♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
Los brazos de Calisto rodearon mis caderas.
- ¿Seguro que quieres esto? - Me preguntó y en sus ojos parecía haber una mezcla de duda y miedo.
Era obvio por qué. Asra era problemática, pero además me había hecho daño la última vez que intenté ayudar. Debió de pensar que no había nada que pudiera hacer sin casi meter la pata por el camino.
Hundí la cara en su pecho.
Yo no me rendiría.
- Sí, para que puedas trabajar y no tengas que soportar a Azrael en el pie... y... - Sonreí, besándole suavemente la barbilla.
Me apretó más fuerte entre sus brazos y supe que estaba pensando, en realidad estaba cogitando, pero si lo dejaba salir de allí sin darme una respuesta, le preguntaría a Azrael y ese maldito ángel se desviviría por asegurarse de que no me involucrara en nada que él considerara "serio", como por ejemplo: cualquier cosa que involucrara a Elaine.
- Por favor - hablé poniéndome de puntillas y sellando los labios del rey - Te prometo... que no causaré ningún problema.
Suspiró.
- Pero... tendremos que encontrarnos con eso...
Elaine.
Sentí que se me apretaba la mandíbula al recordar a la mujer elegida por Dios.
- ¿Y no quieres que me vaya? - pregunté, intentando que no se notara mi enfado.
No estaba enfadado por haber atrapado a Elaine, después de todo, ella era la gran protagonista; la que fue capaz de matar al rey negro y destruir su reinado de terror sobre las tierras que una vez habían sido tierras mortales, protegidas por Dios.
Pero aún la odiaba por la forma en que había actuado con Calisto. Por todas las veces que le había obligado a ver lo peor de él e incluso por las veces que había juzgado actitudes que, en mi opinión, eran correctas.
Calisto me miró fijamente.
- No quiero que te hagan daño, Asra.
Hablaba en serio, así que asentí.
- No lo haré.
- Me dijiste que no lo harías. - se detuvo, - Tal vez sea mejor que nos quedemos como estamos.
¡No!
Estaba deseando volver a trazar esa maldita línea. Estaba deseando volver a darle a Asra solo el trabajo de ama. La concubina del rey, la que permanece encerrada en su palacio, llena de joyas y sedas, pero sin un ápice de amor o afecto.
- ¿De verdad vas a hacer eso? - Hablé antes de darme cuenta, mi voz era fría. No debería haber hablado así, pero por alguna razón lo sentí como un golpe seco a Calisto.
El rey me miró ahora con nostalgia.
- I...
Forcé una sonrisa mientras me desenredaba de sus brazos.
- No pasa nada - dije, y deslicé mis largos dedos por el pelo rojo de Asra, apartando los rizos y mirando hacia la ventana.
No quería mirar ese hermoso rostro con una expresión tan tentadora.
No quería que me gustara Calisto en ese momento.
- Asra -, me llamó, pero no le miré.
- ¿Qué pasa, Majestad?
Me cogió del brazo.
- Yo solo... - se detuvo, - ¿por qué? ¿Por qué has cambiado de repente?
Mi respiración se volvió pesada.
Preguntaría, claro que preguntaría, después de todo no estaba en la naturaleza de Asra, desear ayudar en el reino, desear actuar como la noble que había nacido para ser.
Había renunciado a ese deseo cuando escuchó las palabras que más le dolieron de boca de Calisto: nunca serás mi reina ni mi emperatriz. Nunca tendrás mi amor.
Era obvio por qué había cambiado, por qué lo único que le importaba era estar "guapa", al fin y al cabo, lo único que tenía de Calisto era eso. Eran las noches en las que calentaba su cama, en las que la besaba y la tomaba como suya y eso, era solo de ella, porque Asra era la única concubina de Calisto y la única con la que se había acostado desde la muerte de su amada esposa.
Me hundí las uñas en las palmas de las manos.
Estaba enfadado por Asra. Estaba enfadado por toda la mierda que había pasado, pero eso no justificaba lo que estaba a punto de hacer.
Nada lo haría.
- Porque me di cuenta... de que no importa - hablé frente al rey - puede que no sea la emperatriz, pero soy la duquesa de todo el imperio.
Los ojos de cuarzo se nublaron por algo que no pude distinguir, pero era obvio que le había dolido.
- Asra... - su boca se abrió, pero no pudo hablar. No podía mentir.
- Está bien - mentí -, no necesito que me lleves contigo para actuar como una duquesa.
- Lo sé -, dijo, con cara de culpabilidad, - pero...
- Pero sigues prefiriendo que todo siga como antes - me reí, aunque no había humor en mis palabras ni siquiera felicidad en mis ojos -. No te juzgo, Calisto. Debe ser extremadamente fácil lidiar con todo de esta manera, ¿no? Poder ir a cualquier parte y luego volver a mi habitación, a mi cama, y tenerme siempre allí.
Fue injusto para él. Calisto nunca había tratado así a Asra, pero confieso que quería hacerle un poco de daño por sugerirme que me conformara y volviera a lo de antes.
Quizá estaba siendo cruel sin motivo. Tal vez Calisto solo estaba preocupado y yo aún recordaba su mirada culpable y dolida cuando casi muero luchando contra Elaine, pero... ¿Y si no lo estaba? ¿Y si, de hecho, realmente deseaba reducirme a su concubina egoísta e inútil?
- Fuera -, dije antes de que pudiera responder.
- Asra.
- Fuera, majestad - murmuré, mirándole fijamente - no quiero hablar más, y creo que su majestad llega... tarde a sus citas.
Apretó ligeramente sus dedos sobre mi brazo, pero pronto, me soltó y eso hizo que mi corazón se hundiera en un sentimiento que no había conocido en toda mi vida.
- Lo siento - murmuró al llegar a la puerta -, pero... te lo dije aquel día.
Sonreí. Una sonrisa claramente forzada.
- Lo sé - dije lo bastante alto para que me oyera -, nunca me amarás y nunca seré tu emperatriz ni tu reina. Soy tu concubina, ¿verdad? Solo tu concubina. Así que ahora, vuelve a tu trabajo y deja que tu concubina haga lo que crea más conveniente con su vida.
Los ojos de Cuarzo se abrieron de par en par ante mis palabras, pero no le di tiempo a reaccionar. Mis dedos chasquearon en el aire y pronto aparecieron las criadas.
- ¿Señora? - Uno de ellos gritó y vi a Calisto jadear antes de salir por la puerta.
Encontraría a Elaine, se enamoraría de ella y la convertiría en su emperatriz, su reina y su segundo amor.
Me mordí la boca con fuerza.
¿Por qué tenía que gustarme un personaje tan tonto?