♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
- ¿Tú... estabas preocupado? - No pude evitar preguntar y Calisto me miró como si aquello fuera lo más estúpido que Asra le hubiera preguntado en toda su vida.
Por supuesto, debería saberlo.
A Calisto no podía importarle menos su concubina, pero entonces... ¿Qué demonios significaba todo aquello?
- Tú... - hizo una pausa, con los labios fruncidos.
Sonreí.
- Lo siento, cariño - dije, sentándome en la cama-.
Debería salir.
- ¿De qué te arrepientes exactamente? - Su voz volvía a ser seria.
No supe qué contestarle, sin duda era una de las pocas respuestas que no tenía que darle, así que miré hacia la ventana en busca de algo que pudiera servirme.
Resopló.
- ¿Te estás disculpando por casi suicidarte? ¿Por ser impulsivo? Para... - se detuvo, e incluso sin mirar pude oír sus pasos acercándose a la cama-¿Qué demonios te pasa?
- Materia cerebral y cuernos - respondí con una sonrisa, girando la cara para mirarle, pero Calisto no me devolvió la sonrisa.
- Podría... - se detuvo de nuevo.
- Estoy bien - dije, intentando consolarlo, aunque no tenía sentido.
Y no parecía funcionar.
- ¿Sabes a qué medios tuve que recurrir?
Lucifer.
Lo sabía.
No era un sueño, nada de eso lo había sido, y al parecer tampoco lo era todo.
Era real, todo era real.
Tragué en seco.
- Lo siento.
- Deja de disculparte -, murmuró, - solo...
- ¿No lo vuelvas a hacer?
Sonreí.
- No te pongas en peligro -, dijo sentándose en la cama. Tenía los hombros caídos.
No recordaba haberlo visto nunca así, tan frágil, tan amable.
Extendí una mano hacia él y las uñas rojas y cuidadas de Asra tocaron su mano.
No, esas eran mis uñas ahora.
- No me pondré - hablé con toda la firmeza que pude -. No creí que pudiera forzar una lanza cuando una hoja se hundió en su cuerpo.
Porque, de hecho, nunca lo había hecho hasta el final del libro, hasta la lucha final, cuando atraviesa a Azrael con la lanza y mata a Calisto antes de suplicar a su Dios clemencia, para salvar al hijo de su amada hija.
Elaine se había salido del guion.
Asintió con la cabeza.
- Lo sé.
Le lloraban los ojos.
- Creí que ibas a morir cuando te cogí en brazos y no respondías - susurró, acercándose más a mí.
Si Calisto realmente se preocupaba por Asra, eso cambiaba las cosas por completo. Si sentía algo por ella, aunque fuera mínimamente, significaba que le dolía verla sufrir; significaba que para él había sido agonizante la idea de volver a perder a alguien.
Quería abrazarle.
- Nunca me perderás -, dije sin pensarlo dos veces, y sus ojos de cuarzo se humedecieron demasiado para contener las lágrimas.
- No puedes prometerlo -, dijo como un niño asustado que prácticamente suplica certeza.
Sonreí.
- Puedo -, dije, y sin preocuparme, le estreché entre mis brazos.
No hubo resistencia, Calisto se dejó arrojar sobre mí, su cara se hundió en mi cuello, sus brazos rodearon mis caderas.
El calor de su cuerpo sobre el mío era todo lo que necesitaba para asegurarme de que era real, de que él era real y de que, ahora sí, estaba consciente al 100%.
- No vuelvas a hacerlo - me ordenó, rodeándome el cuerpo con los brazos.
Asentí con la cabeza.
- De acuerdo -, gruñó.
Gruñó.
- No te pongas en peligro - continuó -, ni se te ocurra hacer nada que pueda hacerte daño.
Sonreí.
- En ese caso, quizá debamos tener más cuidado en las próximas noches - me burlé y vi cómo Calisto se alejaba de mí rápidamente, con el ceño fruncido.
Aquella no era la expresión de un adulto, y menos del despiadado rey del que había leído 953 páginas. Era la expresión de un niño mimado al que se agravia fríamente.
- No me tomas en serio - dijo con cara de fastidio, pero me subí a la cama, me arrodillé y le sujeté la cara entre las dos manos.
- Cariño - le dije en voz baja, y sus ojos de cuarzo rosa se centraron en mí -, no me pondré en peligro, no haré las cosas impulsivamente y tendré cuidado cuando entre en combate. Me entrenaré para que mi estilo de lucha evolucione, pero no me pidas que sea una damisela indefensa... Estoy cansada de eso.
Se mordió el labio con fuerza.
Era como si quisiera mantenerme allí, en su habitación, a salvo del mundo y sus peligros para siempre.
No era eso lo que quería, quería proteger a Calisto del mundo que parecía desear su cabeza.
- De acuerdo - murmuró, y sus labios se curvaron en una expresión de desagrado.
Contuve la risa y por un momento me permití ser solo yo, acercándome a él y sellando sus labios con recato.
- Me alegro de que te preocuparas por mí -, le susurré, y esa fue la mayor verdad que jamás le había dicho.
Como si lo supiera, Calisto me agarró, su brazo rodeó mi cadera atrayéndome contra él y sus labios se apretaron contra los míos.
- Todavía te debo unas cuantas noches -, murmuró en respuesta y yo sonreí.
- De verdad.
- Entonces serás mi prisionera hasta que todas las noches estén pagadas -, dijo mientras recorría con sus labios mi cuello, hombro y clavícula.
Me estremecí. Sus labios eran cálidos y su tacto era a la vez delicado y firme, era tierno pero cargado de deseo.
- Calisto - murmuré, pasando las uñas por sus brazos tatuados.
- No pasa nada, cariño - sonrió, una sonrisa que hizo que se me calentara todo el cuerpo -. Sé que estás cansada, así que las primeras noches haré todo el trabajo por ti.
Me mordí el labio con fuerza y sentí sus dedos subiendo por mi muslo, llevándose con ellos el dobladillo del jersey que llevaba.
La única prenda que llevaba puesta.
- Pero cuando te recuperes - ronroneó -, tendré que castigarte por preocuparme tanto.
Recordaba bien cómo funcionaban los castigos de Calisto, y al pensar en su cuerpo sobre el mío, su boca deslizándose por cada centímetro de mi cuerpo, tuve que contener un gemido socarrón.
Realmente quería eso, quería con toda las fuerzas de mi ser, mi existencia y sanidad.