Capítulo 4 4

Incrédula, Agustina no salía de su asombro. Nunca haría algo semejante. Nunca había sabido él, de algo similar en los años de convivencia y nunca nadie había realizado algún comentario, de alguna actitud impúdica en algún momento del pasado. En verdad, esa mañana había sentido extrañeza de lo sucio que estaban sus ropas y del extraño sabor en su boca; pero le restó importancia. Se sintió desfallecer de pura vergüenza, cuando sus hijos le contaron que se había ausentado gran parte del día, dejándolos expuestos a peligros, a horas sin alimentos y demás riesgos innecesarios.

Ella se sintió terriblemente mal por un proceder del que extrañamente no recordaba absolutamente nada. Aun así, sus hijos y su esposo le brindaron todo el apoyo que necesitó y de ese modo, fue salteada otra dificultad. Pasaron los meses y no volvió a posarse sobre ese cielo nítido, otra nube aciaga como lo sucedido aquella noche terrible. Todo siguió su curso normal en sus rutinas.

El día se suscitaba apacible como ya era habitual. Una usanza que decoraba una vida decente, dedicada a Dios y a la familia. Una rutina enmarcada en la felicidad. Agustina preparaba a sus hijos para ir al colegio. Mientras lo hacía, planificaba desde ya los pormenores del almuerzo y la comida del día. Le gustaba planificar todo para cuidar los mínimos detalles. Por su parte, Américo disponía lo necesario para enfrentar el día a día y encontrar en ese trajinar, el sustento de su familia. Se verían a la hora del almuerzo. Él dejaba a los niños en el colegio. Agustina los recogería ese día un poco más temprano, ya que en el centro educacional, se estaban realizando unas reparaciones y había, por unos días; que retirar a los estudiantes una hora antes de lo acostumbrado. Así sucedió.

Cuando Américo llegó a casa, se sorprendió de escuchar un silencio demasiado inusual a esa hora del día. Aun así, se tumbó en el sofá esperando que al sentirlo, los muchachos corrieran hacia él. Cosa que no ocurrió y que le conminó a adentrarse a la habitación de los mismos. Quedó aterrado cuando descubrió lo que nunca más olvidaría. Sus tres hijos estaban cada uno en su cama, sus cuerpos lucían descuartizados. La sangre esparcida por paredes, pisos y muebles, daba un detalle macabro a la escalofriante escena. Sus cabezas habían sido cercenadas y sus cuerpecitos desmembrados por completo. Se trató una verdadera carnicería. Un enorme cuchillo afilado estaba sobre una de las camas, huellas de pisadas en todo el piso. Las siguió hasta la habitación matrimonial.

Temiendo lo peor, entró para cerciorarse si su esposa había corrido con igual suerte que sus hijos, de lo que sin duda se trataba del ataque bestial de algún maniático. Al abrir la puerta, sintió que unos ojos desorbitados lo miraban y también sintió que un cuchillo se hundía en su pecho de manera certera. La sangre ahogó un alarido de sorpresa y dolor. Lo último que vio Américo, fue a Agustina con sus manos cubiertas de sangre, poseyendo en ellas un enorme puñal con el que lo asesinó. Ella no intentó huir, solo se reía como poseída por el diablo. Sus ojos enrojecidos eran y una respiración Ireneante denunciaba un esfuerzo supremo. Vociferaba una sarta de palabras ininteligibles, como venidas del más allá. Amenazaba a quien se acercara, con el enorme puñal que aún estaba atiborrado de la sangre de Américo. Era un cuadro dantesco. La comunidad quedó sorprendida por el suceso, por lo que trataron de ajusticiarla. El sólo apreciar la magnitud de la crueldad era sorprendente. Las autoridades por fin la dominaron y se la llevaron.

Las mujeres que permanecían privadas de libertad en aquel lúgubre sitio a donde fue a parar, no la querían allí. Al enterarse del horrendo crimen, la emprendieron en su contra, golpeándola salvajemente. Hubo igualmente que aislarla para preservar su vida, aunque a todos les pasó por la mente, eliminar de una vez por todas a ese engendro del diablo. Fue imputada de Homicidio calificado y solicitada la privación judicial preventiva de libertad. Se trató de un homicidio agravado a todas luces. El Ministerio Público determinó lo siguiente: La primera agravante era la premeditación, porque el acto planeado, concebido, y calculado contiene mayor cantidad de voluntad criminal. En segundo lugar, se tenía que los medios, modos y formas empleadas para lograr mayor impunidad y disminuir la posibilidad de defensa de las víctimas eran también circunstancias que agravaban el delito. Finalmente, como colofón, por tratarse de sus pequeños hijos y de su esposo, se tomó en cuenta el ensañamiento, es decir, la prolongación cruel e inhumana del dolor de las víctimas. Se solicitó todo el peso de la ley. Agustina estaba ausente, parecía una autómata; no respondía ante nada.

Dado el estado de ausencia de la mujer, se le solicitó la evaluación psiquiátrica. La intervención del experto fue decisiva. Luego de extensos análisis de todo tipo y de un riguroso examen psiquiátrico, se determinó un severo trastorno de la personalidad que se presentó abruptamente. Se habían exteriorizado algunos signos meses antes, no siendo debidamente tomados en cuenta. El diagnóstico definitivo fue Esquizofrenia. Al igual que el caso de Elvis, Agustina presentó la misma enfermedad. Los primeros síntomas de la esquizofrenia generalmente fueron cambios peculiares del comportamiento. Estos síntomas causaron desconcierto y confusión en Américo y los hijos de la pareja. La presencia de estos indicios fue especialmente chocante, para quienes conocían como era ella antes de enfermarse. Resultaba extremadamente difícil comprender, cómo una persona que lucía tan saludable y llena de vida, podría tener un cambio tan drástico. La aparición súbita de síntomas sicóticos fueron determinantes. A pesar de la oposición de la representación fiscal y de la opinión pública en general, Agustina fue declarada inimputable igualmente; por la grave enfermedad mental, tal como sucedió con Elvis.

El médico decidió hacer un seguimiento exhaustivo a ambos casos. Lo curioso de esos sucesos, siendo precisamente lo que hubo conducido al doctor Germán a su investigación; fue que ambos casos sucedieron en la misma comunidad. Los autores eran vecinos muy allegados. Sus familias muy amigas. Se sucedieron con escasos días de diferencia un caso del otro. Las personas implicadas en los horrendos crímenes habían sido ejemplos a seguir, de comportamientos probos y creyentes temerosos de Dios. En fin, eran unas coincidencias que reforzaban la tesis que él siempre había sostenido; que las causas de algunas enfermedades mentales no eran las que describe actualmente la ciencia. Se inclinaba en ilustre galeno, por las causas que se creían en épocas anteriores, donde lo sobrenatural y lo místico prevalecían, por sobre lo que hasta entonces no estaba claro.

Fue así como acordó con las autoridades del centro para enfermos mentales donde ambos estaban recluidos y sometidos a fuertes medidas de seguridad; que valoraría a cada paciente de manera meticulosa. Autorizaron plenamente una investigación que consideraron, cambiaría radicalmente la posición ortodoxa que la ciencia ha tenido en la modernidad, acerca del origen de las enfermedades mentales. El médico lo hacía por vocación, "ad honores", como un aporte a lo que siempre había considerado, uno de los grandes problemas de la medicina de todos los tiempos. Se estableció una logística extremada de seguridad. Realmente ambos personajes eran considerados de alta peligrosidad. Resultaron aislados preventivamente, para garantizar la seguridad del resto de los reclusos, de los custodios y hasta de toda la humanidad; pero al mirarles allí, acurrucados en un rincón, se sentía verdadera lástima.

Era imposible creer que esos seres, hubiesen sido autores de semejantes atrocidades. Ninguno de los dos había dejado de llorar desde que estaban allí. No entendían nada de lo ocurrido. Les costaba creer que habían dado muerte a sus seres queridos, a los seres que más habían amado. Era una realidad cruel y detestable, pero realidad al fin de cuentas, y era eso lo que importaba. Elvis miraba en la distancia, como queriendo recibir del todopoderoso, una redención que estaba más que seguro que nunca llegaría. Tenía viva en su mente, la imagen de su madre descuartizada por sus propias manos. Se sintió sucio, se sintió lo peor del mundo; un ser que no merece vivir. En muchas oportunidades, al igual que sucedería con Agustina; había tratado de poner fin a su vida, por lo que se habían extremado las medidas para evitarlo.

Sus caras inocentes y terriblemente asustadas, quedaron prendidas en los recuerdos del eminente científico y ahora, en ese sitio que ocupaba; las sentía con mucha más precisión. Parecía estar viéndolos nuevamente, aterrados por lo que habían hecho. Sentía como ellos, la poderosa culpa que les carcomía una existencia que ya rechazaban, deseando no tenerla. No bastaba con que la justicia los haya execrado de sus tentáculos. No justificaban de ninguna manera, los graves delitos que habían cometido, pero estaban allí en su mente, así como estuvieron en la mente de Elvis y Agustina; las voces de esos inocentes pidiendo por sus vidas, exclamando gritos aterradores de dolor, demandando piedad. Las voces tanto de la madre de Elvis, como la de los hijos y del esposo de Agustina, quedaron prendidas en la mente del psiquiatra; de la misma manera que quedaron en los autores de los homicidios. La transfiguración mental que se sucedió, fue el ingrediente que había propiciado una tragedia. Un inimaginable suceso que lo hubo trasladado a ese aciago sitio que entonces ocupaba.

Fueron sometidos ambos enfermos a todo tipo de estudios especializados, aún contra la voluntad de los mismos. Una de las condiciones acordadas por el tribunal, fue precisamente el sometimiento a terapias de rehabilitación y esos estudios eran el preludio para poder afianzar más, el diagnóstico que él mismo había determinado y de esa forma, proceder con el tratamiento definitivo. Era esa la excusa para una experimentación. Primero se procedió con ella. Resonancias magnéticas, electroencefalogramas, exámenes de laboratorios diversos, examen de su historia familiar y sus antecedentes personales. Se le practicó un minucioso análisis genético, pruebas de esto y de lo otro; en fin, meticulosamente se realizaron en ella, todos los estudios que el médico consideró pertinentes, alguno de ellos costeados con recursos de su propio peculio. Posteriormente, una semana después, se hizo lo propio con Elvis. Fue sometido a una extensa exploración diagnóstica. Ningún examen, por más moderno e intensivo que fuese, determinó anomalía alguna. Todos estaban dentro de los límites de la normalidad.

A esas alturas de su internamiento, ellos no habían presentado síntomas que denotaran patología alguna, a pesar de no haber recibido medicación. De los dos, Elvis ya había sido diagnosticado hacia un par de años. Por un tiempo hubo cumplido su tratamiento, pero igualmente continuó sintiendo los perturbadores síntomas. Sintió el enfermo que aquel oneroso tratamiento no pasaba de eso, algo que no aliviaba mucho sus pesares. Por esa razón, y en virtud de los costos de dichos fármacos y la imposibilidad de costearlos, decidió prescindir de ellos. Igual, los tomara o no, siempre sentía que la sintomatología se presentaba en algunas ocasiones con más intensidad que otras. A principio era como si se nublara su mente y olvidaba todo cuanto le ocurriese. Luego se asociaba a su amnesia, un sentimiento bien sea de superioridad o de inferioridad. Se sentía un miserable o por el contrario, un ser poderoso, superior, mágico; capaz de lograrlo todo solo con desearlo. En otras ocasiones, escuchaba voces y sonidos que nunca había escuchado y que le decían de todo. O como le ocurrió la última vez, miraba algo que en realidad no existía. Eran esas constantes alucinaciones, lo que lo descontrolaba en exceso. No podía evitar obedecer a esas voces y tratar de destruir a quien mirase, tal como lo hizo con su madre.

Pero hacía varios días que Elvis no había sentido nada de lo descrito en su historial médico, ni los síntomas que usualmente describe la literatura científica. Su comportamiento, podría decirse que era el de una persona normal. Lo que sí presentaba, era una severa depresión por lo que estaba viviendo. Por el inmenso dolor sentido, el gran duelo y la enorme culpa resultante tras el crimen que había cometido. El psiquiatra lo sometió a un psicoanálisis profundo, con el que intentó llegar al origen de su problema. Hurgar en su pasado, tal como se logra con la hipnosis, para verificar en qué momento en específico del mismo, tuvo lugar el génesis de su padecimiento. De igual manera, haciendo esa exploración mental, buscaba en lo más recóndito de su yo interno, alguna desavenencia de su realidad con algo venido de afuera, de algo ajeno a sí. Trataba de encontrar en lo más íntimo de su ser, algo sobrenatural que lo estuviese poseyendo, destruyendo su voluntad.

En un primer intento, no avanzó más allá de determinar que no existía nada en el pasado del paciente, que explicara aquel desvío de su realidad. Pero la noche de ese día, cuando hubo comenzado aquella titánica tarea, Elvis sintió algo que nunca había sentido. Tuvieron que utilizar la fuerza física para controlar aquel ataque descontrolado de furia y de fuerza bruta. Intervinieron seis custodios para controlarlo y lograr medicarlo. Sus facciones cambiaron de tal manera, que parecía otro ser. Daba hasta la impresión de que había aumentado de tamaño. Su voz era extraña. Definitivamente quienes ya lo habían visto, no daban crédito a lo que estaban observando. Sin duda alguna, se trataba de otro, aquel que estaba en la habitación.

Las amarras parecían deshacerse sin tocarlas siquiera. Era algo como de otro mundo, algo irreal; algo excesivamente macabro. Elvis levitó, separándose más de medio metro del piso. Mientras "flotaba" se reía estrepitosamente. Sus ojos parecían dos bolas de fuego. Todos estaban aterrados. Por más fuertes y enormes que eran los custodios, sucumbían ante el terror que sentían al ver aquella diabólica escena. Durante dos horas, batallaron con aquella figura demoníaca que se hacía estragos a sí misma. Se hacía cortes profundo con las uñas como si se trataran de filosas navajas. Al cabo de lo cual, el muchacho cayó ruidosamente al suelo, recuperando su original aspecto; dócil y enjuto en extremo.

Cuando el médico llegó al día siguiente para realizar su rutina con Agustina, se encontró con la alarmante historia de lo acaecido la noche anterior. En vez de preocuparse, la reacción del psiquiatra fue más bien placentera. Sonrió y su gesto denotaba complacencia. Ese suceso era precisamente lo que había querido que pasara. Ya no tenía duda alguna, estaba en presencia de una posesión diabólica. Solo le faltaba explorar a su otra paciente, que desde que estaba allí, había permanecido asintomática. De presentarse lo mismo en ella, estarían sus armas correctamente dirigidas en torno a sus sospechas, ya no tan infundadas. Estaba a solo unos pasos de descubrir, que en realidad eran las "enfermedades mentales", una posesión demoníaca más que un desequilibrio o todo aquello que el modernismo se había empeñado en afirmar. Pero aún no le habían contado todo. En horas de la madrugada, Agustina había presentado algo similar a lo sucedido con Elvis. En ella, el ataque de "locura" había durado más tiempo. La autoagresión fue bestial, pero al recuperar su forma original no presentó siquiera un rasguño.

Consideró que no era prudente conversar con ella ese día. Se limitó a observarla desde una pequeña distancia. Ella lo notó de inmediato y le dirigió una mirada de auxilio, una mirada de miedo. La muchacha estaba aterrada de manera desmedida. Vivía ella un suplicio, ya no era solo el tormento por lo que había hecho con su familia, el rechazo que sentía de todos quienes la miraban con un descomunal desprecio, el odio que hacia sí misma sentía de manera inevitable; era también aquella sensación que quedaba en ella, luego de sentir que algo se apoderaba de sus fuerzas y sus sentidos, descontrolándola enormemente.

El psiquiatra finalmente, luego de pensarlo detenidamente, realizar lo ya pautado y se acercó a ella. Al hacerlo, Agustina se incorporó y le suplicó ayuda. Él se la prometió. Aguardó a que ella se dispusiera adecuadamente. Los custodios, recelosos, le hicieron un par de advertencias que ya él conocía sobremanera. Minutos después, estaba instalado dentro de la habitación ocupando una silla, mientras ella ocupaba la pequeña cama. No se dijeron nada por un tiempo. Él se limitaba a mirarla, notándola aún más nerviosa. Finalmente, le hizo una serie de preguntas rutinarias, para luego dar inicio a la psicoterapia propiamente dicha.

La puerta de la habitación fue cerrada para garantizar la privacidad del acto. La paciente siempre se portó sumisa. En algunas ocasiones ella, tras un extraño silencio, unas leves convulsiones y unos movimientos oscilantes de sus ojos; lo increpaba con una mirada aterradora y le hablaba con una voz áspera, en un idioma extraño. Unas gruesas venas se dibujaban en su frente y en su gaznate. Él psiquiatra no le demostró miedo. Al cabo de unos pocos segundos se tornaba frágil y desprotegida nuevamente. Se sucedieron esos cambios sorprendentes, muchas veces a lo largo del proceso. Mientras llevaba a cabo la terapia, de manera constante, el médico realizó unos apuntes que consideró pertinentes. Dos horas y media más tarde abandonaba el sitio, muy esperanzado en que pronto los resultados serían alentadores y marcaría, de seguro, un hito sorprendente que socavaría definitivamente los cimientos de la psiquiatría moderna.

El doctor Germán recordaba todo aquello, mientras era embargado de una pesada congoja. Se consideraba finalmente confundido, sumamente sometido a ese cruel tormento que sus pasos atrevidos habían propiciado. Esperaba que lo que iba a pasar, sucediera cuanto antes, aunque no sabía qué sería. Buscó nuevamente en la gaveta y tomó uno de sus libros. Como un pequeño aliciente contaba con ellos. Sentía que el tiempo lo aplastaba lentamente allí encerrado, sin mirar a nada ni a nadie. Lo básico lo realizaba siendo custodiado de manera sorprendente, como si él por si solo; fuese un contingente de delincuentes de alta peligrosidad. Estaban allí esos libros que por lo menos, le hacían sentir, si se puede, que estaba vivo. Sentía una compañía reconfortante cuando apreciaba a Honoré de Balzac con "La piel de Zapa", a Gustave Flaubert con "Madame Bovary", igualmente a Charles Dickens con "La Casa Desolada", a Edgar Alan Poe y Horacio Quiroga con sus sartas de cuentos tétricos. Y su favorito, Stephen King con sus "Pesadillas y Alucinaciones". Su encierro trataba de mitigarlo leyendo de manera constante. Era ese un pequeño oasis en ese desierto cruel que lo devoraba vivo.

Durante algunos meses las sesiones se sucedían de manera regular. Lunes y martes con Elvis, miércoles y jueves con Agustina y el viernes con ambos "enfermos". El día viernes, la sesión se realizaba en un ambiente especial más amplio y con un sistema cerrado de cámaras, que filmaban lo llevado a cabo. La intención del psiquiatra, era realizar un "desalojo psíquico de demonios" a través de una serie de eventos similares a un exorcismo, pero sin el componente religioso. Era algo que nadie entendía, pero en lo que él confiaba plenamente. Los sometía a Hipnosis, los hacía retroceder al pasado, hurgaba en sus yo interno, desdoblaba de manera voluntaria sus personalidades. En fin, esos días se tornaron álgidos, ya que se escuchaban sonidos atroces, voces diversas salidas de una sola garganta. Se observaban levitaciones y actos por demás inexplicables. Sin duda alguna, el diablo estaba presente, decía, y anotaba en sus hojas de registro. Al terminar su trabajo, el psiquiatra se retiraba a su casa, o si era urgido, a examinar algún elemento que se suponía, había actuado bajo el influjo de una perturbación mental o simple y llanamente se hacía el loco. Eran ya pocos los temerarios que se atrevían a tal, ya que era prácticamente imposible que le quisieran "meter gato por liebre" a aquel eminente psiquiatra. Ya era harto conocida, su habilidad para verificar clínicamente si se estaba ante un verdadero desorden psíquico. Por las tardes, era ya su rutina atender su consulta privada donde permanecía hasta altas horas de la noche, dada la enorme cantidad de pacientes que acudían a diario. Crecida era así, su fama de eminente terapeuta.

Llegaba a su hogar bien entrada la noche y extenuado en extremo. Su esposa ya estaba acostumbrada a ello. Sus dos hijos ya estaban dormidos. Platicaban un rato como siempre, mientras cenaban. Siempre era el mismo tema de conversación, el cual giraba en torno a su trabajo únicamente. Su vanidad no tenía límites, al igual que su egocentrismo. No era debatido otro argumento entre ellos, que no fuese ese. El tema de sus conversaciones giraban en torno a dementes, trastornados, locos; todas aquellas denominaciones peyorativas que se les decían a las personas con algún padecimiento mental. Ella le escuchaba atenta y en muchas ocasiones, se quedaba con alguna novedad sobre ella y sus hijos que quería comunicarle. Por ejemplo, ese día en específico, cumplían un año más de haber contraído matrimonio. Por lo visto él lo había olvidado. Se levantó más de ordinario que de costumbre. Sin siquiera desayunar, salió de casa con mucha prisa. No se despidió siquiera. De tanto afán que tenía, hasta se colocó los zapatos de dos modelos diferentes, de colores diferentes. Con mucha razón, siempre se ha dicho que los psiquiatras finalmente terminan trastornados como sus pacientes. Lo cual nunca ha sido del todo falso.

El día cuando sucedió aquello era decisivo para su investigación. Cuando hubo llegado, ya sus pacientes estaban aguardándole en la aquella sala terrorífica a la que nadie quería acercarse siquiera. Estaban impacientes porque llegara. La semana anterior se había tornado severa, en cuanto a los síntomas perturbadores que ambos habían sentido. Lo experimentaron de manera sorprendente, ya que se presentaban de manera alterna. Cuando cesaban en él, ella era dominada por aquella fuerza descomunal que cambiaba su fisionomía totalmente. La tiraba contra el piso, contra los muebles, la elevaba por los aires y ante la atónita mirada de su compañero de infortunio; se apreciaba en sus ojos, un intenso color rojo como cubiertos totalmente de sangre. Ya tenía el psiquiatra, un plan decisivo. Poniéndose de pie, leyó un papel que extrajo de su faltriquera y se dirigió en voz alta, a lo que se suponía era el ente que perturbaba a esas personas. Le increpó de manera tajante, daba unas instrucciones, exigía un proceder. El cuerpo de Agustina se tornaba cada vez más poderoso, miraba con fiereza a su interlocutor, mientras escuchaba sus palabras determinantes.

De manera asombrosa, la mujer cayó estrepitosamente al piso. Una enorme ráfaga de viento se sintió de inmediato, y todo cuanto había en ese sitio quedó desordenado por doquier. Se quebraron varias lámparas decorativas, los vidrios de las ventanas y los dos cuadros que estaban en la pared. Los estantes donde permanecían ordenadamente varios libros, quedaron hechos un verdadero desastre. Los ojos del psiquiatra brillaron profundamente. Sintió que había logrado su cometido. Desalojó a una horda de demonios que llevaban mucho tiempo perturbando a esas dos personas, a quienes había hecho cometer las atrocidades hartamente conocidas.

Al retornar una supuesta calma, Elvis y Agustina, sorprendidos, se abrazaron entre sí mirando perplejos al psiquiatra; sin terminar de comprender lo sucedido. Él se los explicó detalladamente. Luego se dirigió de manera apresurada hacia su consultorio, donde, tras cancelar sus compromisos con varios pacientes citados, pasó enclaustrado el resto del día sin comunicarse con nadie. Durante todo ese tiempo de encierro, leyó todos sus apuntes con especial atención, a la vez que hacía otros. En su computador iba clasificando todos los hallazgos, de acuerdo a su orden cronológico. Las coincidencias determinaron que un mismo ente atacaba a ambos seres. Definitivamente, el psiquiatra hubo descubierto que ellos no estaban enfermos, sino poseídos por una fuerza demoníaca, como las narradas en la biblia. Terminó de hacer unas anotaciones finales, y ya de madrugada se fue a casa. Mientras caminaba hacia el estacionamiento, sintió un escalofrío que lo hizo sentir extraño. Pensó que era una inusual corriente de aire, por lo que le restó importancia.

            
            

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