claridad en sus ojos se apaga, y su cuerpo cede ante la gravedad, por lo que apoya su cabeza pestañeando con lentitud, se esforzaba por recuperar la visión. Cuando, de repente, el estrepitoso repiqueteo de los tacones de Cánada tomaron las riendas del asunto.

Con su mano envuelta en un guante, dejó una caricia en su cabello. Tredway balbuceó.

-Shh... -rozó su nariz.

El frío tacto de la mujer se alejó, puso sus manos en el librero repleto de archivos resguardados en carpetas y tiró al suelo la primera carpeta. Los lanzó hacia todas direcciones. Tredway trató de alzar la cabeza, pero su cuello no pudo sostenerla y acabó por golpearse contra la madera. Su cerebro estaba entumecido, como su estuviese atrapado en una red que no le permitiera comunicarse con su cuerpo.

-¿Qué...? ¿Ha-ces? -logró articular luego de unos segundos.

Esa botella de whiskey llevaba años en el cajón de su escritorio, y la última persona que entró al estudio había sido ella.

-¿Dónde están? -dijo desde la esquina de la habitación, donde se ubicaba el librero.

Determinada, avanzó hacia él y se puso a su nivel. En una de sus manos sostenía un almohadón y, con la otra, el cuello de su camisa.

-Te pregunté dónde están las hojas del bastardo -repitió manteniendo su tono tranquilo.

Las gruesas uñas de Cánada se entierran en su barbilla, lo mira a los ojos y sopla sobre ellos. Abrumado por la pesadez que se apoderaba de sus sentidos, hizo su mayor esfuerzo para contestar.

-Hazlo de otra forma, Cánada -murmuró luchando por seguir despierto.

Cánada sonrió, le quitó las uñas de encima, y colocó suavemente su cabeza sobre el almohadón. Sin titubear, cerró el portátil, y se lo llevó consigo.

-Cˆ¡nada -susurró cuando ya no podía escucharlo.

Y aunque lo hubiese hecho, no importó, porque después de cerrar los ojos y quedarse dormido, Tredway olvidó lo que había sucedido.

***

Tredway cierra el grifo bruscamente, interrumpiendo. Ella está lavando los utensilios de cocina que usó para batir, y ahora se prepara para picar lo siguiente que le añadirá a la cena. La voz áspera y apagada del hombre, se mezcla con el que produce el filo del cuchillo contra la tabla de picar. Desde que despertó, ha estado en la cocina recibiendo y haciendo llamadas. El ajetreo de Cánada no le permite descansar.

-Joder -farfulla Día limpiándose un dedo bajo el grifo.

La casi imperceptible gota roja brilla en su yema. Él se ofrece a ayudarla, pero con un tono conciso, rechaza la oferta.

-El malestar en mis brazos me impide hacer mucha fuerza sin que me duela -explica aludiendo lo sucedido el día anterior.

Con fijeza, mira su cuello, y nota la marca violácea que se ha formado.

-No fue la gran cosa, me lastimaron tres kilos de avena en mi cuello -ironiza continuando su tarea.

Sin prestarle la debida atención, Tredway desliza su dedo sobre la pantalla de su celular. Varias imágenes de Cánada con su hijo aparecen, también algunas que le han enviado sus contactos. Está esperando la más reciente. Él suspira y busca en sus fotos.

Los retratos de ella nadan por la pantalla. En unas le sonríen a la cámara, en otras, simplemente fotografía partes de su rostro. Es una mujer hermosa, sexy y fabulosa, pero no es ella. Tras revisar el celular un poco más, vuelve a la realidad gracias a Diandra, que le lanza un trapo de cocina.

-Oye, pon los pies en la tierra, Langdon -espeta dejando los utensilios de lado-. Vine aquí para ver a mi hijo crear una relación contigo, y lo único que has hecho es ignorarle -ella coge otro paño y lo enrolla alrededor de su mano.

-Es que Cánada me tiene preocupado, ocupa mucho de mi tiempo -se gira para tomar agua del refrigerador-. Entre Eugenio y el trabajo, las horas restantes son para dormir.

Él toma un sorbo de agua y vuelve a guardar el vaso en el refrigerador.

-Son puras excusas, hombre -bufa descansando el trapo en su hombro.

Con poco ánimo dice algo más que Tredway no escucha, y le pide que lo repita. Ella niega, y él hace amago de irse, pero Diandra atrapa su muñeca. Baja la cabeza, pegándola a su camiseta.

-¿Has sabido más acerca de Cánada? -formula creando de nuevo la distancia.

Su celular suena. Un archivo adjunto se abre con un pie de foto simple. Sin molestarse en leerlo, extiende su brazo para que vea la foto. Curiosa, se acerca a inspeccionar. En la imagen está Cánada cruzando una calle angosta, junto con un hombre que oculta su rostro con su antebrazo. El fondo exhibe un vecindario hogareño. Y después de parpadear dos veces, Diandra enfoca su atención en un detalle específico.

Toma el teléfono, y casi se resbala entre sus dedos. Su cuerpo empieza a temblar, el sonido de sus exhalaciones se hace intenso y no puede apartar los ojos del celular.

-Estuvo ahí -Tredway se acerca a ella, golpea su pecho con fuerza-. Ella lo tiene, lo ha tenido siempre -lágrimas calientes comienzan a descender por sus mejillas.

Diandra trata de alejarse de él mientras sus sollozos se intensifican, pero la abraza. Dándole refugio ante el temor.

-Debe aparecer, Dios, por favor -ruega entre hipidos.

Le pregunta, e insiste e insiste, pero cierra los ojos con fuerza y menea la cabeza, negando rotundamente. Con sus labios temblorosos y el rostro caliente, solo puede decir una cosa:

-Mi bebé, Langdon -amortigua un grito en su pecho-. Su... su lugar se-seguro...

Temblando y asustada, Diandra se aleja de él lo más que puede, corre a buscar a su hijo y se encierra en la habitación. Su voz no vuelve a escucharse, y Tredway no deja de pensar en porqué reaccionó así.

-¿A qué le temes tanto?

Nunca ha sido un qué, sino un...

            
            

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