Ya ha pasado lo peor. O intentaba convencerme de ello. Quizás. Pero no, realmente me confirmaba que había pasado lo peor. Chateo con Kaili, me arrepiento un poco de mi poco tacto y receptividad con él, hay pasar por un torrente de emociones para darse cuenta de que, no siempre estamos listos para los demás. - ¿Cómo estás? - me escribe él, ¿que cómo estoy? Obviamente pasando página, pero no puedo cargar mi negatividad, mi tristeza y mis emociones sobre ti. - Bueno, mejor. He tenido mejores temporadas. - le respondo. - ¿Mejores temporadas? ¿Qué ha pasado? - me insiste, hago una pausa.
¿Debería contarle mis cosas? ¿Mis problemas? Son míos, es mi mochila, no la de otras personas. Nadie va a resolver mis asuntos. Aún así, no veo otra salida a las preguntas y termino explicando lo sucedido la semana del festival. Kaili me lee atentamente, no interrumpe, simplemente comienza a escribir cuando he acabado.
- Bueno... - ¿Bueno? ¿Así vas a zanjar mis emociones? ¿Las que acabo de explayarme escribiéndote? - ...lo peor ya a pasado y es que no lo vas a ver más, ¿verdad? - Ahí estaba de nuevo, esa confirmación, el <>, creo que tanto yo, como el mundo externo: es consciente. - Sí, no lo volveré a ver, pero... - ¿Qué haces Clara? ¿Pero? ¿De verdad? - Comprendo que tuvo que ser duro, pero según me dices, muchas amistades te saludaron. ¿Por qué no quedas con ellas? - me preguntó Kaili. Razón no le faltaba. Había descuidado mucho a mis amistades por culpa de la relación, inconscientemente lo hice. - Yo tengo mis amigos, algunos mejores o peores, pero están ahí para las buenas y las malas. Para eso están. - me explica desde su punto de vista. Creo que debía tomar su consejo. Poco a poco debía recuperar las riendas de mi vida como fuese. - ...pero es que, hace mucho que no hablo con algunas amistades que son importantes para mí. - me expresé. No voy a negar que algo de miedo sentí al expresar estas últimas palabras.
- Están para eso. Si son tus amistades de verdad, estarán ahí para escucharte. Sal. - la insistencia de Kaili me daba fuerzas a cerrar la ventana del chat y ponerme en contacto con esas personas indicadas. La primera de todas: Maite. Ella es mi mejor amiga, nos conocimos estudiando, algo así como Milo y yo, pero ella fue el año anterior a él. Era una chica muy creativa, tenía buenas ideas y amaba coser. Me encantaba ver sus creaciones, los encargos que le pedían las clientas o los modelos que realizaba para la empresa para la que trabajaba. Mi verdadero sueño, que lo veo difícil pero no inalcanzable, es que ella hiciese mi vestido de boda. Sé que lo dejaría en buenas manos y perduraría conmigo un bonito doble recuerdo para mi vida. Dejando de lado mis fantasías, le escribo. Saludo. Pregunto como le va, que me he acordado mucho de ella en muchas ocasiones, pero que por circunstancias de la vida, realmente emocionales, no le he dicho de vernos. Le recalco que tenemos una charla pendiente, en especial aquella que dijimos la última vez que nos vimos y me muestra que ya no tenía su anillo de compromiso.
¿Qué sucedió? Su relación era perfecta, o al menos eso vi y me describió durante mucho tiempo, estaba emocionada con saber que iba a casarse con su chico de entonces. ¿Le habrá ocurrido como a mí? ¿Cuál habrá sido su experiencia? Siento tanta curiosidad. Echaba de menos esa sensación de curiosidad, de verla, abrazarla, de sentarnos en alguna parte a charlar, que no nos dieran las horas para explicar todo y siempre tuviese la sensación de que necesitábamos pasar unas vacaciones juntas. Terapia de amigas. Nunca lo hice. Nunca tuve iniciativa. Me siento tan culpable de ello. ¿Cómo se puede descuidar tanto a las personas? Nadie nos da un manual en la vida sobre como llevar cada problema que se nos presenta en la vida. Ni una notificación en el móvil. Tenemos que apañarnos con la vocecita interna, esa que llamamos conciencia. ¿Y si falla? ¿Puede fallar mi conciencia? Siempre he tenido la fiel idea de que solo podemos tener una almohada en la vida y se llama conciencia.
Si tu conciencia no está tranquila, te invadirán los pensamientos intrusivos, los nervios te acecharán y no te dejarán descansar en la noche. Podrás engañarte diciéndote que no tienes la culpa de lo que hagas hecho, pero una mala sensación, en lo más profundo de tu pecho, te perseguirá por el resto de tus días. - Hola Clara, ¿Cómo estás? - me responde mi mejor amiga tras varios minutos, la verdad, me siento eufórica y no entiendo el porqué. - Hola Maite, pues bien, aquí ando. Hacía tiempo que no te escribía y teníamos pendiente hace mucho una tarde de las nuestras. - digo directa y sin rodeos, mi euforia va en aumento, no veo capacidad de frenarla. - Sí, es verdad, es verdad. Lo que pasa es que ando algo liada terminando unos vestidos estas semanas, pero si quieres te aviso cuando los acabe y quedamos para comer un helado. - a Maite le encantan los helados, o los batidos de helado, también le gusta el café o al menos los que van acompañados por un dulce.
Ella era alta, o al menos unos centímetros más que yo. Su tez era blanca, pálida, pero sin llegar al albinismo. El cabello castaño, rizado, algo más rizado que el mío. Supongo que es por su corta melena, que a diferencia de la mía es algo más larga y tenía rizos más ondulados. Maite era delgada, bastante, cuando nos conocimos, me confesó haber hecho una dieta para ganar peso, pero no lo logró. <
Éramos físicamente éramos muy opuestas, pero teníamos muchas cosas en común, por ello, nuestras charlas eran gratificantes. - ¡Por supuesto! No hay presión alguna Mai, sabes que no tienes problema conmigo. - sentencié mi euforia, la sustituí por alegría y emoción. La incertidumbre de cuando nos veríamos hacía que mi cabeza empezara a trabajar mi cabeza, ordenarla, ordenar los hechos y acontecimientos. En cómo iba a contarle las cosas sin derrumbarme en lágrimas, ¡No! ¡No lo vas a permitir Clara! Sé fuerte, eres fuerte, no caigas ni derrames lágrimas por quien no cae ni llora por ti. ¡Eso es joder! ¡Sí! Estás empezando de cero las cosas, no lo estropees. En ese momento, quería estar al lado de Kaili, abrazarlo y decirle que agradezco con todo mi corazón su apoyo, sus palabras, la forma en la que él veía la vida y me lo contagiaba como un virus. Era un virus. Sano. No tenía miedo de ello. ¿Se puede tener miedo a las ganas de vivir? ¿de los nuevos comienzos? ¿de las amistades? Cualquiera respondería: no.
Y ahí me encontraba, expectante, agradecida. <