Capítulo 8 ♱ Capítulo • 08 ♱

♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱

Había muchas historias dentro del mundo de la novela que leí. Entre las diversas historias, había una que hablaba del primer amor del rey demonio. El rey de todos los monstruos y el que provocó la destrucción de la paz y el equilibrio. El que causó el caos.

En particular, esa fue siempre mi historia favorita. La que contaba de la forma más dulce cómo Calisto -el rey de todo el inframundo y del plano inferior-, se enamoró perdidamente del ser más puro jamás creado.

La historia decía muchas cosas sobre ese amor, pero entre ellas había una verdad que probablemente nunca sería aceptada por los pocos fieles que quedaban en el lugar donde antes había estado el mundo de los mortales: el rey negro no tenía la culpa de todo lo ocurrido.

Era de Dios.

- ¿Señora? - La criada volvió a llamarme y me obligué a sonreír.

- Prepáralo como mejor te parezca, confío en tu gusto - dije finalmente, tratando de librarme de todo aquello y sobre todo de algo tan tedioso como preocuparme por el maldito peinado que se haría. Después de todo... cualquier cosa le quedaría bien a Asra, un ser cuya belleza era comparable a la de la protagonista de la obra. Aun así, no podía dejar de pensar en esa historia.

Un príncipe que nunca deseó la corona ni los poderes con los que había nacido, y que no solo fue forzado al trono, sino que se vio obligado a asumir el liderazgo de un lugar que siempre había odiado.

La verdad era que el que fue nombrado príncipe - y rey - del inframundo, solo quería ser libre y vagar por el multiverso. En la historia, se contaba que en un momento dado consiguió lo que tanto deseaba y se arrojó a un portal abierto por uno de los príncipes infernales, dándose el lujo de vagar por los planos en los que cayó.

No necesitaba criados ni sirvientes, no necesitaba leales. Todo lo que necesitaba era un poco de comida y unas horas de sueño bastante a menudo; si había eso en su nueva vida, se encontraría satisfecho, con solo su larga espada como eterna compañera. Pero para desgracia - o quizá suerte - de este joven príncipe, se encontró en un antiguo bosque del mundo de los mortales. Un bosque donde el ángel favorito de Dios, cayó tras discrepar con su padre sobre su amor a la humanidad y sus errores.

El ángel, que se suponía que era el que protegía a todo el mundo, estaba destrozado y el príncipe, que lo vio prácticamente desmayado, arrastró al ángel hasta su cabaña, que había ido construyendo poco a poco desde el día en que llegó a aquel lugar.

No había esperado tener que cuidar de alguien como ese ángel. Alguien con sangre celestial, pero al final se encontró esperando a que el ángel despertara, y cuando lo hizo, el príncipe se dio cuenta de que nunca había visto nada tan hermoso como el brillo de los ojos de aquel ser.

Poco a poco, el príncipe y el ángel se encontraron cada vez más cerca. Peleaban como el gato y el ratón, corrían y competían con una frecuencia inhumana y estaban de acuerdo en muchas cosas que sabían -nunca nadie estaría de acuerdo-.

Eran completamente opuestos, completamente contrarios, y al mismo tiempo eran idénticos. Tardaron en darse cuenta de algo tan obvio, al fin y al cabo estaban pensando mucho más en lo increíble que era estar uno al lado del otro, para ellos era como conocer por fin a otro ser que veía el mundo a través de sus ojos.

En el cuento, el príncipe y el ángel se enamoraron perdidamente y, sin malicia ni pensamientos de posesión, se entregaron el uno al otro. Fue una unión pura, concisa y completamente espontánea. Se entregaron el uno al otro como si se entregaran a sí mismos y la confianza que el príncipe tenía por el ángel y el ángel por el príncipe, jamás se vería en otros seres.

Era la confianza de toda una vida.

La confianza que muchos dioses nunca reciben y nunca serían dignos de recibir.

Pero claro, si esta historia tuviera un final feliz, no sería la historia de Calisto, así que... fue en ese momento cuando las cosas empezaron a desmoronarse lentamente.

El príncipe y el ángel, que vivían en armonía, recibieron una visita. Rafael era su nombre, un ángel enviado por Dios para traer a su hermana a casa.

- Ven - dijo - es hora de volver, ya sabes... aquí nunca será tu lugar y padre te echa de menos, hermana.

Pero fue en vano, porque el ángel tenía ahora algo mucho más importante que los deseos de un Dios infantil e inútil.

- No puedo - contestó entonces ella y Rafael, que no entendía el motivo de tal negativa, se enfadó.

- ¿Por qué siempre tienes que actuar así? ¿No estás satisfecho con toda la atención que ya recibes?.

- No se trata de llamar la atención - replicó ella - No puedo volver atrás, porque ahora llevo en mí una nueva vida - contestó entonces el ángel y tanto Rafael como el príncipe se sorprendieron ante tal información.

- Eso es imposible -, dijo Rafael sin rodeos.

- Nuestro hijo... - murmuró el príncipe extendiendo una mano hacia su vientre.

- Elegí mi propio camino - fue todo lo que respondió el ángel y Rafael regresó, llevándose consigo la sentencia de muerte de su hermana. El mismo que le había protegido tantas, tantas veces.

El ángel y el príncipe decidieron descender a los infiernos y regresar al lugar donde podría protegerlos de verdad, pero aunque el niño en el vientre del ángel era fruto de su amor, sintió algo pesado en el pecho cuando oyó la voz de su padre que maldeciría al hijo que nacería de ella y Calisto.

"Morirá antes incluso de que se produzca el 666º eclipse de sangre y ni siquiera el que gobierna la muerte podrá regatearla, porque incluso su alma se desmoronará al final de su maldición" son las palabras que escuchó de su padre la última vez y junto con eso llegó su perdición y su muerte. Lento y doloroso.

Lo cierto es que todo ello destruyó el alma del príncipe y, en cuanto su esposa dio a luz y falleció, su voluntad recayó en los mortales.

Así es como los planos físico e inferior se fusionaron en uno solo y finalmente tuvo lugar el famoso apocalipsis. Pero a diferencia de lo que algunos religiosos esperaban, no hubo cuernos cantando ni un solo ángel salvador.

Era una pena que ahora ya no fuera solo una historia.

            
            

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