Pasaron los días, las noches, las semanas, los meses, pero no pasó mucho hasta conocernos Kaili y yo en persona. Fue un momento mágico, maravilloso, era todo tan natural pero con el pequeño toque de timidez. Pronto él y yo comenzamos a quedar con más frecuencia, muchas veces para dar paseos, otras veces para ir de compras, otras para comer o tomar algo. La primavera de mis veinticuatro años estaba pasando como las míticas descripciones de los libros, con la sutil belleza de las flores, la fresca brisa que recorre las calles, las pequeñas lluvias que aún empapan los pensamientos.
Así era a diario, todo muy celestial, perfecto y místico. Pero al caer la noche esa pureza desaparecía en medio de la madrugada, de las fotos, los pequeños vídeos y audios que hacían arder el mismísimo infierno allá donde se encontrara.
Tan rápido como pasaba el tiempo mi anterior relación murió por sí sola, nunca hubo un adiós, supongo que lo hubo, pero no como todos imaginamos en nuestras cabezas. ¿Debería preocuparme? Coincidimos por última vez en un festival de cine, en el cual fui acompañada por mi mejor amigo: Henry. Henry es esa clase de persona con la que puedes contar para cualquier cosa, desde trabajar hasta ir al fin del mundo a verificar que existen los extraterrestres, siempre estará ahí. Él sabía de mi situación con mi ex-, ex-pareja con la que nunca tuve una charla del tipo - ¡Oye! Tenemos que hablar. - no, no lo hice. ¿Fui una cobarde? ¿Fui una inmadura? Posiblemente, pero ese evento que duró una semana me corroboró otra visión de nuestra relación.
Todos los días que asistí, encontré a muchas amistades, algunas en común con mi ex-pareja y yo; Lo más perturbador que pude sentir fue como él nunca estaba acompañado por alguien, nunca le saludaba nadie, siempre estuvo solo que, a diferencia de mí, siempre fui reclamada, querida y rodeada de buenas personas. ¿Era esto una señal? De igual forma me sentía mal, no por acabar la relación de forma unilateral, sino porque ni un solo día fue capaz de acercarse a mí para hablar las cosas. ¿Podría haberlo hecho yo? Sí, podría. Podría. Como todo en la relación siempre que correspondía a mí hacerlo. No. Estaba cansada de que fuese yo la que tuviese que dar el primer paso, quería ver si él lo daba incluso en el extremo más horrible de las emociones, pero no fue así. No lo fue. Ni un solo día me dirigió una palabra, solo miradas, miradas que a los pocos segundos se desviaban de mí. - ¿Quieres que te lleve a casa? - me preguntaba cada noche de esa semana mi mejor amigo, dispuesto a alcanzarme a casa para que llegase pronto y disfrutar más tiempo de la paz de mi casa.
- No, gracias. Cogeré el autobús de regreso a casa, necesito mi tiempo para reflexionar tranquila. - me despido de mi amigo con un abrazo y camino hasta la estación de autobuses, en el trayecto a pie, busco en mi bolso mis auriculares inalámbricos, me los pongo, se conecta con mi móvil. Busco Spotify, busco mi playlist que lleva por título solo el emoji del corazón rojo. Sí. Solo un corazón rojo. Esta playlist la fui creando a medida que descubría canciones que tocaban una parte emocional de mi ser, pero también con canciones que me compartía Kaili, había buenos temas. Simplemente doy al <
Nos ponemos en marcha, rumbo a mi casa. Suena la música, me sumerjo en sus letras y comienzo a notar esa fibra que toca en mí, la remueve, la activa, me hace ser persona. Me hace ser un ser con pensamientos, con sentimientos, emociones, reacciones. Cuando menos lo esperé, sonaba Carla Morrison. Todo pasa. Siempre que escucho esta canción, no puedo evitar soltar algunas lágrimas, pero ese momento, en ese preciso instante: era vulnerable. Escuchaba atentamente su letra, perfecta para mi capítulo en la vida, perfecta para las emociones que estaba viviendo esa semana viendo a mi ex-pareja mostrarme lo que menos esperaba de ella: la indiferencia. ¿Creéis que lo que duele es acabar la relación? No. Os prometo que no, terminar es poner un punto final a una situación. Poner el antes y el después de unas responsabilidades afectivas con una persona que querías como compañero de aventuras y de la vida. Pero no, prometo que lo más doloroso es ver que la persona con la que un día fuiste cómplice, con la que encontrabas la calma entre sus brazos, con la que planeabas sueños: ya no demuestra interés absoluto por ti.
¿Realmente me quiso alguna vez? ¿O solo fuimos una apariencia pública? ¿Necesité más yo de ti? ¿O quizás tú más de mí? Dolía. El dolor en el pecho me lo dejaba claro. La ansiedad. Sí, esa jodida ansiedad. <
Quizás era justo eso lo que me dolía, quizás era justo eso lo que decía Carla Morrison: que todo pasa. Nada es para siempre, pero necesitaba calma. Mi calma era confirmarme a mí misma, de alguna manera u otra que no estaba equivocada. Que hice lo correcto y ahora solo era dejarlo pasar. Encontrar paz mental y emocional. Rehacer mi vida y conocer a Kaili, retomar mis amistades, retomar mis metas, rehacer las cosas por donde las dejé. Los sueños son solo sueños, pero las metas, las metas son objetivos que nos marcamos en la vida. Para alcanzarlos hay que trabajar por y para ellos. Así que, tocaba desprenderse de ese episodio del pasado, soltarlo, despedirse. Asimilarlo, dar gracias por los buenos y bonitos momentos, decir <
- Lo siento mucho. - me digo a mí misma, perdonarse por como nos tratamos a nosotros mismos es también dar otra oportunidad. Creemos que debemos recibir el perdón de otras personas, pero la verdad, reside en nosotros. - Voy a volver a ser quien era, Clara. Te lo prometo. -