-Resiste, corramos hasta el río y en el agua las ahogaremos -exclamó dándole la mano a su compañera.
-No tengo fuerzas, ¡ayúdame! -Se levantó sostenida por Camilo.
Las hormigas los invadieron por todo el cuerpo, no tenían ni un centímetro de piel donde no estuviese una hormiga picándoles. Trataron de correr hacia el río, pero era tanto el dolor, que no tenían la fuerza suficiente y se desplazaron a pasos ligeros, dando alaridos de angustia; todavía nuevas hormigas que estaban esparcidas, seguían subiendo por sus cuerpos. Los chicos dejaron de quitarse las hormigas del cuerpo y se enfocaron solo a protegerse los ojos. Al principio, cuando llegaron al lugar, habían procurado instalarse retirado del río para evitar su humedad y el ruido del agua golpeando sobre algunas piedras, y en ese momento lo lamentaban, porque el trayecto hasta el río parecía que fuesen millas interminables.
Cuando llegaron el río se arrastraban como si fueran robots. Entraron al agua y las hormigas aún dentro del agua seguían picándolos. Fue demasiado tarde, las miles de picaduras colapsaron sus cuerpos, y dentro del agua y desesperados, comenzaron a ahogarse al igual que las hormigas que estaban aferradas a ellos. Chapoteaban y movían los brazos, salían burbujas al mismo tiempo que las hormigas ahogadas flotaban hacia la superficie. Después de un momento Camilo y Alexia dejaron de moverse, y fueron arrastrados hasta un remolino del río que parecía que en un gesto de piedad, los quiso sacar hasta la orilla para que tuvieran sepultura.
Al mismo tiempo Tayel estaba saliendo de la maleza de donde cayó después de haber picado a Camilo, dio la orden de volver todos a la colonia. En el camino iban encontrando muchas hormigas muertas y otras heridas. Las que lograron quedarse en la arena del río, contaron cómo los dos humanos se ahogaron, al igual que las hormigas que estaban sobre ellos. Cuando llegaron en la colonia hubo demasiado dolor por esa otra cantidad de muertes, pero Mayel, la hormiga reina, los consoló.
-Este día fue terrible por nuestros muertos, pero también debemos estar agradecidos que eliminamos el mal. No volveremos a tener guerras con humanos.
-Tienes razón. Hoy terminaremos de llorar por nuestra raza y mañana seguiremos las labores, como siempre -exclamó Tayel, decidido.
Al otro día Reinel se preocupó porque los chicos no llegaban por la moto. Le pareció prudente llamar a sus familiares, los cuales fueron a buscarlos. Fue muy fácil llegar al lugar y encontrar la carpa abandonada con las cañas de pescar sin utilizar. Revisaron todo el lugar, buscaron por ambas direcciones del río y como a dos cuadras abajo del río, los encontraron a cada uno con la mitad del cuerpo en la arena y la otra mitad en el agua. En sus rostros había dibujadas muecas de terror, dejando a la imaginación muchas hipótesis. Por más que buscaron, no encontraron evidencias contundentes para descubrir lo que les había sucedido. Sus cuerpos tenían infinitas ronchas rojizas, por lo cual conjeturaron que quizá habían comido algo que los había intoxicado. El lugar estaba en completa calma, la brisa movía las verdes plantas del paraje y había unas hermosas flores que parecían que eran adornos del lugar, y además tanta calma hacia contraste con una hermosa colonia de hormigas que estaban activas en su camino de labores; unas iban y otras venían llevando pequeñas hojitas de un destino desconocido."
De repente todo aquello se esfumó, contemplé nuevamente mi realidad y los movimientos retornaron a mi cuerpo. Le resté importancia a lo que acababa de contemplar, pues supuse que era una especie de espejismo que es muy frecuente que ocurra en este tipo de situaciones, según he leído muchas veces. Continué mi camino. Estoy caminando y recordando la célebre novela de Daniel Defoe, quien dio vida al inmortal personaje; Robinson Crusoe, el náufrago que permaneció casi tres décadas perdido en una isla y todo lo que tuvo que aprender para sobrevivir. Pero al fin y al cabo se trata de algo irreal, nacido de una mente fantasiosa y creativa. No sé de alguien real que haya logrado tan asombrosa hazaña, y en tal caso yo tengo diecisiete años y desconozco de selvas, no tengo ni siquiera una navaja; no existe la más remota posibilidad de hacer fuego. Aquí no hay árboles frutales, solo uno de fruticas rojas pequeñas que la comen los pájaros; no tengo la más remota idea de si podrían alimentarme o hacerme daño. Sigo pensando en la posibilidad de morir, mis pensamientos sobre la muerte son muy recurrentes y he caído en una crisis de miedo y desesperanza. Luego, al poco tiempo cambié de actitud, mis emociones en esta selva son como una montaña rusa, a veces estoy arriba muy positiva y otras, contrariamente; con el ánimo por el suelo.
En estos momentos me doy fuerzas, respiro fuerte y pienso: "¡Yo puedo!". Me siento valiente y afirmo: "salgo de esta situación o acepto morir y que cualquier opción estará bien, pues desde que uno nace lo que tiene seguro es la muerte". "¿Miedo a qué? ¡Para morir nacimos!". Seguí avanzando empoderada, con la mente en calma y equilibrada. Pero esa valentía se acabó cuando me tocó bajar por una especie de barranco húmedo, la tierra está floja y algunos pedazos se desprenden cuando pongo el pie. Otra vez me siento pequeñita y temerosa, planeo minuciosamente donde poner cada pisada para no caerme; sería fatal quebrarme una pierna o un brazo. Prohibido accidentarme, llegado el caso solo me quedaría sentarme a esperar resignadamente la muerte. Frente al peligro apliqué la regla de tres: Primero: pisar y comprobar la seguridad, segundo: verificar y tercero: por si acaso. Voy esquivando cada obstáculo y agradeciendo por estar bien, ese es el instinto de supervivencia del cual nunca fui consciente mientras he estado cómoda en casa viendo una película.
Cuando por fin llegué a la parte de abajo, encontré un palo delgado como de dos metros y tuve la brillante idea de usarlo como bordón. Me siento muy feliz, parezco un científico frente a un gran descubrimiento. "¡Gracias por haberte encontrado, palo útil!". Así será más fácil sostenerme entre las ramas, con él puedo limpiar el camino y avanzar mucho más rápido. Me hace recordar a los ancianos bajando escalas, primero ponen el bordón de forma segura y luego bajan escalón por escalón. Estoy tan agradecida, que me llegó un recogimiento espiritual y pensé que debe ser obra de algún dios que lo cortó, lo pulió y lo dejó ahí para mí. "Definitivamente nadie más espiritual o meditativo que alguien en una mala situación", pensé. Les hablo a los árboles, al suelo, a los animales, al viento y me siento en unidad con todos ellos. Estoy en comunión con la naturaleza, como nunca había estado antes.
Después de un buen rato de estar concentrada, tranquila y equilibrada, vuelvo a evocar la escena del anciano del hacha tratando de convencerme para que desistiera de meterme a la trocha. "¿Y si lo hubiese escuchado?" "¿Por qué no le hice caso?". Me complazco en recrear diálogos con él, donde recapacito y me regreso a buscar a las chicas. Ya no hay nada qué hacer. Así somos los obstinados; cuando nos vamos a estrellar contra el mundo, no hay nada ni nadie que nos detenga. Hablando de testarudos, recuerdo la historia de mi amigo Adolfo. Él se enamoró de una mujer de mala reputación, de esas que solo dejan daños por donde pasan. Estaba mi amigo cautivado por ella y para nadie resulta ser un secreto, que algunos enamorados no oyen, no ven y no entienden. Todos veíamos el desastre menos él. Su madre le dijo que no se casara con ella. Su hermana le dijo lo mismo, también sus amigos e incluso yo, pero él no escuchó. Ella se dio cuenta de que yo lo aconsejaba en su contra y me reclamó, me dijo que yo les tenía envidia. El hecho fue que finalmente se casaron.
Yo fui a la boda, claro que lo acompañé, pero a ella no le dirigí la palabra. El resultado fue un divorcio a los ocho meses de matrimonio. Solo él sabe el infierno que padeció al lado de esa mujer. Después de aquel suceso me encontré con Adolfo, estaba distraído y cabizbajo. Me dijo que soportó demasiado por salvar el matrimonio y, sobre todo, por el qué dirán; pero al final deseaba mantener las apariencias. Lo escuché y tuve la imprudencia de decirle: "te lo dije", lo que finalmente siempre resultan palabras vacías que en nada ayudan. Después de eso se fue a otro país, supongo que huyendo de sus problemas. A veces pensamos que poniendo kilómetros de por medio o cruzando océanos, nuestros problemas quedarán atrás. Ejemplos de personas que no escuchamos consejos abundamos en el mundo.
Hoy es prácticamente igual al día de ayer, y percibo una invencible necesidad de caminar, aunque no llegue a ninguna parte. Tengo demasiada hambre y decidí arriesgarme a comenzar a comer de las fruticas rojas que comen los pájaros. Sé que después me tocará consumir lo que sea, entonces mejor hacerlo desde ya y así evitar debilitarme más. Es roja por fuera, por dentro trae semillas amarillas. Al principio sabe acida y luego como agridulce. No sé cuanta diferencia hay entre mi estómago y el de los pájaros, solo espero que no me haga daño. Es un riesgo que tuve que correr.
El día se puso oscuro, aparecieron nubes grises en el firmamento, comenzó una lluvia que poco tiempo después se convirtió en tormenta. Caen gotas grandes y heladas, que al hacer contacto con mi frente siento como si me perforaran. Me resguardé debajo de un árbol grande y frondoso de ramas y hojas tupidas, las cuales me protegen bastante de la lluvia. Los truenos retumban y hacen eco entre los árboles. Un rayo resplandeciente de color amarillo y mezcla de color azul, salió de las nubes en forma diagonal y atravesó todo el entorno hasta llegar al suelo; su chispa me encandiló, luego lo acompañó el sonido del trueno que me dejó aterrada y aturdida.
¬¬ ―Ya nada puede ser peor. Ensáñate conmigo, naturaleza, puedes matarme si quieres ―susurré mientras miraba el suelo.
La tormenta amainó rápido y, a pesar de la protección del árbol, estoy empapada y tengo mucho frío. Esperé exactamente una hora para que el suelo se secara un poco, ya está por atardecer; el aire huele a maleza fresca y a pantano derretido. Retomé la caminata y en cortos espacios encontré tramos difíciles, me resbalé en el barro mojado y aunque traigo el bordón, he caído varias veces al suelo. Me he vuelto a ensuciar la ropa. Tengo la mayor parte del cuerpo adolorido y amoratado por las caídas. El hambre sigue haciendo efectos. Los pasabocas y el agua que he consumido no son suficientes, y además tengo sueño. Son las seis de la tarde, prefiero acostarme. Volví a acomodar hojas y me dormí, nuevamente tuve sueños y pesadillas parecidos a los de la noche anterior.