Más Allá Del Amor, hombre
img img Más Allá Del Amor, hombre img Capítulo 6 Hijos no correspondidos.
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Capítulo 11 Hijos no correspondidos. img
Capítulo 12 Ya basta. img
Capítulo 13 Honor a la Reina. img
Capítulo 14 ¿Le gusto img
Capítulo 15 Ser img
Capítulo 16 Él. img
Capítulo 17 No ex. img
Capítulo 18 Temores. img
Capítulo 19 Hazlo... img
Capítulo 20 Un crudo vuelco. img
Capítulo 21 ¿Lo saben img
Capítulo 22 El vínculo Vera. img
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Capítulo 6 Hijos no correspondidos.

El Distrito Diez es uno de los sitios turísticos preferidos de los habitante del Distrito Dos. Los maravillosos adornos de estilo playero iluminan la mirada de Diandra. Ella va en el auto, tiene la nariz pegada a la ventanilla. Es su primera vez en su lugar tan hermoso desde que vive con Ian. Él, a pesar de ser muy tranquilo, se ponía inquieto en espacios de ese tipo.

Su hijo apoya la cabeza en su hombro, mirando a Cánada hacer lo mismo. La mujer ha estado parloteando desde que salieron del hotel y, extrañamente, lleva algunos minutos sin pronunciar palabra. Diandra estira un poco el cuello, y ve a Eugenio estirando los brazos en su dirección. El niño hace un poco más de esfuerzo, y se zafa del agarre de su madre.

Langdon hace una maniobra con su mano libre, atrapando al bebé antes de que se lastimara. Él resopla, le entrega Eugenio a su mamá, y enfoca su atención en el camino. Aprieta las manos alrededor del volante. Sus nudillos se ponen blanquecinos; Diandra no se pierde el detalle.

-Mira, Día, papá nos trajo a la playa -pronuncia Ian conteniendo la emoción.

Pero cuando se engancha la mochila al hombro y zapatea ligeramente, el resto nota que alguien ya quiere bajarse del auto. Los ojos grises de Langdon se reflejan en el retrovisor, y Diandra desliza su mirada hacia ellos. Sus ojos se cruzan, y la sensación de vacío golpea el estómago de la mujer. Tiene al hombre de su vida a un toque de distancia, y lo siente tan lejos.

Cánada se percata de la actitud de Langdon, y descansa su mano en su muslo, apretándolo con fuerza.

-Bájense aquí, iré a aparcar -anuncia el hombre quitando el seguro de las portezuelas.

Diandra abre la puerta e Ian salta junto a ella, la mujer toma su bolso y baja. Un exquisito calor que emana la playa, la insta a deshacerse de sus sandalias para hacer contacto con la arena. Retuerce los dedos, disfrutando de la calidez en sus dedos congelados por el aire acondicionado del auto.

Tanto ella como Cánada, se encaminan con sus hijos hasta una sombrilla bien acomodada. El tubo está clavado en medio de un mesón circular de plástico color negro. Dejan los bolsos en la superficie lisa, sacan sus ropas de baño, y se disponen a cambiarse.

El camino que los dirige a los baños se distingue por un diseño muy particular, la arena es de distintos colores; igual que las puertas de los baños. Ian se separa, y ellas entran al de damas. Una gota de agua consume el silencio incómodo que las envuelve. Diandra entra al retrete, y empieza a desvestirse.

Ralentiza sus movimientos al oír sonidos extraños en los lavamanos. Escucha algo cerrarse de forma brusca, lo tiran por ahí. Luego solo se escuchan los quejidos de Eugenio mientras Cánada lucha por ponerle el bañador. La mujer se encarga de ponerse su traje de baño, y sale del cubículo.

Capta a Eugenio sentado en una pequeña silla para bebés muy conveniente. Entonces, las manos curiosas de Diandra se desvían hacia las cosas de Cánada. En torno a los lavamos están desperdigados productos de maquillaje, el celular de Cánada y un pendrive diminuto. Ella se inclina para mirarlo de cerca, y lograr leer unas iniciales.

«R. K.»

Precipitadamente la puerta de un cubículo se abre, dejando en el aire un ruido estrepitoso. Diandra se tropieza con sus propios pies al intentar retroceder, y se sostiene con ambas manos de la pared. Cánada se apresura a devolver las cosas a su lugar bajo la mirada expectante de Día. Un ligero temblor recorre el brazo de Cánada después de coger el pequeño dispositivo. Lo tira al interior de su bolso, va a por Eugenio, y sale del baño con un aire de desespero.

Tal vez no haya motivo para dudar de Cánada, y sea una mujer odiosa que a veces descuida a su hijo. Pero desde que Ian le comentó sobre ella, ya no repara en esfuerzos a la hora de ignorar las acciones de la madre del bebé. Trata todo de manera sospechosa, como si ocultara algo.

El sonido de la puerta cerrándose de un portazo saca a Diandra de su ensimismamiento. Y mientras embute a su cuerpo un vestido de playa que deja expuesta su piel pálida, abandona el baño.

Unas cuantas hebras se han escapado del moño desaliñado de Diandra, por lo que desliza la coleta hasta el final de su cabello. La brisa marina ondea delicadamente su pelo negro, tan oscuro como el carbón en sí mismo. Se alisa el vestido en un gesto nervioso. Algunas personas han comenzado a posar sus miradas en ella, y por los repasos lascivos, siente unas ganas espesas de rascarse.

Sin poder evitarlo, coloca los brazos en su espalda y, con una mano enganchada a su muñeca, rasca la zona esperando sostener su fachada de mujer deseosa de atención. Ella solo quiere la atención de alguien, pero ese alguien está sentado en uno de los banquillos bajo la sombrilla, mirando embelesado a su novia, mientras sostiene a su hijo.

-Está que se la come con los ojos -murmura una voz a su lado. Se vuelve hacia la persona y casi pierde el equilibrio-. No me sorprendería que pronto estuviera encinta.

»Eso de hacer bebés es diversión pura.

El hombre se humedece los labios, esbozando una sonrisa sin dientes. Con uno de sus dedos fríos, la pincha en su espalda baja. Diandra se sobresalta retomando su andar. Después de varios metros mira por encima de su hombro, y él le guiña un ojo.

¿Cómo es que sigue aquí?

-¡Día! -Ian grita desde la orilla, sacudiendo sus manos.

El desfile de personas que aún observa a Diandra, se giran al mismo tiempo cuando ella camina hasta la orilla. Desde que llegaron el sol se ha afianzado, al igual que la cantidad de personas ha aumentado. Esto le dificulta un poco llegar a su hijo sin empujar a nadie.

-Solo fui al baño unos minutos -relata Diandra-. Y ella ya está tomando el sol -se cruza de brazos.

-Cánada dejó al niñito con papá -espeta mordiéndose el labio superior-. ¿Qué sabe él de cuidar niños?

Su madre lo mira enarcando ambas cejas. Su comentario recelo le produce una risa burlona.

-Que yo sepa, tu mamá se convertía en una fiera cuando estabas lejos de ella -explica encaminándose hacia Langdon-, eso no significa que tu padre no haya cuidado de ti.

»Recuerda que estuvieron unos años ustedes dos, Ian. También es su padre.

Por la mueca agria que se arraiga a su rostro, Diandra deduce que la verdad no le ha caído muy bien. Ella sitúa su mano en la nuca de su hijo, ejerce fuerza y le hace cosquillas. Es el único lugar donde siente tantas cosquillas como para retorcerse igual que un gusano. Los vellos se le erizan bajo el ataque de su madre y escapa rápidamente.

-Un pie, Genio, ahora el otro. -Eugenio está dando pequeños pasos sobre el mesón, su padre lo sostiene por debajo de las axilas-. Sencillo -dice soplando su nariz y mordiéndola.

Es cuestión de admitir lo innegable; Tredway luce con un padre modelo. La fluidez al tratarlo es tal, que Diandra hace un gran esfuerzo por no hace un puchero y derretirse. Ian podría enfadarse.

-¿Todo bien con tu hijo, papá? -dice Ian con recelo-. Ver a Cánada debe tenerlo entretenido. -Eugenio aplaude, añadiendo más incomodidad al asunto.

-Cariño, mejor vayamos a tomar un poco de sol, Langdon tiene cosas que hacer -Diandra coge las toallas del bolso, y se larga a buscar sitio en que extenderlas.

Les toma algunos minutos encontrar un espacio sin muchas personas alrededor. Diandra extiende las toallas, uno al lado de la otra, se pone cómoda, apoyándose sobre sus codos. El salitre que aromatiza la zona, le pica en la nariz, pero no tarda en acostumbrarse. La hermosa vista del mar y de las olas deslizándose hasta la orilla, inspira una tranquilidad que Diandra no siente desde hace muchos meses.

Esta no es la primera vez que Ian intenta hui a casa de su padre. Durante las primeras ocasiones, acabó en territorios cercanos a altas horas de la noche. En otras, llegó a la ciudad, pero no supo qué hacer, y regresó a casa. Cada una de las veces Ian se encerraba en su habitación, y salía buscar bocadillos al anochecer. A su madre no le resulta sencillo verlo superar el primer obstáculo respecto a su padre. Y ante sus ojos, ya no existe la posibilidad de que vuelva con ella a casa. Ni quiera sabe si volverá.

-¿Has llamado a Killmer? -inquiere Ian quitándole el bote el bloqueador a su madre.

A decir verdad, Diandra no se había tomado el tiempo para pensar, excepto las veces en que la ha llamado. Su celular está en completo silencio. Si ella llegase a contestar, Killmer aparecía en horas. Y mientras no haya respuestas, él no tendrá motivos para buscarla.

-Sí, pero no he cogido ninguna de sus llamadas. -No tiene caso ocultárselo-. Me devolvería a las tierras a rastras, hijo.

Ambos suspiran con pesar.

-No importa, mamá. Killmer tiene muchísima paciencia.

Y yo no quiero ser quién acabe con ella.

Los determinados pasos sobre la arena de alguien aproximándose la ponen alerta. Esperando que no sea él de nuevo. Se gira hacia la derecha, y el alivio se reanuda en su cuerpo al ver a Tredway muy cerca de ellos. Aún sostiene a Eugenio en brazos, y este se distrae succionando su chupete. Él se coloca de cuclillas en medio de ellos.

-Me pareció escuchar que un tal Killmer te quiere de vuelta, ¿no? -escudriña Langdon.

Ian y Diandra comparten un mirada incómoda. Ambos se han encargado de mantener al novio de Día en secreto, y si alguien llega a enterarse de sus manías, la vergüenza sería inmensa.

-Es mi hermano, puede ser intenso a veces -miente descaradamente.

Los ojos grises del hombre denotan incredulidad, y al ella darse cuenta, en vez de alargar la mentira, permanece quieta, observando lo claros que se ven sus ojos bajo los rayos del sol. En consecuencia, su pulso empieza a hacerse irregular, las palmas le sudan y una sensación embriagadora se adueña de ella.

-¡Yiii! -Eugenio chilla, sacando a Diandra del trance-. Yi, yi, yiii -él estiras sus manitas hacia Ian.

Ian frunce mucho el entrecejo, menea la cabeza en negación. Endereza la espalda, recalcando que no quiere lo que el bebé pretende que él haga.

-Será un momento, hijo -pide Langdon tratando de convencerlo.

Entonces, con suspicacia, Ian ubica sus manos en los costados de Eugenio, deja que su peso recaiga en sus axilas, y lo aleja de él lo más que puede. Eugenio sonríe, mostrando un diente que brilla por su blancura; sigue extendiendo sus manos hacia Ian. Su hermano. Sin mucho más que hacer, él cede un poco, acercándolo a su pecho. Estando cerca, Eugenio alcanza la tela de la camiseta de Ian, cierra el puño, y se queda ahí. Tranquilo, sin quejarse.

-Va a estar jodido que te suelte -se ríe Tredway, sonriendo un poco.

Para la gracia de Diandra, guarda en su mente esa sonrisilla. Agita con disimulo los dedos. Ese hombre la pone de los nervios.

-Ese trepador no se despega de Cánada -él observa a Ian y Eugenio. Ian no ha dejado el recelo de lado, pero su ceño ha relajado-. Si alguien que no conoce trata de cargarlo, grita hasta que su mamá lo salve.

-Debe parecerse a ella -infiere Diandra, acomodando la toalla.

Una punzada la insta a mirar hacia donde está Cánada. La mujer sigue en el mismo lugar, pero gira la cabeza en todas direcciones. Día aparta la mirada antes de levantar sospechas.

-Para nada, no le gusta nada de lo que le hace Cánada, se escandaliza si le tomas una foto. Cualquier cosa que lo ponga en el foco, le molesta.

-Presumido -farfulla Ian entre dientes. Eugenio ahora está muy cerca del cuello de su hermano.

Diandra hace un gesto, pero él no le presta atención. Tredway, cansado de la misma posición, se sienta en la arena. Él aún viste pantalones de mezclilla; parece no importarle. Por la camiseta que se ciñe a sus brazos, la flexión de sus músculos se aprecia muy claramente. «Ojalá pudiera tocarlos», sopesan los pensamientos menoscabos de Diandra.

-Eugenio me recordó que nunca fui cercano a un bebé -Langdon hunde sus dedos en su cabello, resaltando el magnífico color castaño de este-. Mi esposa -traga saliva con dificultad-, mi esposa se encargaba de Ian, todo el día y toda la noche.

»Incluso dormía junto a su cuna.

-Porque mi mamá sí me quería, no como tú -escupe Ian entregándole el bebé a Diandra-. Seguro lo quieres más que a mí.

Con los brazos a sus costados, se incorpora, recoge su toalla, y se aleja de ellos. Antes de perderse entre la multitud, patea la arena, ensuciando a algunas personas que él ignora.

-Disculpa, debo ir con él -ella hace amago de levantarse, pero Tredway la toma de la muñeca, deteniéndola.

-Déjalo, Ian aún no lo entiendo -asegura é, reparando en la mujer a su lado.

Diandra aprieta los muslos. Al sentarse expuesta, deja que su cabello cubra su torso. El traje de baño que lleva expone su cintura, su abdomen llano, y unas piernas torneadas de las que no se avergüenza. El dedo frío de Tredway traza un lunar en su hombro. Las circunstancias nunca le permitieron detallarla, solo tenía tiempo de saborearla.

-Langdon, mi hijo no tolera que su padre tenga un bebé que robe su atención. -Ella entorna los ojos en respuesta a la caricia, mientras está alerta de los pasos de Cánada-. Eres tú quien debe entenderlo a él. Ahórrale más sufrimiento.

»O me veré obligada llevármelo.

Los dedos de Tredway paran. Una molesta sonrisa socarrona baila en sus labios gruesos. Aparta la mirada, y ambos ven qué hace Cánada.

-Desde mi conocimiento, Ian está aquí por mí -susurra acercándose peligrosamente a su cuello-, y por lo cómoda que te ves con Eugenio, es imposible que te vayas -el bebé se ríe al escuchar su nombre.

-¿Por qué me quedaría? -Día le hace cosquillas al bebé para disimular el temblor en sus piernas.

Tredway reanuda su caricia, pero ahora en la rodilla temblorosa de Diandra. Un escalofrío la sacude.

-Eugenio necesita a Ian -Ahora ubica su mano en la rodilla, deslizando su pulgar con lentitud-. Ambos lo necesitan.

-¿Cómo la conociste? -inquiere ella, removiéndose en su lugar.

Diandra le da oportunidad de pensar una respuesta, a su vez, ella se enfoca a Cánada. Está caminando frenéticamente alrededor de su toalla. Tiene el celular pegado a la oreja, y luego de lo que parecen gritos, tira el aparato al fondo de su bolso. Se pone ambas manos en la cintura, y se queda quieta.

-Apareció en el momento correcto -responde encogiéndose de hombros.

Como si tratara de restarle importancia al asunto. Sin dejar de mirarla, Diandra sigue interrogándolo.

-¿Y entonces? -lo mira un segundo-. ¿Están casados? ¿Comprometidos? -ella hace un gesto de fuegos artificiales estallando frente a su casa-. ¿Más enamorados que ayer?

Lo ironía con que se refiere a ellos le revuelve el estómago. Es muy posible que ese hombre no sepa con certeza quién es la mujer con la que va a la cama todas las noches. Diandra rompe la conexión y busca con la mirada a Cánada. ¿Adónde se metió?

-Somos una pareja estable. -Diandra se olvida de ella, frunciendo el ceño.

Las escasas respuestas que ha conseguido, han sido muy vagas. El tono no corresponde a Tredway. Alguien más puso esas palabras en su boca.

-Hablas igual que ella, Langdon -acomoda a Eugenio entre sus brazos. Siente un ligero cansancio-. Dime algo que pueda creer -hace un sonido de inconformidad.

Echa otro vistazo. Cánada se ha ido.

-Lo arreglaré, Diandra, por eso no te preocupes -dice aludiendo a su hijo.

Ella niega con la cabeza y le entrega a Eugenio. Antes de levantarse, Cánada aparece en su campo de visión. El sol su increíble figura, pese a haber tenido un bebé, luce como si nunca hubiese sucedido.

-Ya vuelvo, iré a comprar jugo -le dice a Tredway. El bebé enloquece al verla, yendo en automático con ella-, y a comprarle golosinas a este genio -le sonríe a él, y se va, sin más.

A Diandra le extrañan su inexistente insistencia en llevarse a Langdon; desde que llegaron lo ha tenido alejado de ella. Es curioso que ahora se lleve al bebé consigo. ¿Qué hará esta vez?

-Ve con ella -propone ella, incorporándose-. Yo iré a buscar a Ian -recoge la toalla, y se dispone a guardarla.

La respiración del hombre se escucha mientras ella camina. Se vuelve sobre sus pies, observándolo. Su piel oscura luce brillante, tersa y jugosa. El short que lleva deja sus piernas descubiertas, unas bien torneadas. Y las ligeras motas blancas en su cabello solo lo hacen ver más provocativo. Langdon, al percatarse de su comportamiento, avanza hasta quedar hombro a hombro.

Ella traga saliva, retomando su andar.

-¿Cuantos años tenías cuando Ian nació?

Pierde de vista su expresión mientras mete la toalla en el bolso. Hurga un poco, y encuentra su celular. Killmer debe estar reventándolo a llamadas. Eso es seguro. Diandra vuelve a mirarlo. La tranquilidad que surca sus ojos es... tan sencilla. Esa mirada ha estado escondida y, por sorpresa, sonríe. Una sonrisa del tamaño de un botón, pero que parece ser genuina.

-Acaba de cumplir veinte años -expone moviéndose, esperando que ella lo haga. Entiende el mensaje-. Mi esposa tenía todo bajo control, por lo que no me involucré mucho durante sus años de crecimiento.

»Mi esposa vivía por Ian, ella hubiese dado su vida por él. Éramos igual de jóvenes, pero ella fue una mujer desde el principio.

Una minúscula tensión en su cuello lo delata. Ella no puede imaginar lo duro que debe ser perder a tu esposa tan rápido.

-En fin, Ian debe estar escondido entre las rocas de la playa -comenta, recordando que, cuando comenzaron a vivir juntos, él siempre se refugiaba en donde hubiera rocas.

Tredway meta las manos en sus bolsillos, y mira su alrededor. Ambos se roban muchas miradas, silbidos y algunos empujones accidentales. Las personas del Distrito Diez parecieran ignorar a los turistas. Sin embargo, para evitar chocar de nuevo, pegan sus hombros. Diandra se sobresalta ante la electricidad que recorre su cuerpo. Esto no le impide acercarse.

Ninguno se mira directamente, están ocupados buscando a Ian. Pero Día no conoce el silencio.

-La primera noche de Ian en casa no supe qué hacer para que se sintiera cómodo -relata Día, buscando contacto-. Fue imposible.

»Pero aprendí que Ian podría adaptarse a lo que fuese. Como si supiera que ese era su primer día de muchos.

Los dedos de Diandra rozan los de Langdon, juguetean con ellos mientras recuerda que él ya no es el mismo. Que ha hecho cosas que jamás hubiera hecho si Ian hubiese vivido con él siempre.

-Su madre le enseñó eso -susurra Tredway apretando uno de sus dedos.

Entonces, Diandra le hace una pregunta que lo obliga a cortar el tacto.

-Puedo ver que te cuesta menos hablar de tu esposa.

-Diandra, ahí está Ian -Langdon se aleja de ella lo más posible.

Ian, quien no sabe qué hacer, agita las manos frenéticamente. Su ojo derecho tiembla, y con gran habilidad, le dice a su madre lo que sucede.

-Mamá, Cánada dejó solo a Eugenio, no para de llorar y sus cosas de bebé están junto a él -explica guiando a su madre adonde encontró al bebé.

Atraviesan un tramo largo de la playa. Llegan a un lugar más solitario. Rocas grandes adornan la arena, su tono es pálido. A unos cuantos metros, una de las sombrillas que están dispersas por toda la playa, están las cosas del bebé. Por fortuna, él está en el suelo envuelto con una toalla. Su carita está hinchada por el llanto.

Eugenio reanuda sus lágrimas. Diandra se apresura a elevarlo en sus brazos. Lo abraza contra su pecho, arrullándolo. Sin embargo Langdon le dice que él puede hacerlo y, muy renuente, le pasa al bebé. Ella mira a Ian, lo abraza por los hombros, y toman las cosas de Eugenio.

Sin romper el abrazo, recorren durante media hora la zona turística de la playa. Ven varias personas parecidas a Cánada, pero ninguna es ella. Langdon le informa al personal que una mujer se ha ido. Ellos lo manejan de la mejor manera, yendo de regreso al hotel. El trayecto es tan corto que, antes de que Diandra pueda darse cuenta, Eugenio ya no está en sus brazos.

A Tredway le castañean los dientes, pero se fuerza para que nadie se dé cuenta manteniendo la mandíbula apretada. Diandra e Ian van detrás de él cuando entra al elevador. Su pie da contra la superficie metálica, siendo lo único que pueden oír en el cubículo. Al abrirse las puertas, él va corriendo a la habitación.

Ambos le siguen el paso, y ven el interior de la habitación con la misma expresión. La cama está desordenada con algunas cosas sobre ella, el suelo está lleno de bolsos, las cortinas están corridas, y el ruido de algo fluyendo los alerta.

-¿En dónde está? -Dice Langdon frotándose las manos-. No vino a tomar una ducha.

Él maldice por lo bajo y, por algo que Diandra no comprende, antes de Langdon piense en ir a la ducha. Ella se adelanta y nota que hay algo fuera de lugar. En el lavamanos, una carpeta marrón es humedecida por una gota. Cierra el grifo y saca la carpeta. La abre, y solo encuentra dos hojas que aún no están húmedas.

El primer documento tiene un encabezado reconocible, y el siguiente, es similar. Siendo la fecha y el formato una de las diferencias más notables. Ella entorna los ojos. La deteriorada es, lo que presume es una copia del acta de nacimiento de Ian. Evita leer el nombre de su madre. No es un dato que Ian le haya dicho.

Y el segundo es de Eugenio. El nombre de Cánada está en lo alto junto a su información. Lo que sigue es un dato que la sorprende, pero no tanto como el de el picaporte. La voz de Langdon la sobresalta más, y se apresura a todo a la basura. Abre la puerta de la ducha, cierra y se huye de ahí lo más rápido que puede.

Minutos después de que Tredway revisa toda la habitación, y el baño. Se queda de pie en medio de ellos. Desplazando sus miradas desde un muy confundido Ian, hasta una Diandra con claros signos de consternación.

Siendo su único pensamiento si Eugenio e Ian son hermanos.

¿Es o no es hijo de Tredway?

            
            

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