Capítulo 3 ♱ Capítulo • 03 ♱

♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱

Flotaba sobre la catedral, sus ojos dorados, su cuerpo completamente cubierto por la manta blanca. Era como ver a la propia María, la virgen elegida por el cielo para dar a luz al que salvaría a toda la humanidad.

Elaine era el equivalente de María, pero su belleza era ciertamente superior.

No me sorprendió que Calixto se hubiera enamorado de ella, ni que hubiera aceptado la muerte por amar a esa mujer. Elaine era como una divinidad en un cuerpo frágil, delicado y mortal; era una heroína fuerte y decidida que estaba dispuesta a todo para conseguir lo que su Dios le había ordenado.

No podía negar que admiraba a Elaine. No solo por conquistar a Calisto - mi gran enamorada literária -, sino también por entregarse a una causa como lo hizo (aunque yo secretamente lo considerara una tontería cuando la causa era algo como la religión y creencias antiguas y arcaicas como las suyas).

- Por los 9 infiernos - gruñó Calisto y pude ver cómo sus ojos rosados brillaban por la rabia que sentía en ese momento.

Odiaba las situaciones sobre las que no tenía control, y con Elaine nunca lo tenía. Probablemente, ese había sido uno de los grandes factores que le habían enamorado.

Elaine le enseñó muchas cosas, pero sobre todo a salir de su zona de confort, algo que Asra nunca había hecho.

- Que la derriben - , gruñó el rey, pero Azrael señaló a los demonios que maldecían constantemente a la muchacha que flotaba sobre el templo.

No pasaba nada.

No podía pasar nada, al fin y al cabo, Elaine estaba bendecida por su Dios y él nunca dejaría que nada tocara a su hija predilecta, su arma mortal que traería la derrota y la muerte al causante de la caída de su amada hija.

- No pueden golpearla, señor - murmuró Azrael y pude ver cómo Callisto ardía por la ira que le quemaba el pecho-. Armas, maldiciones, todo parece incapaz de herirla.

- Entonces la sacaré de ahí - dijo con una sonrisa malvada en los labios, pero yo sabía adónde iba.

Calisto se lanzaba hacia arriba, desplegando las alas por primera vez en muchos años, y cuando la miraba de cerca, cuando los ojos de Elaine se abrían, recordaba a su esposa, la forma en que le miraba y se estremecía.

Eso era todo lo que Elaine necesitaba, ese era todo el tiempo que él tardaría en caer de los cielos y ella se enfrentaría por fin a él por primera vez.

No dejaría que eso ocurriera y, si esto fuera un sueño, lo utilizaría todo a mi favor.

- Lo haré - dije con firmeza en la voz, pero Azrael me miró con tal incredulidad que casi me creí incapaz de tirar a Elaine del cielo.

- No me malinterpretes - , empezó, y entonces le interrumpí.

- Pues cállate.

Sentí la mano de Calisto en mi espalda.

- Asra, dijiste que solo mirarías.

No sabría decir si era preocupación o fastidio.

Asra siempre había sido una carga para él, así que no podía juzgarle si parecía más un estorbo que un intento de ser útil, pero eso no era un hecho extensible a mí; yo nunca sería una carga para Calisto, nunca pondría mis propósitos por encima de los suyos.

- Cariño - , dije con una sonrisa, - déjame intentarlo.

Parecía molesto mientras dirigía su mirada a Elaine, que ahora murmuraba algo en latín. Parecía una plegaria y desde la distancia podía oír los gritos de los demonios e infiernos menores; los que sufrían ante las santas palabras que salían de la boca de la muchacha.

- Puede que no sea más que una concubina - hablé usando mi última carta -, pero esta sigue siendo mi gente, déjame intentarlo.

Le estaba restando importancia, lo admito. Por todas las escenas que había leído, el dolor de Calisto era evidente cuando le dijo a Asra que nunca la convertiría en su reina, que nunca llegaría a ser nada más de lo que ya era o había sido.

Se sentía culpable y ahora, yo estaba usando esa culpa en mi beneficio.

- Vale - susurró y sentí que su mano me apretaba la cadera mientras se inclinaba hacia mí -, pero ten cuidado - dijo, y si no supiera que Calisto es incapaz de querer o preocuparse por nadie que no sea su hijo, juraría que estaba preocupado por Asra.

- Lo haré.

Sus labios tocaron mi mejilla y luego mis labios una última vez antes de apartarse. Pude sentir mi respiración pausada durante demasiado tiempo para que siguiera viva y entonces, fijé mi mirada en Elaine.

- Como dije antes, las maldiciones no funcionan con ella - Azrael refunfuñó a un lado, probablemente pensando lo obvio, que intentaría atacar a Elaine con magia, pero lo miré con una sonrisa y arrebaté de la cadera del caído la esposa negra que llevaba consigo.

- ¡Espera! - gritó -, ¿qué crees que vas a hacer con eso?

"Ni siquiera sabes usar una espada" gritó mentalmente, demasiado alto para ocultarme sus tontos pensamientos.

Sonreí abiertamente y, con un breve impulso de puntillas, salté hacia Elaine.

Rompería su escudo, la haría caer y luego, en el suelo, arrastraría a la favorita de Dios a los confines del infierno.

Al menos esa era mi idea original, pero distinta del guion, Elaine me miró fijamente mientras avanzaba hacia ella, "y no había sucedido, no debía suceder".

- Tú -, susurró, - eres el que tiene la sangre del principio y del fin.

Resoplé, los oráculos siempre habían sido molestos de leer, pero ahora que tenía que oírlos salir de la boca de alguien, me parecían aún peores.

- Lo siento, cariño, pero no tengo tiempo para esto -apenas habían salido mis palabras y una lanza dorada que parecía hecha de luz detuvo la espada que blandía a escasos centímetros de la cara de Elaine.

- A-s-r-a... - me llamó - la que lleva el corazón negro en el pecho.

Junté las cejas, sin entender y en cierto modo sorprendida por su repentino cambio, eran líneas que no conocía. Esquivé y con un rápido movimiento y un giro en el aire, volví a atacarla con precisión y esta vez, ella esquivó y dejó caer al suelo hilos rubios que fueron cortados ágilmente por mi espada.

La lanza estaba ahora en las frágiles manos de Elaine y en ese momento me maldije mentalmente, porque Elaine -a diferencia de la malcriada duquesa Asra-, había entrenado durante mucho, mucho tiempo y cualquier arma que tocaba estaba bendecida por la gracia del señor.

Una sola herida de esa lanza maldita y el hermoso cuerpo de Asra ganaría una cicatriz eterna.

- Mierda -, refunfuñé.

No podía fallar, y mucho menos ser golpeado.

"Qué demonios", pensé, "al fin y al cabo es solo un sueño. ¿Qué puede hacer? ¿Matarme?".

            
            

COPYRIGHT(©) 2022