Ian la observaba ponerse el labial antes de salir de casa. Tanto Tredway como su hijo envolvieron toda su atención en ella. La adoraban. Ahora su primogénito está a pocas habitaciones de distancia, y lo único que se han dicho no ha sido muy grato. Además, las vacaciones de Tredway acaban de empezar; no era momento de que regresar. Ian está arruinando los planes. Al menos eso dijo Cánada la noche anterior.
-Pudo esperar otro año -asegura Cánada, como le hubiese leído la mente-. Ya debe estar de vuelta a casa, amor-murmura besando el pecho del hombre.
Tredway se apoya sobre sus codos y la mira. Su cabello está desordenado, tiene el camisón rosa arrugado, y su sonrisa no es la que lo hace sentir de verdad. Por esto, él olvida sus modales, apartándola de un suave manotazo. No necesita eso.
-No te portaste así anoche -dice con un tono de picardía.
Lo máximo que logró sentir Tredway, fue frío. Como ahora, Cánada emana algo que congela la habitación. Le falta lo que ella tiene. Diandra. Él sacude la cabeza, recordando qué debe preguntarle a la mujer con que durmió.
-Te dije que la mujercita y el niño ya no son un problema amor. -Tred termina de incorporarse.
Se pone un pantalón, se calza las pantuflas y ve a Cánada. No le sorprende que lo haya hecho, pero creyó que esperaría para hacerlo. Él pasa de ella y abandona la situación, una brisa fría le provoca un estremecimiento. Está desesperado por irse de ahí, la temperatura es cada vez peor.
Apresura el paso hacia el final del pasillo. Las luces que dan al patio están encendidas, las cosas están desarregladas y los golpes contra la puerta de cristal se escuchan con claridad. Tredway esquiva los restos de un florero en el suelo, llega a la puerta y la abre. En primer lugar, ninguno reacciona. Ian es quien se cruza de brazo y pasa al lado de su padre. Diandra, en cambio, le da los buenos días, esperando a que él le permita pasar. Tredway se aparta.
Sin embargo, pone el brazo de nuevo. Ella aún viste su pijama, se frota los antebrazos con las manos para mantener el calor. Él hace amago de abrazarla, pero solo se escucha un jadeo de Diandra cuando Tredway acaricia su mejilla fría.
-En la cocina debe haber café -balbucea él, quitando el brazo-. Apúrate, si no terminas de entrar, la puerta no cerrará -gruñe al verla inmóvil.
Diandra resopla, haciendo lo que dice.
-Hey, las quejas de mi hijo te esperan en la cocina -profiere ella desde el pasillo-. Su desayuno está como piedra por culpa de Cánada.
Cánada no se contuvo. Maldición. Tredway no ha encontrado la manera de frenar los impulsos de esa mujer. Es muy quisquillosa. Pocas cosas lo sacan de sus casillas, y ella tiene el poder de hacerlo en un pestañeo.
Él se muerde la lengua, avanzando hacia la cocina. Inhala un aroma que le trae recuerdos. Huele a panqueques, caramelo y chocolate. ¿No se suponía que el desayuno estaba frío?
-Mamá, no sabe mal -dice Ian, engullendo su desayuno-. Nací para esto.
Diandra sonríe un poco, y su sonrisa se desvanece al ver a Tredway. Tiene motivos para portarse así, pero él no está dispuesto a tolerarlo en su propia casa.
-Hicimos demasiados panqueques -comenta Diandra, limpiando el mesón-. Cánada y tú pueden acompañarnos -el tono frívolo que usa, le produce sorpresa a Tredway.
Tan amable y arisca como siempre, piensa él enarcando una ceja. Se sitúa en uno de los taburetes y prueba la comida. La textura perfecta se diluye en su boca, el calor se extiende por sus extremidades, aflojando la tensión que lo acecha. Ella sigue teniendo el mismo toque, incluso mejor que antes.
-Como les decía -Ian apoya los codos en la isla-. Cánada nos dejó congelándonos treinta minutos en el patio -se queja, jugando con el dije de su collar-. Está loca.
Tredway ni se inmuta ante la declaración. Son palabras muy conocidas para él, ha escuchado peores.
-Debería disculparse -le sugiere Diandra al chico.
Ambos observan a Tredway, pues el comentario le ha hecho gracia. Es más probable que ella misma los devuelva al campo, antes que disculparse por cualquier cosa.
-No es gracioso -espeta Ian.
Y como si el universo los hubiese oído, Cánada emerger del pasillo con Eugenio en brazo. Pone una mueca al verlos Desayunando, rueda los ojos y se sienta junto al hombre. Ella pega su costado al de él, pero Tredway arrastra el taburete lejos de ella. Cánada chilla, recuperando la compostura rápidamente.
-Supuse que ya habían llegado al rancho -murmura Cánada, inconforme.
Pese a su pequeño alboroto, Tredway se inclina hacia ella y le dice:
-No me interesa lo que hagas, ya hablaremos esta noche -le advierte-, sino no tendrás lo que quieres.
La mujer cruza las piernas bajo el desayunador. Ella le arroja un beso, y vuelve a irse, dejando una nube de incomodidad. Tredway carraspea, captando la atención de los presentes.
-Me encargaré de ella -admite entre dientes-. Quería decirles otra cosa.
Diandra e Ian lo miran, ceñudos.
-Cánada y yo planificamos un viaje para escapar de las bajas temperaturas de la ciudad -se frota el rostro con una mano-, y en vista de que mi otro hijo está aquí -Diandra inhala con fuerza-, podrían ir con nosotros.
¿Su otro hijo? No se había ocurrido algo mejor, ahora espera que Ian no le grite mil cosas. Eso fue lo que hizo cuando «conversaron». Mas ninguno da su opinión. En sus rostros se lee una emoción que Tredway no distingue, solo se percata de la falta de entusiasmo.
-Así pasarás tiempo con Langdon, Ian -la mujer le pellizca una mejilla al mencionado-. Vamos.
Ian mira a su madre, y luego a su padre. Un destello de amargura se nota en su nariz, pero acepta la propuesta. Tredway hace el mismo gesto con la nariz. Nadie está seguro de lo que está haciendo, pese a que deben hacerlo. Sino todo se acabará.
* * *
Diandra suspira, cerrando la ventanilla junto a ella. No se esperó que Langdon tuviera un jet privado, y tampoco que el terror le congelara el cuerpo entero. El vacío en su estómago es tan desconocido, que las náuseas empiezan a subirle por la garganta.
-No vomites en mi avión privado, Día. -La rudeza de la exigencia de Cánada rebota en interior del jet-. Limpiarlo es una desgracia.
Se escucha claramente un bufido por parte Ian. El vuelo es de dos horas, ha transcurrido hora y media, y Cánada dice todas las barbaridades que se cruzan por su mente. Tredway se ha dedicado a mirarla, sacudírsela del brazo como si fuese una garrapata, y rendirse, porque ella no lo suelta.
Mientras ella se entretiene ocupando la atención del hombre, Ian hace un mohín. No le ha sido posible hablar con él, y ojalá no lo hubiese intentado, pues Cánada, lo ofendió cada vez que lo intentó. El sarcasmo con que lo hizo no fue mejor.
-Cuando aterricemos, hablarás con Langdon todo lo que quieras -Diandra lo consuela, girándose hacia él-. Treinta minutos pasan volando -Ian ríe ante el mal chiste de su madre.
Ella lo atrae con su brazo, deposita un beso en su cabello negro, y lo suelta.
Entonces, Eugenio, sin nada que hacer, rompe en llanto, ralentizando el tiempo que queda en el avión. Diandra se esfuerza por apartar la vista de la ventanilla. Es como si en cualquier momento el aparato fuese a caer. Ella empieza a tragar saliva, aferrándose al asiento.
Los minutos pasan. Bailan en el avión, observando a los pasajeros. Todos ellos piensan, comparten un pensamiento. Y ese es que por nada del mundo, le quitarán al hombre que los está llevando a un pequeño viaje de vacaciones.
Todo sea por el dinero y el amor.
***
El calor abrazador que los recibe, pone de mal humor a Cánada y su bebé. Pero esas quejas no molestan ni Diandra, ni a Ian, ya que ambos se desvían en la pista de aterrizaje, y después de caminar varios minutos para encontrar por donde entrar, alguien del personal del aeropuerto, los encuentra. Esto le permite a Diandra relajarse. La odiosa voz de la novia de Langdon la estaba volviendo loca. La paz ha regresado.
-¿Dónde estamos, señorita? -le pregunta Diandra, sosteniendo sus pertenencias-. Vinimos con el señor Langdon en su... -no completa la oración, porque la chica se va asegurándoles algo que no alcanza a entender.
¿Dijo que traería a alguien o que nos llevaría con Langdon?
-Hacía años que no estaba en un aeropuerto -la emoción en su voz, le eriza los vellos a su madre-. Pero ya había olvidado que nunca volé acompañado en el jet.
»Papá lo usaba para emergencias, y muchas de esas veces la emergencia era yo.
La sombra en sus ojos opaca un poco el momento. Ian suspira, como lo ha estado haciendo desde que vio a su padre de nuevo. Es muy cierto que sigue siendo un hombre cauteloso. Mas ahora su actitud roza lo insensible, y Día jamás pensó que él llegaría a ser de ese modo.
-Traje la cámara, mamá -anuncia Ian, sacándola de su mochila-. El pasillo largo -dice él.
El muchacho no sale a ningún lado sin esa cámara. Muchas veces le pide a su madre que, por favor, camine por el largo pasillo. Diandra acepta, y se detiene en uno de los puestos de comida que adornan el corredor. El ligero bullicio de las personas en el aeropuerto a las seis de la mañana, se escucha suave y claro. Ambos se adentran en la afluencia de personas. Chocan con algunas, pero no nadie parece enojarse.
La mujer se detiene en distintos sitios, mientras Ian pone el ojo en la mirilla y captura a su madre en fotos. La sonrisa de Diandra se nota relajada, tan natural que cualquiera diría que para ella estar delante de la cámara en lo más normal.
En el rostro de Ian se expande la sorpresa, ve cómo su madre ha olvidado lo que estaba haciendo, al toparse con un hombre que no reconoce al principio. Ella tiene las manos recogidas sobre su pecho, está inclinada hacia atrás, y su cuerpo grita que quiere que el hombre se aleje. Ian baja la cámara, trotando hasta su madre.
-¿Estás bien, mamá? -él ubica las manos de Diandra a sus costados, le alisa el cuello de la camisa y la mira directamente a los ojos.
-Alguien que tenía años sin ver, nada del otro mundo -se excusa, parpadeando.
La palidez en su piel bronceada no es común, así que Ian cierra la mano alrededor de su muñeca. Ella está sudando frío. Ian hunde el entrecejo. Vuelve a preguntarle.
-¿Era él, mamá? -Ian recuerda que la última vez que vio a su madre, fue por haber visto a alguien.
-Cánada, creo que la escucho -Diandra se zafa cuidadosamente del agarre de su hijo-. Sí, creo que es ella la que grita.
Ian gira la cabeza hacia el ruido. La voz de Cánada se oye aún lejana, y...
-Día, Cánada estaba cuando me fui contigo -susurra aferrándose a la cámara en su cuello-. Ella nos echa, nos aleja de ella.
-Esa mujer busca otra cosa, hijo -Diandra reacciona-, y hay que saber qué es.
Justo cuando ella se acerca más a Ian, la madre de Eugenio aparece en su campo de visión con un guardia a su lado.
-Mi madre sabría quién es. -El muchacho escapa de las garras de Cánada, manteniendo distancia.
Por otro lado, Diandra visualiza sus facciones, la ira chispeante que tiene en los ojos, y la mueca de desagrado que aprieta sus labios finos. La mujer le pide algo al guardia y se pierde.
-El señor Langdon los espera en la entrada, síganme -informa el hombre uniformado con Ian y Diandra detrás de él.
El vasto establecimiento del aeropuerto los hace ver diminutos. De esa misma forma Tredway los mira a ambos desde su auto. Su novia/esposa y su hijo los esperan junto a él. Cánada finge demencia mimando al bebé.
-Hasta que aparecen -Tredway hunde sus manos hechas puños en sus bolsillos. Asiente hacia su novia, y ella entra al auto sin decir nada-. Estuvimos treinta minutos esperándolos.
»Entonces, seguridad viene a decirme que están paseándose por el maldito aeropuerto. ¿Qué les pasa?
Ian tartamudea antes de articular palabra.
-Una señorita nos iba a llevar, pero no apareció después. -Langdon exhala por la nariz, apretándose el tabique con dos dedos.
-Entra al auto -Ian hace amago de replicar, y recibe una mirada aprensiva-. Por favor, entra -ordena.
Tredway Langdon posa su fuerte mirada en Diandra. Los ojos color avellana le dan un repaso. Observando más allá de sus capas, de las mentiras, del temor.
-No sé ni por qué te he traído, Diandra -la enfrenta, apoyándose del auto-. Eres solo la que cuida de mi hijo, nada me obliga a traerte; tú saboteas mi trabajo.
La mujer no entiende nada de lo que dice, pero sabe que alguien puso esas ideas en su cabeza. Él no podría llegar a tales conclusiones. No puede ser posible.
-Estoy aquí para asegurarme de que mi hijo esté bien, Langdon -entrelaza las manos en su estómago-. Tú dejaste a un niño bajo mi cargo.
»Y en este momento, un adolescente de quince años vuelve a tu vida. Y tú estás más que acompañado.
-No hables de Cánada, está ocupada para defenderse de ti.
Ella se acerca lo suficiente como para inhalar disimuladamente la loción del hombre. Por un segundo pierde el hilo, pero se recupera. Pone un dedo en el pecho de Langdon, y el cosquilleo en sus pies la pone ansiosa.
-Tú deberías defenderte de Cánada. Porque así tenga que soportar tus pretensiones, me aseguraré de demostrarte lo que realmente sucede.
Entonces, con muy pocos ánimos de perder la cordura, Diandra abre su palma, deleitándose del calor que emana su cuerpo. Traga saliva, se aleja de él, y con una sonrisa petulante en sus labios, la mujer entra en el auto, azotando la puerta del auto.
Al menos la puerta debe sufrir por sus regaños. Solo por ahora.