Langdon luce tres anillos en su mano derecha, estos tiemblan conforme el nerviosismo del hombre aumenta. El corazón de Diandra no es lo suficientemente malo como para permitir que esté de ese modo y que nadie lo consuele.
En cuanto avanza, un portazo la sobresalta. No necesita mirarlo para saber que Ian no está feliz. Ignora la actitud de su hijo, reanudando sus intenciones.
Diandra coloca su palma sobre el brazo tembloroso de Langdon. Su piel emana calor como si estuviese en la playa, pero esta se torna rojiza de forma repentina. Él la observa a través del disgusto; endureciendo su expresión. Ambos comparten una mirada que le enciende el estómago. Sin embargo, Tredway sacude el brazo, desdeñando el contacto.
-Mantente al margen, Diandra. -¿Al margen de qué?
Ella no comprende. En la playa fue amable, incluso juguetón. ¿Por qué la aparta ahora? Diandra insiste acariciando su espalda.
-¡Te he dicho que te mantengas al margen! -Grita Langdon viéndola a los ojos-. Tus palabras rosas, no las quiero.
Por inercia, Diandra se desplaza con sigilo, lejos de él. Insta a Ian a seguir caminando, pero es como si tuviera las suelas pegadas al suelo.
-¿Quién te crees al gritarle a Día, papá? -su tono de reproche provoca al hombre.
Mira a Ian de pies a cabeza, y frunce el ceño.
-No tengo que explicarte una mierda, mocosa -Diandra contiene la respiración ante su respuestas.
Los hombros encorvados de él dicen algo muy distinto a lo que sale de su boca. Ella intenta despertar un poco. El grito se asemejó a los de Killmer. Ese hombre también le ha levantado la voz, y Diandra se pregunta cuando en vez de su voz, será su palma recta sobre su mejilla.
-Papá, acabas de hablarle mal a Día -Ian menea la cabeza-. Y detesto que cualquiera la trate as-se yergue desafiando a su padre.
Ian no debería estar desafiándolo, no lo conoce tanto como para arriesgarse. Podría herirlo. De nuevo, Diandra se acerca a Langdon, se pone entre su hijo y él. Toma al muchacho por la camisa y, tragando saliva con dificultad, lo ve a la cara.
-Sé que lo estás pasando mal, pero no tienes por qué hacernos miserables -brama manteniendo su rostro a una distancia prudente.
Sin ver atrás, se pierden en el pasillo cuando cruzan hacia las escaleras, dejando a Tredway molesto.
Ellos bajan a la cafetería, se sientan sin decir nada, y comen bajo la música del lugar. Ninguno disimula sus suspiros; sus ánimos están desinflándose. Cuando terminan, sus cuerpos están alejados del espaldar de las sillas. Están uno frente al otro. Mirando los pucheros, leyendo la rabia en sus caras.
Día pide un pote de helado para cada uno, y al verlos, no dudan en engullirlos. Ella llena su boca de helado, sin importarle el frío. Siente una ligera opresión en la boca del estómago, sumado a un mal sabor que no se le escapa del paladar. Entonces, la mano gélida de Ian sobre su mejilla la toma desprevenida. Reprime sus emociones para recuperar la compostura de inmediato.
El rostro relajado y con mirada decaída de Ian, observa el de su madre. Ella retira la mano de su hijo, y la besa con un intento de sonrisa en los labios.
-¿Está todo bien, mamá? -le pregunta con dulzura, apretando sus entre los suyos propios.
-Claro, cariño -libera su mano y vuelve a tomar una cucharada de helado-. El helado alegra a cualquiera.
Ian deja el tema pasar, incrédulo. Terminan su postre, pagan, y se quedan unos minutos en la mesa. Disfrutan del lugar.
Ninguno había ido antes al Distrito Doce, e incluso el hotel es una delicia de ver. Y hablando de delicias a la vista, el celular de Diandra vibra con una llamada sobre la mesa. Endereza la espalda, sentándose bien, esperando que no sea Killmer. Levanta el aparato y un alivio que se esfuma con rapidez llega a su cuerpo.
-Recojan lo que hayan traído -carraspea-, nos iremos cuando estén las cosas en el auto.
El entrecejo de Día se hunde.
-¿Adónde vamos? -Ian la mira, confundido-. Cánada aún no aparece.
Un sonido de hastío proveniente de la línea, la molesta.
-No nos iremos sin ella, esperaremos en otro sitio, porque no soporto estar en un hotel vacacional sin estar de vacaciones -manifiesta y cuelga.
¿Ir adónde? Diandra hace memoria, y recuerda una de las pocas cosas personales que el mismo Tredway le dijo; tenía un apartamento este Distrito. Lo curioso es que era algo más parecido a un nido de amor.
Ay, Dios mío.
***
Hubo algunas cosas de Cánada en las habitaciones que solo Langdon llevó al auto. El resto de los objetos estuvieron en su sitio en menos de diez minutos. El trayecto fue decente. Se lo agradecen a Eugenio, que no se pasó los treinta minutos llorando como recién nacido.
Durante el recorrido cruzaron las zonas más movidas de la ciudad, por lo que Ian consiguió enfocarse en las maravillas arquitectónicas del Distrito Doce. Por otro lado, Diandra leía los mensajes de su novio diciéndole lo mucho que la extraña, que no quiso ofenderla. Él se excusa alegando que estaba furioso. Ese nombre no conoce la serenidad.
-Cuarto piso, departamento 15-28 A -dice Tredway aparcando enfrente, les entrega las llaves y los insta a bajar-. Me quedo con él -señala a Eugenio, y ellos bajan.
La fachada es sencilla y elegante. Inspira toda la imponencia que puede con sus matices plateados y dorados. Sigue investigando al pasar hacia el vestíbulo. Está vacío, y muy pocos muebles lo decoran. Sin mirar gran cosas, se dirigen al ascensor. Diandra aprieta el botón correspondiente y entran.
Ian tiene la costumbre de acercarse mucho a su mamá en espacios pequeños, así que ella le da mano el escaso tiempo que permanecen en el ascensor. Los pasillos solo tienen una puerta a cada lado, aludiendo lo espacioso que debe ser el departamento. Se sitúan frente a una puerta negra. Día introduce la llave en la ranura del picaporte, y con un delicado «clic» acceden al departamento.
Con un ojo cerrado y otro abierto, ingresan a lo que asumen es la sala, pero por la cantidad de ropa regada en el suelo, parece más un lavandero. Dan unos cuantos pasos, y el crujido de una bolsa de frituras bajo sus pies, le eriza la piel a ambos. Toma una larga respiración y avanza. El comedor está en el mismo estado. Sus narices perciben un olor terrible, y se las cubren. Diandra olisquea un poco para localizar de dónde proviene. Arruga a más no poder el rostro y, dolorosamente, se detiene en la cocina.
La puerta del refrigerador está abierta, hay un charco de agua debajo de Él. Ella interpone su brazo entre su hijo y el desastre. Mira hacia arriba rogando que está desconectado.
-Día, no lo soporto -afirma Ian.
Arcadas suben por su garganta, por lo que le avisa a su madre que buscará un lugar que no huela tan mal. Lo observa perderse por el pasillo, y vuelve a hacer un repaso en la cocina. Se cerciora de que el refrigerador no está conectado a la electricidad y, después de encontrar el cuarto de baño -que es lo más limpio-, se dispone a secar el agua.
Transcurren una hora en donde se dedica a limpiar la casa, como un tornado. Ella se deja caer en un sofá negro. La puerta principal suena al mismo tiempo que Ian aparece con una bolsa de basura en la mano. Diandra solo llegó a zonas como el comedor, la cocina, la sala y el pasillo, no quiso inmiscuirse en las habitaciones. Él le pregunta por la ubicación de la cocina, y después de recibir su respuestas, niega.
-No preguntes, mamá, quiero olvidar esa horrible imagen de mi cabeza -finge un escalofrío al tirarlo a la basura.
Langdon entrar al departamento con Eugenio dormido en su hombro y, por un segundo, Diandra se ve embelesada. Lo tierno que se ven...
-Espero hayas dejado limpia la habitación, cariño -eleva el tono de su voz.
Ian entiende sus intenciones, se sacude el cabello que le cae en la frente, clavando la mirada en el piso.
-Nadie notará lo que pasó allá adentro -se encorva, mira a su padre y avanza hacia el pasillo.
La atención de Tredway se pierde e instalas sus cosas en la cocina. Desplaza la exquisitez de su cuerpo y, gracias al concepto abierto de la cocina, la imagen de sus firmes nalgas envueltas en un pantalón gris es muy clara. Le pican las manos, se muerde el labio inferior, olvidando qué iba a decir.
-Cánada estuvo aquí -Cánada y tú, piensa-. Mi hijo no debería ver los restos de las aventuras de su padre.
Una risa mínima y sarcástica sale de de su garganta. Se vuelve, sonriente.
-Tiene quince, si es maduro como yo lo fui, tiene que haber visto ya ese desastre. -Diandra cierra los puños, ofendida.
Él se ríe de nuevo, pero con un tono burlón que podría esconder... ¿ternura?
-Qué lástima no haber tenido la oportunidad de ensuciar las sábanas contigo -dice, y luego su rostro se amarga.
Desestabilizada, se abanica para disipar el repentino calor que siente. Ellos nunca pudieron llegar a tener sexo, y con semejante hombre frente a sus ojos, se lamenta un poco no haberlo llevado a la cama. Pero él no tarda en volver a la angustia, menos intensa e igual de molesta que antes.
Sin nada que hacer, permanece acostada revisando su celular. Hay tantas llamadas perdidas de Killmer que ya no recuerda al resto de sus contactos. Las horas pasan volando. Cuando ven la hora, notan que ha oscurecido.
Masajeándose la sien, Langdon sale de la cocina. Tiene los ojos enrojecidos de tanto frotárselos, y el cansancio se ha apoderado de él. Otra vez. Estira sus estilizadas mientras les aconseja pedir comida a domicilio. No suena como una mala idea, es incluso razonable, pero Diandra decide que es mejor ir al supermercado.
Anticipadamente, él desecha su sugerencia diciendo que no estarán mucho tiempo ahí.
-Tu novia no ha aparecido, podemos estar una semana o un mes aquí. No pienso vivir de comida chatarra -objeta poniéndose de pie.
Recoge su bolso de la mesa de la sala y llama a Ian.
-Cariño, iremos de compras, trae a Eugenio contigo, por favor -automáticamente se atreve.
El chillido del bebé se escucha por toda la casa, e Ian lucha con él para que no se caiga. Diandra los observa, y asiente con la cabeza hacia su padre.
El primer contacto se acepta, y las discusiones, bueno, esas suceden como quieren.
***
Las luces blancas y el frío del supermercado, les pone la piel gallina. Toma un carrito y lo empuja hacia los congelados. Durante el camino Diandra escuchas las quejas infundadas de Langdon, lo ignora por completo. Para mantener al bebé tranquilo, lo sientan el interior del carrito.
-No necesitas un kilo de manzanas, Día -protesta sin apartar la mirada de su celular-. Las detesto.
Mentira, siempre le han gustado las manzanas.
-¿Por qué vas a comprar rebanadas de fiambre? -dice tomando una de las bandejas y devolviéndola de donde viene-. Los embutidos no ayudan al cuerpo.
Diandra acelera la velocidad y envía a Ian a buscar otro carro. Sabe muy bien que Cánada no tiene pensado volver, o al menos, que ir de nuevo al Distrito Diez es improbable. Sigue metiendo lo necesario en el carro que ya tiene. Intenta con todas sus fuerzas no escandalizarse por los precios. Puede pagarlo, pero los precios son mil veces mayores a los de su pequeña ciudad.
-Día, estamos aquí desde hace treinta minutos -susurra, hastiado.
-Prepárate para otros treinta minutos, Langdon
Transcurren cinco minutos. El segundo carro tiene pocas cosas, y Diandra considera que está lista para ir a la caja. A mitad de camino, él la detiene. Ian, quien no hizo ruido durante un largo rato, se pone alerta.
-Ni creas que gastaré mi dinero con tus basuras -la mandíbula de Diandra se afloja, amenazando con llegar al suelo.
Suelta la mano del carro, y pone los brazo en jarra.
-Yo pago mis basuras con mi propio dinero -intenta volver a avanzar.
Él se lo impide, provocando que la chispa de rabia se encienda en su estómago.
-No tengo por costumbre ver que mujeres compren tanta basura -eleva una de sus comisuras-. Ella no come lo mismo que tú.
Diandra resopla, se muerde el labio superior e inhala.
-Me importa poquísimo lo que haga esa mujer -dice con rudeza, en voz baja.
-A mí sí me importa, así que no hables mal de ella -ordena con falsa educación.
Los pies de Día se acercan a ˆ'l tanto que sus zapatos chocan. Mira hacia arriba y lo apunta con su dedo.
-Pero tú sí puedes hablar de esa forma respecto a mí -ella frunce el ceño, y se rasca el brazo.
-Hablo de ti como me dé la gana -las venas de sus brazos brotan.
Abriendo las palmas, empuja a Langdon mientras reprime un gruñido.
-Pues dile a ella que no soportaré tu sucio irrespeto -cuando lo dice, no alcanza a creer sus propias palabras.
-No voy tocarte -se quita las manos de Diandra de encima-, pero no te permito dirigirte a mí así en público -él desliza sus manos por su figura hasta detenerse en su cintura.
Aplica la fuerza suficiente cerrando sus dedos sobre ella. Diandra batalla para que la suelte, pero es en vano. Langdon la sostiene lejos de ella, y la deja dentro del segundo carro. No le da tiempo a reaccionar porque empuja con fuerza el carrito y se da la vuelta. Ian corre a auxiliar a su madre, pero antes de llegar, el carro choca con una torre de avena que se precipita sobre Diandra.
Ella termina atrapado bajo las bolsas. No se escucha nada, solo el llanto de Eugenio y la fuerte pelea entre Ian y su padre.
-¿Qué carajo hiciste, papá?