No pude utilizar el celular porque se apagó. Me desperté a las siete de la mañana y seguí caminando como en forma mecanizada, sin mostrar interés por más nada. Hubo un corto tiempo en el cual sentí que perdí la memoria, por lo tanto no recordé porque estoy en esta selva. Estoy absorta y divagando en mis pensamientos y me interrumpió un ruido. Frente a mí hay una serpiente de color café oscuro que emite un sonido parecido a un silbido. Es gruesa y su piel se nota viscosa, no pude dimensionar su tamaño porque tiene la mitad de su cuerpo enroscado sobre un troco.
El horripilante reptil levanta su cabeza, saca seguida su lengua que es extraordinariamente larga y dividida en la punta. Sé que está furiosa, seguro me percibe como una amenaza y sin lugar a dudas, también está asustada como yo. Acomodé mi bastón para defenderme por si llega a atacarme y me quedé inmóvil, no sé qué más puedo hacer. Estoy suplicando que no me muerda. Entre las muchas formas de morir que había considerado, jamás imaginé la de ser atacada por una serpiente. Estoy aquí expectante y respirando tensionada, es como si el tiempo se detuviera. La serpiente también parece detenida, sigue sacando su lengua y observándome. Creo que esto duró medio minuto, lo cual resultó eterno para mí. Afortunadamente la serpiente decidió retirarse por una pendiente del terreno y escuché cómo se escurrió entre las ramas. Estoy muy agradecida y me siento culpable porque fui yo quien invadió su hábitat. Es el tercer día de estar pérdida y la fatiga es terrible, además, tengo concentrado un olor a rastrojo en mi cuerpo que me molesta demasiado. Mis axilas tienen mal olor, me he aplicado el desodorante sin bañarme y el mal uso contrariamente resultó ser peor.
Algo me sacó del letargo que me mantenía atrapada y llamó poderosamente mi atención. Comienzo a escuchar un ruido diferente a los ya acostumbrados a mis oídos durante los días que he permanecido perdida en esta selva, y mientras más avanzo se acrecienta con mucha intensidad. Me doy perfecta cuenta de que es el sonido del agua fluyendo entre las rocas. ¡Allí está!, es un arroyo limpio, cristalino y de aguas abundantes. Me detengo a mirarlo sorprendida. En este instante me llega una perla de sabiduría: "¡Todos los arroyos desembocan a un río, y a la orilla de los ríos suele existir vida!". Sí, estoy a salvo, este arroyo será mi guía, me llevará al río". Me embarga un gozo de tal intensidad, que me provoca danzar; parece que finalmente todo está fluyendo en perfectos colores. Agradezco al arroyo por existir y al universo por haberlo encontrado. Lamento haber descartado la botella del agua cuando quedó vacía. Arranqué una hoja ancha y la envolví en forma de cono y con ella tomé mucha agua hasta calmar la sed; miro mi reflejo en aquel riachuelo de tan cristalinas aguas, tal como se hace con un espejo, y procedo a asear mi rostro. En este momento de excelsa emoción, mis lágrimas caen a su cauce.
―Ya tienes una parte de mí ―susurró mirando al arroyo.
Lo detallo minuciosamente y puedo contemplar pequeños peces y muchas piedras lisas de diferentes formas. Retomo la marcha a unos tres metros de la orilla para cuidarme de la humedad. A la hora y media de trayecto por el sendero del agua, me encontré con una cascada. El arroyo cae quizás unos diez metros y la forma de bajar es demasiado arriesgada; la otra posibilidad que llega a mi raciocinio, es alejarme del agua, dar una vuelta, llegar a la parte de abajo y volver a encontrar el arroyo. Estoy muy nerviosa y de solo imaginar que pueda llegar a perder el cauce hace que me estremezca. Me digo: "¿Qué tal si por alguna razón lo pierda? ¡No, no me expondré a esa posibilidad!" Tuve discusiones tontas conmigo misma: "Ve por el lado seguro, al arroyo nadie se lo va a robar". Preferí arriesgarme a bajar por el lado de la cascada. Después del error que cometí al perderme en la trocha, no estoy dispuesta a arriesgar ni un 99 % contra un 1 %, teniendo la ventaja a mi favor.
Desde la orilla de la cascada tiro el morral para quedar más liviana, este cae sobre unas rocas, también arrojo el bordón, pues me estorba para bajar colgada de los arbustos. Lo que a simple vista se podía lograr en dos minutos, me tomó más de quince. La corriente de la cascada arrastra un gran volumen de agua, y ha generado al final de la caída, un pozo grande y profundo. Aprovecho para bañarme, me quito la ropa húmeda y sucia, entro al agua; está muy fría, luego, al poco rato, la sentí como si estuviese algo tibia. Al principio me ardieron las picaduras de los mosquitos y los raspones, después, el agua me produjo un efecto calmante. Nado un rato y después salgo a la orilla, encuentro una planta con hojas verdes y redondas, le arranqué varias, las trituré sobre una piedra pequeña y las mezclé con barro húmedo; ese empaste me lo apliqué en las axilas y en todo el cuerpo, primera vez que hago esto, lo vi hace mucho tiempo en un tutorial de internet. Se decía que esta mezcla elimina los malos olores del cuerpo y que sirve también como exfoliante.
No sé si estas hojas y este barro sean los indicados, de lo que sí estoy segura, es que prefiero tener olor a barro que a sudor de tres días, me dejé esto durante veinte minutos, luego me introduje al agua y por un momento ensucié el pozo. Salí nuevamente y me friccioné todo el cuerpo con arena menudita, menos en la cara; el efecto fue parecido a exfoliar la piel con azúcar. Volví a bañarme, mi cuerpo está muy suave y sin nada de mal olor; pero quedé tan roja como un camarón, ya ni sé dónde están las picaduras de los mosquitos.
Boté la ropa que traía puesta y me cambié con la otra que traigo en el morral. Comí una gran cantidad de fruticas rojas y al final, ingerí parte del último paquete de papitas, así quedé con la ilusión de haber comido solo papitas. Me vestí, estoy muy cómoda con ropa limpia. Busqué mi peine y me recogí el cabello en una cola de caballo, también cepillé mis dientes.
Tomo asiento en una piedra gigante que está al frente de la cascada. Me pongo pensativa, entro en mi propio psicoanálisis. Observo la cascada que es traspasada por los rayos del sol y da reflejos como los colores del arco iris. Me da tranquilidad y percibo una sensación de unidad entre el agua y yo. Estoy reflexionando y reviviendo cada peligro que he experimentado en esta aventura. Sé que después de esta experiencia no volveré a ser la misma, es como si hubiese madurado muchísimos años; me encontré en un gran sentimiento existencial: "¿Estuve perdida tres días o toda la vida?".
Tuve una epifanía que me profundizó en un estado meditativo y místico, sentí una explosión en todos mis sentidos, quise tener más ojos de lo usual para abarcarlo todo; más oídos para escuchar y suficiente conciencia para entender. Por mi mente pasaron las preguntas sobre lo insondable y lo intangible. Ante mis profundos cuestionamientos sin respuestas, me pareció que siempre estuve perdida e inmersa en el profundo vacío emocional que nunca he podido llenar con nada. Desde que tengo uso de razón he tenido carencia de amor, siempre quise tener el afecto y el interés de mi padre; quise más atención por parte de mi madre y desde que me inicié en la adolescencia, siempre he querido tener un buen novio que me ame. Contemplé de forma detenida el paisaje en el que me encuentro, tratando de dimensionar y distinguir todo lo que veo, y el arroyo me parece un maestro.
Este nunca es el mismo, jamás se detiene. De ningún modo te bañas en la misma agua, la corriente es poderosa, es apacible, también serena y no tiene emoción. Bajé hasta la orilla del pozo y metí la mano derecha haciendo círculos; saqué agua para luego dejarla caer y observé las gotas rebotar sobre la misma agua. Miré hacia el sol y percibí su energía vital. Toda esta naturaleza de alguna manera me habla, aunque no pueda sintetizar todos sus misterios, soy consciente de ella. Esta vivencia me ha marcado, el sufrimiento que he vivido me ha hecho más sensible, la selva y este arrollo han abierto cierta conciencia en mí. Ahora soy más consciente de la existencia, que se debe disfrutar cada día, valorar los pequeños detalles de los cuales se compone la vida.
Debo mejorar la relación con mi madre y aceptar el acercamiento de mi padre, y perdonarlo por haberme abandonado siendo aún una niña. Procuraré divertirme más con mis amigos, explorar cosas nuevas. En adelante dedicaré más tiempo a la pintura que tanto me gusta, tengo unos manuales que compré y libros que me dan prestados en la biblioteca. Repasaré por mi cuenta las diferentes técnicas y trazos, hasta que algún día tenga dinero suficiente para estudiarlas. Otro asunto que tengo pendiente es el amor. Deseo con toda mi alma encontrar el amor verdadero. Estoy pensando en Diego, el chico que me gusta; hace mucho tiempo que me atrae. Ya me cansé de ir al parque con un libro a disimular que estoy leyendo, cuando en realidad voy es a verlo a hacer ejercicios con sus amigos. Apenas salga de esta selva me dedicaré a conquistarlo. Espero tener buen resultado o descartar esa posibilidad, pero las cosas, definitivamente, ya deberían cambiar. He tenido dos relaciones que no llegaron a nada, pero en esta ocasión deseo tener un novio de verdad.
Me despedí de la cascada y seguí caminando por la orilla del riachuelo. Hacia adelante solo se divisa la masa forestal. Por estar distraída entretenida con los árboles, casi piso una tarántula, es más grande que las que son comunes en el monte o de las que yo conozco. Está quieta y confiada, la observé bien, por más que traté de identificar sus ojos no pude; pues me parece que tiene cuatro órganos visuales. Es un animal muy raro y no tengo idea si pertenece al grupo de las venenosas; tengo poco conocimiento sobre los arácnidos. Seguí caminando sin más percances por el momento, ya estoy adaptada a la selva; es como si hubiera aceptado mi desgracia, en algunas oportunidades olvido que estoy perdida.
Cuando menos lo esperaba sucedió algo sublime. Diviso una especie de campo claro. A medida que voy avanzando se pone más grande y más hermoso, es la presencia del río. He encontrado en este momento la expresión más grande de la felicidad, me embarga un estado de grandiosa dicha por haberlo logrado. Estoy gritando de júbilo, me encuentro colmada de un regocijo incomparable, ahora lloro de emoción; qué bello es llorar de alegría. La felicidad se encuentra en muchas situaciones, en viajes, en logros, en regalos, en amores y aquí estoy yo, siendo completamente feliz y agradecida. El mundo es bueno.
Miro mi reloj y son las cuatro y cuarenta. Tengo conocimiento de que las últimas lanchas viajan por el río a las cinco de la tarde por cuestión de seguridad, pues el río es caudaloso y existen muchas rocas que en la oscuridad no se pueden ver, y son muy peligrosas para la embarcación. Después de esa hora es común ver personas en canoas, pero solo en plan de pesca. Busqué mi estuche de maquillaje, me miré en el espejo y percibí muy mal mi apariencia. Me apliqué un poco de polvo en la cara, algo de brillo en los labios, me peiné bien y me recogí nuevamente el cabello en una cola de caballo. Me preparé para salir a la orilla del río y esperar la fortuna de que pase una lancha para gritarle que me recoja. También tengo la esperanza de poder encontrar personas a la orilla del río trabajando en la búsqueda de oro, pues la zona es minera. Existe la posibilidad de tener que dormir aquí y esperar hasta mañana. Me parece muy deprimente, pero comparado con el hecho de que pude morir perdida, es solo una nimiedad. De todos modos, estoy tranquila. Consuetudinariamente siempre se ha dicho que frente a dos males, el menor duele menos.
Llegué a la orilla del río, no hay señales de vida, todo está sumido en la más absoluta soledad. Caminé hacia la parte de abajo, hay playa y rocas grandes; me senté en la más alta y estoy atenta por si baja o sube alguna lancha, prefiero que baje para que me lleve directo a mi casa, pero si sube para los corregimientos también estará bien, lo importante es que me recojan. Sigo esperando, hace un viento fresco que acaricia tenuemente mi cara, pasan aves volando para abajo; el río hace estallidos en la otra orilla, porque hay una roca grande que sobresale de la corriente y allí se corta el agua como en una especie de remolino. Me quedé contemplando la corriente del agua, miré a lo largo del río hasta donde se pierde en la selva y con la mirada fija esperando que asome la proa de una lancha, pero no aparece nadie.
Además, si pasan pescadores en canoas es obvio que no me sirve de nada y tampoco estoy en condiciones como para ir de pesca en esta situación. Por seguridad me volví a adentrar al monte por donde llegué, y me quedé al lado del arroyo para seguir tomando agua limpia. Consumí nuevamente de las fruticas rojas que ya me tienen harta, tomé agua y me cepillé los dientes. Son las siete de la noche y prefiero dormir, eso me recargará de energías. Acomodé hojas largas de una rama que encontré, ya no tengo ropa para usar de cobija; puse el morral de almohada. Esta noche no me acompaña el miedo, pues mañana iré a casa. Estoy de mal humor por los zancudos que no me dejan en paz, arranqué una rama con la que los espanto constantemente. Cuando ahuyento a los de la parte de arriba, entonces me pican en los pies. Tengo un buen rato maldiciéndolos como si eso sirviera de algo; pero al menos desahogo mi frustración.
Duermo poco, es otra noche larga escuchando el concierto escandaloso de los grillos, además, el ruido de esta noche es diferente al de las anteriores; creo que por estar cerca del río hay otros animales que no estuvieron en las otras. Me desperté pasadas las cinco de la mañana, salí al río y me bañé lo más rápido posible, lavé la ropa y le quité el barro, la escurrí lo más que pude y me la puse así mojada; se irá secando poco a poco con el calor de mi cuerpo. Sacudí el tenis en el agua, les quité todo el barro. Están demasiado despegados por la suela, pero seguro que resistirán hasta llegar a la casa. Me organicé bien, me puse demasiado polvo de maquillaje en la cara para disimular las picaduras de zancudos y me quedaron como si fueran pecas, me unté el brillo rosa en los labios, volví a recogerme el cabello en cola de caballo y así quedé algo presentable; de hecho, me veo muy mal, pero estaba peor cuando salí de la selva. Tomé la decisión de no pedir ayuda si llega a subir una lancha, prefiero esperar a que baje alguna para mi pueblo. Estoy fatigada y con hambre, pero ya pasé lo peor, puedo aguantar otro poco más y lo mejor es asegurar el viaje directo a casa.