Me he vestido de manera sencilla con un jeans, una blusa de color blanco y tenis. Agarro el morral y me dirijo rumbo a la calle. Busqué un restaurante que apenas acababa de abrir y esperé a que me prepararan un desayuno compuesto de huevos revueltos con salchichas, café y pan. Después de desayunar me siento mejor, atrás quedó el recuerdo de mi mala noche y aprovecho para hacer un recorrido por el pueblo y observar los cambios que ha tenido, desde niña no había vuelto.
Su nombre, tal como lo expresé, es "Pozo Azul", porque queda a la orilla del río el cual tiene un frente muy ancho y su agua siempre está de color azul; dando la apariencia de ser una enorme piscina.
Me detengo en un sitio de casas antiguas a observar sus estructuras y a contemplar la gran variedad de jardines que hay en sus entradas. Siempre me han llamado la atención los vergeles y aprovecho para explorar plantas que no conozco. El recorrido, que al principio pensé que sería una pequeña caminata, me ha quitado mucho tiempo. Ahora me dirijo al puerto con el fin de regresar a mi pueblo. Hasta este pueblo donde vivo solo se llega por lancha, y el viaje demora cuatro horas. El ancladero está muy solo, apenas veo dos lanchas amarradas a un poste. Pregunto a un señor que está en la orilla lavando unas herramientas, por la próxima lancha que saldrá y me informa que solo lo hacen en horas de la mañana, y que ya habían salido todas; que quizás en horas de la tarde salgan más; pero no me da seguridad de que realmente sea así.
― ¡No puede ser!, por recorrer el pueblo he llegado tarde. ―murmuré en voz baja.
Sé que existe una trocha que es utilizada por los mineros que trabajan en las montañas, y que sirve como atajo para llegar hasta mi pueblo; decidí irme por ese sendero. Camino hasta la orilla del pueblo y me encuentro con un anciano que, con su mano rugosa, sostiene un hacha y trata de partir un retazo de leña.
―Buenos días ―le hablo con voz fuerte, porque me da la impresión de estar muy concentrado en su tarea.
―Buenos días niña, ¿qué necesita? Sonríe, suelta la rústica herramienta y acomoda el trozo de leña que acaba de quebrantar, sobre otros que están debidamente cortados del mismo tamaño y ordenados. Dan la impresión de ser cigarrillos en su estuche. Se trata de un señor muy agradable, tiene la cara colmada de surcos y una expresión sonriente; se nota que es un anciano carismático y servicial.
―Necesito saber dónde puedo encontrar la entrada de la trocha para llegar a Playa - Yacumen.
Vivo en un pueblo pequeño llamado Playa – Yacumen. El nombre de "Playa" es debido a que queda a orillas del río y a lo largo de este hay varias playas; lo de "Yacumen" se debe al nombre de un indígena que fue el primer habitante que comenzó a cultivar la tierra y a dedicarse a la ganadería; es esa la historia que siempre han referido los abuelos residentes del lugar.
― ¿Ira sola o acompañada? ―me pregunta con curiosidad.
―Sola ―le respondo.
―No puede tomar la trocha usted sola, es muy peligroso. ―Me mira con expresión de asombro y hace silencio. Entonces insistí.
―Tengo que llegar hoy ―Lo miro fijamente mientras espero la información requerida.
―Es muy peligroso, puede perderse, corre el riesgo de que la muerda una víbora. ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo se llama?
―Mi nombre es Irene Rivera, me falta poco para cumplir dieciocho años. No se preocupe, todo va a estar bien.
―Buen nombre para una chica tan terca. ―Otra vez vuelve a sonreír. A pesar de ser tan temprano, el sudor le corre por la frente. Cortar leña es un trabajo duro. Tengo deseos de sentarme a hablar con él y escuchar sus experiencias de persona mayor, pero después de cavilar he recordado que ya se me hizo tarde por el recorrido que hice por el pueblo.
―Debo llegar a casa hoy mismo, y además quiero conocer la selva ―afirmo con seguridad.
―Puede encontrase con mineros que, aunque son sensatos, hay que dejar a la duda el peligro que puede correr si se encuentra con alguien sin escrúpulos. ―Me explica lo difícil del camino y me habla de la selva tupida, de los bichos y demás peligros.
Así son los ancianos, ariscos y prevenidos por tantas experiencias que han vivido. Luego de preguntarme sobre el motivo de querer marcharme y no obtener ningún dato y tampoco lograr que desista de mis propósitos, me explica dónde encontrar la entrada de la trocha para llegar a Playa - Yacumen. Luego de lo cual me da su bendición.
― ¡Se dañarán sus zapatos!―dice señalando mis tenis.
―No creo, son de buena calidad. Le agradezco mucho por la información _exclamo.
Puedo ver la expresión en su rostro a través de una mueca de desaprobación. Me despido del anciano y me dirijo a una de las tiendas más cercana a comprar pasabocas para comer en la trocha. Adquirí tres pasteles dulces con los cuales espero obtener suficiente energía, tres paquetes de papitas fritas, una botella de gaseosa y otra de agua. Son exactamente las diez de la mañana y he llegado a la entrada de la trocha. En este momento ya estoy tranquila, no concibo ninguna molestia por las chicas, podría regresarme a la casa donde están ellas; pero la posibilidad de recorrer la trocha se me presenta como un desafío y una nueva aventura. Es un deseo persistente que no me deja otra opción.
Comienzo la caminata con mucho ánimo. Me siento impetuosa y osada, creo que esta trocha está para ser recorrida por mí. Me concentro a repasar en mi mente las instrucciones del anciano, hago cuentas con los horarios; él me dijo que si me va bien lo puedo lograr en tres horas. Supongo que, teniendo en cuenta algunos tiempos de descanso, puedo llegar en cuatro horas. No estoy acostumbrada a caminar por selvas, pero gozo de buenas condiciones físicas ya que entreno en el equipo de básquetbol del colegio, y además hago ejercicios tres veces a la semana.
El camino está despejado y limpio. Me rinde mucho caminar y a ratos también corro; estoy deslumbrada mirando los árboles y sus formas, tienen un aroma muy agradable. Se siente también un olor similar al del musgo de zonas húmedas, encuentro trechos que despiden aromas florales. Hay un árbol que se repite demasiado, tiene una forma muy particular y me recuerda el molinillo con el cual mi madre mezcla el chocolate. También hay árboles muy altos y de formidables circunferencias, me pregunto: "¿Cuántos años necesita un espécimen de estos para llegar a alcanzar semejantes dimensiones?". Definitivamente la selva está muy acogedora, me siento feliz y a gusto.
La fauna que he encontrado tiene una gran variedad de especies, hasta el momento solo conocía a especímenes de la familia de los psitácidos, tales como los periquitos y los loros. Hay aves exóticas, sus plumas parecen hechas por pinceladas de una perfecta gama de colores. Entre ellas se destaca una excesivamente hermosa, tiene su plumaje gris en la mayor parte del cuerpo, el cuello y las puntas de las alas son negros, y sobre las mismas resaltan manchas blancas. Su rasgo principal es un color carmesí sobre sus alas y cuando vuela, da la impresión de ser una gigante mariposa; también noto en esa ave, la forma de un abanico abriéndose y cerrándose.
En mis apreciaciones poéticas pienso: "¡Es tan hermosa, parece que Dios la hizo y se tomó suficiente tiempo para pulirla!". Le tomo varias fotos con el celular, por fortuna está tranquila, se mueve despacio de una rama a otra resultando más fácil enfocarla. Hay ranas diminutas que tienen varios colores, parecen pequeñas artesanías. Las ardillas resultan ser un espectáculo, son dóciles y siempre están comiendo. Cuando paso cerca de ellas me miran de soslayo y siguen inmutables en lo suyo. Por fin conocí a las "chicharras", parecen moscas gigantes, y hacen un sonido que me agrada, son muchas y es como si entablaran una sinfonía; lo hacen sin parar, ese sonido retumba en mi mente y cuando repentinamente hacen silencio, siento la extraña sensación de continuar escuchando su eterno y altisonante concierto.
Lo negativo es que hay demasiados mosquitos dando vueltas y vueltas sobre mí, lo percibo como si lo hicieran con descaro; tengo una pequeña rama y debo espantarlos constantemente. No tuve precaución de comprar repelente para zancudos en el pueblo. Bueno, no tenía ni la más remota idea de todo con lo que se enfrenta uno en la selva. También me molestan algunas ramas y arbustos que, al hacer contacto con ellos, me maltratan los brazos, por esa razón ya tengo diminutas cortadas en la piel. Busqué los audífonos y puse una melodía de Mozart que tengo guardada en la memoria del celular para hacer contraste con la naturaleza, esto hace más amena la trocha. Mientras avanzo, el sendero se torna confuso, aparecen trechos despejados, sin malezas, que luego no llevan a ninguna parte; es difícil después encontrar el camino principal.
Miro el reloj y ya llevo realizadas dos horas de caminata. Me encuentro en un espacio donde convergen tres caminos y sin la menor idea de hacia dónde conduce cada uno de ellos. En este momento recuerdo a mi amigo Ariel, quien es tan listo y me pregunto: "¿Qué opción tomaría él?". Sé que estoy frente a una decisión vital, debo elegir uno de los tres, esto es determinante. ¡Puedo estarme jugando la vida! "¿Será que soy muy dramática?" Desde mi lógica elegí el camino más limpio, supongo que es el indicado. Más adelante este se volvió cada vez más estrecho, hasta que llegué a un lugar donde los árboles están muy unidos y la tierra demasiado húmeda. Quise devolverme, pero he perdido el camino de regreso. Acabo de descubrir que estoy extraviada y buscando la salida me extravío aún mucho más. Me he detenido a descansar por varios minutos y pienso en la posibilidad de llamar a las chicas para avisarles que estoy extraviada, para que busquen a alguien que conozca la trocha y venga en mi ayuda. Pero pensándolo bien, prefiero arreglármelas sola para encontrar la salida y no pasar por las críticas y burlas de mi hermana y mi amiga. Tengo la confianza de que luego podré ubicarme y avanzar. Pero el tiempo pasa y no he podido orientarme, solo veo árboles y rastrojo, ninguna señal del camino. Comienzo a vacilar con angustia y debo aceptar que tengo miedo.
He decidido hacer lo que tanto traté de postergar. No tengo otra opción, debo llamar a mi familia y avisarles. Tomo mi celular para llamar a mi hermana Luisa y avisarle, también deseo llamar a mi madre para ponerla al tanto de mi aventura. "¡Dios mío! ¿Qué dirá mi mamá?" Doña Rosa es muy enojadiza. Me refiero a mi madre, quien tiene un carácter fuerte. Acostumbro a llamarla por su nombre cuando está enojada, y cuando la veo apacible y complaciente la llamo "Rosita". Vaya sorpresa tan desagradable, mi celular no tiene señal, no logro concretar la comunicación. Intento varias veces desde diferentes lugares y la señal sigue siendo dificultosa. Dejé de insistir, sé que la única opción que me queda es continuar tratando de encontrar la forma de salir de esta selva. Miro la hora en el celular y son las dos de la tarde, tengo cuatro horas en la jungla, he caminado demasiado, estoy perdida; y para colmo de males, mi celular cuenta con tan solo 30 % de carga en la batería. Voy encontrando peñas y barrancos por los cuales tengo que pasar agarrándome de las ramas. Se me acabó el optimismo y soy consciente de los molestos zancudos y de que mis zapatillas están húmedas y maltrechas por el barro.
Ya no me parece tanta gracia escuchar el canto de los pájaros ni el estridente ruido de las cigarras. Es en este momento donde me llega la reflexión y cuestiono el precio de haber tomado una decisión a la ligera; pero definitivamente ya ni reflexionar me sirve para nada. Imagino a mi madre diciéndome: ¬"No se puede llorar sobre la leche derramada". Me siento en un arbusto, miro al sol que penetra por entre los árboles y pinta de dorado sus ramas. Varios pájaros pasaron volando y se escucha un ajetreo en el aire, doy gracias por ver tantas formas de vida en este solitario lugar. Constantemente me digo: "Debo salir de aquí, debo llegar a mi casa"; pero no sé cómo hacerlo. Abro el morral y recuento los pasabocas, ya me quedan solo dos pasteles dulces y dos paquetes de papas fritas, porque comí comenzando la trocha. Prudentemente solo ingerí un pastel, un paquete de papitas y el refresco; por tanto, queda un pastel, un paquete de papitas y media botella de agua.
En este estado de las circunstancias, ya me imagino perdida por varios días y hasta muriendo de hambre. Me vienen a la mente retazos de películas que vi, donde aventureros se pierden en la selva. Me asusta la posibilidad de que aparezcan animales salvajes tales como una pantera o un tigre hambrientos. No tengo idea si en esta tierra existen esos animales, hasta el momento solo he encontrado ratas grandes, tortugas, aves, ranas, ardillas y un perezoso. Soy consciente de mi miedo y pienso que quizás estoy exagerando o que ya estoy llegando al delirio. Deseo pensar en otras cosas, pero mi mente me lleva por la línea de la tragedia y recuerdo un libro que leí hace varios años. La protagonista se llamaba "Anabela Dubois", esta chica engañó a un hombre y lo envenenó propiciándole una muerte horrible para robarle el mapa de un tesoro. Luego de ello llegó a la zona que indicaba el mapa, pero se encontró con peligros que ella no había imaginado; era una selva plagada de serpientes constrictoras, y sin armas para defenderse terminó devorada; allí finalizó su ambición por el tesoro.
En este estado de las circunstancias, ya me imagino perdida por varios días y hasta muriendo de hambre. Me vienen a la mente retazos de películas que vi, donde aventureros se pierden en la selva. Me asusta la posibilidad de que aparezcan animales salvajes tales como una pantera o un tigre hambrientos. No tengo idea si en esta tierra existen esos animales, hasta el momento solo he encontrado ratas grandes, tortugas, aves, ranas, ardillas y un perezoso. Soy consciente de mi miedo y pienso que quizás estoy exagerando o que ya estoy llegando al delirio. Deseo pensar en otras cosas, pero mi mente me lleva por la línea de la tragedia y recuerdo un libro que leí hace varios años. La protagonista se llamaba "Anabela Dubois", esta chica engañó a un hombre y lo envenenó propiciándole una muerte horrible para robarle el mapa de un tesoro. Luego de ello llegó a la zona que indicaba el mapa, pero se encontró con peligros que ella no había imaginado; era una selva plagada de serpientes constrictoras, y sin armas para defenderse terminó devorada; allí finalizó su ambición por el tesoro.
Creo que fue un buen final, a la mayoría nos gusta cuando opera el karma para los malos; pero aquí estoy yo, con miedo a que me devoré cualquier animal o a morir de hambre, y no maté a nadie; solo tuve un conflicto con mi hermana y mi amiga. Ahora que lo medito bien, estoy segura de que ni siquiera tiene importancia, no era para tanto. En esta introspección y desde los conceptos de un adulto, los imagino con sus cantaletas y hablando de las malas decisiones que tomamos los jóvenes. Veo en una escena de mi mente a Zoila, mi vecina, la chismosa del barrio, la que en todo se inmiscuye diciéndome: «¡Qué loca eres! ¿Tienes aserrín en el cerebro que no puedes discernir el error de tomar una trocha sin conocerla?». Mis pensamientos luego me llevan por otros análisis diferentes, pienso en la poca probabilidad de que alguien se entere a tiempo de que estoy perdida. Mi familia tiene entendido de que estoy de paseo con mi hermana Luisa y mi amiga Alejandra en un pueblo, y estas deben estar creyendo que ya llegué a mi casa; porque me fui enojada con ellas.
Haré un alto en mi historia para hacer referencia al dichoso pueblo, Pozo Azul: El mismo era un agradable lugar, un pequeño pueblo tibio y acogedor, del tamaño que cada uno de sus pobladores quería que fuera. Para algunos, tan pequeño que parecía, en lugar de un pueblo, el patio de alguna casa. Para otros, tan inmenso como el infinito mismo, como el extenso sitio que alberga mil y un almas que transitan, que recorren los caminos. Tenía solo una calle principal, de un asfalto que se iba deteriorando en toda su extensión, pues, hacía un tiempo inmemorable que una gente venida nadie sabía de donde, ni por orden de quien, con unas máquinas dieron inicio a aquella obra, y luego de exactamente un mes y tres días, se esfumaron por donde mismo habían llegado, dejando una piche calle con un asfalto muy negro y de una calidad en extremo dudosa, debido a que desde los mismos pasos que en ella se dieron comenzó su inmediato deterioro. No hubo inauguración, solo la construyeron y ya, sin protocolo alguno y desde entonces se convirtió en una migaja de calle, porque eso era lo que representaba, solo una ñinguita de arteria vial, pero fuese lo que fuese era la calle principal de mi bello terruño, le doliese a quien le doliese. Aunque a muchísimos les agradó que le hicieran un cariñito al pueblo, que se habían acordado de ellos.
Existían otras callejuelas, por no decir caminos, construidas de un material denominado granzón, que fueron construidas con el riguroso paso del tiempo por la misma gente del pueblo. Hileras eternas de casas, casitas y casuchas se dejaban ver por todo Pozo Azul. El olor a boñiga y a naturaleza se dejaba percibir con gratitud por todos y no era de extrañar, ya que alrededor del pequeño pueblo, varias haciendas se habían levantado con muchos sacrificios, como frutos de grandes esfuerzos de personas dadas al trabajo. La más grande y fecunda de todas esas posesiones que existía en aquella basta porción de fértil tierra era "La Peña" y constituía la referencia de una región que además incluía a varios pueblos que giraban en torno a la hacienda en cuestión, y prácticamente el poco progreso que obtenían sus habitantes dependían de cómo marchaba todo en la posesión de don José Peña, como le decían todos al propietario de "La Peña".
La semana transcurría apacible en Pozo Azul hasta el día sábado. No ocurría nada que no fuese rutinario. Chiquillos alegres y deseosos de aprender acudían a la escuela, una edificación sencillísima y extremadamente pequeña que milagrosamente albergaba a los que allí recibían la sagrada educación, dejándose claro que no eran muchos, ya que la mayoría tan pronto podían, se dedicaban a trabajar para ayudar en el sustento del grupo familiar y no tenían nada de tiempo para que se les impartiera educación alguna. El colegio contaba solo con una docente, y hasta el sexto grado solo se impartía la enseñanza, ya que era una escuela rural y era solo hasta ese nivel de enseñanza para la que estaba designada. Después de alcanzada esa meta había que buscar nuevos horizontes quienes querían continuar los estudios a nivel de educación secundaria y más aún, universitaria. Pero aquellos niños, colmados siempre de esperanzas, en sus pláticas previas al inicio de cada jornada educativa, soñaban con que algún día Pozo Azul poseyera un liceo donde poder continuar sus estudios sin la tediosa necesidad de abandonar sus hogares en pos de la sagrada preparación educativa.
Debería ser en Pozo Azul donde el ansiado liceo sería construido, ya que era el pueblo con más densidad demográfica, además allí existía una plaza, chica pero era la única plaza de la zona y frente a ella se levantaba majestuosa la sagrada iglesia, no muy grande pero que llamaba a la adoración del redentor. Existía la sede donde pernoctaba el jefe civil de toda esa comarca. Eran esos los alegatos que la chiquillada esgrimía como la razón del porque debería ser en su terruño donde debería el gobierno construirles un liceo, que en realidad era una imperante necesidad. Al otro lado del pueblo se levantaba con orgullo propio, el abasto del viejo Matías, como usualmente se le llamaba a aquel hombre dueño del único comercio donde se expendía lo que los pobladores necesitaban. El comercio o bodega en cuestión era denominado "Abasto Matías" y estaba escrito en un inmenso afiche en lo más alto de la edificación y con una ortografía espantosa. Decía así: "AVASTO MATIAS DONDE TODO ES VARATO". Es de imaginarse que el bajo nivel cultural para las letras de Matías, aunado a la incapacidad congénita de conceder algo de dinero a alguna persona que pudiese escribir decentemente, dio pie a que el mismo siniestro personaje hiciese su propia publicidad sin acudir a ese alguien que supiera hacer el trabajo.
Pero era solo en ortografía donde metía no la pata sino toda su ya gastada humanidad, ya que en las matemáticas era un diablo, no existía una cuenta en la que se equivocara, por lo menos contra él, ya que sus errores eran siempre en contra de los clientes, y como muchísimos eran analfabetas, esos errores les favorecían y llenaban cada vez más sus arcas a costa de la inocencia y de su ladronismo. Y los pobres clientes ignorantes de las artimañas de aquél personaje se retiraban sin emitir una queja, solo se echaba de ver porque no adquirían todo lo que habían planificado.
Allí se podía encontrar de todo, sencillamente de todo, con muy pocas excepciones y obviamente, por ser el único en la región, era allí donde todos acudían a realizar las compras de lo que rutinariamente se necesita en un hogar o en cualquier otra latitud. Incluso acudían los pobladores de los vecindarios aledaños, ya que no había otra alternativa cercana. Nadie en realidad acudía a aquel acopio con agrado, era la necesidad quien los empujaba casi en contra de la voluntad, ya que el viejo en cuestión, avaro por naturaleza y de nacimiento, incrementaba siempre el valor de todo lo que expendía en aquel malicioso sitio que denominaba abasto.
El viejo Matías incrementaba el costo excesivamente de todo lo que expendía en su comercio, en absolutamente todo, y de una forma por demás descarada, y él se aprovechaba de que era lo único en su ramo que existía en muchos kilómetros. Quien no quisiera ser víctima de Matías, sencillamente tenía que acudir a un poblado excesivamente lejos y lamentablemente casi nadie se podía dar el lujo de realizar esa travesía. Denunciarlo era caso perdido, ya que aunque la avaricia y el ladronismo era su principal particularidad, se le conocía también como el más perfecto mojador de manos de toda la comarca y por eso era el flamante rey de la estafa.
Allí se encontraba permanentemente, todos los días, excepto el día del comerciante que era el único de los días del año en que las puertas de su abasto permanecían cerradas y se dedicaba a emborracharse como un demonio so pretexto de la celebración de su día, como el mismo exclamaba a los cuatro vientos: "Mi día" "El día del gran Matías". De resto, nunca cerraba su expendio de todo. Semana santa, Navidad, día de esto, día de aquello, sea el día de lo que fuese, las puertas de su abasto siempre estaban abiertas desde bien temprano. El mismo se justificaba y con una razón que a la larga parecía incuestionable. Alegaba: "La gente come todos los días y yo les vendo lo que necesiten también todos los días, pero cuando es el día mío no le abro a nadie, ni siquiera a mi madre si estuviera viva". Decía la voz de la avaricia contenida allí, en la persona del viejo Matías. Aun así, el negocio en cuestión permanecía lleno de clientes y de curiosos que, ahogados en el ocio, perdían en ese sitio el mayor tiempo posible, tomándoles el pelo a todo el mundo y comiéndose a críticas a todo el que llegara.
Matías no los corría, al contrario, aprovechaba sus ociosidades para pedir un "favorcito" y de esa manera eran descargados los camiones de proveedores por un par de mancarrones y un refresco a cada uno, logrando de esta manera un jugoso ahorro. Había nacido para el negocio y moriría en él. Lo decía así cuando tocaba el tema del último día de su existencia. No tenía esposa y mucho menos hijos. Decía que cuando lo hallaran "aventado" en el negocio, que llamaran a un hermano suyo que vivía en la ciudad para que se encargara de todo para que nadie tocara siquiera un grano de arroz. Ya tenía todo dispuesto.
-Pon ese bojote ahí -decía señalando con el enorme dedo índice de su diestra que poseía una enorme uña, tan gruesa que parecía el pico de un loro, y al igual que su dedo medio, lucía un notorio color amarillento que se había formado por constate colocar allí los cigarros que día y noche consumía sin cesar. Delataba así su vicio tan inmenso como su avaricia. Así era el viejo Matías. Un personaje de Pozo Azul que le daba un sabor típico al pueblo.
El domingo era otra cosa, se veían a los obreros de las haciendas gastando lo poco que ganaban. Muchos llevando a casa las provisiones desde el abasto, y otros, olvidándose del gran sacrificio para ganarse los "churupos" llegaban tempranito al bar de Abdón y no se marchaban hasta que gastaban el último centavo y cayéndose de la rasca se iban a dormir a donde fuera. Era un solo bullicio los domingos y en la plaza, los pretendientes velaban como moscas a la miel, buscando a la salida del sagrado templo, la pícara mirada de alguna dulcinea que tuviera iguales intensiones. Muchísimos matrimonios se había forjado del eterno intercambio de miradas enamoradizas a la entrada, pero sobretodo, a la salida del sagrado culto católico los tan esperados domingos, en los que cupido siempre detectaba a alguna pareja que, con inocultable agrado, quisiera ser blanco del alado hijo de Venus.
Era ya típico en Pozo Azul ver llegar, bien temprano en la mañana los domingos, aquel río humano que procedían de los más recónditos lugares a realizar las más variadas actividades. Las cavas esperaban el queso que iría a las ciudades donde su sabor era en extremo apreciado. Cientos de kilogramos de este derivado lácteo eran producidos en las haciendas adyacentes, lo que se reflejaba en la enorme prosperidad de los hacendados y en el notorio progreso que se sentía en los pueblos de la zona, en especial de Buenaventura. El dinero corría como chisme en aquel rudimentario mercado y los trabajadores, impacientes, tan pronto terminaban su faena que era llevar los quesos hasta las cavas, corrían hasta donde Abdón. Las mujeres, maquilladas extravagantes, también se hacían sentir y, pícaras, pegadas a sus madres a todos los sitios que éstas iban, buscaban entre la muchedumbre, las miradas de algún galán.
Vendedores ambulantes por doquier, expendían (sólo los domingos) todo lo que se pudiera comercializar -Para enfado de Matías-, que refunfuñando quería que todo ser viviente le comprara sólo a él. Unos guajiros que habían llegado hacían muchos años a la región y que vivían en lo más apartado de la serranía, estaban allí sin conversar con nadie y con sus miradas misteriosas, vendiendo sus extraños jarabes, que para el soberano, lo curaban todo. Se les veía solo hasta mediodía ya que, ávidos de creer en algo, los pobladores compraban todo lo que la superstición les ofrecían. Lecturas de cartas, una piedra corriente que rezada era un perfecto amuleto para el progreso, para mejoras en la salud perdida y hasta para ligar una pareja estable. Leían las "aguas" y recetaban los jarabes que ellos mismos preparaban. De esta manera, liquidaban toda su mercancía temprano. Estas cosas si no les hacía bien a la gente, por lo menos daño no. De esta manera estaban allí cada domingo, en el mismo sitio, son sus enormes batolas (ya que eran sólo las mujeres las que llevaban a cabo el comercio), con sus mismas miradas colmadas de misterio y con bastante mercancía, y también con muchos clientes que domingo a domingo crecían en número y en fe.
Vivían bien esos integrantes de la etnia rara. Dinero no les faltaba. Y como nadie conocía sus viviendas, no se sabía si vivían mal tampoco. Solo se sabía que llegaban específicamente ese día de la semana y cultivaban la creencia del pueblo y vivían de ello. Es muy común en el ser humano, todo lo que no hace mal, hace bien. A pocos kilómetros de Pozo Azul estaba ubicada "La Peña". El domingo en la mañana don José Peña se ubicaba en un inmenso sillón extensible de tibio terciopelo gris, con su eterna pipa encendida, en la enorme sala de la casona, desde donde miraba sin mucho esfuerzo, la también enorme propiedad. Perdidas a su mirada, extensos terrenos que poseían sobre sí, toda su inversión. Don José había sembrado el petróleo, ya que, después de haber trabajado por décadas en la industria petrolera, unió con sacrificio marcado, céntimo tras céntimo y adquirió un pedazo de terreno y unos "animalitos" y hoy día estaba allí, viendo aparecer en La Peña, la avioneta que llegaba desde una gran ciudad a comprar el gran cargamento de queso y nata que su enorme hacienda producía. Pero eso eran otros tiempos, Pozo Azul estaba ahora totalmente cambiado, el progreso había llegado para quedarse y crecer cada día más.
Continúo con mi relato. El único que se enteró de que tomé la trocha fue el anciano del hacha, ese señor tiene sus propias ocupaciones y ni cuenta se dará de nada. Quisiera saber el final de este asunto. Me visualizo saliendo de la trocha y llegando a mi casa, riéndome de mi episodio en la selva. También me veo muerta en un acantilado y los gallinazos volando por encima de la montaña, llamando la atención de los mineros que caminan por la trocha. Imagino a mis compañeros del colegio en el pasillo hablando de mi terrible final, también pienso en la posibilidad de que nunca se sepa qué sucedió conmigo y que mi familia y las viejas chismosas del pueblo afirmen que: "esa muchacha descocada seguro se voló con un hombre, pues tenía carita de yo no fui; pero mundo le sobraba". Se hizo de noche y es hora de demostrarme de qué estoy hecha. Quiero sentarme a llorar, pero no puedo entregarme al abandono sin luchar, debo apelar a mis fuerzas, a mi sentido común; a mis guías espirituales, a todo en lo que tengo fe. Espero que la noche no sea tan inclemente y me resulte magnánima.